Mostrando las entradas con la etiqueta Samanta Ortega. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta Samanta Ortega. Mostrar todas las entradas

domingo, 15 de diciembre de 2013

La eternidad II - Samanta Ortega


Nos la veíamos venir. Hay filas de almas por todas partes que llevan sin cuerpo, quizá, meses o años y esperan a ser atendidas por gente bella y elegante para hacer el reclamo. Cuerpos importados frenados en la aduana, cuerpos que se ha quedado el gobierno, cuerpos ilegales incautados, cuerpos embargados por el banco, demasiada demanda y falta de stock, son algunas de las razones aparentes. Los cuerpos son únicos e irrepetibles y eso lleva tiempo, señora, le dijeron a mi vecina. La pobre es jubilada y quiere cambiar de cuerpo porque así de vieja no la quiere nadie, dice.
La iglesia también está haciendo lo suyo, pero los cuerpos que tiene a disposición han sido donados por almas libres y hartas de este mundo. El cura de mi iglesia de Las Tablas dice que no sabe en qué estado están y cree que la mayoría tiene alguna que otra falla. Pero hay gustos para todos y gente dispuesta a correr el riesgo.
También leí en el periódico que van a abrir un outlet de cuerpos de segunda, pero están obligados a indicar la tara o problema del producto.
Por otro lado, hay gente que ya pregunta si podrá tener el mismo cuerpo que tuvo toda la vida, pero eso sí que costaría muchísimo más dinero. Sólo algunos pocos millonarios podrán concederse el deseo.

Sobre la autora: Samanta Ortega

sábado, 27 de julio de 2013

Una superstición para un embarazo - Samanta Ortega Ramos


Pasaron los primeros tres meses y cuando respondí “sin novedades”, comenzaron a lloverme consejos, esos que vienen siempre del corazón y la experiencia, y a los que he decidido llamar supersticiones.
Lola, una amiga apasionada por la lectura de best sellers, vino de visita con tres libros que le ayudaron a cambiar su vida en este sentido. Ahora tiene tres hijos y todo, según ella, gracias los títulos No te hagas la cabeza, El estrés, el anticonceptivo natural y, por último, No te olvides de que también puede ser él. No supe cómo agradecérselo, por eso no lo hice, simplemente.
Isa, una chica muy actualizada, me reveló que la Maca Andina es un gran potenciador de la fertilidad y me pidió que no fuera tonta y que la empezara a tomar ya. “No se te ocurra comprar ni Jalea Real ni té de caléndula porque ya pasaron de moda”, me dijo con la última Vogue en mano. ¿Cómo desilusionarla?
Josefina, la más hiperactiva y sexy de todas mis amigas, me insistió, mientras corría en la cinta del gimnasio y yo andaba, en que no perdiera más el tiempo ni el dinero: “La posición del misionero/plegaria da resultados y no tenés que gastar ni un solo centavo. Si sos creyente, podés combinar el rezo con el llamado a la naturaleza”, me dijo riéndose. “Y no te olvides de poner una almohada debajo de la pelvis durante media hora si es que no te vas a ir a dormir después. Eso es más fácil que la postura Salamba Sarvangasana de yoga... la que te parás sobre los hombros (que no te recomiendo si no estás entrenada)”. “La verdad que como no tengo un mango…”, le dije para zanjar el asunto, en un intento de confundirla, e irme a la bicicleta.
La tía Choli aportó lo suyo también y en una hora al teléfono intentó evangelizarme y convencerme de que hiciera el ritual a la Virgen de la Esperanza. Sólo necesitaría tres velas de color: rojo, verde y amarillo (la parte fácil), y rezar lo que dice la estampita cada luna llena durante 9 meses, quede embarazada o no. Ese mismo día puse el identificador de llamadas, no por nada.
La vecina, a la que he etiquetado de rarita, no se quedó atrás y me pasó una carta por debajo de la puerta (supuestamente anónima) con un hechizo infalible: sostener un huevo blanco con las dos manos y, mirándolo, rezar tres padres nuestros, luego escribir bebé en la cáscara con un rotulador indeleble y dejarlo debajo de la cama 9 días. Después tendría que bautizarlo y enterrarlo, poniéndome de rodillas para pedirle a la Madre Tierra que me quede embarazada. Nunca más volví a saludarla.

Todo aquello lo consideré un poco prematuro porque hasta el año uno no debería de preocuparse, pero como no quise mostrarme descortés ni herir los buenos sentimientos de los que me quieren bien, guardé los libros junto con la carta ‘anónima’ en la mesilla de noche, empecé yoga y compré la Maca Andina para que Isa no me persiguiera más con el asunto. La estampita y las velas las recibí por correo un día antes de luna llena.


Tomado del blog: Una embarazada

Sobre la autora:  Samanta Ortega Ramos

jueves, 30 de mayo de 2013

Un mundo minimalista - Samanta Ortega


Cora detesta las cosas pequeñas. No siempre fue así.
Va a un restaurante y los platos que le sirven son enanos. Y siguen reduciéndose con los días. Demasiada floritura, se queja. Ni hablar del precio que paga, lo único que crece. Está harta de los ascensores minúsculos y las calles sin suficiente acera. La gente, con la crisis, se está quedando en los huesos.
Siempre piensa dos veces antes de subirse a un auto. No siempre fue así. Está convencida que la culpa la tiene el Mini Cooper.
Pero los objetos comienzan a reducirse en su propia casa: la cama, las toallas, la cubertería, las puertas, el frigorífico. El marido que siempre la escucha con atención y no la contradice en nada se afina también. Me las vas a pagar, amenaza apuntando con el dedo índice.
La mañana de un sábado, cuando Cora se levanta, busca con dificultad a su marido por toda la casa. Los pasillos se han vuelto ridículamente estrechos y tiene que pasar de lado. ¿Jaime, dónde estás metido?
Un papel diminuto, doblado al medio, dice: Querida, me reduje tanto que ya no puedes verme. Para que no cargues con la culpa de matarme con un pisotón, en un descuido, mejor me marcho. Lo mismo le pasó a tu vecina, la de al lado. No la busques tampoco. Por su bien, tuve que contarle que odias las cosas pequeñas.

Sobre la autora: Samanta Ortega

domingo, 26 de mayo de 2013

II - Al diván - Samanta Ortega Ramos


Las Tablas es un barrio nuevo lleno de familias jóvenes. Lo único que se ven son mujeres embarazadas y cientos de niños de todos los colores. Por eso, no hay cafeterías con WiFi para que yo escriba fuera del taper, sino guarderías y jardines de infantes a la vuelta de cualquier esquina.
Cuando apenas me mudé al barrio sólo había sucursales de bancos, ni siquiera una bendita farmacia. Un día tuve que meterme en una sucursal del Santander para preguntar si alguien tenía una tirita (curita) para venderme. Una frustración. Pero el tiempo fue pasando y ahora, por suerte, hay muchas farmacias, muchas guarderías, un centro para politoxicómanos que todos tanto estábamos esperando, y dos cafeterías, una de ellas cerrada por reformas.
La cuestión es que después de hacer ‘la llamada’ me di cuenta de que todo el asunto me resultaba un poquito antinatural. Se supone que para una mujer, en la práctica, debe de ser lo contrario (las mujeres de Las Tablas me lo han demostrado, con esa capacidad de generar hijos como si se tratase de hacer palomitas de maíz), pero en la teoría sí puede serlo y la idea de que algo me estuviera creciendo en la panza (o por ahí) se convertía definitivamente en algo surrealista.
Ese pensamiento insistente me derivó a la psicóloga cuando transcendió de las paredes de mi cerebro para convertirse en sonoro y estar así presente en cualquier conversación. La psicóloga me reveló que para poder quedar embarazada era indispensable crear una imagen, visualizarme como futura madre:
—¿Te has visto alguna vez con panza?
—No.
—¿Nunca?
—Nunca.
—¿Soñaste alguna vez que estabas embarazada?
—No que recuerde.
—Y dime: ¿has deseado, alguna vez, ser muchachito?
Esa fue la última vez que la vi, no por la pregunta que me pareció arriesgada y provocativa, sino porque no hacía mas que mirar la hora del reloj de la pared que estaba detrás mío. No me gusta que me traten como idiota.
Si bien pasó ya un año y un mes y mi vientre sigue sin novedades, he construido imágenes de bienvenida, a pesar de que la situación me siga pareciendo rara y de que preferiría que sea mi marido al que le tenga que crecer el prototipo en el vientre.

Tomado del blog: http://unaembarazada.blogspot.com/

Sobre la autora: Samanta Ortega Ramos

sábado, 24 de septiembre de 2011

La silla de don Pablo - Samanta Ortega Ramos


Don Pablo vive en una pequeña casa de madera sobre el río. Y con ‘sobre el río’ me refiero a sobre el río. Sólo una reducida parte de su casa tiene por debajo tierra firme. La otra es como suelen llamarla sus dos hijas 'el muelle'.
Don Pablo hace rato que no sale de su casa. Dice que no tiene razones suficientes para hacerlo. Tita, la menor, preocupada, comienza a visitarlo con frecuencia. Buscando cualquier excusa lo saca a dar un paseo, pero él pone su condición, que sea de la mano y que antes le explique el por qué de esa curiosa y repentina necesidad. “Necesito que me acompañes al pueblo a buscar una medicina, no quiero ir sola, me aburro”. O “que me ayudes con la compra, que sólo tengo dos manos”. Pero eso funciona hasta que don Pablo le dice que ya está grandecita para depender tanto de él. Que lo deje en paz.
Don Pablo hace meses que no se mueve de su silla, la de la cabecera de una mesa ovalada para seis personas. Allí habían comido, además de su esposa (a la que ahora lleva en un portarretratos con la última foto que pudo tomarle) y sus hijas, las visitas diarias que recibían siempre con mucho gusto, incluyendo a los que ahora son sus yernos. “Papá, no puedes seguir así, todo el día sentado. ¿No ves que el piso está cediendo?” Pero Tita no puede convencerlo de salir y empieza a suplicarle. Él insiste con firmeza que no tiene intenciones de moverse, que no encuentra una buena razón para hacerlo. Tampoco quiere cambiar de silla y hasta duerme en ella. Tita llega a la desesperación. Así fue como a su hermana mayor se le ocurrió lo de la silla de ruedas. No le dan opción y lo empujan hasta que quedan agotadas: “Ves que hace bien tomar un poco de aire”, le dicen intentando convencerlo una vez más, pero para don Pablo es absurdo: “Es la última vez que me faltan al respeto de esta forma”.
Y dicho y hecho.
Siguiendo el consejo de su marido, Tita deja pasar una semana antes de volver a visitarlo. Cuando entra a la casita se encuentra con lo que más temía: un agujero en el piso de madera y la corriente de un río que no descansa.
A don Pablo lo encontraron aferrado a su silla dos pueblos más allá.


Sobre la autora: Samanta Ortega Ramos

sábado, 16 de julio de 2011

La encuesta - Samanta Ortega Ramos


Siempre que altero mi vida para mejorarla, según mis creencias, o algún suceso inesperado se da de bruces con ella, lo proceso a través del pelo. En este caso en concreto, la naturaleza me anunció, además de que tomara Ibuprofeno 600, que no se estaba cocinando ningún prototipo dentro de mí. Era hora de darle un empujoncito a esa naturaleza que de instintiva se había vuelto sofisticada y derrochona. Iba a empezar con los test de ovulación por un módico precio de 28€ la cajita y a ‘procejarlo’ (híbrido de procesarlo y festejarlo) yendo a la peluquería para cambiarme el color.
Me he dado cuenta de que mi color fetiche es el rubio-rubio, aunque estoy convencida de que no es el que mejor me queda, pero es como llevar una cintita roja en la muñeca o llamar al cura para que te bendiga la casa.
A lo que voy: le hice mi pregunta de rigor al peluquero de turno.
¿No hace mal teñirse el pelo cuando uno está embarazada, no?
Para nada. ¿Qué, estás?
No, no, pero estoy buscando.
¡Estás embarazada!
Me afirmó que lo sabía porque, según él, tenía la nariz hinchada. Lo curioso es que no me conocía de nada y tampoco sabía si mi nariz era realmente así (¿grande?) de hinchada full time. Me hubiera esperado un comentario por el estilo de una abuela o madre de cinco hijos, pero no de un joven peluquero que se come las uñas y tiene caspa sobre los hombros de la camisa negra. En fin, como me dio curiosidad decidí hacer una pequeña encuesta en la calle antes de gastar el dinero en vano.
Unas piernas de adolescente saliendo de un mini uniforme de colegio me dijeron que al parecer sí, porque tenía tripita. No quise explicarles que la tripita puede tenerse por desayunar tostadas con manteca todos los días a una cierta edad, tengas hijos o no. No quise asustarlas.
Uno de los entrenadores del gimnasio me dio un ‘no’ rotundo porque se me tenían que poner los labios como los de Angelina Jolie para que estuviera embarazada. ¿Pero si sólo llevo un par de semanas?, le pregunté. Eso se ve al instante; es más, creo que por eso mi mujer quiso tener tantos hijos. Fui a mirarme al espejo para comprobarlo: nada de nada, la misma imperceptible y laminada boca de siempre.
Me dirigí a la que seguro tendría una respuesta clara: una abuela que cuidaba de sus nietos en la plaza. Le pregunté a ver qué le parecía. Me dijo que mi cara estaba radiante. ¿Y no puede ser el maquillaje?, le pregunté. No creo, querida. Como mi casa quedaba enfrente, fui, me la lavé y volví a bajar para hacerle la misma pregunta: ¿Qué le parece ahora, estoy radiante?
La respuesta no fue favorable. Le di las gracias y hasta un abrazo, asegurándole que no era culpa suya. Después de despedirme fui directo a la farmacia a comprarme los test de ovulación. Habría que dejar el asunto en manos del raciocinio, el método científico y el bolsillo.

Ponerle cabeza a algo tan natural como concebir resultaba lógico desde mi punto de vista, ya que el asunto nunca me había parecido ‘natural’ sino todo lo contrario. Claro que hubiera elegido la otra forma, la de toda la vida, pero quién sabe. La parte buenas es que por fin voy a poder usar las agendas que me regalan siempre a principios de año.

Tomado del blog:
http://unaembarazada.blogspot.com/


Sobre la autora: Samanta Ortega Ramos

martes, 28 de diciembre de 2010

Karen - Samanta Ortega Ramos


Ya estoy en casa, dice Ignacio. Karen, su hija, tiene el delantal puesto. ¿Estás cocinando?, pregunta sorprendido. Sí, la comida que más te gusta, responde con ojos grandes, que brillan. ¿Y tu madre?, Ignacio se afloja la corbata. En su habitación, creo. Karen espera unos segundos antes de volver a hablar. ¿Entonces, me llevarás mañana al cine y luego a cenar? Karenita, te dije que tengo planes con tu madre. Le acaricia la cara.
Ignacio entra en la habitación. Todo pasa muy rápido. Su mujer está cubierta con el edredón y es verano. Se acerca, le destapa la cara para besarla. Tiene los ojos abiertos. Quita poco a poco el edredón, descubre el cuerpo teñido de rojo. El centro del pecho tiene una grieta profunda. Ignacio la coge en sus brazos unos instantes gritando, pierde el equilibrio. Tambaleándose por el pasillo va dejando huellas de sus manos ensangrentadas.
En el comedor, Karen ya tiene la mesa puesta para los dos. Los platos servidos. Ignacio la sorprende encendiendo la vela que está en el centro de la mesa. Al apagar la cerilla, Karen le sonríe.


Sobre la autora: Samanta Ortega Ramos

jueves, 16 de diciembre de 2010

Donnatest - Samanta Ortega Ramos


Conozco a chicas que dejaron el romanticismo y la sorpresa a un lado y fueron directo a los test de ovulación desde el momento en el que empezaron a buscar. No fue mi caso: alegué que no me convencía la idea de traer al mundo a un bebé de forma robótica y que quería que fuera mágico. Pero la verdad: necesitaba tiempo para digerir la idea.
A los seis meses, como la idea ya estaba a punto caramelo y no había ni rastros del ‘prototipo’, supuse que era hora de intentarlo a la nueva usanza.
El problema fue cuando abrí la cajita y vi el manual de instrucciones. Me pedía que sacara el promedio de los últimos 6 ciclos para saber cuándo empezar a hacer los test. El problema: podría intentarlo sólo 5 veces y si calculaba mal tendría que comprar otra cajita. Eso significaba el 6% de mi sueldo. Como buena chica irregular que soy (cuando escribo esto no puedo evitar pensar en los productos de un outlet con pequeños defectos. Lo bueno es que siempre hay alguien que los quiere igual) lo iba a tener más difícil que nunca (sumado a los ya habituales y fanáticos granos de siempre, a los dolores que con los años se duplican y a los humores increíble-hulkistas). Demasiado.
Al mes siguiente cambié de marca como quien cambia de un partido político a otro en Argentina. El Donnatest, minimalista, era más higiénico, fácil y venía con material bonus: dos test más y uno de embarazo (además no hacía referencias desalentadoras para quienes tenemos ovarios poliquísticos como: los resultados pueden no ser fiables). Eso sí, habría que cumplir a raja tabla el procedimiento:
Hacerlo a la misma hora, entre las 10h. y las 20h.
No utilizar el primer ‘caldito’ de la mañana. (Un alivio. Cuando uno se levanta no se acuerda ni de cómo se llama).
No beber mucho líquido dos horas antes. (Mucho es un término ambiguo y no aporta información: ¿qué, un vaso, dos, un litro?)
Recoger el ‘caldito’ en un recipiente limpio y seco. (Mejor así. Imposible hacer bucear a la placa, en vivo y en directo, sin salir con la mano barnizada).
Dispensar con el gotero 4 gotas en la ventana de muestra de la placa. (Realmente es como sentirse en un laboratorio).
Esperar 10/12 minutos y leer el resultado. (¿Y mientras hago como que estoy en otros temas?)
Dos rayitas: positivo. Estará ovulando posiblemente entre las próximas 24-48 horas. (Ese día y los dos siguientes son los días más fértiles. Momento de ponerse la ropa de entrenamiento).
Claro que como mencioné antes, soy una chica irregular y parece que eso se arrastra al resto de la vida. Durante los últimos 6 meses, si no estaba en una reunión, almorzaba con una amiga entrañable o simplemente me olvidaba por la cantidad de trabajo que había, o estaba en otro país con un desfase horario imposible de hacer cuadrar (ni loca ponía el despertador una hora antes de las 4 para hacer pis y esperar despierta a que me vengan ganas otra vez, a las 4, para recoger el caldito bueno).
En fin, en mi mundo imaginario, las chicas regulares toman café regular (nada de descafeinado), son exitosas, con una bellaza constante, y comen helado y tiene hijos cuando quieren sin engordar. ¿Alguien sabe si es contagioso? Puedo camuflarme entre ellas muy bien si quiero. Es el momento de intentarlo todo.


Tomado del blog: http://unaembarazada.blogspot.com/
Sobre la autora: Samanta Ortega Ramos

domingo, 28 de noviembre de 2010

I - La llamada - Samanta Ortega Ramos


Un año atrás decidí hacer el llamado. No había estado frente a una situación tan mística desde mi última carta a los Reyes Magos. Llamar a la Cigüeña significaba, entre otras cosas, cortar de cuajo una adolescencia extendida desmedidamente.
Para ello, tuve que conseguir el Co.Ci. (Código Cigüeña), único e intransferible, que me habilitaría a realizar la petición y que no podría utilizar más de una vez.
Marqué el número y atendió una voz monocorde que lo solicitó inmediatamente. A continuación hizo algunas preguntas básicas como: edad, estado civil, método de anticoncepción hasta la fecha y poco más. Cuando terminó con el cuestionario, la voz enlatada me ordenó que dejara de tomar la píldora y empezara con el ácido fólico yodado. Después se despidió con un “fin de la llamada en curso, gracias y hasta la próxima”.
Indignada, marqué el número de atención al futuro padre, costándome, por lo menos, dos horas de darle a la tecla R.
Como la señorita que me atendió era de carne y hueso, aproveché: "Por favor, sea amable en decirme cuándo llegará mi bebé y si la Cigüeña lo traerá en persona. También necesito saber el sexo y si es posible, alguna información sobre su ADN".
La señorita, muy desinteresada, me respondió, mientras masticaba chicle, que no tenía la menor idea y me aconsejó, después de explotar un globo en mi oído, que me lo tomara con calma. "¿Y cómo hago eso?" "Pues, olvidándose." "¿Olvidándome?, pero ¿cómo voy a olvidarme si justo ahora me pongo a pensarlo?" "Peor para usted, señora (¿señora?), porque cuanto más pendiente esté más largo se le hará. Ah, y otra cosa que no sé si se lo habrán dicho: espere un mes antes de empezar con los rituales."
Como me quejé de los servicios recibidos, la muy desfachatada insinuó que, si no estaba contenta, podía cancelar la petición y escribir a París para encargarlo, "pero yo no se lo recomiendo, están de huelga".


Tomado del blog:http://unaembarazada.blogspot.com/

Sobre la autora: Samanta Ortega Ramos

jueves, 9 de septiembre de 2010

De cuerpo y sombra - Samanta Ortega Ramos


Cruzo el puente para ir de Las Tablas a Sanchinarro. Debajo, la inescrupulosa y antipaisajista A1 hace más ruido que una ametralladora.
Mientras cruzo tengo al sol arriba, a la derecha, y a mi sombra a la izquierda, igualita a mí, sobre el asfalto.
La sombra se mueve exultante a lo lejos y tengo la sensación como de ver crecer a un hijo.
En ese instante de embeleso un auto le pasa por el costado rozándola. Me asusto y paralizo. Es peor. En menos de un segundo otro auto le pasa por detrás sin el menor cuidado. Apuro la marcha en vano. Cuando me quiero dar cuenta, un BMW Serie 1 color rojo le pasa por encima.

Desde entonces y sin quererlo, me he convertido en uno de esos cuerpos que viven por vivir. Entendí todo cuando el siluetólogo me explicó que la sombra es el alma que se viste para pasear.


Sobre la autora: Samanta Ortega Ramos

sábado, 19 de junio de 2010

Como todos los días - Samanta Ortega Ramos


Estoy en el trabajo. El sol entra por las ventanas del ático. Van llegando uno a uno y, si bien estoy de espaldas a la puerta, sé por el signo distintivo de cada uno (la pisada madura, el paso apurado, un tacón, las luces encendidas, el ruido a bicicleta) de quién se trata. La sinfonía está por comenzar.
Un suspiro con partículas de tabaco hace el llamamiento y ya es imparable. Le sigue el mío que aún duerme y luego el de Carum con sabor a desayuno. Dani, que acaba de entrar, se da prisa para largar uno en ese pequeño intervalo que vio que nadie tomaba. Y así sucesivamente nos turnamos, porque de hacerlo juntos sabemos que romperíamos los vidrios y las esquirlas caerían en la cabeza.
Juani suspira independizarse, salir de la rutina que le mantiene el sueldo pero no los años. Darío, para que le devuelvan al padre, porque por muchos años que tenga, de su casa y de su madre no piensa irse. Carla suspira vivir en una playa rodeada de chamanes y levantarse de su cama de arenas cuando el sol también se levante.
Yo también suspiro, constantemente, como una luz pequeñita de color intermitente, como la de los arbolitos de navidad, intercalándome con los otros muchos colores que hay flotando en el espacio libre que queda en el ático. Así hacemos música.


Sobre la autora: Samanta Ortega Ramos

miércoles, 9 de junio de 2010

Próxima parada - Samanta Ortega Ramos


Vas en la línea azul en dirección norte, repitiendo la vuelta como todos los días, pero la voz automática de la señorita metro dice que es metro sur y otro color, ¿próxima parada Puerta de Toledo?

Dudas y lo atribuyes al cansancio, no sería la primera vez que te confundes, no en Madrid, claro, pero no sería la primera vez.

Has hecho durante dos años el mismo recorrido pero dudas. Buscas los ojos de los viajeros y unos cuantos están como tu, preparándose para saltar del tren a penas se abran las puertas. Otros siguen sin enterarse a todo iPod y algunos que han prestado atención, después de hacer un gesto ceñudo, siguen leyendo con la misma cara de relax como si nada. Pero tu dudas, ahora, acompañada.

Haces memoria y rebobinas. No lo tienes muy claro porque son esas cosas que al hacerlas tantas veces se han vuelto piloto automático. No puedes asegurarlo. Pero vamos, casi-casi seguro que vas en la azul hacia el norte.
El tren para en la estación Cuzco. Respiras. Sueltas las cosas que aprietas con las manos y los brazos; te acomodas otra vez. Lo mismo hacen esos cuantos. Para los que llevan cara relax es obvio. Los de cara-iPod-en-trance siguen pasando de todo.

El tren arranca y la voz metro vuelve a contradecir. Con seguridad de máquina programada. Como tu. Cuidado estación en curva, próxima parada Acacias, nombre que jamás habías escuchado. Y a pesar de que tus ojos te hayan dado la razón una estación atrás, sigues dudando.


Sobre la autora: Samanta Ortega Ramos

viernes, 28 de mayo de 2010

La bolsa sin dueño - Samanta Ortega Ramos


Camino por las silenciosas calles de Las Tablas mientras las nubes amenazan con romperse para deshacer el pigmento negro que tan mal les sienta.
Un ruido parecido a la respiración de un animal con malas intenciones me hace girar la cabeza. Es una bolsa que se arrastra por el suelo, nada más.
En la esquina, espero que el semáforo me de permiso aunque no vengan autos.
La bolsa se pone a mi lado y se queda quieta. Me causa gracia. Cruzo. La bolsa también y comienza a arrastrarse por detrás de mí, manteniendo una pequeña distancia de respeto.
Entro a la tienda de alimentación a comprarme un agua del tiempo porque tengo sed y cuando salgo ahí la veo, en la puerta, esperándome. Como es imposible continúo mi camino, pero la bolsa me sigue haciendo el ruido desesperado de animal sin dueño.
Entro a la autoescuela y salgo a la hora y media. Hay mucho viento. Las nubes no aguantan más y yo no llevo paraguas. Acelero el paso. La respiración bronquítica reaparece. La bolsa, que ahora sé que estuvo esperando, me sigue.
Una bolsa-perro. No hay dudas.
Al abrir el portal la bolsa se me pega al tobillo y por más que me la quiero quitar a las sacudidas no hay forma. Parece un pulpo.
La hago entrar a casa disimuladamente. Por suerte no compartí el ascensor con nadie. Una bolsa callejera adherida al tobillo no es nada elegante.
En la cocina se pone a crujir frente al tacho de basura. Pruebo algo: le tiro una cáscara de banana que me acabo de comer. Se la devora al instante. Es una bolsa-perro de basura. No sé cómo se lo va a tomar Eduardo cuando le cuente. Mejor que lo vea con sus propios ojos. La locura es mejor y más divertida cuando se comprarte.
Ahí viene mi gato con el lomo erizado. Mal signo. Es mejor separarlos hasta que se acostumbren a compartir el spotlight.


Sobre la autora: Samanta Ortega Ramos

jueves, 20 de mayo de 2010

La enana - Samanta Ortega Ramos


Tengo una amiga que le tenía miedo a las cucarachas. Una vez, estábamos en su casa festejando el cumpleaños y vio una en la pared. Le agarró una crisis nerviosa. Conozco a otras personas que le temen a los mimos y no las culpo. Cada uno sabe dónde depositar las propias frustraciones.
Yo le tengo miedo a los enanos y, con el tiempo, ese miedo fue ramificándose como la mala hierba que crece sobre el polvo de los desperdicios y la suciedad.
Los primeros días supuse que había adelgazado, la ropa me quedaba grande, pero ¿y los zapatos? Los zapatos me bailaban y cuando pude usar las camisetas como vestidos de noche lo tuve que aceptar: me había convertido en una enana. Lo curiosos es que mi marido parecía estar ajeno al hecho de que le llegara al ombligo. Me hice la idiota porque mientras él no se diera cuenta la cosa no estaría tan mal.
Cuando fui al especialista se lo dije de una, balanceando con nerviosismo las piernitas que me quedaban colgando de la silla: vengo porque desde hace un mes soy una enana. El doctor enrojeció, aguantó la risa que pudo y la otra me la escupió en la cara, sin filtros. Acepté las disculpas doblemente avergonzada cuando me dijo que lo había tomado por sorpresa. Después de medirme, pesarme y hacerme algunas preguntas de rigor no relacionadas al caso (como por ej. si fumo y de qué murieron mis padres) me pidió que me acostara en el diván y que lo esperara unos segundos.
No había terminado de acomodado cuando regresó con la máquina de torturas para encogimientos.
Si bien salgo llorando de la consulta todos los días, voy progresando. He ganado un par de centímetros, aunque si voy por la calle y me gritan “enana” me encojo lo que gané más algún que otro centímetro. El doctor dice que es normal y que no me desanime. Los agrandamientos llevan tiempo, especialmente cuando no hay una causa única que haya motivado la aparentemente abrupta reducción.

Sobre la autora: Samanta Ortega Ramos

viernes, 5 de marzo de 2010

La mujer - Samanta Ortega Ramos

La mujer con la que me casé apareció este fin de semana (el sábado para ser más preciso) después de mucho tiempo de ausencia. Llevaba tacones, un vestido negro ceñido a la cintura, el pelo a lo Greta Garbo, el perfume que me vuelve loco y unos ojos grandes y llenos de pestañas (¿o cejas?, es que siempre las confundo). La boca sobresaliente en rojo esmaltado.
Como había recibido un pequeño aumento de sueldo, la llevé al mejor restaurante y después a bailar, para festejar su aparición y mi progreso. La pasamos muy bien, recordamos viejos tiempos y nos besamos como dos chiquillos.
Al llegar a la casa se me contrajo el estómago. Por eso le rogué al oído por última vez “no me vuelvas a dejar nunca”. Ella se metió en el baño en suite diciendo “no seas tontito”. Y me quedé mirando la puerta, sentado en el borde de la cama, como un perro esperando a su dueño fuera de la tienda.
Al rato, otra mujer, la de todos los días, la de las ojeras y los pelos desteñidos, se acostaba otra vez en mi cama con mismo pijama raído.


Sobre la autora: Samanta Ortega Ramos

jueves, 10 de diciembre de 2009

A tiempo completo - Samanta Ortega Ramos



Quise ser todo. Un químico de pelos revueltos, el médico salvavidas, viajero del mundo. Un abogado, el del diablo. Sociólogo independiente y artista. Empleado del mes. Quise haber aprendido idiomas, chino, por ejemplo y ser el más guapo e inteligente de la clase. Definitivamente el más popular. También piloto de cualquier cosa, el amante saciador por excelencia, soltero y emancipadamente eterno. Faltar al trabajo cuando se me cantara las ganas. Mentir sabiendo hacerlo. Mendigo de a ratos. Militar, mal tipo; el de las pelis. Pintar las calles de distintos colores. Romper el vidrio. Navegar siendo pescador. También, llegar a conocer a los tataranietos… Hasta incluso, un día, ser mujer. Una locura terrestre que requería de, tal vez, mucho dinero y muchas vidas.
Creo que está de más decir que caí en una profunda apatía y todo comenzó a darme igual. Por eso, no hice más que cumplir las órdenes de los que parecían tenerlo claro, su papel, su rol incuestionable en esta gran agrupación con fines de lucro. Pero eso tampoco bastó.
Un día, con la apatía a cuestas, resolví la ecuación de mi vida casi sin darme cuenta. Todo estaba en mis libretas apiladas, en las páginas numeradas que llenaba antes de dormir, en el café, en el autobús, esperando. Podía serlo todo, cuanto y cuando quisiera. Tener todos los rostros y prontuarios. Podía. Sí.
Fue entonces que me declaré a partir de ese momento, con la luz de un foco sobre otra página, en escritor a tiempo completo. ¿Lo parcial?, la aventura del por aquí y por allá sin mayores compromisos.

Sobre la autora: Samanta Ortega Ramos