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jueves, 20 de octubre de 2011

Feria – Sebastián Chilano


La feria no es tal cosa, es un mercado de pulgas. Yo vivo enfrente. Por eso puedo decir que a la feria no le va bien. En La Capital tendría mucho más éxito. Eso dicen los puesteros. Por el turismo extranjero. A los extranjeros les encanta comprar cualquier cosa. Acá no tiene tanto éxito, y eso que esta ciudad en verano se llena de turistas. Por la playa. Pero ahora no es verano. Es primavera, y hace frío. Yo debo ser un poco extranjero, porque me encantan las antigüedades. Sobre todo me gustan los sifones de soda. Para el que no sabe, la soda era agua con burbujas, y sifón se llamaba a los envases que contenían esa agua, sin dejar escapar las burbujas. La feria abre los fines de semana solamente. Siempre y cuando no llueva. Si llueve no puede abrir. Porque los puestos están en la plaza, al aire libre. Y si llueve se mojan las cosas. A veces abren igual los días de tormenta. Es que los puesteros viven de esas ventas de fin de semana. Una vez, que se largó a llover, corrí para ayudarle al librero. Lo ayudé a guardar sus libros en las maletas que los carga. Cuando terminamos me pagó con monedas. Desde entonces, a él y a dos señoras muy viejas, les ayudó a guardar y cargar sus cosas. Todos me pagan con monedas. Y aunque a veces no me pagan, no importa. Yo no vivo de esas monedas, como ellos. Yo las junto para comprarme un sifón que me gusta mucho. Se necesita 70 monedas para comprar ese sifón. Y con las 6 de hoy por fin llegué. Fui al puesto a comprarlo. Pero el hombre que atiende, que nunca me deja que lo ayude, me dijo que el precio del sifón aumentó. Ahora necesito 90 monedas. Voy a tener que seguir ayudando a esta gente para poder juntar todas esas monedas.

Sebastián

sábado, 4 de junio de 2011

Quiniela – Sebastián Chilano


El viejo siempre juega a la quiniela en la misma agencia. Hace más de 10 años que es, casi, su única salida de casa. Se viste con su pantalón de jogging y una de sus camisas blancas que mitad encaja en el elástico de la cintura y mitad cae suelta en la espalda, en un intento silencioso por ocultar el culo marchito, y camina, entonces, la cuadra y media que lo separa de la quiniela. Eso es a la mañana. Si vuelve a jugar por la tarde, ya no sale. Llama por teléfono, indica su jugada, y al día siguiente paga. Una vez al mes, un poco más, a veces menos, se olvidan de hacerle caso, o se olvidan de pagarle y su rutina se complica. El viejo se queja. Jura que nunca más volverá a jugar. Se queja de la pérdida de respeto. De la falta de moral. Y se va. Ese mismo día camina un poco más, tres cuadras, hasta otra agencia que no lo gusta tanto y hace su jugada. La rabia suele durar un mes. En ese mes se cruza con el vecino dueño de la agencia y lo ignora, con orgullo. Pero llega el día, y él lo sabe antes que nadie, que tiene que ceder y entonces deja de caminar las fatigosas tres cuadras, se queja de la mala suerte y vuelve a su vieja agencia de quiniela, donde lo miman un poco, pero no demasiado, para que no se ofenda ni se pregunte si tanto afecto no es un poco falso.

lunes, 9 de mayo de 2011

Hombre en una maceta – Sebastián Chilano


I
Encendí la televisión. Pensaba escribir un cuento, pero el titular “el hilo dental más hot del verano” me robó la dignidad. Furioso, apagué la computadora y salí al balcón. Pero el aroma de mis plantas no logró sacarme de la cabeza el culo perfecto que había visto en el televisor.
II
No suelo regar mis plantas muy seguido pero ellas, por su cuenta, se encargan de crecer y mantenerse fuertes en el ambiente hostil del balcón. Toqué una hoja de mi flor federal, y la hoja rodeó mi mano. El rojo cubrió mis dedos y sonreí. Otra hoja se estiró hacia mi pie. Me agaché, para ver más de cerca. Todas las hojas se acercaron. Y antes de entender qué pasaba, la planta me succionó.
III
El proceso de reducción fue efectivo en sólo 1 milisegundo. En el interior de la planta conocí a mucha gente. Sara, la mujer de la cuál estoy enamorado, me dice que si no fuera que cada tanto llega alguien nuevo uno se olvidaría que está en el interior de la planta, y todos viviríamos como si estuviéramos en el mundo. Ella tiene una teoría: el “mundo” que conocíamos antes también era una planta.
IV
Cada vez me cuesta más recordar que cuando hablan de “terremoto” en otro continente se refieren a que una hoja de la planta se movió y que las inundaciones son consecuencias del riego o la lluvia en el mundo verdadero.
V
Se desmoronó un pedazo de cielo. Una ciudad vecina desapareció en el derrumbe. Pero lo más importantes es que a través del agujero en el cielo se puede ver una imagen blanca. Algunos creen que es una visión de Dios. Otros que es una gran nave extraterrestre. Yo sé que es un parte de la pared blanca de mi balcón. Pero no lo digo porque me acusarían de loco. Para todos, este es el mundo. Y quién sabe, a lo mejor estoy loco.


Sobre el autor: Néstor Sebastián Chilano

sábado, 26 de marzo de 2011

Los epagómenos - Sebastian Chilano


Una vez al año cuando se suceden los cinco días que le sobran al calendario egipcio, las estrellas más cercanas se precipitan sobre la tierra. Una a una, y en cada noche sucesiva, caen sobre un mundo que prácticamente las desconoce. Amenemhat, quien construyó un mítico reino a orillas del lago Moerius, fue el único que logró poseer una. Se ha escrito que encontró el polvo de una de las cinco estrellas esparcido de tal modo que dibujaba la forma del palacio que Amenemhat más tarde mandó edificar y en el cuál moriría. Otros hombres han visto el polvo de las estrellas sin saber qué es. Se ha escrito que el día que Alarico saqueó Roma, el polvo de una estrella cayó sobre todas las iglesias cristianas y eso las salvó de la destrucción, pero Alarico no pudo encontrar el polvo. El mismo polvo, en otro tiempo y lugar, tocó los párpados de Humanin ibn Ishak y el árabe quedó ciego justo al terminar de escribir el Libro de los diez tratados sobre el ojo. Aún hoy, cuando los cinco epagómenos desordenan el calendario, el polvo de las estrellas cae sobre la tierra. Poca gente sabe de su existencia, y de los pocos que saben, ninguno logra descifrar dónde caen. Algunos creen que en realidad las estrellas no se dejan encontrar. Que caen en el mar, o se esparcen por las azoteas vacías de los grandes edificios, hasta desaparecer. Otros esperamos esta noche, la noche del primer día de los epagómenos, y salimos a buscar, si encontramos el resto de una estrella podremos escribir nuestra efímera página en la historia de la humanidad, si no tenemos suerte, seguiremos condenados al olvido de los siglos por venir.

lunes, 17 de enero de 2011

En quiebra - Sebastian Chilano


Una cosa se sabe con seguridad de los viajes en el tiempo: no se puede ir hacia el futuro. No se puede ir hacia donde las cosas no han sucedido. Eso no inhabilita el pasado. El pasado existió. La principal pregunta es, entonces, hacia dónde ir. Porque, se sabe a partir de esta hipótesis, que no se podrá volver. Y se vivirá el tiempo exacto que la vida natural lo permita. A no ser que se insista en volver a viajar hacia el pasado, pero para eso se necesitan los conocimientos para volver a ensamblar una máquina del tiempo. Por lo tanto se recomiendan los viajes cortos. Claro que eso hace que no tengan sentido. No tiene ningún sentido viajar por dos o tres días. Son sólo viajes por cuestiones domésticas. Y para colmo de males, no se puede intervenir sobre los sucesos. Se altera la línea del tiempo, sí, pero no se puede variar. Uno asiste como espectador a la función de sus propios errores. O de los errores ajenos, lo cual es aún más aburrido. Por eso han caído en desuso y ya nadie usa la máquina del tiempo. Mi padre, su inventor, el hombre que dedicó su vida a inventar la máquina, está reunido con sus acreedores. Va a declararse en quiebra. Y si lo condenan a prisión por no pagar impuestos, prefiere ir preso antes que usar la estúpida máquina del tiempo.
Néstor Sebastián Chilano

domingo, 9 de enero de 2011

Plagio - Sebastián Chilano


Jonás, muy enojado, buscó a Jesús, ya resucitado, y lo increpó. Sos un copión, le dijo. Jesús no le contestó. Estaba relajado. Como en el vestuario al final de una obra de teatro, ya lo habían bañado, lo habían perfumado, le habían dado la vacuna antitetánica (por los clavos), y él solito se había calzado un pijama estampado con ramas de olivos para, de una buena vez, acostarse a dormir. La indiferencia de Jesús irritó aún más a Jonás. Pero Jonás sabía que la culpa no era del chancho, como se decía por la época en las calles de Judea, sino de quién le da de comer. Así que Jonás buscó a Dios. Cuando lo encontró se quejó ante el con voz amarga. Mi historia ha sido plagiada, le dijo, has vuelto a usar mi argumento: me hiciste pasar tres días en el vientre de la ballena y ahora repetiste la fórmula con Jesús: lo dejaste tres días en el sepulcro y después lo sacaste, creo que no es justo. En su sabiduría infinita, Dios lo miró y le pidió que le nombrara un solo escritor de los pasados y de los por venir que no cayeran en la tentación de repetir una buena idea. Jonás, derrotado, se fue silbando bajito, o masticando bronca, depende de la versión que dio cada evangelista.

Sebastián Chilano

lunes, 3 de enero de 2011

Refutación de la sexualidad en altamar - Sebastian Chilano


Pasaban meses sin tocar tierra. Con suerte, conseguían abordar una goleta en altamar; sin suerte, debían abastecerse en alguna isla desierta o en un puerto con poca milicia. Incluso en tierra, la mayoría del tiempo los piratas estaban rodeados de otros hombres. Ni que hablar durante la navegación: las mujeres traían mala suerte mar adentro. Incluso preferían encontrar una nave repleta de enfermos antes que mantener a las mujeres que apresaban en sus piraterías. Luego de violarlas, las tiraban por la borda sin piedad ni misericordia. A veces ni siquiera las violaban. Los escritores fueron quienes cambiaron la historia de los piratas. No todos los escritores, sino aquellos que nunca navegaron y crearon con sus palabras una leyenda de romanticismo alrededor de los bárbaros. Los escritores que fueron verdaderos marinos no hablan de amor. Ni Conrad, ni Mellvile lo hacen. Los otros crearon al bravo filibustero que dejaba conquistar su corazón por una mujer enemiga. Así el Tigre de la Malasia recorrió con distinta suerte las costas de Borneo tras su amada Mariana. Así, los piratas pasaron de los libros al cine y fueron cada vez más cuidadosos de su imagen y sus amores. Pero la realidad fue otra. Muy distinta a las novelas de aventuras de nuestra infancia. ¿Qué sería de estos hombres hoy? ¿Qué pensarían de las leyes de unión civil en tierra? ¿Volverían al mar después de saber de su existencia?

http://grupoheliconia.blogspot.com/2010/11/nestor-sebastian-chilano.html

viernes, 1 de octubre de 2010

Labios abiertos - Sebastián Chilano


Seguía allí, con los labios abiertos, con los ojos cerrados, con los pies que colgaban de la mesa en el comedor de la casa de su padre, con los pelos del brazo erizados.
Busqué, nervioso, un paquete de cigarrillos en el interior del saco. Lo saqué. La mano me temblaba. El movimiento fue aún más notorio cuando intenté encender la punta. El cigarrillo se quemó casi hasta la mitad pero conseguí que un nauseabundo humo negro subiera hasta el cielorraso, enredándose con las patas de la araña de diez focos prendidos y dos quemados. Ella agitó una de sus manos alejando el humo. Ya no tenía los ojos cerrados, pero sí los labios entreabiertos y la respiración entrecortada, frunciendo la nariz debajo de sus ojos miopes.
—A papá no le gusta que fumen en casa.
La miré, acaso le parecí burlón, a lo mejor convincente.
—Tirá desodorante de ambiente.
Estiró los brazos a mi cuello y me alejé. Cuando lo hizo por segunda vez no pude resistirme y me apreté contra su cuerpo. La besé. Alejó la lengua cuando el sabor a menta se mezcló con la nicotina. Su cuerpo se convulsionó y luego estiró las piernas y con ellas rodeó mi cintura. Nos besamos hasta que separé la cara y miré sus ojos, estaba bizca de proximidad. Ella sintió la transformación de mi cuerpo, la erección. Se soltó y yo retrocedí, no por vergüenza, sino por evitación.
Volví a fumar, más nervioso. La casa estaba en silencio. Miré por las cortinas hacia la calle.
—¿Y tu mamá?
—En el gimnasio.
No dije nada más. No pregunté por el padre. Las cosas obvias son las que crean las distancias más grandes, o inauguran los peores finales. Sabía que su padre estaba en nuestra oficina, sabía que estaría buscando sobre mi escritorio los papeles de la facturación del matadero Santo Tomé. Sabía que se detendría en la hoja que yo le había dejado con las correcciones que él debía hacer. Seguro que se sentaría en mi escritorio, que intentaría abrir los cajones sin suerte y miraría las fotos de mi mujer y mis hijos abrazados, todos nosotros, en nuestra última vacación en el sur. Sabía que luego se cansaría y saldría rumbo a su oficina, que arrojaría la carpeta sobre el escritorio para ir a servirse un café instantáneo, envidiando mi suerte y mirando, de reojo, la foto de su mujer y de su hija de quince años, en las últimas vacaciones en la costa, en el hotel que yo les pagué.

Tomado de Prometheus http://www.pmdq.com.ar/