Mostrando las entradas con la etiqueta Paulus Deluca. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta Paulus Deluca. Mostrar todas las entradas

sábado, 9 de octubre de 2010

(30/12) El Nudo - Paulus Deluca



Seis de la mañana en Buenos Aires, las ocho en Canarias:
El dolor sordo de espalda y el ardor de estómago me han tirado de la cama.
Tengo la espalda como la cuerda de un reloj y podría levantar el barniz de la puerta echándole el aliento y frotando con un trapito.
Me he lavado la cara y ahí he visto y he sentido El Nudo:
-Deluca, ya estamos en campaña, -me he dicho mientras veía el nudo apretarse en mi frente y lo sentía cerrarse en la boca del estómago, endurecer mis manos y clavarse hondo en el Chi: un punto a mitad de camino entre el ombligo y la polla.
Nos conocemos ya: Respiro hondo, con el estómago, tirando bien del diafragma y llenando los pulmones desde abajo. Cierro los ojos, me concentro en el ritmo de mi respiración y de a poco otros sentidos vienen a ocupar el lugar de la vista.

Por debajo del zumbido agudo que me taladra los tímpanos desde hace días, oigo los fluorescentes de la cocina, huelo las palomas en la ventana, puedo sentir el corazón golpeándome pausada pero violentamente el pecho y la sangre que me corre por las sienes.

Noto el calor relajar mis testículos, que palpitan, duelen un poco, pero que no molestan al tragar -que diría Patxi.

Es miedo. Ni más ni menos que miedo. Pero no uno cualquiera: No es ese miedo intelectual y consciente, que en realidad no es sino una reacción defensiva ante un conflicto potencial y que es la base de la civilización y una de las razones por las que vamos a la escuela, por las que votamos, pagamos impuestos, hablamos educadamente, manejamos por la derecha, decimos que nos importa el futuro del planeta y de nuestros hijos, por las que nos casamos y nos divorciamos, compramos casas, somos infieles a nuestra pareja, veneramos el fin de semana o por la que acepto indiferente el hecho de que si escribo en un ordenador portátil con pantalla de cristal líquido es porque hay niños de la edad de mis hijos extrayendo coltán en Congo por poco más que agua y comida, esclavizados en una guerra alimentada por países cuyos gobiernos hablan sobre los sueños, y el derecho de los niños a ser felices.

No. Todo eso son pamplinas.

Olvidáos de eso.

Hablo de El Nudo: Del Único y Verdadero Miedo, de La esencia mística de Dios y de la Naturaleza. Hablo de esa sensación indescriptible que en ocasiones se huele, en otras se siente, que se ve y se toca y da origen a la religión, al alma, a lo mágico e invisible; hablo de esa fuerza anudada en mi frente sin la que no llegaría vivo ni a la esquina, de esa contracción anal -casi extinguida, al menos en las conversaciones de la gente educada- capaz de descabezar un
clavo, de esa erección violenta que te golpea el estómago y que a veces impide que te mees encima.
Hablo de lo único mío que no tengo que ganar ni proteger y que nunca podré perder, porque no hay nada más esencial y primariamente propio: Porque podrás molerme los huesos hasta matarme y llevarte todo cuanto tengo, podrás apagarme lentamente o acabar conmigo como se sopla una vela. Podrás hacerme todo el daño que quieras hacer y puedas justificar, pero de ninguna manera podrás quitármelo, porque este miedo es mío, sólo mío y morirá conmigo cuando ya no lo necesite más.

Eso es bueno: Bienvenido, Nudo -digo al espejo -Te estaba esperando.
Ahora ya sí: Lo tengo todo. Estoy listo para el viaje.

Extraído con autorización del autor de: http://paulus-de-best.blogspot.com/

miércoles, 23 de junio de 2010

Los vencejos - Paulus Deluca


Los vencejos
-Agonías de domingo-

–¡Ya sabía yo que alguien habría en esta ciudad que se levantara temprano a servir cafés..! Uno con leche, por favor… o dos hostias, lo que antes me caliente.
Tras la barra, un hombre flaco enarca una ceja y aparenta dudar un instante. Acto seguido, coloca un platillo, un sobre de azúcar y una cucharilla frente a mí y sonríe amablemente.
A lo lejos, sobre los campos aún dormidos, una bandada dominguera de vencejos maniobra mientras el flaco sonríe con el colador de la cafetera en la mano cuando le digo que aún quedan revoluciones posibles, como la de levantarse voluntariamente y con el alba un domingo y así, para fastidiar al sistema, ponerse a trabajar.
– ¿A usted le parece? –me dice con gesto de burla mientras calienta la leche. Le respondo con los labios fruncidos, señalo hacia los campos y me apropio del periódico.
–Es fantástico verlos volar, ¿no?
–Es muy curioso… si parece que hayan salido a dibujar…
–Y fíjese –me dice mientras busca mi mirada de aprobación o rechazo del croissant que me señala con las pinzas–, que van toditos a una –asiento con un cabeceo–: De repente van y no sé cuántos miles de pájaros habrá ahí, pero ya ve, de repente, todos para un lado, luego para el otro…
–Como un grupo de danza –digo mientras descuerno el bollo y lo sopo en el café –, como movidos por control remoto.
–Como una gran cometa –responde y me vuelve la espalda indicando que esa es toda la conversación que corresponde a un café con leche.
Y ahí me quedo, acodado en la barra, mirando a través de los cristales hacia esos campos que aún en parte verdean. Lentamente y a medida que el sol se desparrama por las lomadas y calienta el aire, los vencejos toman altura como lo hacen todo: de forma aparentemente automática, de golpe y sin explicación ni aviso…
–¡Cómo se parecen a nosotros! –pienso mientras hojeo el periódico y descubro en cada página rastros sutiles de ese vuelo coordinado, tácito y unánime en las noticias, la publicidad y en los juicios de valor que las condicionan: Anuncios, fluctuaciones bursátiles, decisiones gubernamentales, la moda de los anuncios… hasta las corrientes contraculturales, subversivas y disidentes.
Quizá porque los átomos de que estamos hechos salieron un día del mismo pegote de arcilla, nuestra percepción, nuestra experiencia, nuestro juicio y nuestro vuelo sea, para un ojo profano como el mío, igual de gregario, de caprichoso e imprevisible, de automático y unánime que el de esa bandada vocinglera de vencejos que contrayéndose, expandiéndose y dibujando en el aire desaparecen cielo arriba hacia la misma hora en que una ciudad dormida y resacosa, malfollada, intransigente y con delirios de grandeza despega los ojos y, todos a una, como si sus habitantes estuvieran unidos por hilos invisibles en una gran cometa, despotrican contra el día de mañana y esa rutina que obsesiva y vorazmente engulle implacablemente sus vidas...

─No hay fuga posible de las cárceles del sol.

Extraído de: http://paulus-de-best.blogspot.com/

miércoles, 31 de marzo de 2010

El examen de Miss Daisy – Paulus Deluca


Como en política, la magnitud del tiempo es algo muy subjetivo y además, depende mucho de cómo se enuncien; equivalencia física de unidades aparte, no suenan igual —y no lo son— quince días que dos semanas, que medio mes que trescientas treinta y seis horas, como tampoco duran lo mismo los tres primeros años de libertad de quien acaba de cumplir quince de condena que los tres años de vida a los que como mucho y con suerte se refiere un médico con el resultado de una biopsia en la mano. Me recuerda en parte al Manual del Perfecto Soltero, que insiste en la importancia de la nomenclatura en la cocina del soltero, pues no es lo mismo invitar a Tosta riscalda d'ieri all'Italiana que Pizza recalentada de anoche, con los resultados previsibles en cada caso.
No he sido muy pródigo en palabras y vivencias durante las dos últimas semanas... He estado ocupado con esto y aquello como pocas veces: Un viaje a Barcelona que aunque inmediatamente infructuoso, —porque vaya el caso que me han hecho— con el tiempo descubriré que no fue tan estéril (de pronto se me ocurre por ejemplo que he podido tomar café con Tudela, uno de mis bastardos hermanos de whisky, que no veía desde hacía por lo menos quince años), seguido de la reunión anual de mi motoclub, esta vez en Seseña, más dos viajes a Valladolid, el primero para examinar una moto por la que pensaba podría cambiar a Carrie y un segundo viaje a Valladolid para efectuar el cambio.
No recuerdo ahora cuántos kilómetros hicieron los ganadores de las veinticuatro horas de Le Mans, pero para mí hacer —recuerdo al respetable que sin relevos, ni fisioterapeuta, ni cambio de neumáticos, frenos o aceite— los mil trescientos kilómetros hasta Valladolid y vuelta en veinticuatro horas después de los nosécuantos kilómetros que había hecho los días anteriores fue un esfuerzo considerable que me dejó reventado y del que apenas ahora me estoy recuperando... La carretera no es un circuito... dice la Dirección General de Tráfico.
—Ojalá —se me ocurre decir—. Porque así no habría animales cruzando la pista, ni alcantarillas abiertas en los ápices de las curvas, ni badenes en pleno peralte, ni cuchillas afiladas en las escapatorias... Pero en fin. Que no las toquen más, que por una que arreglan, tres nuevas que ponen.
En cualquier caso, volver a recorrer —al menos parcialmente— los horizontes castellanos desde que con mi hermano Manuel hiciéramos en bicicleta el Camino de Santiago cuando él contaba apenas doce añitos en canal fue un revulsivo... Alivia un poco ver que por más que uno ponga proa al horizonte, este se mantiene a esa ambigua distancia entre respetuosa y posible que alimenta la rencorosa inconstancia de un marino.
Los trigos estaban crecidos, aún en su mayoría verdes y cuajados de amapolas y el cielo que me acompañó era de un azul intenso, moteado con tormentas dispersas y lejanas, males ajenos que adornarán otras historias.
Tras mucho pensar y siguiendo el consejo de mi mecánico, que aunque vende y arregla BMWs, conduce una Paneuropean desde hace más de trescientos mil kilómetros, decidí cambiar a Carrie —quien recibirá un trato y mantenimiento más acordes con su edad, sus prestaciones y características y con el estatus de su marca— por Miss Daisy, quien merced al trato recibido y a sus características promete seguir rodando otros cien mil kilómetros sin más recambios que agua, aceite, goma y paciencia.
Dama de porte señorial, amiga tanto del paseo vespertino como del viaje largo a la velocidad de la luz, Miss Daisy es una señora coqueta de modales contenidos pero furia levantina, de voz siseante y suave que sabe convertir en un grave rugido capaz de bajarle las medias al más pintado.
Larga, muy larga y de porte más que considerable, muestra en el curveo rápido, en la maniobra lenta y en las reducciones una agilidad sorprendente y tan agradable, que durante el viaje de regreso a casa en más de una ocasión tuve que hacer los kilómetros que faltaban hasta el área de servicio más próxima, dándome de voces, abriendo el traje y manoteándome el casco para no quedarme dormido.
Aun así se nota que, como yo, fue educada en las maneras de otros tiempos más indulgentes quizá con la precisión y mucho menos con las intenciones, el ingenio y la lealtad, pues si bien me llevó a casa sano y salvo, al día siguiente me obligó a pasar un examen rápido y por sorpresa de mecánica y electricidad antes de querer salir de paseo.
Creo haberlo aprobado, pero aun es pronto para poder afirmarlo sin cruzar los dedos...

Tomado de: http://paulus-de-best.blogspot.com/

martes, 16 de febrero de 2010

El infinito particular - Paulus Deluca


-Apuntes de táctica -

Marisa Monte al aire en la fonola que me he hecho en el ordenador grande y vestidito con el gi, (de blanco y en pijama... para ganar tiempo, que diría la locaza de Joaquín...), tanto como para terminar de sudarle el apresto, Taikyoku Shodan, Nidan, Sandan y los primeros movimientos del Heian Shodan uno detrás del otro, despacio, prestando atención a la respiración y a la forma en que cada técnica se realiza para corregir los vicios que sé que tengo al hacerlos...

En el Uchi Uke, acordarme de torcer hacia afuera la mano para tensar la musculatura alrededor del radio, en el Shoto Uke, subir la mano para cargar inercia y barrer en diagonal, el Gedan Barai, comenzarlo desde la oreja... Kokutsu Dachi sobre la pierna posterior, Zenkutsu Dachi sobre la anterior, cuidado con la rodilla... Tibia vertical, pero más abajo... Otra vez...

Y así, uno tras otro, movimientos y palabras que me resultan tan nuevos como viejos conocidos son los golpes para cuyo conjuro fueron concebidos... recuerda... sticky arms... un brazo roza el otro en las paradas y carga tensión, no olvides el hikite ni desaproveches la fuerza del suelo... Kime, más kime... más aún...

Es curioso esto de entrenar haciendo sombra. Como en las clases de danza, cuesta desinhibirse al principio hasta que en una de esas, se logra ese estado de concentración en que los pensamientos fluyen sin palabras desde la médula espinal directa hacia brazos y piernas sin pasar por el cerebro... Como en el ejército... pelear y a la vez resolver sumas y restas. ¿Te acuerdas?

De repente puedo ver a mi oponente imaginario frente a mí, con mi peso y estatura, midiéndome, como yo lo mido a él, controlando su respiración como yo controlo la mía, sus pupilas en las mías y la barbilla fuera de mi alcance como yo intento mantener la mía fuera del suyo, atento al menor indicio que señale que va a lanzar su ataque...

Y entonces, sin que yo lo haya ordenado conscientemente, ¡Paf! salta mi cuerpo por si solo y detiene una patada a mi izquierda, golpea al estómago, para de nuevo dando media vuelta, nuevo golpe, parada baja izquierda y combinación de un-dos-tres que me sorprende con un cambio de ritmo...

De pronto, en el último movimiento, me sorprenden la profundidad de mi respiración, lo mucho que sudo y sobre todo, la contundencia y el volumen de mi grito: un ¡Raa! seco y desde el fondo del estómago que no había oído nunca antes así, mientras mi enemigo imaginario se desvanece derrotado por esta vez y vuelve a mi infinito particular, de donde volverá regularmente, cada tarde, con armas y trucos nuevos para así obligarme a hacer frente a todo eso de mí mismo que aún no conozco.

Con autorización, extraído de: http://paulus-de-best.blogspot.com/

sábado, 19 de septiembre de 2009

Libertad condicionada - Paulus Deluca


Creía haber muerto para estar lejos y sin embargo ahí estaba: Lejos, pero vivo, con el pulso agitado, la vista cansada, el estómago rebotado y durmiendo por partes: Ahora se dormía una pierna, luego un brazo, luego la otra pierna tomaba el relevo.... Sólo la cabeza permanecía aceptablemente despierta mientras, girara para donde girara el mundo, él iría más rápido aún.
Si aparcáramos todos los vehículos con ruedas mirando a levante y los arrancáramos y todos a una, violentamente los pusiéramos en marcha.... ¿Conseguiríamos detener el mundo o invertir su marcha? Los pensamientos iban, venían y volvían a irse de cualquier forma mientras el mundo se convertía en una difusa banda gris amarillento bajo los pies con el tronar del viejo seis en línea en plena aceleración.
Sintió la presión del asiento en la espalda y la vibración en las manos. Hijo de puta... dijo como un halago al motor... Sonrió y cerrando un segundo los ojos volvió a acelerar, bajando una marcha.
Debo ser de la peor especie que existe, se dijo, pero estoy vivo y aunque sé lo que me espera, de momento soy libre y voy camino de ese lugar en la tierra donde Elvis, Marilyn y otros tantos envejecen y juegan a cartas a salvo del mundo.... Soy libre, libre como el viento.... Como el puto Freddy Mercury.
Sólo por recordarle quién era realmente y por llevarle la contraria, se le contrajo la vejiga, ordenándole que buscara un lugar, en los próximos diez kilómetros, donde parar cinco minutos.

Tomado de: http://paulus-de-best.blogspot.com/

domingo, 21 de junio de 2009

La revelación de Ibn Al-Tabib – Paulus Deluca


En el nombre de Dios, El Clemente y Misericordioso.
La noche aún en tránsito hacia el día. No serían más de las tres, a lo mejor las cuatro. Tras tres días de dolor intenso y fiebres, otros tres de insomnio se abrían paso. La casa entera respiraba con el ritmo acompasado y profundo del sueño de los inocentes que flotaba sobre el bajo continuo del compresor de la nevera. Algo más allá, la secadora pedía con tres vueltas de tambor y un leve pitido que alguien la apagara.
Salvo por el resplandor del televisor ante el que infructuosamente buscaba conciliar el sueño, la casa estaba a oscuras. En alguna calleja del barrio, el camión de la basura aceleró y frenó a los pocos metros, temblando como si pudiera desmontarse por completo en cualquier momento.
Abu-Bakr Mohammad Ibn Al-Tabib lanzó la bocanada de humo hacia el televisor y aplastó la colilla en el cenicero. Suspiró profundamente. Lejos, en algún punto cercano al horizonte, sonó indolentemente un trueno.
—Los ángeles corren los muebles para fregar las nubes —recordó que contaba de niño a sus hermanos—. Será San Pedro, a quien la mala conciencia tampoco deja dormir... —Sonrió. Cerró los ojos y recibió como una bendición un cuarto de hora o algo así de un dormir ligero e intranquilo de sueños fragmentados y recurrentes, uno dentro del otro.
Ibn Al Tabib abrió sobresaltado los ojos de par en par. Boqueó profundamente para llenar los pulmones. Sólo había sido un sueño: Su hijo menor lo llamaba desde su habitación. Ibn Al-Tabib se asomó al vano de la puerta para encontrárselo desnudo, envuelto en el halo de una tenue luz blanca, de pie sobre la cama y armado de una espada llameante con la que señalaba alternativamente hacia la noche más allá de la ventana y al suelo, frente a su cama.
Se postró entonces de rodillas ante la cama y apoyando las palmas de las manos en el suelo humilló la cabeza ante su hijo. Recibió un golpe en la base del cráneo, algo por encima de la nuca y sobre el peñasco derecho: un plop doloroso y fulgurante que sonó como si hubieran descorchado una botella dentro de su cabeza mientras su vista se teñía de una luz blanca y cegadora que ocultó por un instante el mundo entero a sus ojos.
Ibn Al Tabib abrió esta vez sobresaltado los ojos de par en par. Boqueó profundamente para llenar los pulmones. Sólo había sido un sueño: Su hijo menor lo llamaba desde su habitación. Ibn Al-Tabib se asomó al vano de la puerta para encontrárselo desnudo, envuelto en el halo de una tenue luz blanca, de pie sobre la cama y armado de una espada llameante con la que señalaba alternativamente hacia la noche más allá de la ventana y al suelo, frente a su cama.
Se postró entonces de rodillas ante la cama y apoyando las palmas de las manos en el suelo humilló la cabeza ante su hijo. Recibió un golpe en la base del cráneo, algo por encima de la nuca y sobre el peñasco derecho: un plop doloroso y fulgurante que sonó como si hubieran descorchado una botella dentro de su cabeza mientras su vista se teñía de una luz blanca y cegadora que ocultó por un instante el mundo entero a sus ojos.
Presa del pánico, Ibn Al Tabib abrió una vez más los ojos de par en par. Boqueó profundamente para llenar los pulmones. La casa estaba en silencio y todo había sido únicamente un sueño:
Oyó a su su hijo menor que lo llamaba desde su habitación. Ibn Al-Tabib se asomó al vano de la puerta para encontrárselo desnudo, envuelto en el halo de una tenue luz blanca, de pie sobre la cama y armado de una espada llameante con la que señalaba alternativamente hacia la noche más allá de la ventana y al suelo, frente a su cama.
Se postró entonces de rodillas ante la cama y apoyando las palmas de las manos en el suelo humilló la cabeza ante su hijo. Recibió un golpe en la base del cráneo, algo por encima de la nuca y sobre el peñasco derecho: un plop doloroso y fulgurante que sonó como si hubieran descorchado una botella dentro de su cabeza mientras su vista se teñía de una luz blanca y cegadora que ocultó por un instante el mundo entero a sus ojos.
Ahogando en llanto e in extremis un grito, abrió los ojos que se le llenaron con un lanzazo en el pecho de luz blanca.
Levantó un puño cerrado en actitud defensiva y mientras intentaba incorporarse, con la otra manoteó, queriendo asir el aire.
Sintió un cuerpo desnudo, menudo pero fuerte frente a él y una voz angelical que susurrando le decía: —Papá, pipí... Baño.
Sus pupilas se acostumbraron enseguida a la luz de la lámpara que el niño había encendido. Aliviado, aunque profundamente avergonzado, bajó el puño. Se incorporó rápidamente, apagó la luz y tomando al niño en brazos lo llevó al cuarto de baño.
Ahí, sentado en la taza, el niño señaló hacia la negra noche ahí fuera. —Noche, papá. ¿No está el día? —Ibn Al-Tabib sintió entonces, tan real y centelleante como en el sueño fractal anterior la punzada de dolor y el plop fulgurante, como si hubieran descorchado una botella en el interior de su cabeza, mientras la vista se le llenaba de una potente luz de tono lechoso que ocultó por un instante el mundo entero a sus ojos.

Tomado de: http://paulus-de-best.blogspot.com/