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sábado, 20 de abril de 2013

El existir o no existir del tiempo - María Gimena Barboza Dri


—¿Sabías que el tiempo no existe? —me dijo, acuchillando el silencio de la noche con los ojos extraviados en quién sabe qué universo de locura multimatizada.
—¿Quién lo dice? -respondí con la frialdad consecuente del invierno en mis pies todavía realistas.
—Yo te lo digo...
—¿Por qué?
—Porque el tiempo no es tiempo, son instantes sin medida, ¿entendés?
Entonces yo, extraviada en sus ojos que seguían perdidos en ese otro universo, acepté su invitación audaz y me atreví a decir:
—¿Sabés por qué el tiempo no existe?
—¿Por qué? —respondió, sediento de altura.
-Porque al tiempo lo inventó el hombre...
Y en mi mente millones de ideas para un porqué se empujaban aglomeradas en la puerta de mi boca que sólo sabía articular balbuceos silenciosos.
-Siempre me ganás -replicó él, sin embargo, entre una sonrisa que supo amar mi respuesta.


Acerca de la autora:  María Gimena Barboza Dri

martes, 3 de julio de 2012

Las formas de las nubes - María Gimena Barboza Dri


Es de destacar que en el cuaderno de Nerea los renglones garabateados de palabras mal escritas contaban con precisión el avance que, aunque imprudente, se producía lento en el transcurrir del cielo durante esa tarde.
Según ella, volaba primero un cocodrilo desdentado con la cola tan doblada que le rozaba el hocico, y luego en otra nube, sobre el cocodrilo, se producía el acto fallido de un bebé sobre una silla queriendo alcanzar a duras penas un zapato algo gigante.
Las horas se le pasaban casi sin sentirlas cuando las nubes estaban blancas y pomposas como ese día, porque se armaba fácilmente un film secuencial con diferentes situaciones inusuales, algunas tanto así, que hasta resultaban cómicas. Lo que Nerea no anotaba en su cuaderno (ni esa tarde, ni nunca) era cómo las imágenes se iban deformando de modo algo aterrador, frente a sus ojos, y cómo todos los personajes proyectados eran asesinados cuando el viento los corría y los soplaba tan livianitos como si fueran plumas. No quería recordar cómo le parecía que el bebé moría lentamente y que el zapato se le fusionaba con la cabeza, y cómo ambos también caían sobre la cola del cocodrilo, quien iba perdiendo poco a poco la parte inferior de la mandíbula.
Sin embargo, paralelamente, Geremías dibujaba en otro cuaderno precisamente esas emocionantes deformaciones monstruosas que tanto le intrigaban y apasionaban. Los renglones de Geremías estaban repletos de hombres decapitados, de perros que perdían las orejas y las patas, de pájaros sin alas, y hasta de mujeres que se iban ensanchando tanto, hasta que la piel no resistía y quedaban pedacitos blancos de cuerpo esparcidos sobre todo el contraste celeste del cielo. Geremías se armaba las tragedias más emocionantes, las situaciones más tristes y los personajes más desdichados.
A la hora de regresar, Nerea se llevaba las historias escritas por Geremías. Y él, las de Nerea.
Ambos las leían antes de dormir y al otro día, si la mañana no amanecía nublada, ni demasiado despejada, volvían a encontrarse a la hora de la siesta para devolverse los cuadernos y comenzar historias nuevas.

Acerca de la autora: María Gimena Barboza Dri

domingo, 24 de junio de 2012

Ausencia de creatividad - María Gimena Barboza Dri


Se observa en su semblante dormitado una sonrisa serena, como si la paz le mojara la frente con un poco de agua tibia. Me gustaría mencionar el resplandor lunar platinado en su silueta, o la caricia del viento de verano sobre sus cortinas de seda, pero nada de eso existe. Siquiera, tal vez, aquella sonrisa serena.
No se dibuja -tampoco- sobre sí una nube de sueños acerca de amplios campos verdes o largos baños, desnudo, en algún arroyo de manantiales frescos. De manera que no existe, pues, aquella sonrisa, ni es otra cosa más que una de sus tantas muecas conformistas.
Es en medio de mi contemplación vaga, cuando luego de un par de movimientos inquietos, logra despertar con la espalda transpirada. Y la frente fría. Y los pies dormidos. De seguro recordó que se le olvidaron sus días de creatividad; o que se le olvidó recordarme.
Busca desesperado un libro de cuentos... No hay. Busca desesperado sus autitos de carrera... No hay.
Y busca muñecos y pelotas, y hasta un papel para fabricar un avión que vuele en torno a su mundo de niño... Pero no hay. No hay nada. Porque nunca lo hubo. Mira sus manos vacías, toca su pequeño cráneo de infante y para su gran sorpresa, no hay pelos allí; quizás algunos un tanto blancos y casi ya sin fuerza, como suplicando caer... Y morir.
Yo sé lo que está pensando, porque soy su nudo en la garganta. Yo soy el nudo en la garganta, de la tercera edad del siglo XXII. Así que entre los pensamientos que conozco de memoria ajusta el normalizador de ambiente, inhala un poco de aire artificial, se recuesta a intentar dormir. Y finge que duerme. Un instante más tarde le aflora la mueca de conformismo tras recordar su infancia de pura tecnología, y de ausencia de creatividad.

Acerca de la autora:
María Gimena Barboza Dri