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jueves, 17 de noviembre de 2011

La muñeca de cristal o la fragilidad de las cosas - Araceli Otamendi


El estado de gravidez o la panza, como se prefiera, es avanzado. Falta poco para el nacimiento, es una extraña sensación: voy a reventar, mi panza explotará y quedaré vacía aunque tendré como compensación en mis manos un niño o una niña  ¿Cómo será?
A duras penas puedo salir a la calle y detener un taxi. Antes, una mujer no ha dejado de tocar el timbre, de llamarme por teléfono, de encararme en la calle … pero ¿quién es? Me he escapado de ella y aquí estoy camino a la clínica. Siento las patadas muy adentro, las contracciones, son cada vez más fuertes, me duele la espalda y no sé si voy a llegar a tiempo. No se preocupe, no me mire así, no lo voy a tener aquí adentro, no le voy a ensuciar el tapizado de su auto pero apúrese…
Las contracciones son muy fuertes, doctor. Va a nacer enseguida, dice. La veo, la he visto a través de la piel, digo. La piel de mi panza es transparente como un papel de celofán. La he visto y ya sé como es, aunque usted todavía no la vea, doctor. Es preciosa, es como una muñeca. ¡Fantasías! La imaginación vuela. ¿Por qué tengo que explicarle a usted cómo la he visto? La cabecita es redonda y el cuerpo se parece a un muñeco, lleno de curvas. ¿Y tiene manos? ¿y tiene pies? Es preciosa le digo, porque la he visto, ella es rosada, redonda, bellísima.  Las contracciones son cada vez más seguidas y va naciendo, doctor, no la deje caer, ya sale, ya sale… ya salió.
¡Es una muñeca! Sí, es una muñeca. He parido una muñeca de cristal. Redonda, chiquita, preciosa, la cabeza es como  una naranja, transparente. Mueve los ojos, ¿los mueve? Pero señor ¿de qué se asombra? Si es una muñeca de cristal, nada más. Mírele las manos, ah, pero…una de las manos ¿qué ha pasado? Es que se ha roto, se ha roto la pequeña mano. El doctor tiene la solución: la pegaremos con un pegamento especial y todo se va a solucionar, todo.
¿Se solucionará? Todo se va a solucionar …
El pegado de la mano al bracito se realiza sin mayores dificultades. Todo es cuestión de esperar. No me parece raro haber parido una muñeca de cristal, tan redonda y bella. Es transparente y hasta podría estar en una vitrina, pero no la pondría ahí, se moriría, necesita respirar, está viva. Hay que darle de comer y enseguida empieza a mamar y luego llora, grita, y otras cosas más. ¡Hermosa muñequita mía! Te miro embelesada, soy tu mamá. Mirémonos al espejo. ¡Qué belleza, hermosita! ¡qué belleza! Nunca había soñado con una muñeca así y ahora la tengo, hermosita, linda, muñequita de mamá. ¿qué te pasa?
Me siento extraña. He parido una muñeca de cristal que come, duerme, se ensucia, llora, grita. ¡Ay, cómo duele! Y ¡qué vacía estoy ahora sin la muñeca en mi panza!
Pero tengo la compensación en mis manos, en mis brazos, es esta muñeca de cristal que dormida se parece a una muñeca que tuve alguna vez, cuando era niña y me gustaba jugar a las muñecas. ¿Te hacía dormir, te acordás? Dormías junto a mí, al lado de mi panza, tapada con las sábanas. Juntas dormíamos las dos. Te apretaba fuerte cuando los maullidos sonaban durante la noche en el techo. Aquella noche, antes de la mudanza,  cuando todos los objetos estaban contenidos en cajas, cómo maullaban, Dios mío, cómo maullaban, parecían bestias salvajes corriendo de un lado al otro de la casa. Tenía miedo, la oscuridad, sombras en el jardín y los maullidos entonces te tomé muy fuerte para que me acompañaras hasta que amaneciera y los gritos de los gatos se callaran definitivamente.
Pero después me hice grande y te olvidé, te quedaste sentada en la cama o en alguna silla, después de la mudanza perdiste tu significado y no sé qué lugar ocupaste, pero ya no era el mismo de antes.
Y ahora, no sé si es el recuerdo o la niña que ha empezado a llorar otra vez lo que me impulsa a buscar ese juguete viejo y comparar su imagen con la que tengo guardada en la memoria.
He tenido una muñeca de cristal, la he parido en mi imaginación y en mi sueño se devela como una niña de carne y hueso. Y en mi realidad se devela como una muñeca de cristal, como un sueño. Extraño sueño éste, como extraña e impredecible es también la realidad. 

sábado, 25 de octubre de 2008

El filicidio - Araceli Otamendi

Madrid, 1933. Noche.  Doña Aurora se ata los cordones de los zapatos, acomoda el vestido. En uno de los bolsillos del ancho pollerón guarda la pistola cargada. Se acomoda el pelo y camina por la casa como si nada fuera a ocurrir. 
En una de las habitaciones, la más grande y lejos del comedor, Hildegard, la hija de doña Aurora duerme. Ha preparado la conferencia sobre eugenesia que debe pronunciar al día siguiente. Está cansada y duerme. Sin adivinar que su madre, doña Aurora, percibe su respiración unos metros más allá. Hildegard, hija querida, me traicionaste, piensa Aurora mientras calibra en la mano el revólver que disparará minutos después. En mi vientre te engendré, para vengarme del absurdo destino que me negó tantas cosas: posición, apellido, fama, estudios. No tuviste padre, sólo progenitor. Tuve una hija sin ansiar nunca goces sexuales, al sólo efecto de vengarme de la realidad, y ella, que había logrado hacer lo que yo no pude me traiciona así, con un infeliz, un escribiente que trabaja en el despacho de un cagatintas. Apenas abre la puerta del dormitorio Doña Aurora dispara cerca de la sien de Hildegard, descerrajándole el tiro mortal. 

sábado, 30 de agosto de 2008

La señora Johns - Araceli Otamendi


La señora Johns creía en la reencarnación y escribía un diario desde hacía años. También tenía un perro llamado Peter y un jardín con huerto muy bonito que ella misma cultivaba.
Peter era un maltés muy lindo que el señor Johns le había regalado a la señora Johns para uno de sus aniversarios. Años después, muerto el marido la señora Johns se dedicó a cuidar al perro y al jardín.
Durante los duros inviernos, a la señora Johns le gustaba leer la Biblia, también algunos libros de escritores sureños al lado de la chimenea mientras Peter se acostaba a sus pies. El perro parecía dormir durante todas esas horas pero en realidad, por momentos vigilaba a la dueña que sí se quedaba dormida junto al fuego con el libro en la mano.
Un día en que se había amontonado la nieve en la puerta de la casa de la señora Johns, el perro amaneció muerto. La señora Johns no sabía qué hacer ni a quién llamar y lo enterró en el jardín cerca de la huerta. Esa noche cayó una nevada de dos metros de alto y la señora Johns anotó en su diario que Peter había muerto y ella lo había enterrado en la huerta, cerca de los árboles frutales.
Poco a poco el clima fue cambiando, el sol era más fuerte por las mañanas y la señora Johns contempló con satisfacción como la nieve se iba derritiendo y que los días iban siendo más largos. También, uno de esos días, la señora Johns anotó en su diario que iría a visitar un día de esos la tumba del señor Johns en el cementerio.
La señora Johns pensaba que un día de ésos el señor Johns aparecería transformado en alguna otra cosa, tal vez como un pájaro, un perro o vaya a saber qué. Y a veces se permitía pensar que Peter también podría volver como alguna otra cosa, tal vez como un pájaro o vaya a saber qué.
Durante la primavera del año siguiente, los árboles volvieron a tener brotes y la señora Johs volvió a sembrar semillas en la huerta. Ella misma cultivaba las hortalizas y los vegetales que luego preparaba en ricas ensaladas. Muchas veces venían a ella las palabras del señor Johns: —Querida: sabes que no como si no hay ensalada.
Era entonces cuando cortaba los vegetales en trozos muy pequeños, luego les agregaba aceite, vinagre, limón y sal y los masticaba con delicadeza y a veces con rabia.
Una de esas tardes de primavera la señora Johns estaba en la cocina preparando ensaladas y dulces y vio cómo se acercaba un pájaro de plumaje brillante a la ventana. Pensó que tal vez podría ser una reencarnación de su marido, el señor Johns, o tal vez del perro muerto el año anterior.
La señora Johns anotó en su diario, esa misma noche, acerca del acontecimiento de la tarde: “ante la duda decidí no abrir”.