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sábado, 30 de agosto de 2014

Karma - Silvia Milos


El prototipo C H 2 estaba listo para entrar al edificio. Tenía el olfato mil veces intenso que los humanos 1, y sus orejas recibían ondas de baja frecuencia capaces de captar hasta la más mínima respiración. Subió de cinco en cinco los escalones, saltó entre los escombros y alcanzó el tercer Nivel en tres segundos, uno por piso.
Luego se detuvo, una fracción de tiempo incontable para hacer un paneo absoluto parado frente al departamento. Divisó a través del humo y de las llamas el cuerpo de un humano en el suelo , y de dos simples perros, sin genes H estaban aterrados, casi al borde del desmayo. Dudó, antes de levantar a los animales hizo un llamado por el sonar, alertando a los humanos 1 de su par. Luego bajó como un rayo y los sacó del derrumbe.
 Afuera, nadie preguntó por el que faltaba, todos sabían que no era necesario tener un asesino de perros entre la gente.

Sobre la autora: Silvia Milos

viernes, 18 de abril de 2014

El canto - Silvia Milos




Nos habíamos acostumbrado a las sirenas. El canto llegaba desde la profundidad del cielo azul.
Más allá de las tremendas nubes esperábamos oírlas para compensar el fastidioso viaje de ida y vuelta, una y mil veces hacia Kronos. Ninguno de nosotros las había visto, sin embargo siempre, cuando pasábamos por la estación 4 ellas comenzaban a llamarnos. Los mismos nombres de siempre, que no eran los nuestros, sino de viajeros anteriores. ¿Qué querían de nosotros?, imposible saberlo, sólo que esos seres celestiales e imperceptibles estaban allí, lejos, o muy cerca.
Sin embargo en un trayecto de esos, tan circulares y repetidos, acertaron al cantar mi nombre. Fue tal la fuerza de sus gargantas que traspasaron mi casco. Desesperado miré a mis camaradas, ellos parecían no escucharlas, y yo que no aguantaba más el dolor y la angustia, tirè de la escotilla y salí a buscarlas. Sentí alivio, nadando entre los restos de basura y las estrellas, más ellas de golpe, cesaron su canto. Giré para ver la nave, que definitivamente se había ido, di vueltas en espiral tratando de alcanzarla, pero una mano fría, casi congelada atrapó mi mano.
Así logró inmovilizarme, como un veneno. Lentamente me desintegré entre sus brazos, y morí de amor.


Acerca de la autora:  Silvia Milos


sábado, 26 de octubre de 2013

Delivery - Silvia Milos




-Qué quiere –preguntó secamente la voz por el teléfono.
-Quiero deshacerme ya de Ella. Es insoportable.
- Mire, le pregunté QUÉ QUERÍA -no escucho quejas.
- Eso. Que se muera.
- Bien. ¿Algo limpio?
- Sí.
- ¿Rápido?
- Sí.
- Entonces tiene que ser estrangulada.
- Nooo. No tolero que alguien ponga sus manos en ese cuello.
- ¿Cómo dice?
- No, donde yo tantas veces la he besado.
- Entonces...veneno.
- No, que nada le toque los labios.
- Bueno, ¿la quiere ver muerta sí o no?
- Vea, que prepotente se ha puesto, ¿sabe algo? -mejor terminamos esta conversación.
- Como le guste, pero me debe cien pesos.
- ¿Cien pesos?
- Por el tiempo consumido.
- Ma sí, hágalo a su manera.
- El martes 05 de Mayo del próximo año.
- ¿Tanto tiempo tengo que esperar?
- Hay mucha demanda.
- No joda.
- ¿Y si lo hace usted?
- ¿Yo? -¡Señor! ¿Por quién me ha tomado? Es increíble. Qué gente desquiciada.


Acerca de la autora:  Silvia Milos

miércoles, 21 de agosto de 2013

El pigmentador II - Silvia Milos


Les voy a contar como empezó todo. A El Loco lo conocí cuando acompañé a mi novia, él le presentó al Pigmentador. El Loco cobró 400 minutos de mi tiempo solo por eso. Era caro. Luego nos dejó y el Pigmentador empezó con su arte. Yo me dí vuelta, era impresionable a las agujas y los pinches tableros que fluctuaban en la pared según se los mirara. Si movías las pupilas, se desplazaban hacia el lado contrario, haciendo que por reflejo los advirtieras. Tenían vida propia. Habían pasado un par de horas cuando ella salió. Con sus ojos teñidos de rojo, y estaba muda. El Pigmentador tenía sus guantes puestos , y más allá pude advertir como una figura se escurría tras sus espaldas. La tomé del brazo y nos fuimos cual si huyeramos. Pude escuchar que nos gritaba antes de girar el domo: -¡falló !-que vuelva cuando decida hacerlo en serio.
 No le hice caso, aunque pensé que algo raro sucedió. Ella siguió así, y jamás me pudo contar nada, ni quiso volver a intentarlo. Eso de pedir no volver a ver a alguien tiene sus consecuencias.


Acerca de la autora:  Silvia Milos


sábado, 20 de julio de 2013

El traductor - Silvia Milos



Atención. Pupilas contraídas, mirada convexa.
La garganta, flecha tensa. Quizá combatan.
Gime el cóncavo músculo traicionero, ladrido repetido en la madrugada.
Hace lo que se le da la gana. Aunque es su esclavo.
Son las dos.
Busca detonar en otro universo, acopla su ritmo al motor externo.
Capta cada sílaba. Silencio.
Perfume. Hay un orden exquisito en los poros.
Encuentro provocado. Afortunados: ¿Quién puede asegurarlo sino el tiempo?
Boca. Cilindro blando, tecla de palabras. Sentencia.
Se aceptan.
Otros seis minutos.
Escucho bajar corriendo los vocablos. Caracol del hemisferio izquierdo.
Cosquillas. Susurros.
Se dicen algo, finalmente para mi alivio (aunque no debo comprometerme en esto).
Los dedos, destinos prolongados, locos extremos.
Él la toca, mece sus huellas por el inacabable tajo de su vestido.
Un lunar imperceptible lo sorprende. Acabo de notarlo.
Investigan como ciegos sus secretos.
Todos los guardan, como si faltaran.
Traspiran.
Imperceptibles mariposas han caído sobre mis piernas.
En un mar de celos se ahogaron.
Aplaudo, como un polizón desesperado.
Veo sus gotas, prontamente las líneas de sus venas.
Un sendero en el alma. Agotador.
Misteriosa humedad, tenso delirio.
Chasquidos. Vibración del aire en la botella. Explosión convertida en trino.
Ovalo de abrazos. Amantes.
Que más…que… más.
Cueva. Azote musical, eco del pasado. Magos.
Acaso sin darse cuenta, bestias celestiales.
Fricción. Ardor, cansancio liberado en un grito.
Confundidos. Exhaustos. Redimidos.
Una hora. O segundos recalando mi cerebro.
Una imagen redentora.
Libres de dudas y de ruegos. Inexplorables de espaldas.
Qué mas…que más.
Labios. Y quiero decir, pronunciar su espacio.
Llamarla como él lo hizo. Aprieto los dedos.
Desorden. Desgracia.
Arranco la matriz. Elevo el sistema, adelanto los pasos. Voy.
Me pierdo. Inestable y vacío de Ella.
Cierro los micrófonos. Apago los visores.
Renuncio.
Yo también La quiero.


Acerca de la autora:  Silvia Milos

miércoles, 17 de julio de 2013

El intocable - Silvia Milos



Caía la noche y Arquímedes entró tiritando a su casa. Empujada por el viento la puerta se cerró violentamente. Adentro también hacía frío; por eso aseguró los postigones que sacudían las ráfagas heladas, encendió la estufa a kerosén y se frotó las manos delante de ella. Su hija Selena llegaría pronto de trabajar y entre los dos prepararían la cena; tal vez un guiso o algo sustancioso, ya verían.
Desde que Evelina se había ido, todo era improvisado; no lograba alejar esa desazón por su ausencia. Se había ido tan repentinamente como había llegado a su vida cuarenta años atrás. Aún podía recordar lo hermosa que era;. su belleza, robada por la muerte de una bofetada. Era verdad que la extrañaba, no le gustaba a su edad estar solo...A veces ella tenía algunas manías que lo alteraban y a menudo eran motivo de pelea. Una de las cosas que más detestaba era cuando Evelina lustraba las piezas del juego de ajedrez de onix verde y marrón. Él lo había ganado en un torneo, pero ella siempre lo hostigaba diciéndole que no era buen jugador; y siempre, cuando acababa de limpiarlo, cometía la torpeza de voltear al Rey con la franela.
¡ Cuántas veces apretó los dientes para no gritarle lo inútil y despiadada que era! Pero luego su bronca se iba apaciguando cuando ella le sonreía triunfante, como si le hubiera ganado descuidadamente la partida. Otra cosa que Evelina hacía en particular, era limpiar obsesivamente un espejo con agua avinagrada. Enorme y ovalado con un marco de madera tallada, dominaba el ángulo derecho de la habitación, y ella lo adoraba porque era una reliquia heredada de su bisabuela. Una vez mojado con la mezcla, lo secaba pacientemente con papel de periódico hasta que el cristal quedara totalmente impecable. El toque final se lo daba con su aliento; primero lo soplaba y luego lo volvía a repasar pacientemente con otra franela seca. Lo dejaba brillante, sin huellas; ni el detalle de las patas de una mosca se le escapaba.
Él sentía envidia del tiempo que Evelina le dedicaba a ese objeto. Ella hasta le había dado un nombre: El Intocable.
En cuestión de segundos el frío lo volvió a la realidad: la estufa se había apagado y no tenía más kerosén. Cuando llegase Selena, la mandaría a buscar otro bidón. Mientras tanto se pondría a ordenar un poco la casa que estaba hecha un desastre. Parecía que siempre llegaba demasiado tarde del club para hacerlo. Sólo limpiaba los fines de semana cuando su hija se quedaba para ayudarlo. ¡ Qué difícil se había vuelto todo sin Evelina ¡
Hasta ese espejo, que era su objeto consentido, se veía apagado tras el polvo y la grasitud. Después de todo era de ella y ya nadie se miraba en él. Se había vuelto inútil; sólo lo conservaba porque era como tenerla en parte a ella.
Una o dos veces un vecino suyo que era coleccionista, le había ofrecido una buena suma por él y había dejado permanente la oferta por si alguna vez cambiaba de idea.
Volvió a la habitación en penumbras y se detuvo frente al espejo. Su cristal estaba turbio como un río revuelto, turbio como sus pensamientos. Sopesó por un instante si realmente valía la pena quedarse con él; total nadie le reprocharía nada por venderlo. Es más, necesitaba el dinero: Ni su hija se opondría pues detestaba las “ cosas viejas” que su madre había amado. Era una idea, sólo eso ¿ Quién se daría cuenta? Por otro lado, Arquímedes guardaba la memoria de Evelina en otras partes, tal vez más insignificantes pero ciertas: Empezó a enumerarlas con los dedos: sus fotos, sus sábanas de algodón blanco bordadas por ella misma, su anillo de oro... No, ése ya lo había vendido la otra vez cuando Selena se había endeudado y el hipotecó la casa. Como ahora, justo igual.
Apenas llegara Selena le diría que lo llamara para concretar la venta. Estaba decidido.
Comenzó a colgar la ropa desparramada por la cama, incluso la que estaba tirada sobre el espejo que últimamente oficiaba de perchero. Cuando su vecino el coleccionista viniese a ver el objeto, al menos la habitación estaría más arreglada. Estiró un poco la colcha tejida al crochet, también hecha por sus manos laboriosas. En ese instante deseó que ella no lo viese desde arriba al concretar la venta... O tal vez hasta suponga que haga bien al deshacerse de él, y lo bendiga por ser tan práctico.
Dobló en dos el saco de lana gris mientras murmuraba ensayando la charla de compra-venta. Si le pidiera un precio, o si esperara la oferta, y luego regateara. Estaba concentrado en eso, cuando por el rabillo del ojo vio algo que se movía en la opacidad del espejo: era Evelina. Su reflejo pasó caminando ida y vuelta para que no le queden dudas. No estaba loco. Sintió su aroma, ése que la identificaba: una mezcla de lejía y agua de rosas que, al igual que su imagen guardada, apareció enrareciendo el ambiente. El reflejo sepia y ajado como una fotografía, se detuvo en el cristal blanco y polvoriento. Luego, mirando a Arquímedes, clamó de forma provocativa:
—¡Jaque Mate!
La imagen despareció dejando un halo de su aliento dibujado en el espejo, como si desde afuera – o desde adentro- alguien hubiese soplado en él.
La habitación se había calentado de manera insoportable; Arquímedes salió de allí corriendo impresionado. Tembloroso, llegó hasta la vitrina donde guardaba su juego de ajedrez. Su sospecha estaba confirmada: el Rey de onix yacía volteado en el piso.
—Lo siento, lo siento —advirtió hurgando en el aire la densidad de su aroma—. Me había olvidado de que era Intocable... Has ganado la partida.

Acerca de la autora:  Silvia Milos