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domingo, 31 de agosto de 2008

El laberinto de los ancianos — Javier Villafane


Cerró los ojos y fue bajando entre raíces.
—Esto es la continuación de aquello —dijo el otro anciano que lo llevaba de la mano.
Las palabras se golpeaban unas contra otras. El y el que lo llevaba de la mano —una mano fría y la otra mano helada— no oían más que el eco.
Iban bajando.
—Me acuerdo —dijo el que lo llevaba de la mano (tenía deseos de hablar, de comunicarse, de oírse)—. Una tarde, recuerdo... (Quería contar la mano helada.) ¿Me escucha?
Otra vez el eco. Las palabras golpeándose unas contra otras. Goteaban las paredes. Era una lluvia hueca. Se filtraba en las piedras.
—Mire abajo.
Y vio un largo corredor que continuaba. La mano de otro anciano lo estaba esperando.
Debía seguir descendiendo.
—¿Hasta cuándo? —preguntó.
—No sé. Esto es la continuación de aquello —respondió la otra mano.
Y siguieron bajando entre paredes cada vez más juntas.

viernes, 22 de agosto de 2008

Los ancianos fieles — Javier Villafane


—Otra vez ha entrado el mariposón —dijo la abuela—. Voy a espantarlo como todas las noches.
El mariposón volaba alrededor de una lámpara. Los nietos salieron del cuarto. La abuela cerró la puerta con llave y bajó las celosías de las ventanas. El mayor de los nietos se escondió para ver cómo la abuela espantaba al mariposón.
Y vio al mariposón caminando por el espejo de la cómoda, quitarse las alas y sentarse en una silla. Y vio a la abuela abrir el armario y sacar unos bigotes, un sombrero y un frac.
El mariposón sentado en la silla era un hombre desnudo y se vistió poniéndose de pie los bigotes, el frac y el sombrero.
Y vio a la abuela sacar de una gaveta del armario unas trenzas y un traje de novia. La vio desnudarse y vestirse poniéndose las trenzas y el traje de novia. Y vio a los abuelos como estaban en el retrato del comedor, sonriéndose en un marco dorado. Después los vio volando, tomados del brazo, besándose, dando vueltas alrededor de la lámpara.