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martes, 25 de enero de 2011

El café frío – Martín Gardella


Como todas las mañanas, leía el diario mientras tomaba un café cerca de la oficina. De repente, vi aparecer a Eduardo cruzando la puerta. Hacía mucho que no lo veía al flaco; estaba casi igual que la última vez que nos habíamos encontrado, algunos años atrás, en esa misma cafetería.
Se acercó caminando directo hasta mi mesa y festejamos el casual encuentro con un abrazo amistoso. Lo invité a sentarse y tomar un café conmigo. Le conté acerca de mi vida, de cómo estaban los chicos, mi esposa, los perros, nuestros amigos en común. Sin embargo, él me escuchaba en silencio, con apatía, apuntando su mirada triste hacia la tacita de café que se enfriaba pasivamente. A pesar de mis preguntas, no quiso contarme nada acerca de sus cosas, salvo algunas quejas por tener demasiado tiempo libre en esos días. Al despedirse, noté que lo estaba haciendo para siempre. Se alejó sin darse vuelta, arrastrando los pies, esquivando las mesas tardamente. Estaba raro.
Me quedé leyendo el diario por un rato. Descubrí que el nombre del flaco se repetía varias veces, escrito en negritas, entre las necrológicas.

lunes, 3 de enero de 2011

La mudanza - Martín Gardella


Un día, mi cuerpo se cansó de mí y me abandonó de golpe. Se levantó, se baño, se lavó los dientes y salió a la calle sin decir una palabra, con el ánimo visiblemente alterado. Yo lo observaba atónito desde la cama, ya que no podía levantarme sin mis piernas. Algunas horas más tarde, escuché unos ruidos extraños en la puerta, como si alguien estuviera forzando la cerradura. De pronto, la puerta se abrió y vi entrar al encargado del edificio con un policía que tomaba notas en una libretita.
–Aquí es donde vivía el pobre hombre –le dijo–. No tenía familia, ni tengo a quién avisar.
–¿Quién les dio permiso para entrar a mi casa? –les pregunté enojado.
Pero no obtuve respuesta. Claro, como no puedo moverme, ellos se burlaron de mí, hicieron de cuenta que no escuchaban mis reclamos, y me dejaron aquí abandonado por varios días.
Hoy recibí la visita de dos hombres corpulentos vestidos con uniforme de una empresa mudadora. Sin pedirme autorización, comenzaron a cargar mis muebles. Ya llevaron la mesa de la sala, la heladera y el sofá. El más corpulento de ellos me apunta con el dedo. “Desarma la cama y cargala en el camión”, ordena, y el otro se acerca con un destornillador.

Martín Gardella

lunes, 27 de septiembre de 2010

Mi propio otoño - Martín Gardella


Hace casi veinte años que me hago cortar el cabello por el mismo peluquero. Mudó de local, incluso de barrio, y a pesar de todo sigo siendo un fiel cliente de su peluquería. Será por tener edades similares que, además de la típica relación estilista-cliente, logramos con el paso del tiempo construir algo muy parecido a una amistad. La mayoría de las veces me retiré del local muy conforme con su obra y solo en algunos casos tuve que volver para un fino retoque, pero últimamente no hay corte que me satisfaga, pienso que está muy corto, que sigue largo o que se nota demasiado el remolino que detesto desde que era un niño. Cambié mi peinado y le pedí que modificara el estilo y, sin embargo, aún hay algo que me deja disconforme frente al espejo. Busqué múltiples razones para culpar al peluquero pero debo reconocer su inocencia. Nadie puede vencer al paso del tiempo que lentamente se revela en los cabellos que me abandonan por las noches sobre la almohada o taponan el desagüe de la bañadera. Es evidente que está llegando mi propio otoño, solo espero que mi estilista continué siendo suficientemente hábil para ayudarme a disimularlo.

Tomado de: http://ficcionminima.blogspot.com/

jueves, 26 de agosto de 2010

Las bellezas del mar - Martín Gardella


Una tarde de otoño, el dios Poseidón organizó un concurso de belleza femenina, en el que competirían las sirenas y las hadas del mar. Para ello, ordenó construir un escenario especial en un buque en alta mar, sobre el que, cada grupo, debía demostrar sus cualidades.
Las tramposas mujeres con cola de pez intentaron seducir con su dulce voz al jurado de bravos marineros, que hubieran sido arrastrados hasta encallar, eternamente, en los sirenum scopuli, de no haber sido salvados por las minúsculas hadas que, volando sobre sus hombros, les taparon los oídos con sus alitas llenas de sal.
Sintiéndose derrotadas, las sirenas se arrojaron al mar, transformándose en piedras, buscando interrumpir el camino de regreso de los navegantes. Pero, una vez más, las hadas del mar los socorrieron, iluminando sus largas cabelleras en forma de brillantes candelas, para guiarlos a través de las aguas negras del crepúsculo, evitando el desastre.
Con el voto unánime de los marinos, Poseidón coronó vencedoras a las hermosas haditas que, desde entonces, protegen a los navegantes solitarios y controlan las aguas marinas, en los días de tormenta. Las malvadas sirenas, en cambio, nunca más volvieron a cantar.

Tomado de: http://livingsintiempo.blogspot.com/

martes, 27 de julio de 2010

Titanes en el ring - Martín Gardella


—¡Ya llegó Karadagián, el gran Martín! —gritaba parado en una de las esquinas de la cama que usábamos como improvisado ring.
En la otra punta del cuadrilátero, mi primo me esperaba vestido en pijamas, para trenzarnos en una lucha como las que, semanalmente, veíamos por televisión. Yo imitaba al gran campeón mundial de catch, y él a la temible momia blanca, el único rival que era capaz de vencerlo. Cada vez que me quedaba a dormir en la casa de mis tíos, aquella era nuestra rutina favorita al despertar: gritos amenazantes, golpes certeros, contorsiones y forcejeos, hasta que alguno de los dos quedará de espaldas contra el colchón, pidiendo clemencia. Cada mañana, recuerdo esos divertidos y peligrosos juegos de mi infancia, al observar con orgullo, frente al espejo, las imborrables marcas de aquellas batallas: dos pequeños puntos de sutura, dibujados en el lado izquierdo del mentón.

Tomado de: http://livingsintiempo.blogspot.com/

domingo, 21 de marzo de 2010

The Full Monty - Martín Gardella


Ella se ubicó en el medio de la sala para regalarme un show que sería inolvidable. Al ritmo de un blues salvaje, comenzó a desvestirse. Se sacó el sombrero agitando sus cabellos enrulados, y aflojó su falda sensualmente, para dejarla caer con un suave movimiento de cadera. Revoleó sus tacones, se quitó las medias, siguió con la camisa, luego el sostén.
Frente a mi entusiasmo por su desnudez completa, decidió romper los límites. Aflojó su cabellera hasta retirarla por completo y extrajo con los dientes las uñas recién pintadas de sus manos. Deslizó hacia abajo su piel blanca, para descubrir su carne joven y delicada. Sacudió brutalmente su abdomen, para dejar caer los bíceps, los glúteos, los gemelos, el esternocleidomastoideo y las prótesis mamarias. Respiró profundo antes de arrancarse los pulmones, el hígado, el estómago y los intestinos. Siguió con la extracción delicada de sus huesos, desglosando los húmeros, los fémures, las tibias y los peronés, con un sacudimiento digno del Folies Bergère. Se aflojó la mandíbula, desprendió sus costillas y fue enrollando mansamente todo el sistema nervioso sobre su corazón galopante.
Finalmente, mientras me observaba por el cuenco de sus ojos, su lengua me preguntó si había disfrutado el espectáculo. Me encantó, respondí, y pude ver una amplia sonrisa suspendida, que luego se desarmaría contra el suelo, junto al resto de su inconstruible cuerpo. En el aire, aún se siente su perfume y se escuchan sus latidos.

Tomado de: http://livingsintiempo.blogspot.com/

domingo, 22 de noviembre de 2009

Desde abajo de las sábanas - Martín Gardella


Aquella noche, mientras dormía, escuché un ruido estridente que me hizo despertar. Encendí la luz de la mesa de noche y pude ver un duende en el suelo, en plena búsqueda desesperada debajo de mi cama. Al verme despierto, se incorporó de un salto y arrojó sobre mí una mirada desafiante. Decía venir de una tierra de fantasía, tras los pasos de un hada rebelde que había logrado esconderse en algún lugar de Buenos Aires. Aseguraba que la mujercita alada era extremadamente peligrosa, por su capacidad de enamorar perdidamente al primer hombre que osara mirarla directamente a los ojos.
Los últimos informes recibidos desde su lugar de origen afirmaban que la dama fantástica se hallaba alojada en alguna de las múltiples viviendas de mi barrio. Aseguré no haberla visto y me comprometí a informarle en el futuro cualquier noticia que tuviera de aquella extraña doncella. Satisfecho, el pequeño sujeto vestido de verde inclinó su cabeza para agradecerme y escapó a la carrera, trepando ágilmente por la chimenea.
Dos minutos más tarde, ella abrió la puerta del baño contiguo y volvió a la cama. Allí noté, por primera vez, las marcas de la extirpación sobre su espalda.
―Ya no podrán encontrarme ―me dijo sonriente―. Me quedaré contigo para siempre.
Con su cuerpo mínimo enroscado al mío, sellamos nuevamente nuestros labios en un profundo beso de amor. A partir de entonces, aunque ya no tenga aquellas alas preciosas con las que llegó planeando hasta mi ventana, ella logra remontarme en vuelo diariamente, desde abajo de las sábanas.

Tomado de El Living sin Tiempo

viernes, 25 de septiembre de 2009

Una vida de película - Martín Gardella



Apenas transcurridos cinco minutos, Arturo se sintió identificado con el protagonista de la película, no sólo porque era físicamente muy parecido, sino porque todas las cosas que le sucedían al actor, le habían ocurrido antes a él. Luego, descubrió que la historia que mostraba la pantalla era un plagio de su vida, contada resumidamente, a razón de un año por minuto.
La mitad del film lo mostró en su etapa actual, con los sinsabores de haber vivido y la ansiedad por saber lo que vendrá. A partir de allí, pudo verse en el futuro, a través de las escenas representadas en el celuloide por aquel sujeto análogo, que envejecía igual que él.
Después del dramático final, el cerrado aplauso de los espectadores premió la exquisitez de aquella obra cinematográfica de apenas sesenta y cinco minutos. Mientras tanto, en un rincón oscuro de la sala, un acomodador intentaba consolar al desanimado Arturo que, junto con la incertidumbre acerca de su vida pendiente y de su muerte, acababa de perder la vergüenza de llorar en público.

Tomado de: http://livingsintiempo.blogspot.com/

domingo, 30 de agosto de 2009

El club de los sufridores - Martín Gardella


Todos los lunes a la hora de la siesta, se reúnen en la sede de la institución, los miembros del Club de los sufridores. Cada uno de sus integrantes se jacta de ser víctima habitual de situaciones terribles y desgraciadas, que son causa de su constante infelicidad. Ubicados en las incómodas butacas del auditorio, debaten sobre los hechos negativos sufridos por cada uno de ellos durante la semana anterior.
—Estuve internado por una afección estomacal muy grave, por culpa de la cual no podré ingerir nunca más alimentos envasados —anunció el primero.
—¡Eso no es nada! A mí me echaron del trabajo por reducción de personal. Ahora no podré pagar mis deudas y seguramente perderé gran parte de mis bienes —explicó el segundo socio.
—Lo mío es mucho peor —exclamó el tercer miembro—. Se murió mi gato siamés, perdí una fortuna en las carreras de caballos y fui atacado por el perro de mi vecino. Definitivamente, esta semana no me llevé bien con los animales.
—Nada de eso se compara con lo que me pasó a mí —advirtió el cuarto socio expositor—. Tuve que iniciar los trámites de divorcio luego de encontrar a mi esposa en la cama con un compañero de trabajo. Dos días después, unos ladrones desvalijaron mi casa y, para colmo, mi médico me dijo que estoy perdiendo la vista y quedaré irremediablemente ciego.
Los restantes asistentes a la reunión continuaron exponiendo sus miserias, orgullosos de haber vivido aquellas tragedias dignas de todo miembro de esa renombrada institución. Finalmente, llegó el turno del pobre Norberto, que esperaba con ansiedad el momento de iniciar su discurso.
—Mi semana ha sido realmente terrible —lamentó—. Inicié una relación sentimental con la mujer de mis sueños, fui contratado por una empresa multinacional para una posición gerencial con condiciones inmejorables, compré un billete de lotería y gané una fortuna, mi equipo de fútbol se consagró campeón del torneo por primera vez en su historia y, tras diez años de distanciamiento, me reencontré con mi mejor amigo de la infancia. Es espantoso confesarlo, pero esta semana no he vivido ningún acontecimiento triste que les pueda relatar.
El auditorio se cubrió de un rígido silencio y todas las miradas apuntaron al presidente de la asociación que, tras unos segundos de análisis, debió tomar la decisión que todos los allí presentes imaginaban.
—Estimado socio, usted sabe que nuestro club no admite miembros con vidas felices —dijo el veterano dirigente—. Debo pedirle que tome sus cosas y abandone nuestra honorable institución para siempre.
Apenas alcanzó la calle, el rostro de Norberto se cubrió de lágrimas. Maldijo sus recientes días de bienestar, en que aquellos logros inesperados lo habían condenado a su exclusión del grupo selecto. Por culpa de ello, estaba viviendo el día más triste de su vida y ningún sufrimiento experimentado en el pasado podía compararse con aquella sensación de infinita angustia. Sintió que, por fin, había logrado convertirse en el más afligido de los sufridores, algo que seguramente hubiera despertado la envidia de los restantes miembros del club. Entonces, sabiendo que la vida que tenía por delante sería inevitablemente mucho mejor, secó sus lágrimas con una de las mangas de su camisa y comenzó a sonreír.

Tomado de: http://livingsintiempo.blogspot.com/

viernes, 28 de agosto de 2009

El zoológico - Martín Gardella


Observaba a su hombre con sus penetrantes ojos de gata, dejándose envolver por palabras dulces, que llenaban su estómago de pequeñas mariposas. Luego, con la confesión de las mutuas fantasías, su cabeza femenina se inundó de pícaros ratones.
En la cama, se sintió tan libre como un animal al que le acaban de abrir la jaula. Por unos instantes, sus extremidades se convirtieron en los largos tentáculos de un fornido calamar, que envolvían al hombre para devorarlo. Aulló como una loba, lo rasguño como una perrita juguetona, voló como un colibrí y terminó acurrucándose en el pecho de su compañero, como un indefenso polluelo. A la mañana siguiente, con la puntualidad de un gallo cantor, abandonó la cama revuelta, imitando el silencioso andar de una serpiente.
—Te amo —dijo el hombre, mientras la observaba vestirse con la agilidad de una gacela.
—¡Shhh! —respondió ella, como una lechuza, y le arrojó, desde la puerta, un beso de delfín.

Tomado de: http://livingsintiempo.blogspot.com/

martes, 18 de agosto de 2009

Un breve regreso - Martín Gardella


El hombre recién llegado se sentó a la mesa iluminada por la tenue luz de las velas, ante la ansiosa mirada de Silvia. Ella estaba entusiasmada de recibir al visitante y usaba el vestido negro que él le había regalado tres años antes, para su último aniversario.
El penetrante aroma de la carne asándose en el horno que provenía de la cocina se mezclaba con el dulce olor de los ardientes sahumerios hindúes, que transmitían energía y magia al ambiente. Ernesto adoraba la carne al horno con papas (ella recordaba que era su plato favorito) y el reencuentro era una oportunidad inmejorable para agasajarlo.
—Estás igual a la última vez que nos vimos —murmuró Silvia, mientras recorría al hombre con la mirada—. Parece que el tiempo no hubiera pasado para vos.
Ernesto la observaba en silencio, pero sonriente. Estaba tan sorprendido como ella de haber podido concretar aquel reencuentro después de tantos años de ausencia y melancolía.
Sobre la mesa, Silvia había dispuesto una botella de exquisito Syrah argentino, perfecta para la ocasión. Sin embargo, en el momento del brindis, un acontecimiento fortuito hizo que la velada se interrumpiera abruptamente. Sin que la anfitriona tuviera tiempo de impedirlo, el huésped tomó, por error, la copa invertida a través de la cual ella había invocado su presencia, y se esfumó repentinamente en el humo de las velas, dejando a la viuda nuevamente sola y envuelta en llanto, con la cena a punto de ser servida.

martes, 21 de julio de 2009

Un relato de otro autor - Martín Gardella


Parado frente al espejo mientras me afeitaba, noté con asombro que la imagen reflejaba el rostro de otro. Un sujeto de voz mortuoria me rogaba que escribiera un relato que él mismo me contaría. Decía haber sido un célebre escritor, asesinado injustamente por un lector insano al que no le había gustado su último libro. La muerte había sido tan repentina y dolorosa que su alma aún se encontraba activa, condenada a mudar de cuerpo en cuerpo hasta que el autor lograra vengarse. Según me explicó, si yo redactaba la historia que me requería, su espíritu podría migrar de mi cuerpo al de la persona que osara leerla y, a través de crueles y monstruosas apariciones, compensaría en ese lector todos los males sufridos hasta cumplir la venganza que le permitiría descansar en paz. Amenazó con permanecer en mi cuerpo eternamente si yo no cumplía con su extraño requerimiento. Espero sepas disculparme por no habértelo advertido, pero el cuento que estás leyendo es precisamente la historia que el muerto me pidió escribir.

miércoles, 3 de junio de 2009

Una experiencia satánica - Martin Gardella


El demonio se apoderó de mí sin invitación ni aviso previo. Entró a mi cuerpo dándome un beso corto pero profundo, que me irritó la garganta y adormeció mi cuello por dentro y por fuera. Obstruyó mi esófago con sus manos y bajó hecho fuego hasta mi pecho, anestesiando mis pulmones para dejarlos reducidos al mínimo movimiento necesario para respirar.
—Un buen vaso de tequila mata todo —me dijo un experto y acercó la bandeja plateada que contenía una botella a medio tomar, un limón cortado en forma de triángulo y un platito cubierto con sal fina.
El convidador hizo un gesto cortés para invitarme a iniciar el exorcismo y seguí su consejo sin recordar que el alcohol extiende el fuego. El diablo absorbió el trago con la boca abierta, gozoso de recibir aquel complejo vitamínico ideal para su poderío. Mi cabeza latía enérgicamente como si el cerebro dilatado estuviera pujando para abandonar su espacio a través de mi roja mirada. Sudé mares, sufrí escalofríos y, atacado por las náuseas, intenté expulsarlo asomando mi confundida cabeza sobre el inodoro, pero el ocupante resistía el desalojo.
Ávido por escapar de esa pesadilla, arrastré mis pies dormidos por el camino de regreso hasta la habitación del hotel en la península de Yucatán donde me hospedaba. A la mañana siguiente, ya recompuesto, garabateé el primer borrador de esta historia, para nunca olvidar los terribles efectos colaterales que puede sufrir mi organismo si vuelvo a tener la pésima idea de degustar aquel diabólico picante mejicano.