Mostrando las entradas con la etiqueta Isabel María González. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta Isabel María González. Mostrar todas las entradas

miércoles, 30 de abril de 2014

La espera - Isabel María González




Existen también lugares como éste: círculos rotos. Con cuatro oberturas para entrar en ellos, para salir o para quedarse siempre. Nadie se queda para siempre. Ni siquiera yo.
El círculo concentra agua, como todo. Siempre regresamos al agua. Pero ésta es sumisa, estanca, verde. Es hermosa. ¿Qué miras? pienso. La tórtola que bebe en la isleta de piedra que marca el centro, ladea su cabecilla interrogante, se percata de mi presencia y estudia las posibilidades que tiene de permanecer un poco más de tiempo para acbar lo que ha venido a hacer. Puedes hacerlo, soy inofensiva. De momento.
Yo también lo hago y nos aguantamos la mirada. A ver quién puede más. Cada una a lo suyo. Yo estudio las curvas envolventes de este lugar redondo. Tú, bebe. Desde el banco en el que me senté hace un rato, en este espacio que me rodea literalmente, me como con los ojos el puente de madera que lo cruza y los otros siete bancos vacíos, inquietos, ellos también te esperan. Mi vista gira despacio deteniéndose en los detalles que a su vez, en sentido inverso, despacio, también giran. Todo vuelve a su sitio. Todo se encuentra.
Alguien soñó aquí una cápsula del tiempo, una pequeña arca con un poquito de todo, no sea que mañana nos traicione la memoria y no sepamos lo que era un pino, un ciprés, un olivo, un falso naranjo, otro pino, un chopo, más pinos, otro olivo. Me estoy mareando. Dos farolas de copa redonda y blanca. El estanque, el puente, la isleta de piedra, la tórtola. Ya no me mira. Quizás piensa que formo parte de la cápsula, una mujer quieta, ladeando la cabeza, estudiando las posibilidades que tiene de permanecer, la paciencia de esperarte. Puedes venir. Soy inofensiva. De momento.
Y llega. Y está cambiando el tono de las cosas. Siento su calor débil de finales de invierno y veo esas luces rojas que se ven con los ojos cerrados. Ahora sí, ya siento la piel, percibo mi sonrisa, suspiro satisfecha.


Acerca de la autora:  Isabel María González

viernes, 4 de abril de 2014

Eugenia: Intro - Isabel María González



Eugenia, una mujer desnuda (sin banderas), atada de pies y manos (lazos de seda), amordazada (sin palabras), una venda en los ojos, sola (muy sola). Martín, un hombre apuesto (solo), de mirada tierna (muy solo), abre la puerta, entra (a veces) y la seduce (siempre). La acaricia despacio con amor, con dulzura, con deseo (vencido) y cuando tiene entre sus manos su cuerpo rendido al placer (ausente), la desata lentamente: primero la boca, sellando sus labios con un beso (infinito), después sus manos que le acarician ya (urgente), por último sus piernas que ella separa, (ofreciéndose).
Ambos se entregan a una locura ascendente y al llegar al séptimo cielo (ingrávidos), plantan su bandera: la del amor, la del sexo, la de la vida. Rendidos y exhaustos se duermen abrazados el uno con el otro, allá tan lejos.
Al cabo de unas horas (no me olvides) la mujer despierta desnuda (sin banderas), atada de pies y manos (lazos de seda), amordazada (sin palabras), una venda en los ojos (permanente), sola (más sola).
Eugenia mira el espejo con recelo, no suele hacerlo, le asusta encontrarse con esa mujer vestida y libre que la mira extrañada, y a la que tiene que lavar los dientes, peinar y pintar un poco para ir al trabajo cada mañana. La otra se quedará esperándole, por si viene.

Sobre la autora: Isabel María González

martes, 8 de octubre de 2013

Hasta que la vida nos separe - Isabel María González


Aquel día amaneció sin vida. Ya en el tanatorio velaba angustiada su propia muerte y no la consolaba el hecho de seguir respirando, como todos los que la querían ...se empeñaban en hacerle creer. Te acompaño en el sentimiento, ahora hay que ser fuerte, la vida sigue, piensa que al menos ya no sufres, por fin descansarás en paz, es mejor así, los últimos meses han sido muy duros, ánimo Lucía, hija, ahora a mirar "pa lante"; mami, pasa página que estamos todos contigo, dame un abrazo hermanuchi, tita no llores... y así una tras otra resonaban aquellas frases de ánimo que se perdían en el ambiente lacrimógeno de la sala sin que ella recibiese ninguna. Permanecía de pie apoyada en el féretro sin poder quitar la vista de aquella mujer hermosa que aún conservaba el gesto de enamorada en sus labios.
En la sala contigua, Arturo, de pie junto a su féretro lloraba también desconsoladamente. Tampoco a él le compensaban las palabras de ánimo de los demás. A las once en punto dos misas daban el último adiós a los finados. Ambos séquitos se cruzaron cuando se dirigían hacia el lugar que ocuparían para siempre en aquel particular cementerio de amores imposibles. Lucía y Arturo cruzaron un momento sus miradas húmedas y tristes en un último gesto secreto de complicidad.

Sobre la autora:  Isabel María González

martes, 6 de agosto de 2013

Yo con Augusto no voy más a pasear - Isabel María González


Augusto es un revolucionario convencido: mitin andante, despertador de conciencias, libertador de ilusos y sumisos. Ni grillos, ni moscas, ni perros se salvan de sus discursos libertarios, para todos tiene unas palabritas. Con las ovejas es muy distinto, con ellas se exalta, grita, se sale de sus casillas; tengo yo que sujetar su rabia ante las caras incrédulas y aborregadas de incredulidad de las merinas que no aceptan el genocidio de su raza, que no ven la sangre negra de sus cinceles homicidas.
Luego están las sirenas, tarea difícil, porque sus dulces cantos le confunden. Su mitin invitándolas a abandonar su sumisión y sus serviles cantos, se entrecorta por la somnolencia dulce y placentera que le induce a seguirlas. Ahí estoy yo, para salvarle de ser arrastrado a las profundidades por esas esclavas bellezas incapacitadas para la vida terrenal. Entonces un sopor dulce le mantiene en brazos de Morfeo unas cuantas horas. Cuando despierta, yo, su amigo, el dinosaurio más libre y paciente de la tierra,... todavía estoy allí.


La Autora: Isabel María González

jueves, 2 de mayo de 2013

¡Jodido pedegree! - Isabel María González


Conocí al Golden blanco en una de mis visitas periódicas a la tienda de animales del barrio. Solía ir a ver a los cachorritos en sus pasillos alargados y estrechos llenos de paja - hola Dex, mi chico, ¿qué pasa, guapo? ¡Ai, mi chicorrote! (Dex acaba de llegar al estudio donde escribo, suele hacerlo cuando hace un ratito que no me tiene controlada) ya bajamos chicorrote, espera que te estoy escribiendo”- donde los peques se ponían de pie apoyados en el cristal esperando agradarte y que los sacases de allí. Me daban pena, sin nombre, esperando, sin paseos, sin mimos, sin amo. Él llegó con dos meses y medio y desde el primer día despertó en mí un sentimiento especial, era tan grande al lado de los demás, aún así todos sus gestos y piruetas eran igual de infantiles.
Le habían puesto precio a su cabeza, a sus patas, a su miradita tristona, a su pelo blanco y mullido de Golden Retriever: 900 euros, una locura, una vergüenza.
Su historia está unida a la de Darko, un cachorrito de pastor alemán que..., ahora te bajo Dex, venga vámonos, luego sigo,...
Ya está, por dónde iba: ...que mi hijo trajo a casa temporalmente hasta que acabasen de arreglar su apartamento. Es importante Darko para entender por qué Dex está hoy conmigo: estuvo dos meses en casa durante los que pasó de ser una bolita de peluche asustadiza y juguetona a un cachorro de cuatro meses enorme y negro de ojos castaños y brillantes, con una personalidad que ya apuntaba maneras, las maneras de Darko, su dualidad, cariñoso y tierno a veces, altivo, señorial y distante, otras. No respondía a mis caricias siempre, sólo cuando le aparecía, ni podías comprarle mimos con una chuche apetecible. Así es Darko. Inteligente, esbelto, negro, fuerte, todo pasión, líder de manada, que vuelve a ser bolita de peluche de vez en cuando, cuando le da la real gana. Medio en broma siempre digo que a Dex le quiero, le adoro, es un dulce, pero de Darko estoy enamorada. (Seguimos hablando de perros). Con él nació en mí una clase de amor nueva, una más, el amor a un animal :una mezcla de cariño, protección, responsabilidad, carantoñas, lametones, riñas,...
Cuando partió a su propia casa, el vacío que dejó en la mía era casi incomprensible para mí. ¿Cómo podía echarle tanto de menos? ¿Como podía sentirme tan extraña sin aquellos largos paseos con él? Iba a visitarlo siempre que podía, pero no era lo mismo, mamá qué pesada, tienes que tener tu propio perro, que no, que yo adoro a Darko, con que lo pueda ver y pasear, es suficiente, pero no era suficiente.
Fue así como empezaron mis incursiones en las webs de adopción de cachorros, protectoras, criadores, etc. La decisión estaba tomada, en junio, con la llegada de las vacaciones, buscaría un perrito.
Mientras tanto seguían sucediéndose las visitas al escaparate de cachorros. En el pasillo 1 el Golden blanco seguía creciendo, ya tenía cinco meses y no había conseguido un amo. Algunos días Vanesa, la cuidadora de la tienda, lo había sacado para que lo viese de cerca y lo tocase, no con la intención de vendérmelo, pues sabía de sobras que no lo haría.
Pocos días antes de Navidadfui a visitarlo por enésima vez pero ya no estaba, lo habían vendido: pena y alegría al mismo tiempo, por fin tenía una familia, una casa con terreno, tres niños, muy agradables, Vanesa estaba satisfecha, en la tienda todos querían ya al Golden blanco sin nombre de seis meses que aún no había pisado el exterior y que atendía a sonidos bucales y chasquidos de dedos, sus vínculos más estrechos los había establecido con ellos. Sentí alivio por él y por mí, pues poco faltó para que cometiese la locura de pagar la enorme cantidad de dinero que pedían y quedármelo.
El día cuatro de enero, subí a saludar a Vanesa y felicitarle el Año Nuevo y de paso, claro está, ver a los que cachorrillos. Estaba allí, lo habían devuelto, había sido un regalo sorpresa que no encajó bien la obsequiada. No se puede regalar un perro. Había estado una semana con ellos y la mamá no aceptaba la situación, bastante trabajo tenía ya con los tres niños. El hombre había llegado a la tienda con el rabo entre las piernas, disculpándose por los codos, con todos los accesorios del perrito bajo el brazo, entre ellos una correa maravillosa y navideña de charol rojo: que si le iba a costar un disgusto con su mujer, que si los niños se habían quedado llorando, que lo sentía mucho. Le habían llamado Toby, pero Vanesa enfadada con la situación le cambió el nombre, Toby no le pegaba nada a un cachorro que tan grande que sería un adulto grande y majestuoso, no habían entendido nada. Lo llamó Dexter.
El resto ya lo saben, está conmigo, me lo traje aquel mismo día, tuve que pagar un precio simbólico porque en las tiendas de animales no tienen autorización para dar perros en adopción.
Le llamé Dex, me ha cambiado la vida y lo adoro.

Sobre la autora: Isabel María González

domingo, 17 de marzo de 2013

Fora tempo - Isabel María González


En las ciudades hay lugares que están entre paréntesis.
No es fácil descubrirlos, no se encuentran buscándolos como los otros. Lo sé porque me salen al encuentro, súbitamente, abordándome, sin tiempo para cambiar de acera como suelo hacer ante lo desconocido. Lo sé porque me detengo involuntariamente, sin motivo, miro a mi alrededor y los veo. Esos lugares te llaman. Luego ya, los conoces y te quedas. Y vuelves.
En ellos el tiempo transcurre de otro modo, fuera de los cauces habituales de lo cotidiano, a gusto del consumidor. Se detiene, retrocede, avanza más deprisa o más despacio, al ritmo de mis sensaciones o de mis pensamientos. Es inútil mirar la hora, ayer había pasado un minuto cuando pensé que eran horas, hoy ha pasado una hora vivida como un segundo.
Sólo a veces, cuando el reloj mide el tiempo de los otros, hago una pausa.
Entonces, una mujer tiende una lavadora oscura de ropa masculina en uno de aquellos balcones “otra tanda , la última, y esa mujer, y que sigue sentada en el parque, lleva por lo menos cuatro horas, vaya ganas, con el frío que hace”. Diez minutos. Disimuladamente disparo mi cámara, me mira. Un hombre pasa con la bolsa del pan en una mano y el periódico bajo el brazo “a ver si ha llegado ya el abuelo o habrá que ir a buscarlo”. Me mira. Dos minutos. Un niño pasa corriendo atado a un perro, medio minuto, una caída, me mira, llanto, ladridos. El hombre deja el pan y el periódico en un banco y vuelve a consolarlo y recogerlo. Cinco minutos. El anciano, atraviesa el espacio lentamente, con dificultad:
—Buenos días —con sonrisa, parándose.
—Buenos días —las palabras me salen con sonrisa y con dificultad.
—Hace bueno hoy —se acerca—, un poco de frío, pero al sol se está bien.
—Se está bien sí —parca.
—Ale, hasta otra, guapa, —vuelve a arrancar— me espera el hijo para comer.
—Adiós, no se entretenga que le he visto pasar hace un rato. Treinta minutos.

La mujer, que sigue sentada en el parque, enciende un cigarrillo. Mira el reloj y sonríe. Recuerda en ese momento que tiene que poner un programa corto para sus cuatro prendas, las que más usa, las más cómodas., mandar cuatro mails, hacer cuatro cosas. Hoy no le ha dicho nada su hijo de ir a comer con ellos. Vuelve a sonreír cuando piensa en su nieto. Mira el reloj. Hace otra foto. Cinco horas.
En las ciudades hay personas que están entre paréntesis.


Acerca de la autora:   Isabel María González

sábado, 2 de junio de 2012

Homicidio involuntario - Isabel María González


“Mira que duele tener el puñal de tu ausencia clavado en mi pecho pero sé con certeza que moriré desangrada si lo arranco. Solo tú podrías hacerlo porque tienes las llaves de mi alma y de mi casa. No quiero morir”
La nota, descartaba el suicidio y dirigía, como siempre, las sospechas hacia los más allegados.
La víctima debía conocer y confiar en su asesino porque no había cristales rotos ni cerraduras forzadas. Todo estaba en orden, no había indicios, no había arma del crimen, solo su cuerpo frío e inerte yacía en el suelo en una posición inesperada, con los ojos muy abiertos y una expresión en su rostro de mi amor, no entiendo nada. Un gran charco de sangre derramada y en sus pupilas dilatadas, todavía el reflejo de una cara.
Expertos en lenguaje no verbal pudieron constatar en el gesto de su muerte que le amaba. El caso fue resuelto en pocos días, numerosos testigos confirmaron que solo para él tenía esa mirada.
En el momento de su detención, los policías no se atrevieron a esposarle ni a leerle sus derechos, mudos, pálidos ante la visión de un hombre con un puñal clavado en el pecho que se entregaba sin oponer resistencia.
El caso despertó una gran expectación. Fue un juicio rápido lleno de flashes y retransmisiones en directo. Todos querían la mejor instantánea del hombre del puñal. Rehusó cualquier tipo de defensa. Se declaró culpable de haberla amado mal y tanto. Aseguro que el móvil del crimen fue la compasión porque no soportaba más su sufrimiento y cuando le preguntaron por el arma, el acusado dirigió la mirada hacia su pecho y después, con los ojos llenos de lágrimas, miro a cámara. Fue un minuto largo de silencio que espontáneamente todos respetaron y siguieron. Moriré si me la arranco.


Acerca de la autora:
Isabel María González

martes, 3 de enero de 2012

Orificio de salida - Isabel María González



La bala, en tu sien, sin salida. Quieren apartarme del caso. Los puños, apretados, rígidos. Sin entrada. Es por mi bien, dicen, pero yo se bien que les importo una mierda. Cualquier excusa es buena para hundirme, hasta esta. No me soportan.
Consigo finalmente abrirte el derecho tras desencajar cada uno de tus dedos, se me quiebra alguno. Contengo mi dolor, debo hacer bien mi trabajo, no puedo darles motivos a esos pringaos para putearme, lo están deseando. Tienes un papel arrugado de arrepentimientos, perdones, despedidas, putas mentiras. En el otro, la rabia dibuja cinco pequeñas hendiduras rojas en la palma. Me quito uno de los guantes blancos, no me ve nadie, necesito tocártelas, una por una, para que me cuenten por qué. Ahora es mía la rabia con la que aprieto los puños.
Ha sido ella, lo sé, aunque todas las pruebas apunten a tu suicidio. Es tu pistola, sí, pero no hay huellas. Nunca te marcharías sin decírmelo, sin darme instrucciones, tu eras así conmigo.
Esta jodida placa que me permite ser la primera en tocarte no ha podido salvarte la vida.
Te dije que no me gustaba, que había algo oscuro en sus ojos cuando me miraba, yo a ella tampoco. Al principio pensé que su distancia era una cuestión de rivalidad, que no acaba de creer que lo nuestro fuese sólo amistad, como te reíste cuando te lo expliqué, luego me diste un abrazo y seguimos trabajando.
Respeté tu deseo de no investigarla. Yo te lo respetaba todo. Quizás fuese verdad que te amaba.
Ha sido ella, estoy segura. Mira sus ojos como lagrimean de uno en uno, rítmicos. Mira su boca, esa mueca que está negando al llanto. Mira como me mira la hija de puta.
De repente, la bala sale disparada de tu otra sien y se incrusta vengadora en su corazón. Fluyen todas la sangres. Cesan todas las lágrimas.

martes, 18 de octubre de 2011

Alta cuna - Isabel María González


Yo no nací por casualidad. Para entender mi llegada a la vida y a este mundo vuestro es necesario remontarse a mi concepción. Soy fruto de un matrimonio convenido, como los de antes.
El embarazo de mi madre fue también programado con alevosía. No hubo que esperar mucho, mamá siempre fue una hembra fácil a pesar de su educación y sus orígenes de casta noble. Y desde luego que no fui un hijo deseado, como no lo fueron tampoco mis otros siete hermanos, hijos del sexo sin amor y de los orgasmos de mi padre. Quizás por eso se nos complicó tanto el parto.
Como primogénito me tocó abrir caminos y fui el único que, siguiendo la tradición de la especie, recorrí con sumo esfuerzo las entrañas ensangrentadas de mi madre para intentar nacer con la poca dignidad que me quedaba.
No fue así. No hubiese visto la luz de no ser por el estirón doloroso de mis sienes que Don Francisco y su ayudante ejercieron sin piedad. Así que lo primero que oyeron mis enormes orejas fue el alarido desgarrado de mi madre y mi propio llanto.
—¡Ya, ya, Manuela, ya está! Ya salió. Tranquila mujer, todo va ir bien —jadeaban las voces del exterior— ¡Rápido, que los demás están sufriendo! ¡Cesárea, cesárea, vamos!
Os estaba hablando de mi llanto, un chillido agudo, entrecortado por la dificultad para respirar y la sorpresa ante la necesidad de hacerlo, que insiste en el dolor, en el hambre, en el miedo, en la soledad, en el desamparo.
La primera vez que sentí de nuevo tus latidos, madre, noté cierto alivio: me recorrían tu leche caliente y el amargo sabor de tu derrota. Yo tampoco me quiero.

Acerca de la autora:
Isabel María González

viernes, 19 de agosto de 2011

La otra - Isabel María González


Estimados lectores, creo que ha llegado el momento de descubriros mi gran secreto.
Todo empezó un buen día en el que me dirigí al espejo decidida a enfrentarme con mi reflejo definitivamente. Llevaba bastante tiempo esquivándolo, ignorando las llamaditas que me hacía cada día cuando me acercaba a él en las horas del aseo. Yo le conocía bien y sabía que no era un reflejo como los demás, que no le bastaba con informarme objetivamente acerca de mi aspecto físico, del paso del tiempo y de alguna que otra mueca enquistada ya en mis gestos. Este no, este tenía que ser profundo y desalmado, preguntarme de dónde vengo y adónde voy, qué quiero hacer con mi vida y que si voy a conformarme con ésto o con lo otro, etc. Ya me había hecho algo parecido en el pasado, llevándome sus reflexiones a algunas decisiones poco afortunadas, así que ya no era miedo lo que le tenía sino que le había perdido del todo el respeto.
Era un 27 de noviembre y acababa de cumplir 49 años, uno de esos días grises y otoñales por fuera y por dentro. Me coloqué frente a él con chulería y a sus preguntas, respondí que quería dedicarme a escribir, pero que no estaba dispuesta a cambiar mi vida demasiado. No soportaría la fama y la popularidad de mis éxitos, concurso por aquí, certamen por allá, ... Así que esta vez fui yo quién le hizo una propuesta : Yo escribiría tranquilamente lo que me apeteciese, sin normas, ni frases de comienzo establecidas, ni temas, y él se dedicaría a los concursos, las firmas de libros, las presentaciones, los premios...etc.
Y así fue. Han pasado siete meses y las dos escribimos por nuestra cuenta y riesgo. Ella vive en Madrid, yo en Barcelona, ambas hemos llegado a tener entidad propia sin interferencias. Tan sólo de vez en cuando se produce alguna que otra confusión, seguimos compartiendo el nombre. Mi casa es ahora una casa sin espejos.
Os cuento esta breve historia para que sepáis que no era yo la Isabel González que firmaba libros en el stand 107 de la Feria del libro de Madrid de 2010 como escritora seleccionada para la antología de Clara Obligado "Por favor sea breve 2": Era "Ella", “ La Otra”.


Acerca de la autora:
Isabel María González

martes, 31 de mayo de 2011

Entre dos mundos - Isabel María González


No sé como llamar la atención de Isabel cuando está ahí dentro con toda esa gente. Hoy no para de hablar con la familia de un tal Ignasi Raventòs, todos llenos de piercings y tatuajes, pesados a más no poder con sus charlas de tinta y sus agujeros anímicos.
Ya no sé que hacer. He utilizado todos los recursos que estaban a mi alcance: fui sigilosamente hasta su habitación y conseguí la zapatilla prohibida, la rosa, la que provoca en ella esos aspavientos tan divertidos persiguiéndome por toda la casa con ese "no" tan familiar que ella piensa que me perturba y a mí me resulta tan motivador.
Después fui al lavabo y me traje ese otro objeto que provoca idéntica respuesta en ella, un objeto cilíndrico hueco y marrón que no sabe a nada pero que se destroza apetitosamente y se deshace en mi boca.
—¡Noooooooooooo!, ¡eso no! —me ha pillado.
Ha cerrado las puertas de los objetos prohibidos. Cuando esas puertas se abren, por olvido, claro, se abre el cielo.
Mi ama sigue tecleando. Es un ruido agradable que a veces me hace conciliar el sueño pero otras me exaspera y me aburre soberanamente, como ahora.
Por fin se han ido los cuatro visitantes pirograbados. Es la mía, ahora no hay nadie. Entro, me acerco a ella, nada. No lo entiendo. ¿Habrá dejado de quererme?
—¿Qué pasa chico? ¡Mi chicorrote! —mi cola es la primera en alegrarse, gira como las aspas de un molino—. ¡Está contento mi chico! —salto, me acaricia, me estiro, me retuerzo, me levanto, le pongo mi pata en la suya , le saco exageradamente la lengua, abro mis ojos todo lo que puedo.
—¡Y cómo le gusta que lo acaricien! —ya he hecho todo lo que sé hacer, porque lo de ladrar no procede. Por fin regresó. ¡¡Esta es mi ama!! Ahora seguro que me lleva al parque. Lo hace siempre que remuerde la conciencia y se siente culpable de haber estado tanto tiempo fuera.
—Vamos Dex, chiquitín, vamos al parque.


Acerca de la autora:
Isabel María González

jueves, 19 de mayo de 2011

Eva siempre lo supo - Isabel María González


Se comió la manzana que ella le ofrecía convencido de que así podría poseer a esa mujer desnuda y bella que había sido hecha para él pero que por alguna extraña razón tenía que conquistar primero. Cuando ya sus cuerpos yacían extenuados y laxos de placer, Pedro empezó a temblar. Sorprendido ante aquellas desagradables sensaciones de hambre y frío que jamás había sentido, se olvidó por completo de las curvas femeninas de su mujer que insistían en insinuarse. Desesperado buscó comida y refugio donde guarecerse, tareas que en adelante nunca podría descuidar. Eva, que fingía dormir con la misma astucia con la que momentos antes había fingido el orgasmo, casi podía notar como la semilla de su primer hijo se abría camino en su interior.
Adán sería expulsado, ese fue el pacto, y ella tomaría el poder; se constituiría en el origen matriarcal de un mundo hecho a su imagen y semejanza. Fue su intuición, como siempre, quien la alertó: con Adán al frente, el mundo sería un desastre. A cambio le prometió a Dios perpetuar, hasta donde pudiese, la absurda leyenda de su Creación.


Acerca de la autora:
Isabel María González