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jueves, 31 de julio de 2014

Nubila y el amor - José Luis Vasconcelos




Nubila salió a la calle. Aún temblaba. Hacía muy poco que la había estrechado entre sus brazos. Respiraba todavía su aroma. Sentía el calor de su piel tersa.
Nubila sabía que no la vería más, porque aun amándola tanto debía borrar su recuerdo. Todo se había complicado; una de ellas debía sobrevivir. Así estuvo mejor.
Nubila puso punto final a esa relación que le impedía ser completamente feliz.
El recuerdo del hombre que amaba surgió en sus pensamientos y todo lo que dejó atrás ya no importaba.
Nubila subió presurosa al auto de alquiler. En la calle vio a una niña pequeña que sonreía. Le recordó a su hija, a Nabila. Un llanto lejano y angustioso ardió entre sus venas. Cerró los ojos y sacando fuerzas de flaqueza trató de olvidar cómo se retorcía el cuerpecito entre las llamas. Ahora era libre para amar, libre al fin...
Nubila fue hacia su hombre, hacia el amor.



Acerca del autor: José Luis Vasconcelos


jueves, 25 de agosto de 2011

El espejo nunca fue afecto a las mentiras – José Luis Vasconcelos


Estás ahí, fumando. Enciendes una cerilla, tu rostro se ilumina. Mientras la llama acaricia un poco la soledad del cuarto, acaricias resignadamente tu rostro, antes tan suave y donde la vida tatúa a cada instante una nueva línea de expresión.
Recuerdas tu cintura de avispa, tus pechos pequeños que vigorosamente empujaban al viento y las manos de él sobre tus nalgas, apretándolas.
Sabes que el espejo nunca fue afecto a las mentiras.
Estás cierta que las sombras no tienen nada que ocultar y muerdes tus labios porque la vida se deshace de ti. La cerilla se apaga, quema las yemas de tus dedos.
Estás sola, los años ya no danzan para ti. Tienes cólicos, quizás los últimos; haces una mueca de asco, de fastidio y sabes que él llegará a la media noche, con su aliento de alcohólico y frotará su triste miembro sobre uno de tus glúteos y después dormirá con la bocaza abierta... la muerte ronca a tu lado.
Y a todo esto, piensas, de qué sirvió ser la reina de la prepa. Y el vestido de boda tan caro. Y la envidia de tus amigas cuando te vieron del brazo de este maldito calvo que supura rencores y que encima golpea de vez en cuando a tus hijos, tan parecidos a él.
Aplastas el cigarro sobre el cenicero, igual que el tiempo lo hace contigo.
Cuál es la diferencia...

martes, 24 de agosto de 2010

Como las olas mecen los navíos - José Luis Vasconcelos


Una cosa es que lady Hathaway duerma con tres negros y otra, muy diferente, cuando la gente murmura sobre sus afecciones.
Aceptemos que, desde hace tiempo, para ella los pétalos de las orquídeas borran por completo los recuerdos; que sus invernaderos hablen.
El qué dirán y los instantes ya idos prenden la llama de su corazón. Tan es así que la realidad parece someterse a los fragores de la calma. Los hombres que circulan a su lado aún parecen hijos de una rodilla y un diplómatico: brillosos, esquivos y muy articulados.
No puedo menos que defenderla. ¿Estuve en sus brazos o ella en los míos? No lo recuerdo. Sólo sé que tuve la necesidad de dejarme ir y acariciar pesares.
Como las olas mecen los navíos, así sus manos tomaron posesión de mi cuerpo. Arde sobre mi piel la huella de su tacto. Pero yo me demoraba repasando los instantes, sin tomar en cuenta que envejecía a ras de sábanas.
Pudo ser un minuto o un siglo, pero yo me encontraba adormecido dentro del fruto de la pasión, flotando adormilado en la barcaza de los sueños que nunca deben concluir. Los buenos sueños no deben acabar. Jamás. Dios salve a lady Hathaway y, si no, que la patria nos lo demande.

viernes, 15 de enero de 2010

Las Sempiternas - José Luis Vasconcelos



Cuenta Inesita que en los días de luna menguante las sempiternas bajan de los árboles para matar ancianos. Dice que son bestias de tres patas, con alcayatas por uñas y menstruo en lugar de saliva.
Mi amiga no miente, su abuelo fue muerto por unas sempiternas de las que llegan ahí volando sobre la sierra del norte. Su madre jura que bajaron del árbol más grueso del zócalo y luego anduvieron por todas las calles buscando viejitos. La mala suerte quiso que hallaran al abuelito.
Dice que las sempiternas rejuvenecen mientras mastican las carnes marchitas. A cada bocado va cayendo la pelambre que tienen encima y cuando acaban de rejuvenecer vuelan hacia la sierra.
Cuando eso pasa todos los pobladores entran a la iglesia, ahí rezan hasta que sale el sol. No tienen párroco, el último huyó despavorido cuando una de esas bestias se metió a su cuarto por equivocación, porque aseguran que parecía más grande de lo que era.
La próxima semana iré al pueblo de Inesita. Mi madre, con esa sonrisa extraña que pone cuando desea sorprenderme, me dijo que viajaremos ahí por la sierra del norte, porque ya es tiempo de que sepa para qué vine al mundo.

domingo, 3 de enero de 2010

De intromisiones - José Luis Vansconcelos


Dios no fenece aún, pero su muerte es inevitable.
Un día desperté con Él dentro de mí. Al principio nuestro diálogo parecía fructífero, pero después las cosas se complicaron. Explicó por qué estaba en mi nterior; dijo que pretendía adentrarse en su obra, palpar las complejidades del hombre y no sé cuántas tonterías más.
Yo, territorial como soy, respondí que invadía mi privacidad y que no tenía vocación de hospedero. Mencioné que era de pésimo gusto que se entrometiera como dolor de muela en lo más íntimo de mi ser. Exigí que se fuera mucho a la Eternidad o al sitio que mejor conviniera a sus intereses, pero nada funcionó.
Fueron muchas las veces, lo juro, en las que trate de arreglar las cosas para que me dejara en paz. No hizo caso, nunca lo hace...
Que Dios me perdone, pero hoy cercenaré mi yugular para acabar con esta relación que, de plano, me jode la vida.

viernes, 4 de diciembre de 2009

De emprendedoras - José Luis Vasconcelos


Lady Pucha recibe una herencia. Sabe que su dinero no debe estancarse; revisa diarios, contrata asesores y los envía a recorrer ciudad Mora para que investiguen en qué negocio invertir. Los asesores buscan y encuentran: cucharas.
Lady Pucha construye su fábrica de cucharas. Lamentablemente esa idea también nace en las mentes de lady Chocho, lady Cosita y lady Rajita.

Meses después ciudad Mora posee varias fábricas. Las cucharerías se atiborran con productos. De pronto no cabe ni una más. Ciudad Mora es la reina de la contaminación visual: "La cuchara es vida", "Cucharear o no cucharear, he ahí el dilema"... La demanda crece y la producción fabril no cesa.

Un día los moralinos no compran más cucharas. El efecto cuchara lastima severamente a las propietarias de las fábricas. Lady Pucha baja el precio. Lady Chocho lo reduce más que Pucha. Lady Cosita vende al 2 x 1 y lady Rajita regala sus productos a naciones emergentes para fingirse buena. Finalmente todas se deshacen de sus cucharas, despiden obreros, rematan máquinas y se van a sus mansiones a pensar qué nuevo negocio emprender.

Pasa el tiempo y las cucharas comienzan a estropearse, la gente adquiere nuevas, los comercios especializados agotan sus existencias, y ante la escasez su valor aumenta.

Ninguna de las antiguas emprendedoras viven ya en ciudad Mora, así que una tal lady Clit concluye que sería bueno construir una fábrica de cucharas. La misma idea germina en las mentes de lady Colita, lady Bollo y lady Felpudo.

martes, 13 de octubre de 2009

Alicia en el camino del fin del mundo - José Luis Vasconcelos


El paisaje es gris; un camino largo que parece llevar al fin del mundo. La joven rubia avanza sobre una bicicleta. De su cabeza caen recuerdos, algunos innecesarios. Los recuerdos, al caer, estallan como huevos sobre la sartén. La chica es Alicia. Voltea y se despide con una sonrisa de los fragmentos de pasado que chisporrotean sobre el pavimento. Se detiene. Baja de la bicicleta y la acomoda sobre un pedazo de presente. Luego se aproxima para ver cómo hierven esos despojos de tiempo.
Mira con detenimiento, una tranquilidad dibuja la sonrisa en su rostro. Sus cabellos sostienen el cielo para que las langostas de rizos azules tengan un sitio para crecer. De sus ojos brotan naipes que se hunden en las costillas de los arbustos. Un conejo locuaz la saluda desde un ramo de nubes.
Alicia regresa al lugar donde dejó la bicicleta y sube a ella. Continúa su marcha por ese camino tan largo que parece conducir al fin del mundo.
Ahora todo queda en silencio como si el mundo fuera un ajo.
El felino despierta. Ve el cuerpo de una joven sobre el sofá; más allá la cabeza con los ojos muy abiertos y azules; los cabellos rubios son ríos de lava amarilla sobre la isla rojiza, brillante. El Gato de Yorkshire ronronea y desaparece; luego se materializa, se acomoda sobre la ventana y continúa soñando.

Tomado de: http://rojanota.blogspot.com/

viernes, 9 de octubre de 2009

Un abrigo - José Luis Vasconcelos


El taxi avanza con paso de bestia recién alimentada. Más atrás, un convertible rojo se aproxima. El auto de alquiler entra a una callejuela. El otro vehículo sigue en línea recta y dobla a la izquierda dos calles más adelante; luego se detiene. Alguien abre la portezuela del convertible y lanza sobre el pavimento el cuerpo desmadejado de una mujer pelirroja envuelta en un abrigo.
Cuando el taxi sale de la callejuela, gira hacia la derecha; luego continúa dos cuadras y tuerce a la izquierda. Una hembra de cabellos colorados y muy abrigada hace una señal para que se detenga.
Calles adelante el conductor observa por el espejo retrovisor. No hay nadie en el asiento trasero, excepto la prenda que cubría a su pasajera.
El ruletero que levantó a la pelirroja tiembla de terror en el psiquiátrico.
Un amante llora. Recuerda cómo enterró una y otra vez el puñal holandés en el cráneo de su pareja infiel. Sonríe tristemente porque su orgullo fue lavado con sangre.
La del cabello rojo dibuja su propia muerte frente al espejo. Después se vuelve tigre y roe sueños en el interior de una jaula húmeda y fría.
Días después llaman a la puerta de la casa del amante asesino. Un mensajero de rostro cadavérico le entrega en propia mano el abrigo atigrado, recién salido de la tintorería.
La hoja amarillenta donde leí esa vieja historia rueda ahora por la calle, busca la protección de un poste.

Tomado de: http://rojanota.blogspot.com/

sábado, 5 de septiembre de 2009

Tres tristes cerdos - José Luis Vasconcelos


NEVERLAND.- Por cometer allanamiento de morada y daños en propiedad privada, un lobo fue denunciado por tres cerdos iracundos, quienes fueron atacados en sus respectivos inmuebles por la fiera sedienta de sangre y venganza, pues tras el reciente brote de influenza porcina, decidió acabar con los puercos para seguir con el ejemplo de sus similares egipcios.
Uno de los porcinos, cuyo inmueble estaba fabricado con paja y material flamable, fue testigo de cómo la bestia —a soplidos ininterrumpidos— derribaba su morada.
El segundo afectado narró que el animal también empleó un método similar para echar abajo su construcción de madera —basado en la primitiva demolición eólica— misma que sucumbió en cuestión de minutos, ante el azoro de testigos que circulaban por las inmediaciones.
Ante tal situación, los muy puercos decidieron salir precipitadamente para refugiarse en la casa de su otro hermano —un prominente ingeniero civil y rico empresario del ramo de la construcción—, y ya dentro del sólido hogar (fabricado con cemento hidráulico de alta calidad) soportaron los embates del desquiciado depredador.
En tanto, agentes de la Policía de la localidad se apersonaron en el hogar del chancho industrial y aprehendieron a la bestia que manifestó vivir en el bosque próximo a esta capital y dedicarse a la recolección de ropa vieja.
Mientras era conducido a la comisaría, vociferaba que era influyente y que tarde o temprano acabaría con esos marranos, autores intelectuales y materiales de la pandemia que azotaba al país.
Finalmente, el lobo enloquecido fue turnado a la presencia del Juez, quien resolverá en breve su situación jurídica.

Tomado de: http://rojanota.blogspot.com/

martes, 1 de septiembre de 2009

La bella Papioka - José Luis Vasconcelos


Podríamos hablar de la bella Papioka, esa gorda cantarina que asoma al balcón cuando escucha los clamores del lechero. También sería interesante discutir acerca de la asfixiante situación económica. Cualquier tema, supongo, estaría muy ad hoc en esta noche sin estrellas.
No me mires así. Piensa que las cosas que principian llegan a su fin. No podemos perder más tiempo, así que iré al grano. Ya no deseo estar más contigo. No es nada personal. Simplemente considero que nuestra convivencia ha llegado al límite. Te molestan mis ronquidos, me desquicia tu verborrea crónica.
Sí, sé que dirás que me intereso en Papioka. No andas muy equivocada. Las mujeres rollizas de pechos generosos han sido mi debilidad desde mi más tierna infancia. Quisiera despejar esa duda. Papioka tiene un atractivo animal y me seduce. Lo nuestro es distinto.
Pero la cosa no va por ahí. Tengo que ser justo contigo. Hemos pasado años juntos. Me conociste pleno. Ahora soy diabético y mi visión empeora. Poseías una sonrisa hermosa hasta que tu dentadura fue víctima de la caries. No eras sorda y ya ves.
No estoy muy seguro del por qué nos alejamos. Nuestras idas al súper se hicieron menos divertidas. Ya no te agradaba que me robara un libro o dos. Tampoco era grato para mí ver cómo atropellabas a las vecinas con las bolsas del mercado.
Y sí. Me reprocharas que me volví más presuntuoso desde que la fortuna me favoreció y gané ese dinero que me ha permitido viajar por el interior del país. Acepto que mientras viajo y conozco lugares tú permaneces en casa. Piensa que lo hago por tu bien. Puedes sufrir mareos o bajas de la presión arterial. Sería criminal de mi parte llevarte por esos caminos de Dios y que, el día menos pensado, quedaras tiesa sobre la cama de un hotel.
En suma, quiero que nos separemos. Lo deseo y lo ansío. Sé muy bien que a una madre debe resultarle espantoso escuchar eso de un hijo, pero mi honestidad me impele a plantear las cosas de frente. Estoy a punto de cumplir medio siglo y debo hacer mi vida.
No seas egoísta. Mientras tanto bebamos este delicioso champurrado y recordemos juntos las penurias que vivimos junto a mi padre. Elevemos una oración por su alma. Es de humanos perdonar.
Por cierto, no dejes que los rencores aniden en tu alma. Muchas ancianas pasan los últimos días de su vida en un asilo. Cuando me veas entrar por esa puerta junto a Papioka serás feliz porque tu hijo es feliz. Piénsalo bien y deja de gimotear. Deja esos lloriqueos para aquellas madres que sólo han parido hijos ingratos.

Tomado de: http://rojanota.blogspot.com/

sábado, 22 de agosto de 2009

Sodorra de Sidim - José Luis Vasconcelos



Temo a Dios y detesto a casi todas sus criaturas, menos a la Sodorra de Sidim. Sé de la bestia por unos textos adjudicados a la última virgen de Zeboim. Palabras más, palabras menos, asentaba que por las mañanas balaba y por las tardes se convertía en una caravana de ramas quebradizas que se hundía en el desierto. Dicen que se nutría de un arbusto hediondo que supuraba angustias por las noches y apagaba la sed con lágrimas de estatuas.
Precisaba que mucho se había fantaseado en torno a esta bestia de torpe balido, levantisca y micótica, desafortunada fusión de seres pertenecientes a los reinos, mineral, animal y vegetal y que, según testimonios antiguos, los de Adma solidificaban su orina y la convertían en gemas de variado valor.
De acuerdo con el manuscrito, las Sodorras de Sidim no son de fiar, arrojan el cardo y esconden la mano. Rejuvenecen con el dolor ajeno y el canto matinal de las nubes les provoca migraña. Tienen el aura de un color verde oasis, por eso lucen escleróticas en tiempos de guerra y fulinginosas en períodos de paz.
Casi al final, en la parte andrajosa de la última página, se lee que a pesar de la mala fama que se les imputa también otorgan alguna que otra buenaventura; quien posea la boca de su estómago tendrá más suerte que Birsa, pues todas las carencias económicas serán resueltas; el poseedor de tal órgano gozará de posición holgada de por vida, viajará fácilmente de una caverna a otra y accederá, sin invitación previa, a tertulias de vírgenes.
Si de paciencia están hechos los días, alguna tarde hallaré una Sodorra de Sidim que sorba mi infortunio con su lengua de arena, pues juran en Zeboim que convierte a los camelleros malolientes como yo en nobles apreciados a lo largo del Valle del Jordán.

Tomado de: http://rojanota.blogspot.com/

martes, 18 de agosto de 2009

Un beso frío y breve - José Luis Vasconcelos


La pensé muchas veces, durante años. No tenía la menor idea de que un día pudiera aparecer así, de la Nada. Mi cara de bobo en su pupila, luego ella rozó mis manos suavemente. Mi rostro entre sus manos era un melón y luego depositó el beso más frío y breve que he sentido en mis labios. Años después la volví a ver. Estaba justo detrás de mi prima Minucia, colocando un par de alas en su espalda. Estaba enfrascada en sus labores porque no se inmutó con mi presencia. Quise correr hacia ella, reclamar su actitud y cuestionar su labor. Mis pies eran plomo, mi pensamiento flotaba entre la idea y el sueño. La veía de perfil, concentrada en eso de poner alas, de presionar suavemente con la yema de los dedos sobre las partes que se abultaban y que daban una ligera idea de imperfección. Minucia volteó para despedirse de mí y su mano se aferró a la de ella. Entonces se percató de mi persona y sonrió. Sus dedos rozaron una de las alas, con gracia desprendió una pluma y la aventó hacia mí. Luego empezaron a volar, se fueron haciendo más pequeñas entre esa combustión de nubes. Desde entonces llevo la pluma prendida en mi sombrero. Cuento -a quienes me preguntan- que esta pluma cayó entre mis manos cuando dos águilas blancas peleaban en las alturas y que, además, posee ciertos poderes porque los temores se alejan cuando me abanico con ella. Hace como un año la volví a encontrar al cruzar una calle. No había cambiado gran cosa, si acaso el peinado. Caminaba de prisa, con esas piernas largas y blancas que nunca he mirado en otro ser. Alcanzó al viejo gordo del bombín y se metieron al café de chinos, frente a la estación de ferrocarril. Tomaron asiento junto a la ventana y debían estar molestos porque discutían acaloradamente. Entonces llegó la mesera y derramó café sobre ellos. Eso fue suficiente para acabar con la disputa; sin mayores preámbulos ascendieron al cielo, mientras el bombín caía sobre la mesa junto con una moneda. Supongo que la veré nuevamente. No me asusta. De hecho me entusiasma su resolución y oficio. No sé a qué se dedica, pero evidentemente su labor está relacionada con menesteres que no son de este mundo. Bueno, veremos qué pasa un día de éstos. No tengo prisa en hallarla otra vez; llegará como esa primera vez que depositó el beso frío y breve sobre mis labios. Si me ha de poner alas, que sean mayores que las de Minucia y no en color pastel. También le pediré, si es que se presenta la oportunidad, que vayamos al café Nelson, no al de chinos, porque en el Nelson las meseras son más bonitas y discretas, cosa que garantizará que mi ascenso a los cielos no se mastique en boca de cualquier pelagatos.

jueves, 30 de julio de 2009

Instrucciones para cazar palomas - José Luis Vasconcelos


Tu autor favorito participa en un coloquio internacional que se realiza en la ciudad que habitas. Lee tres estupendos textos. Durante la sesión de preguntas y respuestas es interrumpido constantemente por el moderador.
Ahora toca el turno a un literato local que inicia su monótona lectura.
Aburrido, sales y te recargas sobre una fuente. Alzas la cabeza y ves palomas que vuelan en semicírculos bajo un manto negro. Recuerdas que llevas una resortera en el bolsillo de tu pantalón.
Siéntela. Ya la tienes en la mano y colocas una piedra, estiras la liga, apuntas hacia las aves y disparas el proyectil. Tu puntería anda mal. Repite la operación. Cada vez estás más cerca del objetivo.
Respiras hondo y sientes que llegó el momento. Te concentras, disparas y la piedra cruza entre dos palomas que se alejan. Piensas que fallaste, pero en ese momento ves que una estrella se precipita como ave herida sobre el presídium.
El público grita. Tu autor favorito levanta el astro sangrante que yacía dentro del cráneo vacío del moderador.
Te observa… también a la resortera que sostienes en la mano. Se aproxima hacia ti. En la mano lleva un libro de su autoría; escribe una dedicatoria y estampa su rúbrica.
Jamás olvidarás esa noche.

martes, 7 de julio de 2009

De diarios - José Luis Vasconcelos


Querido diario:
Hoy estoy melancólico y el recuerdo de mi padre nubla cualquier posibilidad de alegría.
Lo extraño tanto que —no me duele confesarlo—, odiaba hasta su sombra, porque después de las cuatro de la tarde, invariablemente, ponía sus ojos en blanco, como huevos cocidos y empezaba a balar.
Y no es que me importara que mis amigos se rieran de él. Total, la gente se ríe de cualquier bobería. Pero uno, desde lo más hondo, siempre desea que los seres amados no sean tocados por los demás ni con el pétalo de una risa.
Algunas veces pasaba la vecina y él apretaba esos glúteos enormes; la mujer serenamente le decía: "Hola don Emeterio, cada vez pellizca usted mejor"...
Por lo demás, era un señor normal como cualquiera. Es cierto que se quitaba las piernas para dormir —nunca lo negaré—, pero el dedo gordo de su pie le causaba profundos malestares.... Carajo, siempre sospeché que tenía gota y nunca fue con el veterinario.
Una vez, me parece verlo, sin más ni más extrajo su dentadura con todo y maxilar inferior...
—¡Papá, no hagas eso, es de mala educación sacarse los dientes cuando uno come! —dije.
—Tenía comezón —contestó. Tan inocente como era, luego rió y escupió la lengua.
Por eso, cuando dan las seis y media —más o menos— su imagen empaña algunas tardes y las convierte en mendrugos.
Me hubiera gustado ser como él, aunque mi sombra dice que no todos tenemos el don de la simpatía.
Bueno, a veces he pillado a mi perro atacarse de risa cuando introduzco mi mano por una oreja y la saco por la otra... Pero eso es harina de otro costal.
Debo partir, es hora de colocar nuevamente cada uno de los cabellos que me arranqué mientras escribía.
Hasta mañana, querido diario...
Tomado de: http://rojanota.blogspot.com/

lunes, 23 de febrero de 2009

Carta a Madame Maruchán - José Luis Vasconcelos


Extrañada Maruchán:
Lo sé, lo sé. Hace años que no te escribo. No es pereza, sólo es cuestión hormonal, dice mi médico. Ya sabes, cruzo por esos pantanos de la edad madura; pero, al igual que tú, mi piel es como esas aves que cruzan el lodazal y no se manchan.
Lo sé. Doy demasiadas vueltas antes de entrar al meollo del hoyo. Querida Maruchán, lamento no haber escrito antes. Lo juro. Veo tu rostro blanquísimo y sereno. Esa enorme y dulce sonrisa. Las pestañas entornadas… y ahora dejas escapar ese suspiro que te persigue desde nunca. Maruchán, mi dulce Maruchán.
He sido una bestia. Un animal de carga pero al fin te escribo. ¿Sabes? Me siento liberada. Descanso. Mi alma reposa al fin. Maruchán, mi maestra.
Puse en práctica los consejos que me diste. Accedí a los requerimientos del doctor Petonet. Un día lo llevé hacia la oscuridad de mi recámara. Dejé que me tocara y que se detuviera en mis pechos, en mis muslos y en mi sexo (por cierto, que lengua tan áspera).
Cuando Petonet roncaba —tras haber ingerido esa poción magistral que preparas— me levanté (que hombre tan ordinario). Fui al ropero y saqué los instrumentos que me obsequiaste el verano pasado. Posteriormente comencé a destazarlo. Qué sensación, por Dios, qué sensación. Ahora te comprendo, tenías toda la razón del mundo. Es una experiencia cuasi religiosa. Cortar en pedacitos a la carne que lamió tu carne; por Dios, qué locura. Es de esos placeres insospechados. Un deleite., como bien decías
Luego, para que veas cómo soy, accedí a las pretensiones del señor de la Cantoya, del joven Cuchiplanchi y del anciano Robespierre. Todos corrieron la misma suerte y, para serte franca, mi alma se fortaleció. Estoy fuerte, Maruchán, tanto como tú. Me encantaría que ambas participáramos en un festín de sangre. Qué estúpida, lo sé, pero lo deseó.
Para compensarte, te diré que estoy a punto de salir a tu encuentro. Muy pronto nos reuniremos. Podremos caminar tomadas de la mano por el puente Gay Lussac. Veremos la ciudad, sus luces y las gaviotas clavándose en la luna.
No sabes cuánto te extraño. Pero más añoro tus besos; no sabes cuánto quisiera que tu saliva humedeciera estos labios secos de tanto recordarte.
Muy pronto dormiremos una en brazos de la otra. Cerceno minutos para acercarme a ti.

Tuya.
Lady Noodle.

Tomado de http://rojanota.blogspot.com/

martes, 17 de febrero de 2009

Un diálogo - José Luis Vasconcelos


—¡Toc, toc!
—Quién es. ¿Dios?
—No, soy su vecino. ¿Me regalaría una poca de azúcar?
—¡Faltaba más!, adelante Don Nadie.
—Muy gentil, ya casi no hay piedras tan amables.
—No apure, tome asiento; mientras descongelo al diabético que guardo en el freezer pruebe mi exquisito pudín de médula.
—Cuánta gentileza. Para corresponder a sus atenciones le obsequiaré a una de mis hijas, así las niñas de sus ojos ya no estarán tan solas.
—Sería genial, pero crié a ese cuervo y devoró mis ojos.
—Qué lástima. Entonces me despido, no sin antes recordarle que lo esencial es insensible para los piojos, sólo con el caparazón se puede ver bien.
—Que coincidencia, lo mismo me aconsejó una gripe virulenta.
—El azar, quién si no...
—Así es... los muérdagos siempre se besan a la sombra de la pareja.
—Fue un placer, gracias por el dragón.
—No tenga usted cuidado. Al alba, azúcar; a la madrugada, sal. Saludos al vecino.
—Por supuesto. De su parte. Trabajó siete días como un loco y ahora duerme el sueño de Procusto.
—Mírelo, tan seriecito que se ve. Debo cerrar la puerta porque mi perro podría escapar y morder a una sirena, usted comprende...
—Sí, entiendo. En cordura obturada no penetran visiones. Hasta la vista. 

Tomado de http://rojanota.blogspot.com/

lunes, 9 de febrero de 2009

La pulidora - José Luis Vasconcelos


Desde esta ventana te miré partir. No te llevaste nada ni volteaste. Fue una tarde de julio o tal vez de septiembre; no sé, de cualquier forma en el cielo no había nubes y la noche entraba devoraba un rojo magenta.
Todas las tardes, desde entonces, me asomo para verte partir todos los días. Hay una empleada de limpieza que se encarga de pulir los cristales, realiza su labor con paciencia de ninja; sin quererlo, asea metódicamente tu recuerdo con esos círculos que traza con su trapo negruzco y pegajoso; saca brillo al instante.
Hoy la ventana refleja un rostro deformado, angustiado, no es el mío, es de alguien que nunca había visto. La afanadora resbaló del andamio, alguien la jala brutalmente hacia abajo; extiende los brazos hacia las nubes y aferra su mirada a la mía como si yo fuera alguien para impedir que cayera. 
Yo sólo tengo ojos para ti que vienes a dejarme otra vez, sin voltear siquiera ni llevarte más que mis párpados sobre tu espalda.

Tomado de http://rojanota.blogspot.com/

jueves, 5 de febrero de 2009

Intentó asesinar a su hijastra - José Luis Vasconcelos


NUNCAVUELVAS, DC.- White Snow, de 16 años de edad, estuvo a punto de perder la vida a manos de su cruel madrastra, quien presuntamente asumió la personalidad de una maligna bruja para perpetrar el cruel ataque.
Los hechos ocurrieron una soleada mañana, según reza el boletín de prensa del Ministerio de Justicia de Nuncavuelvas (MJN); en donde se indica que la agraviada se encontraba realizando labores del hogar, mientras sus siete presuntos amantes habían salido a laborar a la mina de la población, ubicada en inmediaciones de la Selva Negra.
En un momento determinado, la madrastra de la ofendida tocó a las puertas de la humilde pero impoluta vivienda, y caracterizada como una anciana de repulsivo aspecto le ofreció una manzana a la agraviada.
La muchacha —más tonteja que sencilla— no sospechó que la poma había sido inyectada con una poción venenosa y, debido a que mantenía una rigurosa dieta a base de vegetales y frutas, mordió inmediatamente el fruto apetitoso sin intuir que había gato encerrado.
Tras masticar ansiosamente el primer bocado, la ofendida se desplomó a las puertas de su domicilio, mientras la madrastra, cumplida su nefasta misión, se dio a la fuga con rumbo desconocido.
Poco tiempo después llegaron los siete presuntos amantes de la víctima, quienes al verla desvanecida sobre el tapete de la entrada trataron de reanimarla, pero sus esfuerzos fueron infructuosos, por lo que llamaron al 066 y solicitaron los servicios de emergencia.
Posteriormente se presentaron los paramédicos de la Benemérita Institución y procedieron a darle los primeros auxilios a la jovencita; dado que sus conocimientos se vieron rebasados, la canalizaron al hospital civil de la localidad.
Según informó Radio Cenicienta, gracias a la constitución física de la muchacha y de los buenos oficios de los pequeños obreros y los paramédicos se evitó una tragedia que pudo tener consecuencias mayúsculas, a pesar de que White Snow se encuentra ahora dentro de un féretro de cristal a la espera de que llegue un príncipe encantado, la bese y le devuelva la salud para que sean felices para siempre.
En tanto, los siete enanos —fieles y laboriosos amantes— se encargan de bañar cuatro veces al día y cambiar los pañales de la jovencita que yace en calidad de legumbre.
Finalmente, elementos policiacos pertenecientes al Buró Especializado en Indagaciones de Nuncavuelvas (BEIN), realizan ya las averiguaciones correspondientes para dar con el paradero de la presunta envenenadora.

Tomado de http://rojanota.blogspot.com/

lunes, 22 de diciembre de 2008

De sagas - José Luis Vasconcelos


En cuestión de gerundios zarparon y se hicieron a la mar de tinta. Ese fue el punto de partida. Iban hacia el norte guiados por sus esdrújulas. Al grito de “la letra con sangre entra”, tomarían posesión de la Antigua Tilde.
Les adjetivaron un sinfín de calificativos, pero mantuvieron su fe de erratas y como complemento directo acentuaron su decisión.
La travesía fue larga. Interrogantes, sortearon situaciones adversativas y horrores ortográficos; fumaban puntos y lanzaban comillas, y en sus oraciones se encomendaban a Santa Tecla, patrona de los apóstrofes.
Algo muy sustantivo, del verbo hicieron carne; también se nutrieron de aves cedario, pescaron diptongos y saciaron una sed adverbial con filtros silábicos.
Sortearon renglones torcidos, enfrentaron paréntesis y un diéresis de tantos, una capitular puso los puntos sobre las íes, lanzó una parrafada y determinó que sin taxis, o con ellos, el momento de las yuxtaposiciones había llegado.
Entre signos de admiración tomaron posesión del nuevo continente gramatical y comandados por Versales, los versalitas instauraron el estado de coma.

sábado, 20 de diciembre de 2008

Abandono - José Luis Vasconcelos


Sale nomás de noche; da la espalda a las nubes.
Sombra de cualquier sombra, oculta su rostro malformado entre los muros. Roedor infatigable de cuartos en penumbras, carcome sus deseos entre sábanas grises.
El mediodía escurre polvo en la ventana. Las aves gotean sobre la buhardilla. La mujer entra al baño. La bombilla es una oración que palpita en el techo. El agua llora sobre su piel. Las tardes arrugadas le recuerdan que nunca llegó carta de amor hasta sus manos.
Unta silencios sobre su piel de oruga. Limpia la caverna que debió contener un ojo bello y grande. El ploc-ploc de la gota tartamudea la partida del cojo que despreció su amor.
La oquedad bajo la frente, antigua caracola, imita los ecos de su llanto.
El cuarto tiembla; ella asfixia recuerdos en una caja vieja, repleta de rencores grasientos.
Todo le sabe a sal; sabe que algún día exiliarán a los espejos.
Pinta socarronamente sus labios. Dos trazos tangenciales.
Una mueca asoma...
A lo lejos los muros deshojan el canto del cisne.