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domingo, 23 de febrero de 2014

El pacto - José Alfredo Padilla


Acordaron la cita en un bar de mala muerte. Ella, mujer hermosa que despertaba intensas pasiones. El la cortejó como todo un caballero, anhelando poseerla, más ella nunca lo permitió. Terminada las copas de vino dialogaron bajo la luz del candelabro sobre el amor que tanto ocultaron. -Lo sé, me he olvidado un poco de ti.- dijo ella. -¿Esta muerto?- pregunto Sancho. -Sí, hace unas horas. Tomó de la copa envenenada. Entregué a su familia la armadura, el escudo y su lanza. Ya no existirán amores idealizados.” Atrás quedaron los discursos sobre la caballería, molinos gigantes y bellas doncellas. Sancho, desengañado por vanas promesas de fama y fortuna, atestado de soberbia, llevo a cabo su el plan. Terminado el vino, Sancho y Dulcinea entrelazaron sus miradas y partieron hacia una posada donde ahí subyugaron sus cuerpos a la más intensa pasión. Ya sin obstáculos no había motivo para ocultar su amor. En un suspiro final Don Quijote logro advertirle a su corcel: “Diles que no me maten…..” Esa noche, salieron a la búsqueda del único testigo: Rocinante .La observación del crimen a simple vista no permite descubrir el mas mínimo fallo.


Acerca del autor: José Alfredo Padilla

domingo, 29 de diciembre de 2013

La locura - José Alfredo Padilla


¡Oh!… la locura. Divina facultad creadora que inspira al hombre guiando sus actos. La conocí una fría mañana cuando abordé el tren que iba a Manhattan. Cuando la vi quedé deslumbrado. Tenía largo su pelo y hermosos ojazos claros. No miento, me enamoré de ella a primera vista. Sin tiempo que perder, alquilé el apartamento más costoso de la Quinta Avenida; ella lo merece todo. En un principio acoplarnos a la buena convivencia no fue del todo fácil, por la incompatibilidad de nuestros caracteres. Si yo la ignoraba mientras ella hablaba se molestaba, daba puños en la mesa, gritaba, maldecía y sacudiéndome por los hombros me decía. “No seas idiota, se tú mismo, no pretendas ser reflejo de los demás como un espejo”. Mi locura, siempre ha tenido un alto nivel de independencia. No se comporta según las normas de pensamiento y acciones de los demás. Luego de un tiempo confié ciegamente en ella y no tuve otro remedio que someterme a sus criterios. Con el paso de los años logramos compenetrarnos. Pensándolo bien, las personas necesitan un poco de locura o de otro modo nunca aprenderán a liberarse. Ahora, cuando vamos la mesa, presta atención siguiendo las reglas de etiqueta, acomoda bien sus piernas; como toda distinguida dama lo haría. Somos felices, discutimos muy poco salvo cuando nos sentamos a escribir algún un microcuento. Siempre quiere ser ella la que escriba, la línea final.

Acerca del autor:
José Alfredo Padilla