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martes, 15 de junio de 2010

San Turron - Jorge Martín


No voy a decir el nombre para no hacer propaganda negativa, pero todos saben de quién hablo. Para las fiestas nos recordaba a todos lo lejos que estábamos de los mandatos divinos, qué miserables eran nuestras vidas merced a la insistencia en revolcarnos en nuestras propias heces. El tradicional y encantador comentario estaba a su cargo, exactamente después del postre y antes del brindis. Festejar era sólo cuestión de prender velas para ocultar la oscuridad en que nos arrastrábamos. Redención era lo que no merecíamos por impenitentes. El perdón sólo se lograba humillándose, sin levantar la cabeza del suelo. La palabra "feliz" era un insulto en esta tierra de pesares y merecía culpa y castigo apenas se pensaba en ella.
Después de que murió lo más desagradable, más allá de toda duda, fue encontrar entre sus pertenencias un epitafio de sí mismo, escrito de puño y letra, donde nosotros, sin saberlo ni haberlo confesado, apreciábamos, sin preguntarnos nada, los momentos ingratos experimentados, como si su prioritaria misión en este mundo hubiera sido que le agradeciéramos las amarguras que nos dedicaba puntualmente. Me hubiera gustado sacarle una cuota de humor al espectáculo pero preferí escupir en el suelo para terminar de quitarme el regusto de tanta santurronería. Quemé el testamento, no tanto por rencor como por evitar vergüenza ajena y lo ofrecí en el altar del tiempo perdido. Un manto de piedad y un brindis para olvidar el olvido.
Cuando alguien sugirió que era dudoso su destino eterno, la que va a catecismo dijo: —Sólo puede estar en el cielo. ¿Dónde si no tienen paciencia infinita?

martes, 4 de mayo de 2010

San Turron - Jorge Martín


No voy a decir el nombre para no hacer propaganda negativa, pero todos saben de quién hablo. Para las fiestas nos recordaba a todos lo lejos que estábamos de los mandatos divinos, qué miserables eran nuestras vidas merced a la insistencia en revolcarnos en nuestras propias heces. El tradicional y encantador comentario estaba a su cargo, exactamente después del postre y antes del brindis. Festejar era sólo cuestión de prender velas para ocultar la oscuridad en que nos arrastrábamos. Redención era lo que no merecíamos por impenitentes. El perdón sólo se lograba humillándose, sin levantar la cabeza del suelo. La palabra "feliz" era un insulto en esta tierra de pesares y merecía culpa y castigo apenas se pensaba en ella.
Después de que murió lo más desagradable, más allá de toda duda, fue encontrar entre sus pertenencias un epitafio de sí mismo, escrito de puño y letra, donde nosotros, sin saberlo ni haberlo confesado, apreciábamos, sin preguntarnos nada, los momentos ingratos experimentados, como si su prioritaria misión en este mundo hubiera sido que le agradeciéramos las amarguras que nos dedicaba puntualmente. Me hubiera gustado sacarle una cuota de humor al espectáculo pero preferí escupir en el suelo para terminar de quitarme el regusto de tanta santurronería. Quemé el testamento, no tanto por rencor como por evitar vergüenza ajena y lo ofrecí en el altar del tiempo perdido. Un manto de piedad y un brindis para olvidar el olvido.
Cuando alguien sugirió que era dudoso su destino eterno, la que va a catecismo dijo: —Sólo puede estar en el cielo. ¿Dónde si no tienen paciencia infinita?

martes, 12 de mayo de 2009

Reimplantación - Jorge Martín


—Sé que murió uno de los nativos cuando la nave cayó en la aldea y quedé muy mal herido. Usaron varios órganos del fallecido para salvarme la vida.
—¿Podés recordar algo más?
—Me recuperé rápido.
—¿Reconocés estas imágenes? —Son los cuatro muertos al caer la nave.
—Poco, me uní al equipo en la estación. A este —señalé uno. —Dice ahí que era un piloto.
—¿Cuántos pilotos había en la nave?
—Uno.
—¿Entonces, había dos?
—No, no sabía que hubiera otro. ¿Qué trata de decirme?
—Que no había dos pilotos. Sos ése que no reconocés, eras el único piloto. Ya estabas muerto cuando te retiramos de la nave.
—No entiendo.
—Tu aspecto es el de un nativo porque tus órganos fueron implantados en el herido de la aldea y se salvó pero, con los días, el que recuperó la conciencia fuiste vos. —Eso es imposible.
—No. Está inserto en nuestros genes cuando hay riesgo de muerte, colonizar otros cuerpos.
—Nunca supe de tal cosa.
—Lo recibiste con las vacunas antes de partir a la misión.
—Nadie me avisó.
—Lo íbamos a hacer pero no hubo tiempo, no tuvieron un buen aterrizaje. Por suerte había cerca nativos humanoides. Otros organismos no responden tan bien.
—¿Hay otros?
—Félix.
—¿El ovejero alemán?
—El anterior capitán; en el espacio un asteroide nos impactó. No quedaba más que el perro. Por supuesto, hay funciones que no recuperó, como el habla, pero nadie piensa que se perdió demasiado. Puede ladrar, que es lo que hacía antes del accidente.
—¿Y por qué no lo vuelven a reimplantar?
—No es cuestión de jugar con eso. Es un procedimiento muy costoso. Mantenelo en secreto entre nosotros. Es una condición a prueba todavía. No caería muy bien en las colonias que se sepa de nuestras características parasitarias.
—¿Qué pasó con los otros tres?
—Dejaron escrito que no querían ser trasplantados sino a otro cuerpo terrestre. Guardamos algunas partes. Es un riesgo que corren, pues no conviene aplazar la implantación. Allá ellos.
—No sabía nada.
—Eras el nuevo, pagaste el derecho de piso.
El médico me dejo solo, di unas vueltas por la base, nadie me prestaba demasiada atención ni se sorprendían.
—Me alegro de que hayas vuelto —dijo un operador de comunicaciones al pasar— Yo pagué por un cuerpo nuevo. Me insertaron en un Joriciano de la tercera luna. Fue costoso pero valió la pena —se golpeó el pecho y siguió de largo sonriente.
En el invernadero estaba tirado el perro bajo las lámparas. Se me acercó moviendo la cola pero no me atreví a acariciarlo, no quería ser mal interpretado.

Ilustración: Fragmento de Butantã. Héctor Ranea

miércoles, 8 de abril de 2009

Cuentos a la hora de dormir - Jorge Martín


Caperucita, Cenicienta y Blancanieves pensaron que ser flogers era divertido, que le agregaba color a sus cuentos de finales felices. Disfrutaron ingenuas noche tras noche la novedad hasta que encontraron al pie de una página a Cenicienta asesinada. Con un solo golpe cayeron en la cuenta de que no estaba la época para los personajes ingenuos, ni para confiar en príncipes o leñadores llegando a tiempo para rescatarlas.
Ahora los relatos empiezan con un cadáver sobre la mesa y el protagonista es el primer candidato a muerto. Que lleve tu nombre implica serios riesgos y seguro final sangriento. Los cuentos a la hora de dormir se han convertido en un peligro y es habitual que, a la hora de empezar, algunos de los personajes más importantes no aparezcan. Ya sean cabañas, castillos o palacios, las puertas permanecen cerradas apenas oscurece. No insista en llamar, nadie aparece. Como están las cosas es entendible.

sábado, 4 de abril de 2009

Lágrimas de vampiro- Jorge Martín


Por primera vez en miles de años los vampiros tenían miedo y se escondían en las sombras para no ser cazados como ratas. El prestigioso científico Frank Stein encontró la fórmula para sintetizar de la sangre del vampiro una vacuna contra la vejez, prolongaba la vida y retrasaba el deterioro físico, y se desató una persecución sin cuartel contra los hijos de la noche.
Debían ser capturados sin dañarlos y se pagaban fortunas por ellos. Se los encerraba en pulcras celdas donde eran cuidados y alimentados. A los que se sacaban sangre voluntariamente, los hacían morder con los colmillos la parte superior de un recipiente hasta llenarlo dos veces al día. Los rebeldes estaban sujetos a una silla y se los drenaba con sondas. Al parecer sentían un dolor insoportable y había que amordazarlos para no escuchar los terribles aullidos. No se los dopaba o se les daba calmantes para no contaminar la sangre fresca, después de cada sesión quedaban exhaustos y sin fuerzas siquiera para comer. Algunos pedían a gritos que terminaran con ellos. Era muy difícil que se sacrificara algo tan valioso. Se los alimentaba con lo mejor, corderos, terneritos, tenían que estar vivos por supuesto. Dicen que en algunos tambos contratan gente que gana buena plata por ser mordida.
Al final de su ronda retiró de la última celda, el frasco con la sangre y la catalogó con cuidado. Este había sido un vampiro famoso y temido, el mismísimo Dracula. El monstruo le mostró los dientes y le dedicó un débil rugido, pero cuando se acercó se retiró solo a su cubículo. Estaba desfalleciente.
—Por hoy es bastante. Te estás portando mejor. Ya sabes qué sino colaboras te ganas la sonda hasta que te deja seco— al vampiro le brilló la mirada de terror y se escondió temblando.
Pensar que no hace tanto era el predador. En el fondo hasta le dio pena.
—Alguna vez tenía que terminar el festín para ustedes, no en vano bajamos de las ramas y nos adueñamos del mundo, tarde o temprano vamos a ir tras el infierno, mejor que pongan las barbas en remojo y tiemblen desde ahora los demonios.

miércoles, 1 de abril de 2009

Compromiso cósmico - Jorge Martín


Respecto del hábito de disponer todo lo que estaba a su alcance en un orden inalterable y estricto, fue catalogado por un especialista como un desorden obsesivo compulsivo. Lo único que le molestaba en el diagnostico era la palabra “desorden”. Cual fuera la dolencia, si era tal, era un mal menor respecto de los beneficios que reportaba.
Las experiencias gratificantes eran escasas, pero había encontrado la receta para rescatarlas tal como si hubiera encontrado la fórmula de cómo ubicar la aguja en un pajar. Se había tomado el trabajo -exhaustivo, por decir lo menos- de catalogar las secuencias precisas y fijarlas en procesos invariables, tan exactas como las leyes de gravedad.
Queda claro que este protocolo era válido en aquellos sucesos privilegiados y de influencia remota -pero definitiva- sobre el entorno. Tanto hacían a la estabilidad universal, como eran ignorados en su importancia por la mayoría, aunque listados pueden sonar intrascendentes. Así, lavarse las manos, cerrar adecuadamente las puertas, las llaves del gas, ordenar el escritorio -y no menos- respetar el tiempo en cruzar la calle, estaban ejecutados en función del equilibrio cósmico. Le consumía la mayor parte del día -y a veces de la noche- llevar a cabo con precisión su ineludible deber, pero lo animaba el saber que el universo se mantenía en pie gracias a su sacrificio y no había colapsado a pesar de los pronósticos. El resultado estaba a la vista.

lunes, 9 de febrero de 2009

Ladrón de tiempo - Jorge Martín


Robar minutos abandonados no era tan simple, pero todavía se podían conseguir segmentos completos de hasta media hora en buen estado sin intoxicarse. Había que ser prudente y marcar algún depre, oficinistas también servían, alumnos en clases de matemática o historia. En general era tiempo que había que limpiar un poco para poder usarlo o venderlo. Lo que costaba más era raspar los pensamientos vagos o estúpidos como ser "mañana empiezo la dieta", o "¿Dónde estarán las llaves? En un tiempo probó en un geriátrico, pero los ancianos estaban cubiertos de recuerdos y tenían un curso temporal muy enredado. Había que descontar los terminales o enajenados; eran una clase de tiempo que te dejaba sin ganas de nada y se pagaba poco. 
En raras ocasiones había conseguido hasta casi una hora sin usar. A la gente le cuesta quedarse quieta. Un gesto o una palabra bastaban para arruinar un largo segmento.
La primera vez que le había hincado el diente a un distraído le chupó más de de una semana de un solo tarascón  y casi le explota la cabeza y el corazón le latía como caballo desbocado. Fueron los peores tres días de su vida, hasta que lo desintoxicaron drenándole la mayor parte de tiempo que había digerido. Lo que había ocurrido era que estaban llenos de actividades y se le habían pegoteado al cerebro. El afectado no quedó mejor: ni siquiera recordaba dónde había estado. Con un poco de ayuda de algún infiltrado en las filas de investigaciones paranormales el hombre salió convencido que había sido abducido, en algún sentido era cierto, por alienígenas.
Por ahora contaba con apenas treinta años adicionales; había vendido siete, no era mucho. Estaban lejos las épocas en que se acumulaban años sin problemas. No les va mejor a los vampiros. Aunque los comparen dicen que no tienen nada que ver. Ahora, con el asunto de las enfermedades transmisibles, el colesterol algo y las grasas trans, tragar sangre de cualquier tipo es sinónimo de una vida eterna de porquería. La crisis afectaba a todo el mundo; por curiosidad nomás, había intentado con un corredor de bolsa y, cosa que nunca le había sucedido, en vez de robarle tiempo perdió al menos veinte minutos en ese segundo que lo mordió. Es mejor no meterse con ese rubro.

martes, 3 de febrero de 2009

Limbo - Jorge Martín


Era el hambre y comida sin sustancia ni sabor. Sed sin saciedad. Cansancio constante con necesidad imperiosa del sueño reparador, pero incapacidad de dormir. Frío inmutable sin abrigo posible. Lluvia persistente, niebla y sol ausente. Como paisaje, las piedras húmedas, galerías oscuras, escaleras interminables. No hay habitaciones donde la gente come o duerme, solo pasillos que dan a otras calles. Los otros, como sombras sin consistencia, pasean sus ojos sin mirada. A veces, en los rincones, sueña con nombres que le quedan en la punta de la lengua pero nunca alcanza a rescatar del olvido. El cielo está oculto bajo un gris ceniciento. 
Reúne todo su valor y se levanta del suelo, ignorando si hace una hora o cien años que ha caído rendido en esas baldosas frías. Las otras sombras pasan a través de él como si no hubiera alcanzado la densidad necesaria. Sale a caminar por ningún motivo, a paso firme como si supiera donde dirigirse. Hoy está decidido, no regresará a la estación.
Atraviesa las calles vacías, con fachadas recién pintadas, con puertas de pestillos de bronce lustrado, con luces en las ventanas. Pero ya sabe que detrás de las puertas y las ventanas iluminadas no hay nadie, solo dan paso a otras calles igual de vacías, igual de impecables, con los carteles y los nombres pintados. Días enteros deambula buscando vestigios y señales que nadie le ha dejado, reprime la cólera de gritar porque el silencio que sigue es más pesado. 
La lluvia le da un brillo acerado a las calles. Se escucha el paso apresurado de algún transeúnte que por el modo de caminar está seguro de conocer, aunque cuando parece a punto de alcanzarlo desaparece a la vuelta de la esquina. Alguna puerta se abre o se cierra justo antes que se dé vuelta para mirar. El aire no pega en las caras ni el agua pasa de ser una humedad pegajosa. Los arboles en las veredas, con el paso de un viento ausente, dejan caer en el otoño —siempre es otoño—, flores oscuras que cubren las veredas de un perfume dulzón y pestilente. 
La estación es enorme; en el techo, las bóvedas tienen todavía jirones de bruma oscura. En los andenes hay trenes a punto de partir, que no parten nunca, y algunas figuras borrosas se esconden en asientos apartados de las miradas, en esperas que nunca terminan. 
Aquí no pueden morir ni las horas. Las moscas circulan como fantasmas. El olor de las frituras y el diario del día anterior son constantes. El año y el calendario no significan nada. 
Sabe que está condenado. Algo muy terrible le pesa en alguna parte que no puede precisar. Se sienta en el bar al paso de la estación, pide una gaseosa y un tostado, sabe que los dejaría allí, sin tocarlos. Está, como las otras veces, al borde del asiento. Hoy había decidido no volver, ¿o fue ayer? ¿Cuál esa la diferencia? Invariablemente vuelve a la estación para cumplir el ritual vacio que llena su ¿día?
Como siempre, el hombre de anteojos lo espera, en el mismo banco, con el portafolio en sus rodillas, con un café recién servido, y una medialuna de grasa a medio comer. Sobre la barra, la carpeta ya abierta y una estilográfica con ribete metálico dorado. Lo invita a sentarse con la mirada; solo tiene que firmar. Siente la culpa pero no puede precisar su crimen. ¿Firmar sin saber si sella su liberación a su condena? Pero todos los días el hombre de anteojos con portafolios extiende la mano con la lapicera. Estampe su firma o no, el resultado será el mismo: se encontrará al día siguiente ante la misma hoja en blanco.

jueves, 15 de enero de 2009

Curso fatal de colisión - Jorge Martín


Pudo haberse iniciado como evento hace millones de años o en los últimos dos días, para el caso es lo mismo. De manera inexorable y a veces con trazos gruesos, al ritmo digno de un quelonio, cada partícula se suma y confluye en la corriente azarosa que los antiguos, con más sabiduría, llamaban destino por su caudal irreversible y fatal.
Cuando evoco tres o cuatro decisiones fundantes puedo rescatar este hilo presente sin demasiadas dificultades: estaba allí aún antes de que yo existiera, aseguro apurando los términos. Podría haber conspirado, incluso, con una teoría que calculara alternativas, pero hubiese sido inútil. La colisión estaba inserta en nuestros genes como una enfermedad potencial, dispuesta a despertar con el más pequeño de los pretextos e instalarse en el centro de la escena aunque el nombre de los protagonistas en los carteles fuera otro. 
En dirección opuesta y constante, la intercepción marcó la cita y reservó asientos en primera fila, consciente de que el encuentro no sería uno más. Otro, con velocidad constante y empuje similar, no tardaría en cruzar por el mismo punto, en el mismo instante. El choque fue brutal y no por esperado menos intenso, mi hermano y yo, materia y antimateria, tratamos de ocupar el mismo espacio al mismo tiempo y nuestras duras cabezas casi se aniquilan mutuamente. Llantos, gritos, él empezó primero, ahora me tocaba a mí, sangre y mocos fueron despedidos en un radio y a una altura nunca antes vista. Comentarios insustanciales adornaron más tarde el hecho para simularlo fortuito. Una cicatriz atestigua todavía la magnitud del evento que provoco la extinción total de una feliz celebración de casamiento.

domingo, 11 de enero de 2009

¿Papá, cómo me hicieron? - Jorge Martín


Pichón, no tengo nada que ocultarte. Elegimos con extremo cuidado porciones de ADN de cinco parentales además del nuestro para que pudieras contar con los recursos y la base más sólida para elegir tu futuro. Tenes tres categorías potenciales de primer nivel, deportes de velocidad, destreza manual de motricidad hiperfina que permite un amplio arco desde desarrollo artístico como pilotear naves interdimensionales y visión pentaespacial para permitir el desarrollo y la compilación en matemática, diseño y calculo de trayectorias múltiples. Además de caracteres secundarios aleatorios como destreza vocal y compresión sonora para lenguajes de al menos cuatro de la branas más conocidas. La mezcla se hizo en la mejor la granja y estuvimos presentes en cada etapa de tu desarrollo. Ser engendrado por una simple cópula azarosa, dejando que los genes se choquen a su antojo hubiera sido una falta completa de interés además de una irresponsabilidad. ¿Cómo íbamos a dejarte a merced de enfermedades o resultados casuales pudiendo optimizar el epigenoma? Tus siete padres éramos muy conscientes de lo que hacíamos; tus compañeros dicen eso para molestarte. Sólo porque hayamos venido de otro sistema planetario no significa que somos homo sapiens.

viernes, 9 de enero de 2009

El navío errante - Jorge Martín


Crecen los sueños en el espacio, encuentran la dimensión que les es propia, el infinito, que traducido al corazón humano es el deseo. El ansia se consume y se alimenta de su propia insatisfacción.
Así pasaba un año tras otro cavilando sin encontrar descanso. No podía enfermar, no podía enloquecer a tal punto de perder conciencia de la maldición que cargaba. A través de los mundos que recorría, el cielo se había vuelto uniforme. Había visitado y descendido en miles de planetas para regalarles un día de suerte, pero pasadas esas escasas horas, el mal y la desgracia se abatían por donde él pasaba. Entonces hacía despegar a su nave, regresaba al espacio y seguía su solitario camino.
Decía la maldición que solo una mujer que estuviera dispuesta a amarlo y entregar su vida por él, podría romper el hechizo que lo hiciera prisionero, sentenciándolo por toda la eternidad.
Se habían sucedido infinidad de historias desde que comenzara a errar, cuando todavía el mar estaba confinado a una tierra perdida y muerta mucho tiempo atrás. Podía recordar cuando las naves empezaron a surcar el espacio y dejaron atrás las velas para hundirse en un mar más peligroso y oscuro. Podía recordar cientos de amores sombríos. Muerte para las que se atrevían a despertar su corazón y no entregárselo como la prenda que lo liberase de su destino. Pero él suele saltearse la historia de aquellos encuentros, pocos pero significativos, donde podía sondear el fondo del alma y saber que estaba frente a un corazón que se le entregaba entero, que podía ser abierto con las manos y expuesto a la luz mientras se lo apretaba entre los dedos, mostrando al cielo su triunfo. Tal vez fueron dos veces, tal vez más. No entendía cómo podía haber sido amado de ese modo, pero su creencia en lo imposible no impedía que la realidad encontrara la ruta para imponerle reglas nuevas. Podía librarse de la maldición y dejar atrás miles de años de tormento. Bastaba abrir una herida no más ancha de la que puede hacer un cuchillo y ofrendar lo que nadie le negaba. No tenía mucha lógica, pero esta vez tampoco lo haría. Guardó el puño y el puñal y se dejo llevar a la nave por el rayo tractor, no podía esperar un segundo, se cumplían las veinticuatro horas. Allá abajo quedaba ella, con una herida invisible que no cerraría nunca; lo amaría para siempre, aunque al menos conservaría la vida. Tal vez otro día, en otro mundo, en una galaxia perdida se atrevería a atravesar el corazón que lo amaba hasta el punto de ofrecerse para demoler la maldición, pero hoy no, hoy seguiría su camino. No es bueno dejar sólo cadáveres por el camino; que alguien te recuerde puede ser un signo de buena fortuna.

martes, 6 de enero de 2009

Inconveniente para menores - Jorge Martín


—Gracias por escucharme, no es fácil encontrar quien te ponga la oreja. Te estaba diciendo, si contamos las termitas, las cucarachas, los mosquitos, las colmenas de abejas africanas y las migraciones de langostas, si agregamos de otros rubros como las ratas, los murciélagos y treinta y ocho mil especies de arañas, y aun sin hacer un recuento exhaustivo, somos una minoría. Tengo la impresión que en cualquier momento estos bichos se van poner de acuerdo y van a reunir un ejército para poner fin a nuestros desmanes, destruyéndonos en menos de veinticuatro horas. El mundo quedará libre al fin de nuestra tiranía inconsulta, podrá respirar, y la naturaleza, o quien sea que se encarga de todo este asunto, se va a cuidar muy bien de reproducir criaturas como nosotros. Nada de apocalipsis que nos glorifiquen, ni invasiones espectaculares que saquen a relucir nuestra vena heroica. Nuestros huesos al sol, sin nadie que los estudie y clasifique. ¡Se me paso la hora!, ya debe estar por llegar el micro, después la seguimos. No te olvides la mochila, tesoro, y decile a la seño que te dé él postrecito. Besitos, mami te quiere.  

sábado, 3 de enero de 2009

Cada día escribe mejor - Jorge Martín


Sé que se usa en referencia a un venerado cantor de tangos pero no pude resistir la tentación de remedarlo para aplicarlo a una de las artes más nobles si no la más, la literatura. Releyendo los textos sentí el calor de los frutos madurados por el tiempo, que las palabras parecieran las mismas que fueron escritas hace treinta años, aunque recién ahora florezcan y su jugo rezuma por los bordes de las páginas gastadas. No me extraña que un pájaro pirata dibujado sin pericia ronde los párrafos con intención de beber de su savia elegante. Tampoco me sorprende vagar como un desconocido, recitando de memoria y en voz alta por las calles los sonetos recuperados del olvido. He leído con avidez la noche entera, embelesado y sin dormir hasta atragantarme con la última letra y sin detenerme por temor a romper el encanto. No es sólo la acumulación de horas o una elocuencia nostálgica, es el verdadero placer de experimentar la obra moviendo los labios mientras leo, aunque trate de conservar el silencio.
Luego, con más calma, despego los ojos del ritmo hipnótico, de los acentos secretos, de la cadencia seductora de las frases y haciendo un esfuerzo supremo calculo cuánto tiempo debo perder en lo insustancial hasta que la noche me ayude a recuperar la lectura. A esta altura ya están al tanto del autor que me subyuga, soy yo y esto es mentira y es verdad. ¡Hace tanto que no revisaba mis cuadernos de primaria!

jueves, 18 de diciembre de 2008

El planeta de los humonos - Jorge Martín


Tenía partidos los labios pero eso no le impidió balbucear con furia. — ¡Maldito mono Salvaje! —El grito lo hizo atragantarse con su propia sangre. 
—¿Salvaje? —repitió el mono con un tono frío y contenido. Xajier tomó la punta de la larga cadena con su enorme mano y arrastró a Riply, que no tuvo más remedio que correr a su zaga, tropezando con todo y sin poder hacer pie.  Fue obligado a subir a una plataforma que comenzó a elevarse. Salieron a la intemperie, el viento era frío y tuvo que esforzarse para no ser abatido por las ráfagas. Estaban a mucha distancia del suelo, vehículos de todo tipo cruzaban el cielo a toda velocidad y parecía que en cualquier momento iban a estrellarse contra ellos; si sobrevivían a la colisión, la caída no los perdonaría. Riply no creía llegar a esa instancia; el brutal mono lo mataría antes y luego lanzaría los restos para que se lo comieran. Tuvo un instante para apreciar la enorme ciudad de torres esbeltas. Xajier lo miro y volvió a repetir: —¿Salvajes? —a la vez que señaló hacia un punto hacia abajo. Estaba bien a la vista pero el impacto de la visión le había impedido reconocerla. Enterrada hasta las rodillas y levemente inclinada hacia un lado, en medio de un parque, como en una exposición, estaba la Estatua de la Libertad.
—Es lo único que rescatamos de entre las ruinas consumidas por el fuego, además de unos pocos sobrevivientes. ¿Salvajes, nosotros? —insistió Xajier con amargura.  

lunes, 15 de diciembre de 2008

No hay lugar para el amor - Jorge Martín


La historia arrancó con un apasionado dialogo, lleno de intensidad y lujuria contenida. Se amaban con desesperación y alimentaban un idilio que no podría consumarse. Él era un vampiro de otros tiempos, atildado y gentil, al que le inquietaba el desaliño y guardaba las formas, y ella un dragón hembra, virulenta y mal hablada, que bebía sin parar y echaba fuego por la boca. Ambos eran demasiado feroces para mantener la relación en un marco platónico, pero sus intentos de aproximación habían desatado accidentes y explosiones. Sin embargo, por alguna razón propia de estas historias, se habían encaprichado el uno con el otro. Sólo podían acercarse cuando él se transformaba en murciélago y revoloteaban por el cielo, dos monstruos que aterraban al resto de los mortales; ellos arrobados. Pero la dupla no podía soportar las contradicciones impuestas por condiciones tan dispares. La dragona, cuando lo veía pálido y desvalido, vacilaba entre estrujarlo entre sus garras o asar su carne blanca con una exhalación de mil grados. A su vez, el vampiro no podía atravesar la dura piel de ella. Un dragón vampiro, ¿se imaginan? Solo cabe en una segunda parte. 
Lo más increíble de esta historia es que dice estar basada en un hecho real. Sucedió en una noche de taberna, en un país deshilachado y antiguo; después de beber demasiado todas las historias son reales. Igual fue raro ver —y es poco lo que recuerdo—, a una mujer con cara de lagarto —dicen que los dragones pueden adquirir cierta forma humana—, con una criatura semejante a un ave posada en su hombro izquierdo. Cierto o imaginado, el amor escatima sus frutos y convierte en perseguidos a los amantes, sean vampiro y dragón, doncella y príncipe, sapo y princesa. Poderosos o indigentes, nadie gobierna al díscolo Cupido, dije como pude, porque me patinaba la lengua, y aumentando la extravagancia del cuento con una frase que se sumergía de cabeza en el ridículo, pero respetaba el género literario.  

jueves, 20 de noviembre de 2008

Protocolo de seguridad - Jorge Martín


Parecía un hormiguero que había reventado. O una bolsa de gatos. Un síntoma revelador de la extrema gravedad de la situación era que monseñor Silva Doravante, prefecto de la secretaria de refacciones y mantenimiento, habitualmente sereno y atildado, contenía la respiración y se iba poniendo cada vez mas colorado.
—Respire un poco, Eminencia —acotó el diácono cuando notó que alcanzaba un color morado. Es que no sólo la semana anterior habían desaparecido las llaves de San Pedro, que según la antigua tradición abrían las puertas del cielo, que estaban allí desde que San Juan de Letrán fuera consagrada; no sólo había sido vulnerada la cuidadosa vigilancia de la que se jactaba su jurisdicción, sino que por los interminables pasillos corría el rumor que el mismo apóstol había sido el que las había retirado. Si esos rumores se esparcían, iban a rodar cabezas. Un sinfín de circulares y decretos atravesaron los distintos dicasterios pero nada podía contener a la multitud preocupada que llenaba la plaza y pedía explicaciones. 
—A situaciones límites, soluciones extremas —dijo el anciano archidecano del cuerpo colegiado. Todos quedaron congelados, sabían bien a qué se refería.
—¿Es necesario? La última vez que él profetizó se produjo un terremoto —objetó el prefecto.
—¿Tiene alguien una idea mejor? 
 Nadie contestó. Enfilaron como penitentes a la colina de Santo Ángelo para consultar al eremita que hacia veinte años no hablaba con nadie ni salía de su celda. Aseguraban que tenía comunicación directa con el cielo. 
—Te rogamos… —empezó el diácono, pero lo interrumpió el impaciente monseñor—; te ordenamos según la regla de la obediencia que consultes el oráculo sagrado y respondas dónde están las llaves de San Pedro. 
El eremita en las sombras inclinó la cabeza en señal de sumisión y desapareció en su miserable cabaña. Después de largas horas de calor insoportable y silencio absoluto el monje reapareció resplandeciente.
—Alégrense hermanos, obtuve respuesta.
Gran murmullo de alivio, aplausos y hasta algunos irrespetuosos silbidos. 
—Silencio, déjenlo hablar —rogó el joven diácono.
—En el claustro de la clausura Augusta hay una copia de las llaves, en un tarro de yerba vacío que está bajo la mesada de la cocina de Sor Anunciata; están ocultas allí desde hace cien años.
—Estamos salvados —se aflojó monseñor.
—No tanto —continúo el eremita—; la copia está, pero aunque hubiera veinte serían inútiles; en el cielo cambiaron la cerradura.

miércoles, 12 de noviembre de 2008

Síndrome de abstinencia - Jorge Martín


El edificio ocupaba una manzana entera, estaba en la etapa final de instalación y pintura. Tipo condominio, con espacios comunes como pileta, quincho, lavadero y cochera. Un estilo relajado que nos entusiasmó desde el principio. Después de visitar el departamento tipo, y sin pensarlo dos veces, dimos la seña por uno de tres ambientes con una pequeña terraza. Con la mitad al contado y el resto a pagar en diez años nos quedaba una cuota mensual alta, pero valía la pena. 
Nos fuimos a vivir cuando todavía podía sentirse el olor a la pintura y el hall de entrada no tenía cerradura ni portero. El apuro era absurdo, pero nos ganó la ansiedad, o por lo menos fue lo que pensamos en ese momento. A la semana nuestra casa estaba atestada de muebles, electrodomésticos, vajilla, cortinas, ropa y accesorios en cantidad, como para  completar tres casas. En las listas aparecían como urgentes cosas que no necesitábamos y excedían los límites de nuestras exhaustas tarjetas de crédito, ya fueran Vip o Gold, evaporando nuestros ahorros y empeñándonos hasta el cuello. Pero las escenas en los pasillos eran idénticas, ya que nuestros vecinos sufrían del mismo ardor que los hacía comprar sin poder detenerse. Fue necesaria la intervención de los bomberos y la policía cuando la acumulación de paquetes sin abrir de todo tipo y tamaño cubrió la vereda y obstruyó la calle. El diagnóstico no sorprendió a nadie, después de una larga investigación el origen de la epidemia parecía ser que el complejo estaba construido sobre los terrenos de un antiguo shopping, un centro de compras. Esos lugares fueron prohibidos hace ya una década por adictivos, cuando las personas empezaron a morir aplastadas por sus propias compras, dejaban de comer para alcanzar una oferta, se suicidaban en masa cuando les cerraban las cuentas y se quedaban sin dinero. No sabíamos de la existencia de un efecto residual. Lo difícil será sobrellevar el periodo de abstinencia. El deseo de comprar estará siempre ahí, al acecho. A veces jugamos a escondidas con dinero falso y hacemos paquetes con cajas vacías, intercambiándolas para reducir la ansiedad. Anoche mismo soñé que estaba en el cielo, y que era un centro de compras; aborrecí despertar. No pienso contarlo en la terapia estatal. Nos pueden quitar la compra del mes por mi culpa.

miércoles, 5 de noviembre de 2008

Derecho a voto - Jorge Martín

Disculpen que empiece con una pregunta pero no encuentro una manera gentil de hablar de estas cosas. ¿Por qué nosotros no votamos? Si soportamos las consecuencias de las políticas que implementan. Sufrimos las crisis que desatan, primero que ellos. Nos castigan si elegimos los que no les gusta, arruinan la atmosfera, invaden con malos pretextos y ahí están listos y dispuestos para el próximo juego. Los héroes, las canciones, los indios y los dioses hablan su lenguaje. Son copia trucha y les gusta serlo. Remake de bajo presupuesto de imperio clase B. Con guiones remanidos asumen la falta de inteligencia por elección natural. Estamos infectados de sus templos de cartón piedra en los desiertos de nevada, de los amoríos de sus estrellas y de la infinidad de galas para premios que nadie recuerda más que a los diseñadores de ropas y vestidos. Vuelvo a la pregunta, ¿Por qué no votamos nosotros? Si soportamos el peso de sus delirios, si desde lo que comemos hasta lo que exudamos lleva su marca, aunque se haya elaborado en un lugar que no saben deletrear. Yo estoy seguro que elegiríamos un presidente como se merecen, de esos que de un solo manotazo muestran la hilacha y acaban con todo. 
Tal vez haya diez justos en ese Far West extendido más de la cuenta y por eso todavía sobrevivan a sus propios desquicios mientras el resto mira en una cómoda silla de plástico masticando un Mac algo. Si los brotes de inteligencia se los masticaron en la fábrica de sueños y ahora solo filman pesadillas. Es tan largo el final. Un The End expeditivo se impone. Por favor, déjennos votar, tenemos el candidato perfecto.  

jueves, 30 de octubre de 2008

Causas y consecuencias del complot alquimio-científico contra la aristotélica - Jorge Martín


Era pura brujería relativista. Encontraron la manera de alterar la realidad. El mundo no se había movido desde el comienzo, ni las cincuenta y cinco esferas de Aristóteles cambiaron sus orbitas perfectas. Ni el sol había dejado de girar en torno a su centro natural: la tierra. El delicado plato guardaba a sus creaturas con total eficiencia. Qué casualidad, justo que la ciencia empieza a poner en dudas los datos que se habían sustentado por miles de años, de pronto deja de existir el universo tal como era conocido. Esta logia lleva largo tiempo preparándose en la oscuridad y cuando estuvo a punto el plan reemplazaron el universo original por este llamado Big Bang, caos sin inteligencia ni fin último. La maravillosa síntesis teleológica fue escondida en algún lugar secreto, encerrada tal vez en una dimensión alterna, a pedido de los conjuros de estos brujos. Es un invento de algunos precursores antiguos sin tecnología, pero los alquimistas encontraron la manera de concretarlo con sus tramoyas avanzadas y suplantaron el precioso mecanismo de la creación por un manojo de eventos inconexos y razones promiscuas. Considerando los resultados no nos extraña que afirmen que nadie ha creado. No sea que se descubra que ellos hicieron este mamarracho. Ahora ninguno se quiere hacer cargo de poner la firma y se limitan a desparramar teorías para despistar a los incautos. Sepan que la creación original todavía subsiste y encontraremos el modo de rescatarla de su exilio. Eluden nuestras búsquedas hasta ahora. Puede que la muevan  como a un rehén para mantenerla prisionera. Nuestros telescopios vigilan; sospechamos que detrás de los vagos conceptos de materia oscura se halle sepultado el verdadero universo. ¿No les parece raro que la mayor proporción de la materia y la más importante de la que estamos constituidos no pueda detectarse? Sumen dos más dos. 

sábado, 25 de octubre de 2008

El justiciero - Jorge Martín


Sonaban los tres celulares de la casa a la vez, incluido el que no usaba hace más de un año. La casilla de mails se llenó, tanto la de la oficina como las dos privadas. Las cartas se acumulaban en distintos formatos, con sobre de colores y hasta uno perfumado. El teléfono sonaba a las doce, a las tres y a las cinco. En las dos primeras cortaba y la última, una voz conocida mascullaba casi llorando. Alguien trataba de llamar mi atención. El contenido del mensaje era el mismo: Auxilio. ¿Quién enviaba los mensajes? Yo. Imposible.
Pero fui yo el que aparecí muerto por la mañana a los quince días exactos de recibir el primer recado. Encontraron un último mensaje mío en el contestador: No pude soportar más sus ausencias y lo maté. 
Les prohíbo que consideren el hecho como suicidio, justicia por mano propia es lo adecuado.