
Kid Espuelas miró a su victima mientras el frío nocturno le golpeaba el rostro, curtido como cuero. Le habían contratado para acabar con el viejo sheriff del pueblo de Olvido y eso iba a hacer. Un trabajo rutinario. Sonrió pensando en el tequila y la juerga al otro lado de la frontera, besando los carnosos labios de Rosita.
—En el momento que acabe con él, la gente sabrá quien manda aquí —le había comentado el coronel Macarthy, el hombre más rico del condado y que, a pesar de sus riquezas, no había podido doblegar al maduro agente de la ley.
—Prepárate a morir, sheriff —sentenció Espuelas.
—Estaba a punto de cenar. Así que acabemos cuanto antes, 'muchachito'.
¡Muchachito! Si querías enfadar de verdad a Espuelas, esa era la palabra clave. El pistolero no esperó más y desenfundó su arma.
El sheriff Horace permaneció quieto mientras recibía todas las mortales balas en su anciano cuerpo.
Kid Espuelas esperó ver caer al viejo... pero no fue así. Por imposible que fuera, el sheriff empezó a andar hacia el pistolero. Le agarró con manos que parecían garras y le mostró los agudos colmillos.
—Nunca le digo que no a un aperitivo —dijo el viejo Horace mientras el resto del pueblo se preparaba para un banquete final en la hacienda del coronel Macarthy.
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