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miércoles, 26 de septiembre de 2012

Ave Fénix - Maru Alzugaray & Sergio Gaut vel Hartman


Entrar en ese lugar desprovisto de algún sueño era sumamente peligroso. Lo pensó varias veces antes de decidirse a atravesar el umbral de la puerta que siempre estaba abierta. ¿El pie derecho o el izquierdo? El izquierdo estaba más próximo al escaloncito y preparado para subirlo. El derecho, un poco más atrás, se resistía. Bastaría con cambiar la posición, retroceder, poner los pies a la misma altura, cerrar los ojos y dejar que la voluntad decidiera. Estupideces, pensó. Sabía que no importaba el pie, que lo fundamental era que no había traído ningún sueño y que las excusas no se aceptaban. Tampoco tenía ninguna. ¿Cómo explicar que ya los sueños no habitaban su mundo, que lo habían abandonado y que él había permitido que lo dejaran? Sin embargo, se aferraba a la esperanza. Aún creía en los milagros. Pero claro, ese era su sueño. ¿Cómo no se había dado cuenta?
No supo cuando pasó del otro lado, pero de alguna manera, obedeciendo a un impulso ajeno a su voluntad, había pasado. Entonces volvió el terror, y ahora no era un terror intelectual, especulativo, el que nacía de la conjetura montada en algo que le habían dicho, que entrar en ese lugar desprovisto de algún sueño era sumamente peligroso. Sin embargo, estaba adentro, inmerso, sumido, enterrado. Ya no era cuestión de determinar qué pie iba primero y cuál después; ahora tenía que enfrentar la incertidumbre sin recursos, sin las armas adecuadas. Y lo peor de todo era que los sueños de los otros pululaban, se movían como serpientes erguidas, como babosas de cuatro dimensiones, como los zombies de esas películas que siempre se había negado a ver.
—No te preocupes —dijo una voz rugosa, llena de nudos—. Es un mito que haya que entrar a este lugar provisto de algún sueño.
—¿No? —Sin poder determinar de dónde salía la voz, aún obnubilado, hizo la pregunta y avanzó por un pasillo apenas iluminado. A los costados se movían formas sinuosas y lánguidas, y una cierta cantidad de tubos quebrados rodaban por una rampa interminable.
—No. Esto es un supermercado de los sueños. Aquí se venden los materiales para construirlos. ¿Te queda claro?
—¿Un supermercado? ¿Y con qué voy a pagar?
—Tu vida —rió la voz— es una tarjeta de crédito, amigo. La Empresa dispone de toda la eternidad para cobrarte.

domingo, 5 de agosto de 2012

Voces que naufragan - Maru Alzugaray


Hay océanos de palabras que van formando pedacitos de tierra firme, como islitas que llevan cada una un nombre distinto y que tratan de unificarse poco a poco en un todo.
Tratan pero no pueden. Siempre hay un escollo que aparece, un mar revuelto que las separa aún más, una tormenta que las sacude y les quita el valor original, el significado primigenio.
Desgastadas, pero no vencidas, reintentan volver al camino que se han trazado… y se agotan con tanto esfuerzo. Prueban con descansar y recuperar fuerzas.
Inútil y engañoso sueño. Lo que se perdió se perdió y no hay manera de recuperarlo.
Piden ayuda a las otras palabras, las que se dijeron, a ver si juntas pueden. Y algo logran, pero no alcanza.
Las últimas palabras dichas, las aéreas, tienen un peso tan grande, un poder tan elocuente, una verdad tan indudable que toda insistencia naufraga. Con suerte, seguirán flotando a la deriva; sin suerte, se hundirán en ese mar de silencio y de ausencia.
Doloridas, las islitas tratan de juntar despojos, restos, palabras enteras en el mejor de los casos, y van armándose como pueden.
Y allí se quedan, rezando para que el mar no las golpee tanto, para que el oleaje suave deposite en sus costas lo que les falta, lo que tenían antes y ya no…
Y se llaman a silencio, obligadamente.
Y reflexionan…
En algún lugar del camino recorrido hasta ahora debe haber un error…
Pero no pueden ver dónde ni cuál es ese error…
Y surgen, entonces, respuestas. Duras, contundentes y reales, tan reales que ya no dejan posibilidad para la ilusión ni para los sueños. No hay lugar para ellos en esa realidad…
Para no perderlo todo, se reacomodan. Quizás, si hay un viento a favor que las ayude, se podrá pensar en ser, pero de otra manera.
Lo escrito y lo dicho tiene un significado; sin embargo, también se pueden encontrar otros que permitan salvarlas del naufragio total.
Piensan, acertadamente, que la paciencia y la comprensión también tienen un límite y que ese límite ya no puede extenderse más de lo que lo ha hecho. Que sus fuerzas naturales son poderosas pero no lo resisten todo, que no son totalmente inmunes.

Y es así como, con muchísimo dolor, las palabras empiezan a separarse: cada islita se devuelve las palabras que no les corresponden y cada una se queda con las propias…

Tal vez, una brisa suave y benéfica, cálida y aromada, algún día vuelva a acercarlas. Y serán palabras maduras, fortalecidas por la experiencia vivida, enriquecidas por la esperanza de ser y de no tener que dejar de existir…


Acerca de la autora:
Maru Alzugaray

miércoles, 18 de julio de 2012

Y nada más - Maru Alzugaray


En cuanto al tiempo, ella recuerda que había sol y nada más. No puede acordarse de si hacía frío o calor. Recuerda el sol, los juegos con los más pequeños, sus propias carcajadas surgidas únicamente para alejar “eso” que la hacía sentir mal y triste y desesperada. Sobre todo esto último, porque nada podía hacer ella para evitar lo que sabía que estaba por suceder.
Nadie le había dicho nada, pero el silencio de los mayores o las charlas espaciadas y los extraños movimientos que realizaban a escondidas ya se lo habían advertido.
Todos fingían y ella también.
Había aprendido los códigos, había descubierto cómo descifrar el sentido oculto de las palabras, había puesto voces que gritaban la verdad cuando las bocas estaban cosidas por inimaginables motivos.
Aunque era pequeñita, se había tomado la molestia de hacerlo casi sin proponérselo, porque de alguna forma tenía que sobrevivir. Y atragantarse era una manera de hacerlo.
La risa compulsiva se transformaba en algo bueno y malo al mismo tiempo. Era como un arma que tenía el poder de conjurar “eso” que la amenazaba, y también (ella no lo ignoraba) el de retardar lo inevitable.
Era maravilloso que se fuera el dolor por unos segundos, no llorar, no gritar, no sentir la herida.
Sólo puede verse a sí misma en dos momentos: cuando reía y después. No sabe tampoco cuánto tiempo pasó. Sólo que avanzó y avanzó.
El después aparece más claro y más preciso en sus recuerdos.
Iba con ella, con la otra que era como ella, a la que trataba de parecerse para no perderla, para no perderse. La otra la llevaba de la mano. Atravesaban en silencio ese pequeño camino que las dos sabían hacia dónde conducía. Sin embargo, pensaba, un milagro puede suceder, algo podré hacer, no de nuevo, no otra vez ese dolor en la herida, por favor.
Y el después llegó. Rápido, contundente, con la fuerza irracional que desconoce los sentimientos. Con la puntualidad exacta de la destrucción.
¿La otra soltó su mano? ¿Alguien les separó las manos? ¿O ambas desgracias coincidieron?
No importa. Ya estaba hecho. La otra se iba sin ella, o llevándose casi todo de ella, y ella se quedaba retenida por otras manos…y vacía.
Recuerda su llanto inacabable, su desconsuelo perpetuo, sus gritos que desgarraban aún más su herida, pidiéndole a la otra que volviera con ella y por ella; sus brazos extendidos, sus manos que trataban de alcanzar lo imposible y sus ojos que buscaban retener la imagen de la otra que partía y la partía a ella…y nada más.

Acerca de la autora:
Maru Alzugaray