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lunes, 1 de agosto de 2011

Edición, seleccionar, cortar, pegar - Anna Rossell Ibern


El anunciado debate parlamentario había suscitado enorme interés en todo el país. Cierto que el resultado de la votación era algo más que previsible. Ahí no se esperaba sorpresa alguna. En este sentido se trataba de una sesión rutinaria. Pero el tema revestía la trascendencia suficiente como para despertar grandes expectativas entre aquel sector morboso de la ciudadanía aficionada a seguir de cerca los posicionamientos políticos de los partidos y las peripecias retóricas de los diputados.
Insólitamente, aquel día las intervenciones estaban siendo, casi sin excepción, de una calidad inusual. ¿Existían los milagros? Sin embargo esto no fue nada comparado con la impresión que causaron entre parlamentarios y telespectadores las palabras del presidente del partido conservador, a quien se vio palidecer por momentos ante las cámaras, abrumado por su propio texto, repentinamente trasgresor e incoherente. Después de balbucir un final torpemente improvisado, el mandatario abandonó el estrado, evidentemente azorado, entre socarrones comentarios y risas de la oposición y la perplejidad dibujada en las caras de sus correligionarios.
Lejos de allí alguien se abalanzaba como loco sobre el ordenador de su despacho para comprobar lo que ya era más que una sospecha, y cayó fulminado sobre su silla cuando vio que, efectivamente, al componer los textos había intercambiado, por error, párrafos de archivos distintos. No quería ni pensar el revuelo que se armaría en el congreso cuando el respectivo contrincante leyera su intervención.


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jueves, 9 de junio de 2011

El valor de la ortografía - Anna Rossell Ibern


Le estaba muy agradecido a su colega mexicana por haberle ofrecido su casa mientras tuviera que quedarse en la ciudad. No era mucho tiempo, sólo el mes que duraba el seminario que debía dar en la universidad como profesor invitado. No tener que buscar alojamiento le ahorraba muchos problemas. Además estaría solo, a sus anchas. Su condición de fumador empedernido le planteaba a menudo serias dificultades de convivencia. Era una suerte que ella hubiera tenido que ausentarse por cuestiones de trabajo precisamente en las mismas fechas. Antes de emprender el viaje se habían escrito un par de correos. Él le había preguntado si tenía que ocuparse de algo a su llegada y ella le había contestado escuetamente: “No, abra la llave del gas. Anteayer detecté un grave problema y la cerré, pero ya llamé a la compañía”. Siguiendo a pies juntillas estas instrucciones, eso fue lo primero y lo último que hizo apenas hubo entrado y dejado la maleta en el recibidor. La explosión causó graves daños en todo el vecindario. Con las prisas ella había escrito una coma de más en su correo. La coma lo mató. Sin embargo ella insiste en que fue el tabaco.


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Anna Rossell

martes, 31 de mayo de 2011

Enfermedad crónica - Anna Rossell Ibern


Abrió y cerró la puerta tras de sí. El cuerpo encogido, casi acurrucado, en un rincón sombrío del comedor y la mirada de espanto de su mujer le revelaron que el terror la había vuelto a poseer, como sucedía tan a menudo desde hacía años. Los episodios de pánico habían empezado en seguida, casi inmediatamente después de casarse, y eran cada vez más frecuentes. Él seguía queriéndola, pero debía reconocer que aquella enfermedad había alterado sustancialmente su relación. Ella se había convertido en un ser asustadizo e inútil, no hacía nada del derecho y él tenía que soportar aquella carga que ya empezaba a pesarle demasiado. Sintió un golpe seco y contundente en la nuca y se desplomó como un saco. En la ambulancia, camino del hospital, retumbaba en su cabeza la voz cargada de odio de su hija: “¡Nunca más volverás a ponerle una mano encima! ¡Nunca más volverás a maltratarla! ¡Nunca!”


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Anna Rossell

jueves, 19 de mayo de 2011

Desencuentro - Anna Rossell Ibern


La muerte de Agustina había devuelto a Doña Francisca a su pueblo, del que había partido hacía cuarenta y tres años. Se había jurado a sí misma no volver jamás. Desde entonces se había negado a saber nada de su hermana, con la que había roto definitivamente. Sin embargo, la llamada que le anunció el óbito no la dejó indiferente. A pesar de todo, la desaparición de Agustina reclamaba su presencia en la última despedida. Sólo se preguntaba si tendría fuerzas para volver a ver a Jaime, su cuñado, el amor que su hermana le había arrebatado y a cuyo recuerdo ella se había entregado para siempre. Cuando el taxi se detuvo ante la iglesia, los vecinos estaban ya congregados para el responso, a la espera de la llegada del féretro. Nadie pareció reconocer a Francisca, que se colocó discretamente en un rincón. Pero el cura, que al verla entrar había quedado aturdido, no pudo oficiar la misa. A Mosén Jaime hubo que ingresarle de urgencia por infarto.


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Anna Rossell

domingo, 15 de mayo de 2011

El orate visionario – Anna Rossel Ibern


Le llamaban “El orate visionario”. No había nacido allí. Había llegado al pueblo de pequeño, con una tía suya, que había tenido que tomarlo a su cargo cuando se quedó huérfano. Nadie sabía a ciencia cierta qué edad tenía Pedro, nadie había cruzado nunca una palabra con él. Pedro no hablaba. Sólo decía “mamá”. Deambulaba por las calles sin rumbo fijo, echaba a correr de pronto sin motivo alguno y se agazapaba detrás de un matorral o se metía en un portal como para resguardarse de un grave peligro. El apodo de visionario le venía por la expresión que adoptaban a veces sus ojos cuando se detenía de repente y se quedaba mirando a un punto fijo, aterrorizado, temblando y petrificado al mismo tiempo. Ni las burlas ni los empujones de los chiquillos conseguían sacarle de aquel ensimismamiento, que sólo se rompía cuando su tía acudía a rescatarle y se lo llevaba a casa cogido de la mano. “Mamá, mamá”, decía entonces con voz entrecortada.
Así transcurría su vida desde los cuatro años, cuando su padre degolló a su madre en su presencia y se descerrajó después un tiro en la sien.

© Anna Rossell
http://annarossell.blogspot.com/

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Anna Rossell