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viernes, 27 de febrero de 2009

Una pizca de rojo - Ann González


Era nuestra tercera cita, o quizás la cuarta. Habíamos hablado muchísimo. Sabía que a Kathy le gustaban los libros, el arte, el cine y el chaparral en las ondulantes colinas de Laguna. No estaba para nada interesada en los deportes o las computadoras; se inclinaba hacia lo femenino y yo hacia lo masculino. 
Ella quería ir al parque de diversiones, pero yo no estaba seguro de por qué. 
—¿Querés dar una vuelta en la montaña rusa? —Me imaginé a mí mismo pasándole un brazo por encima del hombro, como su caballeroso compañero de silla. 
—No, gracias. No me gustan los paseos que causan pánico —dijo. 
—¿Qué te parece el Túnel del Amor? —No pude evitarlo, mis cejas se elevaron y descendieron en una ridícula mueca de lujuria. 
—No. —Kathy entrecerró los ojos. 
—¿Quieres un copo de azúcar?
—¡Aj, no! —Se rió—. No te gustaría estar cerca de mí después de haberme comido un copo de pura azúcar. 
Somos diferentes, ella y yo. Su interés por el parque de diversiones parecía centrarse en los corralitos con corderos, los rebaños de cabras, los enormes zapallos y los tomates gigantes; el mío en el miedo y la caballerosidad. 
Continué buscando un común denominador. Caminamos por entre los quioscos de sabores tomados de nuestros dedos meñiques. “Haciendo ostentación”, dirían algunos. 
—¿Qué tal un juego? ¿Puedo ganar un animalito de peluche para ti? —Me vi a mí mismo regalándole un enorme Tuffy el Tigre... demasiado grande para caber en el auto, demasiado grande para esconderlo en el ropero, demasiado grande para acarrearlo y, como yo era intensamente orgulloso, fingí que en realidad no quería ganarlo, aunque, irónicamente, en verdad creía que podría hacerlo. 
—Seguro, juguemos a algún juego. —Me soltó la mano.
—¿Qué te parece éste? —Señalé el mostrador repleto de rifles. Pequeños blancos de papel con una estrella roja en el centro ondulaban en la brisa. De mayor importancia, los blancos con los enormes tigres de peluche se arracimaban en el techo.
—Está bien —me dijo.
Le pagué al dueño del puesto los cuatro dólares, dos por persona, y levanté un rifle para dárselo a Kathy. 
Ella tomó el rifle, pasó el brazo a través de la correa, enrolló la correa por detrás del hombro usando una técnica especial de combate, descansó los codos sobre el mostrador, separó las piernas y apuntó mirando a lo largo del cañón del arma. Parecía un miembro de las fuerzas armadas de élite.
—¿Qué? —me preguntó, porque yo me había quedado clavado mirando el arma en mis manos.
—Nada, nada. —Traté de imitar su postura, con el sudor empapándome el cuello.
Comenzamos a disparar. Su estrella regresó con un diminuto resto de color rojo. Se necesitaba una lupa para verlo, pero el puestero lo golpeó dos veces y gritó: 
—Rojo. Todo rojo. —Yo coloqué una bala o dos a través de la estrella y varias a través de los tigres en el techo. Por lo que sé, los maté a todos.
En una sola ronda, la línea divisoria entre lo masculino y lo femenino, antes sólida y clara, era ahora nada más que una pizca de rojo en una estrella vacilante.

Título original: A Hint of Pink
Traducción del inglés: Norma Dangla.

martes, 17 de febrero de 2009

La primera vez - Ann González


Me alcanzó la pistola, creo que era una Mágnum. Pesaba. Sentí la suavidad del cañón.
—¡Adelante! Dispara.
—No sé como hacerlo. —Soné tan infantil como soy.
—Je…je… Solamente, no le apuntes a nadie y estará todo bien.
Me entregó las balas. Eran de metal, pero brillaban como el oro. También se sentían suaves, excepto por una cresta cerca del medio.
Él echó mano a la pistola, movió algunas partes, hizo unos ajustes y levantó una parte del metal hasta abrirlo. Parecía una boca hambrienta, pidiendo comida.
Con un leve temblor en las manos, conseguí introducir dos balas. Me pareció suficiente. Nuevamente, me sacó el arma, y cerró la mandíbula de la bestia.
—Bien, ahora dispara —dijo, añadiendo—, je… je…
—Está bien, me quedo aquí, sostengo el arma de esta manera y disparo.
No sé si era por culpa del arma o de mis nervios, pero la maldita cosa comenzó a sacudirse como globo amarrado a un mástil durante un vendaval.
Dio la vuelta, hasta ponerse detrás de mí, me empujó el pie derecho hacia atrás y me golpeó con el codo el costado izquierdo hasta desplazarlo hacia delante. Podía percibir el aroma de su loción para después de afeitar, olía como madera húmeda.
—Dale más amplitud a tu postura.
Pateó de nuevo mi pie derecho. Yo me sentía como un oxidado GI Joe. El hombre me agarraba los brazos y las manos. Estaba muy cerca mío, mi espalda contra su pecho, mientras nuestras respiraciones se sincronizaban naturalmente. Me sentí mareada.
—¿Lo tienes?
—Sip, lo tengo.
No estoy segura si fue entonces cuando cerré los ojos o más tarde, o cuanto tiempo me llevó tirar del gatillo. Pero sí, tiré del gatillo. Pude escuchar el disparo, a través del protector de oídos. Mis manos, impulsadas hacia arriba por el arma, se alzaron al cielo. La deposité en la mesa y corrí hacia la pared posterior de la galería. Me acurruqué, llorando y temblando.
—¿Lastimé a algo?
—Je… je… je…, eres graciosa. No, lo hiciste bien.
Miraba al objetivo a través de los binoculares.
—Ni siquiera lastimaste al blanco, je… je…
—Eso es bueno —contesté—; ¿puedo hacerlo de nuevo?  

Título original: The First Time 
Traducción del inglés: María del Pilar Jorge