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jueves, 17 de mayo de 2012

Soy un genio - Pedro Herrero


Me costó mucho localizar la exótica tienda de antigüedades, en aquel barrio lleno de calles estrechas y mal iluminadas. Pero aún fue más difícil entenderme con el dueño del local (un anciano enjuto y misterioso), cuando le pedí un pequeño objeto de regalo que pudiera llevarme de recuerdo a mi país: una lámpara de Aladino, para demostrar a mi mujer que no me olvidaba de ella en mi viaje de negocios. La lámpara era preciosa, pero al parecer había que respetar un estricto protocolo a la hora de manipularla. Así que su propietario se esforzó en traducirme, una por una, todas las indicaciones que mostraba un viejo pergamino, relativas a la forma de cogerla, frotarla y formular los deseos correspondientes. Yo no entendí nada, aunque todo aquello se me antojó muy divertido, si bien en algún momento sospeché que no se trataba de ninguna broma. Ya en casa, dispuse el regalo en el mueble bajo del recibidor, para que mi mujer se llevara una sorpresa, y guardé las instrucciones con la intención de enseñárselas más tarde. Algo hice mal. No sé, quizás froté la lámpara a destiempo en una zona equivocada, todo ocurrió muy deprisa. Al llegar mi mujer, descubrió mi equipaje en el dormitorio y me buscó inútilmente por todas las dependencias. Al cabo de unos años se volvió a casar. Supongo que ahora es feliz, ya que nunca ha necesitado frotar la lámpara y pedirme al menos uno de los tres deseos. Y, por lo visto, la mujer de la limpieza tampoco está por la labor.

Tomado del blog http://humormio.blogspot.com/
Acerca del autor:
Pedro Herrero

lunes, 13 de febrero de 2012

Escáner - Pedro Herrero


El control de acceso de pasajeros del aeropuerto ha pitado a mi paso. Un agente de uniforme me ha indicado que me quite el cinturón y los zapatos, y que vuelva a pasar bajo el arco detector. Tras el segundo pitido me he sentido el centro de atención de todas las miradas. El agente se ha enfundado unos guantes protectores y ha empezado a cachearme. Ha palpado en mis bolsillos, bajo mis axilas, entre mis piernas. Ha mirado en mi garganta con una linterna y me ha pedido que saque la lengua: casi por instinto he respondido “treinta y tres”. También me ha examinado de geografía y de historia, ha querido saber cuándo me confesé por última vez y con qué frecuencia tengo pensamientos impuros. Luego ha preguntado a mi madre qué nombre van a ponerme en el bautizo y, finalmente, tras golpearme en las nalgas, ha gritado: ¡es un niño! En ese momento, los altavoces de la sala de espera han anunciado que mi vuelo sufre un pequeño retraso.

domingo, 5 de febrero de 2012

Al caer la tarde - Pedro Herrero


Al caer la tarde, la vecina del quinto primera saca a pasear a su hermoso Setter Irlandés de pelo largo y cobrizo, y lo lleva al cercano parque de los eucaliptos, surcado de amplias avenidas y rincones umbrosos y recoletos, poco menos que inexpugnables. Casi al mismo tiempo, el vecino del quinto segunda hace lo propio con su Braco Alemán de piel ceniza y mirada taciturna, que su amo conduce atado sólo por cumplir con las normas municipales, ya que la bestia respeta el camino y las pautas de convivencia mucho mejor que algunos inquilinos del inmueble. En el parque, el encuentro es inevitable y pone a prueba la resistencia de las correas tensoras que separan a las personas de los animales. La pareja se acerca, se husmea y se tienta con gestos retadores, en un movimiento continuo de atracción y rechazo. Da igual que se hayan visto la tarde anterior. Da igual que cada uno conozca el olor del otro como si fuera el suyo propio. La embestida los atrapa en un nudo corredizo, y ellos, lejos de intentar desmadejarse (o tal vez con ese pretexto), se lo montan a lo grande sin ningún disimulo. Claro que, con las prisas y el nerviosismo, rara vez llegan a consumar lo que de buena gana alargarían hasta bien entrada la noche. Porque muy pronto se cerrarán las puertas del parque, y en casa los esperan para cenar sus respectivas familias. Aun así, tienen que ser los perros, con sus ladridos disuasorios, cargados de sensatez, quienes los devuelvan a la realidad.


Tomado de: http://humormio.blogspot.com/

lunes, 30 de enero de 2012

Naufragio - Pedro Herrero


Todo el mundo habría alabado sin dudar la actitud del sobrecargo, en las complicadas tareas de evacuación de la nave, tras el incendio declarado accidentalmente en la sala de máquinas. Él fue quien dio la voz de alarma y organizó la arriada de los botes salvavidas, yendo de un lado a otro para poner orden y aplacar los inevitables conatos de histeria de algunos pasajeros. También se aseguró de que nadie quedaba atrapado en las plantas inferiores y puso en peligro su propia vida al acercarse a las calderas envueltas en llamas, a punto de estallar. Incluso se atrevió a echar por la borda al capitán, que se había empeñado en permanecer en el puente de mando (siguiendo aquella absurda costumbre de los viejos lobos de mar, de no sobrevivir a la catástrofe). Todos, en definitiva, tanto la tripulación como el pasaje, habrían ensalzado el valor que derrochó en todo momento, si hubieran vivido para contarlo y no hubieran perecido poco después, al volcar sus frágiles embarcaciones en medio de una violenta tempestad. A falta de esos elogios, una vez se quedó solo y pudo apagar el incendio con los extintores reglamentarios, el sobrecargo, mucho más calmado, evaluó la situación.

Tomado del blog Humor mío