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jueves, 13 de noviembre de 2008

El mago - Viviana Comeron


“…Desde el principio he sido adorada y temida.
Todas las religiones crecieron conmigo y gracias a mí.
Mi nombre es Magia, y estoy en todas partes.”
Abraham B.Hurwitz

—No puedo entender que creas en esas cosas ¡Me extraña, Francisco! Un hombre de letras, todo un profesional metido en esta paparruchada. ¡No me cierra!
—Voy a rescatarte de tu escepticismo.
—Claro ¿y cómo podrías hacerlo? Tus trucos no van a resultar; soy un hueso duro de roer. Con otros podrás, con los crédulos, necesitados, los que se aferran a cualquier cosa. Conmigo, ¿cómo harías?
—Así.
Y con un chasquido lo hizo desaparecer. Se vio obligado, nunca pudo resistir los desafíos.
Durante dos horas permitió que Alberto deambulara entre bosques, castillos y gnomos. Caballeros valientes y doncellas inocentes, que por morder manzanas o pincharse con la aguja de una rueca, inertes, esperan el beso amoroso que las traiga a la vida.
Asegurándose que todas las imágenes estaban a buen recaudo en la memoria de su amigo, chasqueó los dedos por segunda vez.
Alberto regresó un poco maltrecho. Enmohecido, ojeroso y despeinado se encontró en el mismo sillón del que había partido.
Tardó en hablar el mismo tiempo que demoró el viaje.
Francisco le sirvió un coñac y extendiendo la copa preguntó:
—¿Estás bien, Alberto?
—Nunca voy a perdonarte —respondió el hombre, dando un sorbo a la bebida. Al mismo tiempo, puso la mano en el bolsillo izquierdo de su chaqueta y con cierta dificultad sacó algo que parecía una escama. 
Con evidente asco la dejó caer en la mano de Francisco quien, inmutable, dijo sonriendo:
—Ah, de dragón. Gracias.