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domingo, 18 de marzo de 2012

El francés Cousteau - Max Goldenberg


¿Por qué Jacques Cousteau, en su versión doblada al español hablaba con “tono francés” y el resto de la tripulación en perfecto español neutro? Cada vez que veía sus peripecias submarinas, el Jacques me enseñaba que un “pegfecto mundo submagino se atgaviesa con cagiño y paciencia”. Es cierto que la mitad de las cosas no las entendía pero me transportaba a un universo plagado de especies hermosas y, por que no, de ilusiones dormidas.
Pero, por otro lado, la cuestión afrancesada me molestaba y me sigue molestando. O todos o ninguno, viejo. Entraba un marinero y le espetaba un furioso: “Escúcheme una cuestión, Yacs. Tenemos los botes a la miseria, los muchachos están como locos porque este submarino no da para mas. ¿Qué hacemos?”. Y el sabio Cousteau se sacaba su gorrito rojo, sonreía con parsimonia, posaba su mano derecha sobre el hombro izquierdo del marinero bullanguero y le respondía: “Quegido maginego: no te pgeocupes pog las pgofundidades maginas. Nosotgos sugcaguemos estos mages en busca de nuestgo objetivo. El gggggan pulpo bipolagggg”.
Y ahí tengo otra queja para con Jacques. ¿Siempre de buen humor? ¿siempre con sus romances a flor de piel a la hora de responder, de hilar sus frases? ¿Nunca un “no me gompas las pelotas y hacé lo que te digo, la puta madge”?
En ese sentido se nota su raíz europea, refinada. Seguramente Jacques tuvo algún familiar en las cortes francesas de algún siglo pasado donde por cualquier boludez te mandaban a matar, pero te mandaban a matar con elegancia. Nada de pim pum, a la guillotina. Era todo casi en verso, en rima constante. “La corte, que supo albergar a Luis XV, ahora ha decidido que tomar dos frescos repollos del jardín real no es mas que una severa ofensa contra la bonhomía de quien portaba dicho verduril. Por tal razón, este grupo de jueces ha decidido, sabiamente como su investidura lo permite, declarar al quien se acusa, culpable, condenándolo a la muerte instantánea mediante la aplicación de hierro al rojo vivo y/o candente contra su sien para luego rebanársela de su cuello provocándole la muerte in momentum”.
Otros de los grandes doblados al francesñol fue el inspector Clouseau. Aquí, sin embargo, existe una gran contradicción, porque Dodó (su fiel escudero) habla perfecto español neutro. Pero él no, él, al igual que Jacques Cousteau, maneja un francésñol increíble.
Como decía Juan Esteban de Esteban, el poeta austrohúngaro, en su poema “La señora da pena”: “La francesa busca amor / lo pide y no se lo dan / ella lo busca por error / para francés, está el pan”.

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martes, 19 de octubre de 2010

No me nombres ese nombre - Max Goldenberg


¿Cuál es el mensaje que querés darle a tu hija? No me mires asi. La nena no nació y ya querés cagarle la vida, Rosario. Así como lo escuchás. No se puede hablar con vos. No se puede. Ene ó ese pé ú é de é. Nosepuede, Rosario. Al final, tanto “Rosario siempre estuvo cerca, Rosario siempre estuvo cerca”. De los demás capaz que sí pero de mí, lo que se dice de mí, nunca estuviste cerca, Rosario. Y ahora, como si faltara algo, te la agarrás con la pobre criatura.
Por esas casualidades de la vida, ¿vos pensás que yo te voy a permitir ponerle “Consuelo” de nombre a la nena? ¿Sabés lo que yo pienso si veo a una nena que se llama Consuelo? Pienso “Y bueno… peor es que hubiera salido sin manitos”.
Pensalo Rosario… ¿qué culpa tiene ella? Recién está llegando al mundo y ya le ponés una carga que no se merece. La marcás para todo el campeonato. Si elegís, elegí bien. También es mi hija, che. No podés tomar una decisión de buenas a primeras, entre gallos y medianoches, por izquierda, como quien no quiere la cosa, por debajo de la mesa, Rosario. No se si me explico. O sea, Rosario, no lo estoy negociando. No voy a ponerle a mi hija “Milagros”. No lo voy a hacer. “A tu padre no se le paraba así que si estás acá ya sabés por qué es, Milagros”. Y, ya que estamos, “Caridad” tampoco le voy poner a mi hija. “Mirá, hijita, tu padre es un desastre… no me gustaba, casi no lo conocía pero bueno… una noche de borrachera y me acosté con él y vos me recordás ese momento, Caridad”
Lo mismo con “Socorro”. ¿A qué persona se le puede ocurrir ponerle Socorro a una hija? “Aca le presento a su hija recién nacida” “Socorro !!! es un bagre !!!”.
Yo te quiero, Rosario, y lo sabés. Sos la mujer que elegí para recorrer este largo camino llamado “matrimonio”. Pero todo tiene un límite. Preguntale si no a tu hermana Elvira que nunca quiso atenerse a los límites y cruzó la frontera sin documentos y ahora está presa en Chile
Yo no sé con quién te juntás, si son tus amigas las que te meten esas ideas en la cabeza pero mi recomendación es no llamarla “Dolores” como también se te ocurrió. Le estas sellando a fuego lo que significó para vos el momento de su llegada al mundo. “Cada vez que te veo siento lo mismo que sentí cuando te vi por primera vez, Dolores”.
Mirá que hay nombres, ¿eh? Le podés elegir algun color, alguna fruta. De última alguna flor, hasta un animal y/o un jugador de fúbol, pero nunca le pongas “Soledad”. Nunca. Imaginátela de grande… “No te sientas sola, Soledad. Ya vas a encontrar al amor de tu vida y no vas a sentir tanta soledad, Soledad”
Ahí viene el doctor. Vos tranquilzate mujer… andá a la sala de parto que yo me quedo acá esperándote. No sé de donde sacaste estas ideas… vos andá que todo va a salir bien… andá tranquila, yo me quedo acá… rezando, Rosario.

[texto bajo licencia Safe Creative / todos los derechos reservados]

miércoles, 31 de marzo de 2010

Feliz cumple - Max Goldenberg


Entró en puntas de pie intentando no hacer ruido. Seguro que ella dormía y no quería despertarla. Era su cumpleaños y tenía todo listo. En la bandeja había dispuesto todo como lo imaginó: la taza con el café con leche con dos de azúcar y dos gotitas de edulcorante, con más leche que café pero no lo suficiente para que se convierta en lágrima. Al costado, tres tostadas recortadas con el cuidado necesario para que forme la “Rosa del Tupungatao”. Una extraña rosa de procedencia brasilera que es negra y amarilla en partes iguales. Un pétalo de cada color. Ella siempre se identificó con ese raro pimpollo. Para lograr el efecto necesario, se levantó a las cuatro menos diez de la mañana. Ahora, seis horas después contemplaba su obra sobre el platito.
Para que la garganta de su amada se hidrate adecuadamente, exprimió doce damascos y los mezcló con gajos de tamarindo, traído de su Costa Rica original. Ese trago, cuyo costo final superaba cualquier sueldo promedio, llevaría el mensaje del esfuerzo que un hombre puede llegar a realizar por amor.
Cerca del borde de la bandeja estaba el pequeño florero individual del que sobresalía una espiga. “Encontrar la belleza en las cosas bellas es muy simple” siempre decía ella mientras acarciaba a Manolo, su puercoespín.

Empezó la caminata en la oscuridad total de la habitación. Dió tres pasos y chocó su rodilla con el borde del banquito que ella siempre utiliza para sentarse durante sus dos horas de peinado previo a dormir. Nunca entendió ese ritual. Peinarse para luego acostarse y dar vueltas en la cama como si se tratara de la protagonista de “El Exorcista”. No le encontraba sentido. “Encontrar el sentido a todas las cosas es como querer encerrar un beso en un frasco de mayonesa” le respondía ella.
El banquito estaba manufacturado en la Isla de Pascua. Estaba hecho totalmente de roca volcánica con más de trescientos años de antigüedad y reproducía a Petzoatl, el mítico hombre-rinoceronte. Se trataba de un hombre con el torso del rinoceronte. Cuando su rodilla chocó con el borde de Petzoatl, la electricidad dentro de su pierna derecha de disparó con la velocidad del dolor más agudo. Porque el ángulo del choque fue el exacto, en el hueco que se forma a la izquierda del hueso de la rodilla, donde los médicos golpean con su martillo de punta de goma para probar los reflejos.
El suyo seguía intacto. El impacto hizo que su pierna se doblara en dos. En el esfuerzo por no tirar la bandeja, mantuvo los brazos en alto mientras su cabeza y pecho bajaban respondiendo al reflejo lanzado por el golpe.

Quizás fue la oscuridad total del cuarto o su frágil memoria pero no se percató de que, pegado al banco, se encontraba el cambiador donde ella siempre dejaba colgada su ropa de día. Ese cambiador que habían traído especialmente del norte de Africa, estaba formado por ramas de cactus disecadas en savia de banano. Esa savia lograba mantener las espinas originales firmes y duras como cuando el cactus vivía en el medio de la nada.
En el momento en que la frente pegó con el cambiador, las espinas se clavaron haciendo que él realice un brusco movimiento hacia atrás.
Los años de yoga impidieron que la bandeja tambalease, aún cuando él saltaba sobre la pierna izquierda, tratando de despertarla del adormecimiento por el golpe del banco ahora con los ojos cerrados por el dolor de las espinas que sobresalían de su frente cual agujas de acupuntura.

En ese retroceso clownesco no pudo esquivar el incienso que, encendido, ahuyentaba a los malos espíritus. Ella todas las noches encendía cuarenta y ocho ramas de calíndroma verde para refrescar el ambiente. “Todos podemos refrescar como la alondra refresca a sus alondritos a la vera del río, como refresca la tigresa a sus tigritos en los días de calor, como refresca… ¡cómo refresca! Prendamos la estufa” dijo la noche anterior, lo que hacía que en ese momento la temperatura ambiente superara los cincuenta y siete grados Celsius.

Entre el calor, el dolor de la frente y la pierna adormecida no pudo percatarse de las varas aromáticas que, al pisarlas, lanzaron chispas sobre el empeine de la pierna sana y prendieron la botamanga del pantalón pijamas que llevaba puesto a pedido de ella. “El monje no transita por su templo en calzoncillos de Racing” lo convenció con su mejor cara, sabiendo que era la víspera de su cumpleaños.
Fue el calor que subió por su pantorrilla derecha lo que le avisó que el fuego había tomado proporciones siderales. Apoyó la bandeja sobre el borde de la cama y, con el almohadón de plumas de ganso de Jujuy, intentó amainar la fogata sobre su extremidad.

En ese instante aprendió dos cosas que le servirían por el resto de su vida: que siempre hay que chequear las costuras de los almohadones y que las plumas de los gansos de Jujuy son sumamente inflamables y por eso es una raza en extinción. En el verano jujeño, con más de cuarenta grados de temperatura promedio, esas aves se prenden fuego por si solas y se calcinan en menos de doce segundos.
El golpeteo con las plumas saliendo del interior del almohadón hicieron que se inicie sobre su humanidad una danza de fuego propia de los festejos por fin de año de las tribus del sudeste de Rusia.

Cayó sobre su pierna y rodó sobre su eje para apagar el fuego, que cedió. También cedió la mesa de noche que, golpeada por ese rotar endemoniado, se desbarrancó sobre el estómago y lo obligó a emitir un sordo pero curiosamente sonoro quejido.
Si un hombre del bosque de Trelpinsko, en Hungría, hubiera esuchado ese sonido, lo reconocería como un cerdo anglosajón manteniendo relaciones sexuales con una cebra parda normanda.

Al escuchar el sonido, ella abrió los ojos y descubrió casi sobre sus piernas la bandeja. Sin poder creerlo y con las lágrimas de la emoción pugnando por salir en busca de sus mejillas levantó la mirada buscando a su amado y lo descubrió de rodillas a su lado tomándose la frente, con los ojos cerrados, húmedos.

“Feliz cumple” le alcanzó a decir él mientras comenzaba a llorar.

Ella, sorprendida, empezó a comer las tostadas y a contemplar la exótica belleza de la espiga.
“Por muchos más como este” le dijo “Por muchos más, amiguito que Dios te bendiga. Y que reine la paz en mi día. Y que cumpla muchos más”.

Él se tendió en el piso, cerró los ojos y buscó el lado positivo a la situación. Y lo encontró. Le quedaban trescientos sesenta y cuatro días para prepararse.

Con autorización del autor: http://max.com.ar/

martes, 16 de febrero de 2010

Seguro que te irá mucho mejor sin mí - Max Goldenberg


Si no soy yo, si sos vos, entonces ¿por qué me querés como amigo? Entiendo que quieras preservar la relación. Pero si la querés preservar, ¿por qué me pedís más espacio? Si querés más espacio, agrando el living pero me parece que me estás queriendo decir otra cosa.
Me decís que necesitás un lugar para pensar y ser vos pero que no es mi culpa, que soy tan pero tan bueno que no merezco estar con alguien como vos y que lo haces por mi, porque no soportás verme sufrir. Que necesitás alguien que me quiera de verdad. Me estás diciendo que no te perdonarías nunca hacerme daño. Pero ¿cómo me decís eso? Si no me hacés ni un café con leche… es imposible que me hagas daño.
Me siento en la escuela primaria porque me pedís distancia como me lo pedía la maestra. Me agarrás la mano y, encima, me querés convencer de que vos no me podés dar todo lo que yo te doy, que tendríamos que habernos conocido dentro de cinco años, cuando estemos más maduros y que lo que necesitás es ese tiempo para pensar qué querés de tu vida. Que soy maravilloso, sensible, simpático, gracioso, alguien con quien se puede hablar pero necesitás algo más en tu vida. Que de todos los hombres con los que estuviste, nadie es mejor que yo pero que vos ahora estás necesitando otra cosa. No entiendo… ¿querés estar con un garca? ¿Alguien que te pegue un par de cachetazos? ¿Un mudo quizás?
No te escudés detrás del verso de que no estás para un compromiso en esta etapa de tu vida. ¿No me querés olvidar? ¿Querés quedarte con este recuerdo de nosotros y no que se vaya rompiendo de a poquito, con el paso del tiempo? ¿Querés que conozca a otra gente para entenderte? ¿Que me llamó Marta, mi ex compañera de banco, la que ahora es modelo y sale por la tele y que quiere que nos veamos? ¿Pensás que eso es lo que yo quiero? ¿Eso pensás?
Ahora que te escucho bien todo esto que me decís sobre Marta y su llamado, no me lo vas a creer pero me lo acabás de sacar de la boca porque justo te iba a decir lo mismo. Pienso igual que vos. Eso siempre nos dijeron todos, ¿te acordás? Que pensamos igual pero que somos tan distintos. Todos se sorprendían. ¿Te acordás? Por algo debe ser. Cuando el río suena… es porque el agua hace ruido.
Me parece que tenés razón, que lo mejor es dejar lo nuestro acá. No quiero cerrar ninguna puerta, quizás en el futuro podamos volver a encontrarnos, ¿no es así? Yo creo en el destino, si esto es lo que vos querés, debe ser así. Estoy seguro que de acá a menos de un mes me voy a estar volviendo loco pero en este momento creo que lo mejor es que dejemos de vernos como vos me pedís y que yo llame a Marta a ver qué quiere. Aunque ella no tiene nada que ver, ¿eh? Todo tiene un principio y un final. Pero esto no es un final final… es un “hasta pronto”, un “nos vemos en cualquier momento”. Creo que es tiempo de que empiece a pensar un poco más en mi y hacer un cambio de 180 grados en mi vida. Y eso pasa porque sos demasiado buena conmigo. Sé lo que te duele ahora decirme todo esto pero entiendo que te lo voy a agradecer dentro de un tiempo. Pero ahora es cierto lo que decís y que es hora de que nuestros caminos se separen. Que dejemos esto antes de que nos hagamos mal. Vos dejame el teléfono de Marta y yo veo que hago…
Cuando tenés razón, tenés razón.

Con autorización, extraído de http://max.com.ar/

domingo, 14 de febrero de 2010

Dele Delia - Max Goldenberg


Dele Delia… dígame que si. Dígame que me quiere como yo la quiero a usted. Dele Delia, no se haga la estrecha y sienta mi corazón como si fuera el suyo. Aunque, se lo digo Delia y no lo mando a decir, el suyo está mucho mejor protegido que el mío por su busto que es un busto que da gusto, Delia. Dele… dele… no sea así conmigo. Recuerde cuando nos conocimos Delia. ¿Se acuerda? Seguro que se acuerda pero se hace la sota para no aflojar. Yo no puedo olvidarme como tropecé con su mamá en la puerta de la biblioteca. ¿Se acuerda Delia? Usted estaba con ella y justo salían cuando yo levanté la mano para saludar al Osvaldo. Pobre su mamá, Delia, que ni me vio venir y por supuesto yo tampoco a ella. Yo no sé si fue el julepe o el golpe de mis nudillos contra su nariz lo que la hizo llorar pero cuando ella gritó yo la vi a usted Delia radiante como una flor cuando llega la primavera. ¡Cómo me voy a olvidar, Delia! Dele Delia, dele. No me va estar ignorando todo el tiempo. Con todo lo que pasamos Delia. Dele… dele una limosna de amor a este ñato que la ama con toda su alma, Delia. Acuérdese Delia, acuérdese cuando compartimos ese pirulín el día de la primavera en Palermo. ¿Rememora ese momento, Delia? Usted quería una manzana con caramelo pero yo le dije que se iba a empalagar. No usted ¿eh? la manzana se iba a empalagar con tanto caramelo junto. ¿Se acuerda que me dijo que era un pelotudo y que no la moleste más y que me meta el pirulín en el traste? Yo si me acuerdo porque sus ojos me miraron como miran solamente el amor y el odio, Delia. Dos emociones tan distintas pero tan juntas que parecen hermanos, Delia. Yo le compré el pirulín igual y usted lo tiró para mi lado. Otros hubieran pensado que intentaba pegarme en la cara pero yo sé que usted me lo tiró porque quería compartirlo conmigo. Delia, dele. No me tenga en ascuas constantemente. Dígame algo, dígame que el sol sale por las noches y yo le creo, Delia. Como esa vez que me dijo que vaya hasta La Boca a ver si River Plate jugaba de local contra Sacachispas y yo fui como un tarambana enamorado. Delia Delia… Dele. Deme Delia, dele deme. Deme mentiras pero deme algo Delia. Yo tengo guardado todavía el ramo de rosas de su fiesta de quince Delia. El que usted revoleó llevando su suerte a quien lo ataje. Y lo atajé yo, Delia. ¿Es casualidad, Delia? La respuesta se la doy yo: no. No es casualidad porque yo le pagué treinta y dos pesos a su prima Amalia por ese ramo Delia. Pero ahora es mío y lo tengo en mi casa Delia. Mi madre siempre me dice que lo tire porque esas rosas podridas dejan un olor terrible en toda la casa pero a mi no me importa nada Delia. Porque lo único que me interesa es estar con usted. Dele Delia, deje que la quiera Delia. Deje que la enamore mi voz, que el sonido de mi canto la atraiga como las aves al momento de aparearse. ¿Se recuerda Delia cuando en la escuela aprendimos la “danza de la seducción” de los largartos del Amazonas y yo la reproduje a su lado en la formación del Día de la Bandera? Usted se quería morir y me pateaba porque yo estaba acostado en el piso del patio mordisqueándole los tobillos pero yo sé que eso era parte de ese baile de amor, Delia. Yo se que la largarta se tiene que hacer rogar y que los golpes que usted me daba en la cabeza con su zapato y los gritos de espanto formaban parte del ritual. Una semana tardé en que me dejaran salir del hospital, Delia, porque no podían sacar una parte de su taco de adentro de mi marote. Habrán sacado ese cacho de madera, Delia, pero no sacaron lo más importante: mi amor por usted. Dele Delia, dígame que no y no la molesto más. Dígame que me vaya y me voy. Dígame que el amor que yo siento por usted es una mentira y me doy media vuelta. Pero dígame algo Delia. Dele Delia, dele a este pobre chichipío un atisbo de cariño y con eso estoy hecho. No se vaya Delia, no llame a ese policía. Podrán llevarme, podrán alejarme con una orden de un juez como la de la semana pasada Delia; pero nunca, nunca Delia, podrán alejarme de usted. Dele Delia. Dejeme que me entere, que cese este revés. Esperé envejecer, extenderle cheques de fe. Serénese. Me frené. Cederé. Que me lleven. En vez de ser el rey seré el pebete.
Deje Delia. Deje.

Tomado de: http://max.com.ar/
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jueves, 21 de enero de 2010

Algo para declarar- Max Goldenberg


“¿Tiene algo para declarar?” me preguntas y yo te pregunto a vos: ¿Si tengo algo para declarar? Claro que tengo algo para declarar. Aca parado en el aeropuerto pero también tengo algo para declarar en la vida misma. El que te diga que no, te miente flaca. Todos tenemos algo para declarar. Lo que no sé es si todos tienen las pelotas que tengo yo para decírtelo. ¿Algo para declarar? ¿Estás segura de que querés jugar a este jueguito? Declaro que estoy podrido de hacer la cola en la verdulería, mirá vos. Hago dos horas de cola para que venga algún amigo de Don Carlos y se lleve las mejores bananas. ¿Querés que siga declarando, oficial de la aduana? Declaro que me gusta la Susana desde que la vi en el baile del Loro y no dejo de pensar en ella. Declaro que me baño una vez por semana para no perder la costumbre. No me mires asi, flaca. Yo soy creyente. Creo en el olor corporal, creo en que cada uno tiene que oler como uno huele y no como las corporaciones quieren que huela. Alguien lo tenía que decir. Yo huelo como dice mi documento: Oscar Del Mango. No huelo Rexona, ¿se entiende el concepto? Pedro Rexona olerá como él quiera. Pero yo huelo a mi. Si te gusta, mejor para vos. Si no te gusta, seguí participando flaca. Como sigo participando yo cada vez que abro una puta botella de Coca. Porque yo tomo Coca, no tomo Pepsi. O sea, todo bien con Pepsi, deben ser buenas personas pero a mi no me gusta la Pepsi. Por mas que las dos se llamen “Cola” no tiene por qué gustarme, ¿no? Yo a los melli Voltini los conozco a los dos pero a Tito lo banco y al Pupi no y los dos se llaman Voltini. ¿Si tengo algo para declarar? Declaro que me tienen podrido los taxistas que te piden que les indiques el camino porque son nuevos. ¿Que soy? ¿Un cura? ¿Un Dios superior que tengo que indicarte el camino? No señor… vos elegiste ser taxista, entonces llevame a donde te pedí. ¿Dónde se vió? Debe ser el único laburo donde vos tenés que hacer lo que estás contratando y encima le pagás. Y nadie dice nada. Es como si llamaras a un carpintero y te diga: “¿Una mesa? Como no, acá tenés el serrucho… ¿No la hacés vos que soy nuevo en esto de la carpintería? Son cuatrocientos pesos”. Lo peor de todo es que le indicás igual al tachero: “Tomá por Córdoba derecho y doblás en Juan B Justo” le indicás. Al pedo porque el tipo termina agarrando por donde se le canta el traste. ¿Para qué me preguntás? Te parecés a mi esposa que me pregunta qué quiero cenar y después termino comiendo tarta de zapallitos. ¿”Milanesa” suena parecido a “Tarta” acaso? No me mires así, flaca. Vos me preguntaste. Que espere el avión, mirá lo que te digo. ¿Está apurado el señor capitán? Que espere. Vos me dijiste “¿Tiene algo para declarar?” y bueno, acá estoy, declarando. Declaro que no bajo la tabla del inodoro. La dejo arriba. Que la baje el que venga después. ¿Yo la tuve que subir? que la baje otro. Si viene una mina que la baje y listo. Que baje la tabla y que baje los humos ya que está. No se de dónde carajos se bajan los humos, ¿no? porque todo el mundo te dice que bajes los humos pero yo no se de donde. A mi hablame claro. Si querés que me calme me calmo pero no me pidas que baje los humos porque los humos no se bajan, se huelen. Como todo esto de si tengo algo para declarar que me huele mal, me huele a gato encerrado. A gato con botas. Como las que compré en Miami hace dos días. Así que eso tengo para declarar: un par de botas. Si te gusta bien y si no te gusta, a cantarle a Gardel. Si lo encontrás.

Tomado de: http://max.com.ar/
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viernes, 3 de julio de 2009

El cuento - Max Goldenberg


¿Un cuento querés que te cuente, hijita? Pero mirá que hora es… ¿por qué no te dormís, mi amor? A ver… ¿sabés que mañana papito se tiene que levantar tempranito para ir al trabajito? Entonces cerrá los ojitos y el sueño va a venir solito. Vas a ver. Contemos juntos: a la uuuuuna, a las doooosssss y alaaaaaaaaaaaaaasssss… No no… alas tienen los angelitos, hija. No no, yo no dije “alas” dije “alaaaaaaaaaaassss” para darte tiempo hasta que llega el tres y ahí si: te dormís. ¿Sabés mamita? Dor-mis. Arrorró mi nena, arrorró mi sol… duérmase pedaz… ¿Cómo? ¿Qué se yo qué quiere decir “arrorró”, lindita? Yo nunca te dije que yo sabía todo. Dije que papá, por ser mas grande, sabe mas cosas que vos. Pero todo todo no lo sé. No, mamá tampoco. ¿Que yo le digo que ella piensa que se las sabe todas? Eso se lo habré dicho alguna que otra vez cuando discutimos, mi princesita. Pero eso no quiere decir que mamá las sabe todas. Bueno bueno… me habré confundido. ¿Ves que papá no sabe todo? ¿Ves que papá se confunde? Porque papá es como todos, tiene sueño también y se quiere ir a dormir. Entonces vamos a dormir. ¿Si? No te voy a cantar una canción, hija. Porque no. Para eso te cuento un cuentito. Bueno, uno pero corto porque papá tiene sueño. Si, un cuento y a dormir. ¿Está bien? ¿Qué? ¿Soda? ¿Querés soda ahora justo? Bueno, el cuento y después la soda. No. El cuento y la soda y punto. La canción queda para otro día, corazoncito mío. Todo no se puede. Exacto, como dice mamá cuando le pregunto si cocinó algo rico en vez de las tartas de zapallito. Tenés razón. Bueno, va: había una vez un conde que vivía en un castillo. ¿Cómo decís? No sé mi vida por qué no vivía en un departamento como el nuestro. Que se yo. Porque es chico. No, no… mamá no tiene razón nada cuando se queja que vivimos en un sucucho de dos por cuatro. ¿Mamá es conde? No no, yo pregunto si mamá es conde no si esconde. Ya sé que esconde mamá. No linda, no digo que mamá es conde digo que estoy seguro que mamá esconde. Cosas. Golosinas por ejemplo. No, hijita, no podés comer golosinas. Prestá atención: resulta que el conde se esconde. ¿Dónde se esconde el conde?… ¿Cómo decís? No no… en el cuartito del lavadero no, mi vida. Nadie puede esconderse en el cuartito ese. ¿Qué señor? Esperá, lucecita de mi ser, ¿qué señor viene cuando yo no estoy? No entiendo… ¿El lustrador? ¿Qué lustrador? ¿Qué cuernos? ¿Cómo? ¿Qué el señor le dice a mamá que compre algo para lustrarme los cuernos y ellos se matan de risa? Uy, pero que graciosos que son… Sabés que yo no tengo cuernos, dulce… así no puede lustrarme ningún cuerno, ¿no? Mejor dormite que tengo que hablar con mamá. No no, no pasa nada. El tema es que no puede quedarse un señor en ese cuartito porque le puede hacer mal, ¿sabés? Y me parece que mamá debería cuidar que no pase. ¿Entendés? Entonces le voy a preguntar eso. No hija, nada mas le voy a preguntar. ¿Por qué me lo decís? ¿Qué mensajito? ¿Mamá vió un mensajito en mi celular? No hija, no tengo ninguna amiguita yo. ¿Por qué me preguntás, hermosa de mi corazón? Ah… no no… mamá seguro se confundió cuando dijo que yo tengo que dejar de salir con mis amiguitas o el señor que lustra iba a limpiarme a mi. Es chistosa mamá, ¿sabías? Jajaja… ay que risa… jajaja… si si, yo me río así ahora, hijita… jajajamejor no le digo nada a mamá ¿no? Y vos tampoco, ¿claro? ¿Para qué la vamos a preocupar? Total el señor que lustra debe estar cómodo cuando se esconde… Si si, como el conde, como el conde. Tomá la soda y dormite haceme el favor.

Extraído de: "http://max.com.ar/2009/02/23/el-cuento/"

jueves, 25 de junio de 2009

Dame un beso, Kiss – Max Goldenberg


—Hola, cabo Kiss
—Uy, no empecés, Pato.
—Cabo, lo acabo. Allá yo, acá vos.
—Pato… no podés ser tan pelotudo
—Se lo digo de cabo a rabo, cabo: esto acabó. No de cabotaje: en Cabo de Hornos, en Cabo Cañaveral, en Ciudad del Cabo. Lleve a cabo, cabo, lo que le acabo de decir.
—¿A vos te pagan por decir boludeces? Me parece que estás en cualquiera. Te burlás de mí.
—Escuche, cabo Kiss, yo no me burlo de su investidura. Después de todo, el que habla es un masculino de aproximadamente treinta años de edad que se hace presente en el domicilio del cabo antes mencionado cuyo apellido se puede traducir como “BESO”. El dicente lo saluda propinándole un beso al precedentemente nombrado cabo Kiss o Beso en la mejilla derecha al mismo tiempo que con la palma de su mano izquierda le ofrece dos golpecitos en el omóplato derecho del oficial de la policía. Este golpeteo es aceptado por el cabo Kiss o Beso como parte del ritual masculino de salutación confraterna repitiendo simultáneamente el cabo Kiss o Beso el mismo procedimiento para con el dicente, de tal manera que se puede colegir que existe una amistad entre los masculinos.
—Pato, te lo digo en serio. Cortala. Yo no te jodo a vos con tu laburo o tu apellido. ¿Te gustaría que lo hiciera?
—En ese instante el cabo Kiss o Beso procede a intimidar al dicente de manera virulenta, atosigándolo con improperios y amenazas para con su trabajo y/o el apellido heredado de su progenitor masculino. Esta provocación origina una discusión entre el dicente y el cabo Kiss o Beso que no lleva a nada. Porque Nada posee movilidad y se desplaza por sus propios medios o automóvil.
—Decí que te quiero sino… te mato, Pato.
—El cabo Kiss o Beso procede luego a chantajear de manera improcedente al dicente bajo el engaño de entrega de amor o cariño a cambio del perdón de la vida. El dicente advierte esta coacción y se rehúsa a entregar su corazón. Mucho menos al cabo Kiss o Beso.
—La verdad es que no te cansás nunca vos, ¿no?
—El dicente consensúa con el cabo Kiss o Beso con relación al cansancio, agotamiento y/o extenuación que presenta luego de una charla plagada de improperios y, por qué no, injurias para con él de parte del cabo Kiss o Beso motivo por el cual el dicente decide retirarse al lavabo o excusado para realizar tareas propias del cualquier ser humano o animal que desea expulsar de su interior el material fecal que no desea mantener. Se retira entonces al decir “ME VOY A ECHAR UN CAGO Y VUELVO”.
—Ah que lindo… con ustedes: el embajador. ¿Ves cómo sos? Me gastás a mí y terminás siendo un guarango. Como siempre, bah. No sé de qué me quejo si siempre fuiste igual. Ahora serás el comisario pero yo te conozco, mascarita.
—Cabo Kiss… déjese de joder, carajo. Usted me cansó. Será mi hermano pero yo soy el comisario Kiss así que hágame caso y raje de acá. ¿Sabe qué? Archívese Kiss. Archívese.


Tomado de: http://max.com.ar/


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miércoles, 17 de junio de 2009

El rotor del mengalope - Max Goldenberg


En el viejo taller de Palermo, Tito Gómez levanta el capó y menea la cabeza. Lorenzo lo mira, preocupado, porque sabe que sabe que no sabe sobre motores ni quiere saberlo. Entonces tiene que hacer de cuenta de que es un experto. Se acerca a Tito, que ahora se muerde el labio inferior mientras sigue moviendo la cabeza.
—¿Y Tito? ¿Es el paso a paso, no?
—Ma que el paso a paso… este auto tiene la rosqueta de tirbulato jodida. Encima para llegar a la puta rosqueta hay que levantar el motor…
Cuando Tito pronunció esa frase, a Lorenzo le corrió un escalofrío por toda la espalda. No tenía ni idea de mecánica pero sabía que “levantar el motor” equivalía a sacrificar las vacaciones y parte del living.
—¿Estás seguro, Tito, de que es la rosqueta? Capaz que si entramos por abajo, llegamos directo sin tocar el… ¿cómo se llama?
—¿El rotor de mengalope? —ayudó Tito.
Lorenzo siempre se preguntaba quién era el que inventaba los nombres a las partes de los autos. Nunca “manguerita” o “tornillito” que era lo que al menos él veía cuando desarmaban los mecánicos sus autos. Seguro que el que decidía las nomenclaturas buscaba a propósito nombres complicados. “Ah… ¿querés saber de autos y motores? Bueno, aprendete los nombres” debe haber pensado el muy turro.
—¡Eso! —exclamó Lorenzo sin tener la menor idea de lo que hablaba—. El rotor de escalope.
—Mengalope, Lorenzo. Mengalope.
—Bueno, es lo mismo Tito. Nos mandamos sin tocar el rotor y le damos a la rosqueta de triunvirato.
—Tirbulato.
—¿Es una rosqueta?
—Sí.
—Listo, Tito. No rompas las bolas. ¿Le damos o no le damos?
Una de las cosas que Lorenzo había aprendido era a hablar en la primera persona del plural con los mecánicos. Unirlos, que se sientan en el mismo grupo que uno. Nada de menosprecio sino todo lo contrario. Dar noción de cofradía. Siempre el plural hace que todo parezca menos difícil solamente porque uno va a estar ahí con el mecánico, codo a codo. Aunque sea para molestar.
—No sé Lorenzo, no sé. Si ponemos el auto en el foso, yo me meto por abajo directo pero si toco el rotor de mengalope se caga la tira de bueye y ahí sí estamos fritos.
—Bueyes
—¿Cómo?
—Digo, o es buey o es bueyes. Pero bueye no puede ser Tito. Pensalo. Además, ¿tira de bueyes? ¿qué carajos es la tira de bueyes?
—Es bueye. La tira de bueye es una manguerita que une el tornillito del retén con el tornillito del otro retén.
—¿Y entonces por qué no le dicen manguerita y listo, Tito?
—Que sé yo Lorenzo. Se llama así. ¿Yo te pregunto por qué te llamás Lorenzo? No. Te digo “Hola, Lorenzo” y listo. Vamos a levantar el motor y dejate de joder. Eso sí, va a estar salado el tema.
—Yo soy hípertenso, Tito. No puedo comer sal. Así que hagamos algo sin sal y no hay problemas. Je je…
El humor siempre fue de la mano con la mecánica general. Lorenzo sabía de ese tema y trataba de ser simpático y entrador con los mecánicos. Ellos eran personas muy raras pero a las que les gustaba el buen humor y la alegría. Tener a mano algunos chascarrillos siempre era una buena idea.
También sabía que no había que demostrar las flaquezas frente a un mecánico porque era la perdición. Si ellos detectaban la mínima vacilación, la duda más leve, el parpadeo oscilante de cualquier ojo, caerían sobre el dueño del automotor como un león hambriento sobre los pobres cervatillos. Había que ser firmes, confundirlos, hacerles creer que se sabía del tema. Que los mecánicos hacían el trabajo sólo porque uno no quería ensuciarse las manos.
—Tito —empezó Lorenzo sin dejar lugar a ninguna injerencia de nadie en el taller—, me parece que si el piterospolum o vale se funde con el danonino puede lograr que el big mac se raspe y haga que el cucurucho bañado no funcione como corresponde. Si levantamos el motor, la rosca de pascua se chicle jirafa y ahí estamos sonados. Lo que yo creo es que hay que agarrar la llave inglesa y darle y darle sin pasar por el cid campeador y mandarse de lleno por abajo para no saturar el parque centenario porque si pasa eso, bueno… estamos al horno con papas nuasét, el rotor de mengalope y la tira de bueye.
El secreto es siempre terminar con algo que el mecánico haya dicho. Envolverlo como sea pero jamás hay que finalizar con cualquier cosa. Siempre, siempre, siempre con algo de verdad.
—Lorenzo —dijo Tito secándose la frente con una franela verde musgo—, no te entendí un carajo. Pero dejame el coche y venilo a buscar mañana a la mañana que de alguna forma lo resolvemos.
Lorenzo saludó a Tito con dos golpecitos en la espalda y salió del taller con una sonrisa en la cara. Paró un taxi y se fue al café del Turco García. De pronto, le había agarrado hambre.

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domingo, 24 de mayo de 2009

Queridos compañeros – Max Goldenberg



Queridos compañeros… gracias por venir al acto de clausura. En este acto los compañeros se han reunido para dar cierre a una campaña inolvidable, queridos compañeros. En esta campaña hemos recorrido un largo camino que nos llevó hasta este momento final en el que nos reunimos y sentimos que somos un solo trabajador. Como dijo el general: “Si nos unimos, quedamos pegados. Y lo que se pega, nada nada lo despega”. Entonces, queridos compañeros, este es un punto de inflexión, un punto final, un punto y aparte. A parte de la población trabajadora que nos han mentido les digo lo que decía el general: “A llorar a la iglesia. A llorar a la catedral. A llorar al Vaticano. Y que el Papa se haga cargo o se haga puré".
Todavía recuerdo, queridos compañeros, cuando comenzamos esta trayectoria, esta carrera por llegar primero y luchar por nuestros derechos. Tuvimos que luchar y negociar con la patronal en pos del bien común, queridos compañeros. Todavía recuerdo… todavía recuerdo… ¿todavía recuerdo, queridos compañeros? La respuesta es “si”. Todavía recuerdo cuando nos pusimos firmes frente a los oligarcas dueños de las empresas para reclamar un ajuste en nuestros salarios. ¿Nos fuimos? No. ¿Hicimos huelga? Sí, queridos compañeros. Hicimos huelga setenta y dos meses. En el camino perdimos algunos trabajadores cuando los empresarios dueños del país iniciaron los despidos masivos. ¿Eso nos acobardó, queridos compañeros? No. Seguimos y seguimos hasta que logramos lo que quisimos: un aumento del trescientos por ciento para mí y una promesa de mejora para todos ustedes dentro de muy poco tiempo. Y eso lo hicimos juntos, queridos compañeros.
En este momento de balance, cuando llegamos a un punto de cierre, se me vienen muchas anécdotas para compartir con ustedes. Como cuando nos quisieron intimidar mandándonos la policía para persuadir nuestras protestas en contra de la reducción en la planta. ¿Y qué hicimos, queridos compañeros? Fui yo en persona a dialogar con el jefe del operativo y decidí por el bien de todos ustedes que terminemos con la violencia y que cada uno se fuera a su casa a descansar. Se, queridos compañeros, que muchos han querido atribuir la compra de mi nueva casa a ese acuerdo pero no se dejen engañar. No caigan en las provocaciones sin fundamentos. Porque esa casa, queridos compañeros, fue fruto de una donación que la Policía Federal hizo hacia mi persona queriendo comprar mi silencio. Yo acepté esa casa, queridos compañeros, solamente para hacerles ver que podrían regalarme eso y mucho más y que no me callaría. Y lo hicieron. Me dieron la camioneta y la lancha y aún así aquí sigo. Y sigo por todos nosotros, por nuestra lucha y nuestra unión. Sigo, queridos compañeros, por ustedes.
El presidente de la nación ha querido ensuciarnos diciendo que éramos una manga de vende patrias. Y es mentira, queridos compañeros, es mentira. Seríamos vende patrias si tuviéramos algo para vender pero no tenemos nada, queridos compañeros. Lo que tenemos lo hemos ganado con el sudor de nuestra frente, con el sufrimiento de nuestros trabajadores, con nuestros viajes pagados por los empresarios. Porque si, queridos compañeros, hemos viajado. Perdón… me corrijo: he viajado junto con los empresarios. Miami, Madrid, New York, Roma… a todos esos lados. ¿Por qué? Porque de esa forma, queridos compañeros, pude entenderlos. Pude meterme en su mundo de lujo y de confort, queridos compañeros, y así poder negociar hábilmente para conseguir mejoras para todos. Hasta el momento, queridos compañeros, solo conseguí mejoras para mí. Pero eso lo he hecho solamente como práctica para cuando, mas adelante, se venga la verdadera negociación para todos nosotros, queridos compañeros.
Ahora nos encontramos aquí, queridos compañeros, cerrando esta campaña haciéndole frente a las denuncias de sobreprecios en la compra de los insumos. Yo les respondo a esas injurias, queridos compañeros, diciéndoles que sobre precios no hablo. ¿Sobreprecios es conseguir buena calidad? ¿Sobreprecios es recibir un sobre? Queridos compañeros… yo he recibido un sobre con precios, no sobreprecios. No se dejen confundir… un sobre con precios especiales y, por qué no, alguna muestra de generosidad por parte de los proveedores nuestros.
Queridos compañeros: veo muchas caras de emoción, veo muchos amigos de años que se enjuagan lágrimas de tristeza por este acto de clausura. Queridos compañeros, quiero decirles que por más que clausuren nuestro sindicato y yo tenga que pasar un tiempo en la unidad de detención, que yo me niego a llamar cárcel, mi espíritu quedará con ustedes. ¿Es defraudar y estafar querer lo mejor? Queridos compañeros… ¿qué son esos aplausos? ¿Son para mí? ¿Acompañan mi caminar? Muchos podrían confundir sus gritos con vítores de alegría y felicidad por mi salida. Mas yo se que lo hacen para evitar las listas negras y las represalias.
Queridos compañeros: simplemente gracias.

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jueves, 14 de mayo de 2009

Mauricio Almadébil, el amo de la bailanta - Max Goldenberg


Cuando el cantor de tangos Mauricio Almadebil se decidió por la bailanta, se generó un clima espeso. Él había sido el abanderado de esa queja en forma de lamento interminable, de ese devenir de vicisitudes e infortunios que los amantes del tango tanto habían adorado. “Yo canto porque me gusta, yo nací para cantar” fueron las escuetas declaraciones de Almadebil cuando debutó en el festival de música bailantera de González Catán, Provincia de Buenos Aires, en Argentina. Allí presentó su primer disco bailantero que tituló “A esa perra le gusta mover la cola”. El éxito fue inmediato. Almadebil tenía el talento que pocos tienen, el don de la palabra fácil, esa palabra que se comprende con el simple ejercicio de leer. El tema “Esa cachorra me hace miau miau” fue bailado y festejado por todos los fanáticos de ese género que recibieron a Almadebil no solo como uno más sino como el nuevo referente de ese movimiento musical. “Esa cachorra me menea / esa cachorra me hace miau / esa cachorra me pelea / la corro, la atrapo y hago guau” llegó a ser el ringtone mas bajado del año, el estribillo mas cantado en las canchas de fútbol de Argentina y de Israel. Cuando los amantes del tango le pidieron explicaciones, el autor de “Canta la percanta” los enfrentó a la realidad de los hechos: “Mis amigos: el tango me dio todo. Me dio fama, me dio dinero, minas, tragos, noches con amigos. Pero también me dio amarguras y desencuentros. Como me pasó con Martita Pietralonga, el gran amor de mi vida. Cuando compuse “Vos me hiciste bolsa pero igual te quiero, cabaretera” intenté reflejar todo lo que sentía por ella pero utilizando metáforas, rimas y artilugios que son comunes pero que evidentemente ella no comprendió. Me dejó con un “te quiero pero me hacés mal” en la boca. Nunca pude superar ese desencanto. Nunca jamás una mina me caló tan hondo como ella. Jamás pude recuperarme de aquel corazón roto que quedó en mi mano, palpitando por última vez el calor de su amor. ¿Se entiende mas o menos lo que quiero significarles, queridos amigos? Ella nunca me perdonó haber intentado reflejar nuestro afér en un tango. “Ella estuvo a mi lado / ella leyó mi amor / Ella contó mi dinero / ella se lo llevó” lo escribí intentando reflejar su candor sin igual. La mina cuenta mi dinero porque intenta realizar una operación bursátil para obtener ganancias y luego así regresar al hogar llena de tarasca para compartir con su amante. Pero no sé qué entendió. Es que cuando las minas le buscan el pelo al huevo, créanme, lo encuentran. “Mi vida es un martirio / mi vida es un horror / yo te pido, querida / tomate el buque hacé el favor”… ¿qué tiene de malo? ¿dónde hay una agresión en ese fragmento de mi tango? El tipo no quiere que la mina sufra junto a él y le ofrece un pasaje a Punta del Este en ferry para que se relaje y descanse. De esa forma no comparte con su hombre ese pesar que lo aqueja. Pero no. Ella se enojó conmigo porque creyó encontrar en mi letra una afrenta que no se puede perdonar”. “Es por eso samigos, que dejé el tango. No es para mí. Con la bailanta me puedo expresar libremente. Es un género donde el doble sentido, la metáfora, las imágenes sugerentes, la pasión disfrazada, no existen. Las letras obligan a lo llano, porque tienen que ser simples, sin sutilezas. Una flor es una flor. Una caricia, un milagro. Porque la gente que escucha esa música no es como ustedes o yo. No son refinados amantes de la literatura cantada. Son casi analfabetos que bailan apenas escuchan los primeros compases de cualquier canción. Por eso mismo las letras tienen que ser sencillas, directas, que peguen donde tienen que pegar: en ningún lado”. Decidido a romper con el molde y las diferencias, instó a los tangueros de ley a que se unieran a los bailanteros. En ese devenir de emociones cruzadas, compuso su gran canción “La negrada se las ve negras con la negra” donde mezcló sabores para el pueblo y para su gente. “La negrada está de fiesta / todos ya quieren bailar / nadie nadie ya trabaja / pa que si podemo afanar” hizo que el mundo cumbianchero le diera la espalda. Nadie le perdonó que, desde su lugar, hiciera esa crítica feroz contra un mundo que no le pertenecía. “Ellos critican sin saber” se defendió Almadebil en la última conferencia de prensa que brindó a los medios especializados. Se paró frente a los periodistas y dijo lo último que se escuchó de Mauricio Almadebil: “La verdad de la milanesa es que el pan rayado no es pan ni está rayado, el que no quiera verlo es porque es mas ciego que el que no quiere ver”. Se fue de esa sala atestada de gente que, en silencio, intentaba en vano interpretar lo que ese hombre había querido decir. Días después se publicó el último tema de Mauricio Almadebil titulado “Adiós a Dios” cuya estrofa mas elocuente dice: Me voy, loca linda
me voy y te dejo sin silencios
me voy tocando timbres y soles
me voy y te dejo los inciensos
No me llores al verme partir
no me llores porque no regreso
te dejo mi papel celofán
te dejo mi sangüich de queso
Nunca más se lo vio al cantor de tangos, al grande entre los grandes, al compositor del pueblo y también de los poderosos. Solamente él pudo lograr lo que pocos: unir voluntades y sensaciones. Porque todos, ricos y pobres, coincidieron por primera y quizás última vez en algo: ninguno lo extrañó.

Extraído de: max.com.ar

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domingo, 10 de mayo de 2009

De frente manteca - Max Goldenberg


Yo te digo algo, Rober. Te lo digo y no te lo mando a decir. Porque tengo la frente alta y porque me gusta ir de frente. De-fren-te. De frente manteca. ¿Y del otro lado? Del otro lado ponele lo que quieras pero de frente: manteca. Porque así soy yo. Honesto. Sincero. Sin cero problema en decir lo que pienso. Y lo que no pienso, no lo digo. No lo digo porque a mi nadie me hace decir lo que yo no quiero. Digo lo que digo porque se me viene a la cabeza y, de ahí, ¡PUMBA! a la boca. Sin escalas. ¿Te gusta? Mejor. ¿No te gusta? Ponele sal si no te gusta. Sal a gusto. A tu gusto. No al mío. Porque mi gusto no es el de la mayoría. ¿Sabés por qué, Rober? Porque yo no me muevo “en rebaño”. Me muevo solo. Como la gelatina, que se mueve cuando la sacás del molde. Bueno, así me muevo: solo. Solito y solo. Yo no soy títere de nadie. Nadie mueve los piolines de este muñeco. Chupate esa mandarina. O chupate lo que vos quieras, Rober. Porque a mi no me gusta la mandarina y si no me gusta, no la chupo mirá vos. Ni la mandarina ni los dedos me chupo. ¿De dónde salió eso de chuparse los dedos? Quiero verte a vos chupándote los dedos después de desarmar un radiador, Rober. Porque los dedos limpios se los chupa cualquiera. Si sos valiente, si vas para adelante como tren bala, tenés que chuparte los dedos sucios. Sucios como los laburantes. Porque yo me hago respetar. Como laburante y, por qué no, como persona. Persona con pe de “no tengo pelos en la lengua”. Con pe de “digo todo lo que pienso”. Con pe de “piedra libre para todos los compañeros”. Porque yo siempre fui así, Rober. Siempre. Esperaba hasta el final para poder librar a todos mis compañeros. Incluso a los que odiaba. O libraba a todos o a ninguno y me dejaba atrapar Rober. Uno no puede quedarse en el medio. ¿Sabés lo que pasa con las personas que se quedan en el medio, Rober? Las pisan los autos, Rober. Y a mi no me pisa nadie. Yo la pizza me la como. Con fainá y aceitunas verdes. Verde esperanza. Esperanza de que todo cambie y que la gente se juegue como hago yo. Que me la juego. Y eso es lo que te quería decir, Rober. ¿Te acordás de los cien pesos que me prestaste? Me los jugué a la quinela. Y perdí.


Tomado de: http://max.com.ar/


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sábado, 2 de mayo de 2009

Je, je, je, Jesús - Max Goldenberg



- A ver alumnos… Si tengo diez invitados a almorzar y tengo un pan para cada uno pero resulta que llegan siete invitados más ¿Cuántos panes le tocan a cada uno?
- Uno a cada uno, señorita.
- Jesús… ya me tenés cansada con ese tema. ¿Cómo vas a hacer para que le toque un pan a cada uno, me querés decir?
- No sé, señorita, sólo el que provee, proveerá. El que peque, pecará. Pescará mejor dicho. Algo se pescará si peca, señorita. No peque, señorita. Hágame caso.
- Pero… Jesús… ¿Cómo me vas a decir eso? A vos no te importa si peco o no peco. No es tu problema.
- ¿Está libre de pecado, señorita?
- Pero por supuesto, Jesús. ¿Qué pregunta es esa?
- Entonces arroje la primera piedra y fíjese si hace patito en el agua, señorita. Yo la voy a buscar si necesita.
- Ni me hables del agua, Jesús. Ya me enteré de lo que andás haciendo en natación. Y no es gracioso. La profesora está muy asustada. Eso de andar caminando en el agua no es gracioso, Jesús.
- Yo les digo: pidan, y se les dará; busquen, y encontrarán; llamen, y se les abrirá la puerta. Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, encuentra; y al que llama, se le abrirá. Y si no llama, use el magiclick, señorita.
- Ay, Jesús, Jesús… vos y tus dichos. Yo no sé qué voy a hacer con vos, Jesús.
- Haga conmigo lo que haría con usted, señorita. Porque el que hace, deshace. El que teje, que haga un echarpe que viene el invierno y sólo quien sufra el frío sabe lo que es un niño hambriento. Y un niño hambriento es un niño que le va a romper la paciencia, señorita.
- Estem… no entendí nada, Jesús. Alumnosss… por favor… alguien que vaya a la dirección a buscar el mapa para la lección de geografía. ¿Nadie quiere ir? De acuerdo: alumno Lázaro. Vaya usted. Lázaro… ¿no me escucha? ¿qué le pasa, Lázaro? ¿está muertito?
- Lázaro… levántate y anda. Anda hasta la dirección en busca del mapa, del camino, del lienzo donde se dibujan montañas y mares. Anda, Lázaro, anda mientras puedas. Yo sé lo que te digo. Y si no andas tú, que ande Pilatos. ¿Cómo que no te importa, Pilatos? Vamos vamos, no te laves las manos…
- ¡Jesús! No se meta usted. Siempre haciendo lío, siempre metiéndose en defensa de los demás. ¿Quién te creés que sos, Jesús? Acá sos uno más. No quiero oirte, no quiero escuchar más lo que tengas para decir. ¿Estamos de acuerdo?
- Señorita… me está crucificando…
- No, señor… estoy tratando de dar clases como se debe. Y me cansé de darte explicaciones de todo lo que hago o dejo de hacer. Acá soy yo la señorita y vos el alumno. Ya me lo advirtió tu compañerito Judas. Me contó todo lo que hacés y tiene razón: basta.
- Judas no sabe lo que hace. ¿Sabes qué, Judas? Te perdono. Y a usted también señorita. Porque sólo quien perdona puede comprender cuánto importa el perdonar. Y el perdonar, señorita, sólo se recibe cuando se es perdonado mas, cuando no lo es, no lo es.
- Jesús… Me cansaste: andá a ver al director.
- No me haga la cruz, señorita.
- Te vas a la dirección, Jesús.
- ¿Cuál es la dirección correcta, señorita? ¿La que marca usted, la que marco yo, la que marcó Polo? Porque Marco Polo tuvo su rumbo. Dijo: yo, Marco Polo, marco polo. Y fueron todos para allí, para el polo. Con el tiempo les fue bien y pusieron una heladería. Mas el frío del polo no se compara con el frío del desamor, señorita. Entonces… ¿voy o no voy? ¿ser o no ser? ¿Azúcar o edulcorante?
- Azúcar, Jesús. Azúcar.
- ¿Cuántas, señorita?
- Con tres está bien, Jesús. Gracias.
- No… gracias a usted.

Extraído de: http://max.com.ar

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