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sábado, 14 de junio de 2014

Desiluminación - Andrés Terzaghi



—Encendé la lamparita que hay mucha lu.
—¿Ma´ vo so loco o qué tené?
—¿No te enterastes todavía? La compré antiayer, en lo del gallego. Es una lámpara cofecionada con materiale raro que al meterle una patada elétrica emite oscurida´. Según dicen lo que saben, que e´ buena pa eso de la polución lumínica, ¡qué se yo!, o pa cuando uno etá hinchado del sol y queré etá un cacho en lo ocuro.
—Pero e como cualesquieras lamparita.
—¡Te digo que noooo! Con decite que el mamotreto ete del vecino se compró una de 220 voltio que deja toda la casa en una oscurida´ tal que para encontra el interrutor y apagarla tomó la linternita, pero el tarambana se percató que no alumbraba un chorizo por el efeto ese de la prepotente lámpara. Así que me pidió auxilio llamándome por el celular. Crucé la calle. Vi que su domicilio era una forma geométrica ocura, como una sombra pero con volume. Percatándome que si entraba iba a sumame a la lóbrega situación. ¿Qué hice? Llamé a lo de la empresa de lu y fuerza para que le cortara el suministros léctrico. Nomá pasada la hora lo veo salí de la casa medio voleado. El brillo de lo ojo se había estinguido, parecía do bolita de ladrillo en una geta de póker. Me estampó una mano en el hombro y confirmó: Juancito, lo que no pude ver allá me asombró, pero no te lo recomiendo.   


Acerca del autor:  Andrés Terzaghi  

domingo, 8 de junio de 2014

Sobre la realidad de cualquier destino - Andrés Terzaghi


Caminaba por un espeso bosque de eucaliptos. Aromáticas hojas esparcidas en el suelo perfumaban la tarde. El sol era esa cosa que se fragmentaba, a través de las copas, en incontables lanzas de luz atravesando la mágica atmósfera frondosa.
Una lechuza cruzando de rama en rama, como si me vigilara el rigor de un filósofo, yo no quise desprotegerme, estaba aturdido, paseaba para separar la parte extenuada de mi conciencia de aquella otra que merecía la promesa de vivir. El colchón de hojas crujía bajo mis pisadas.
Todo esto imaginé mientras caminaba por encima de la montaña de residuos, el basural olía mal, crujía groseramente bajo mis pies, el espeso follaje eucalíptico no era otra cosa que densas emanaciones, oscuros nimbos tóxicos que se mantenían suspendidos a unos metros del suelo, inmóviles. Toda una espesura hedionda, heterogénea, biodiversidad de mutantes que inspiraban poesías en reproche a la humanidad, ¿qué le ha hecho al mundo este animal humano que sus poesías, sus salubres espacios, el colorido y legítimo paisaje ha desaparecido con todo su lirismo? ¿Qué ha hecho el amor de la humanidad que no pudo contemplar el otro amor, el de la Totalidad? Ya no hay lagos y cisnes sino charcas donde flotan las heces, un puñado de cultivos mutantes, el cielo reflejo petróleo, un hastío de poder que fue desprogresando hasta perderse, despojado de soberbias, solitario centrismo que ha extraviado su antropo.
El trozo de nailon que remedaba a la lechuza, lo empujaba inerte los gases pútridos, ninguna rama frondosa, muertas vigas de aquellos edificios destruidos, una colmena que fue ciudad, un enjambre humano que bastaba la superficie del planeta y lo atestaba de carne enferma y desechos.
Calamares con serpientes por tentáculos, flores arácnidas venenosas, simiescos perros desleales, abruptos pájaros felinos que con sus garras y fauces acosan a los transeúntes cuasihumanos. Me avergüenza pertenecer a la especie, ocurre que no tengo alternativa, soy de lo que quedó, mutante prodigioso que se vale de la inteligencia, cosa que mis congéneres no tienen la menor idea, tantos estragos ha cometido la inteligencia a favor del amor egocéntrico.
Nací con esa discapacidad. Sufro de inteligencia y eso impide que me pueda adaptar a este mundo. Sobreviven hoy aquellos cuasihumanos que, actuado sin razón más que el instinto, no advierten nada existencial como para sentir el peso de la historia sobre sus hombros, porque no tenemos hombros, somos mamíferos invertebrados, la asquerosidad de nuestros cuerpos nos excita, el erotismo muta cuando se transforma la estética y con ésta la ética permite partirle el dorso a cualquier individuo, ya sea por una hembra, por una presa, o instintiva distracción. Y me duele ver tal crueldad inconciente, brutalidad que solo yo puedo llamar así, porque ellos solo actúan según necesidades primarias, sin otro juicio más que el apetito.
El exceso de vida humana nos redujo a la inhumanidad.  Ahora nuestra población es insignificante. Estoy convencido que pronto desapareceremos como especie y no puedo hacer nada para impedirlo. Nada.
Todo esto imaginé mientras caminaba entre los enormes y vetustos eucaliptos. La lechuza había atrapado al ratón, el sol caía presuroso. Comenzó a refrescar. Volví a casa, estaba esperándome mi desleal perro simiesco. Nunca tuve imaginación para hacerme siquiera una vaga idea de lo que sería vivir sin esos instintos que lo arrastran a uno por los sinuosos caminos del destino. Mi inteligencia y amor no son todavía tan humanos.

Acerca del autor:  Andrés Terzaghi  

domingo, 4 de mayo de 2014

Después no diga que no se lo advertí - Andrés Terzaghi


Usted que pensaba en que iba a leer algo interesante y supuso esto porque se le dio la gana o porque, no teniendo otra mejor cosa que hacer, o porque subestima mi ignorancia, o porque intenta evadirse de sus obligaciones excusándose tras la lectura como si esto fuera “El Ser y la Nada” de Sartre, que además dista en números de páginas, o porque fuera llueve y no puede escapar de su casa, o está en el trabajo y trata de pasar la hora, o por lo que sea…
Usted que se detuvo frente a estas palabras tratando de hacer algo útil con su vida al menos por un instante y sin embargo se dará cuenta que pierde su tiempo, porque el mío ya lo he malgastado escribiendo esta sarta de pavadas; se lo advierto, no ocupe más tiempo en mi y dedíquese a otra cosa, puede leer, por ejemplo, las instrucciones de cómo usar su teléfono celular o mirar una película, le recomiendo “Inteligencia Artificial”, o si desea indignarse con pavadas verdaderamente profesionales vea los almuerzos de Chiquita, cualquier cosa menos pasar sus ojos por aquí. No tengo nada que contar. Ningún cuento. Si quiere podemos compartir un frenético momento en silencio pero es un poco aburrido. ¿Le gusta escuchar música? Bueno, vaya y suspírese. Haga cualquier cosa con tal de no leer estas porquerías que escribí, considérelo como el consejo de un escritor honesto que sabe que no sabe escribir, no haga como mi amigo que un día vino a casa y se puso a leer mi manuscrito. ¿Cuándo lo vas a publicar? Preguntó como si fuera un simple trámite de todos los días. Usted no lo va a creer pero mi amigo tiene un amigo que tiene una amiga que tiene un amigo que tiene un amigo que lo conoce ¿a quién? A usted, si si. A usted. Y me contó cosas vergonzosas de usted. Y me dijo que no se las dijera. No insista, le debo la confianza a la amistosa sucesión de amigos de mi amigo.
¿Qué te cuesta publicar un libro? ¡Daleeeeee! Me dijo y como yo andaba con el culo palnorte le dije coloquialmente. Hagamos una cosa, vos me preparás un té de tilo mientras yo me echo un cago y después vemos, que toda obra maestra de la literatura necesita de concentración y rigurosidad. ¿Estamosdeacuerdos? Pero él se limitó a asentir con la cabeza. No le agradaba que le llevara la contra ni el olor que despediría al concluir mi deposición. Cosa que rematé con un sonoro flato y al instante se me ocurrió algo entretenido para hacer. Escribamos algo juntos ¿qué te parece? Le dije, invitándolo a tan grata actividad artística. Presto a mis dotes intelectuales las cuales él admiraba y elogiaba inmerecidamente nos pusimos a escribir esto que usted porfiadamente lee y no se convence en abandonar.
Mi amigo le envía un saludo. Espero no se lo devuelva.
Se lo advertí.

Acerca del autor:  Andrés Terzaghi  

viernes, 30 de septiembre de 2011

El agujero negro - Andrés Terzaghi



En mi adolescencia tuve un amigo cuya madre (que gozaba de ciertos privilegios bioestéticos) tenía en su poder un agujero negro. Ella trabajaba como costurera y dio su mal paso cuando, por culpa de la miserable paga no pudo comprarse el práctico sostén para sus agujas, de modo que tuvo que ingeniarse uno hecho con un recorte de tela negra y lo rellenó con un pedazo de espuma de poliuretano extraída de su propia almohada lo cual le causó en lo sucesivo, tortícolis, insomnio, lucubraciones y molestos pedidos conyugales a su marido. No satisfecho el honor marital, constantemente sofrenadas las minucias de dulces mimos e íntimos acercamientos por la áspera negativa del macho y, teniendo siempre presente el diario sacrificio que ella debía enfrentar para mantener a la familia, fue acumulando amantes, muchos y variopintos, furtivos deslices placenteros pero no menos justificables.
Sin embargo, este no es el tema en cuestión.
Mi amigo un día me llevó a conocer su casa. Yo muy en el fondo albergaba la ilusión de conocer metódicamente el femenino aparato genitor del cual había aflorado a este insólito mundo compuesto por sólitas superficialidades, pero me contuve en comunicárselo, no quería desanimarlo en su rol de hijo o acaso ello representaba un halago, jamás lo sabré.
Me hizo pasar al taller de costura. Desafortunadamente la ausencia de su madre enquició mi moral y transparente sentimiento de camaradería.
Llamó mi atención verlo colocando objetos debajo de una pila de cosas de todo tipo: libros, revistas, una lata de durazno vacía, ollas, cajones, etc. cuidadosamente levantó la pila y puso un cuadro sobre el cual la apoyó procurando que no se derrumbara. Coronando la totémica trastería estaba el agujero negro de su madre. A los pocos segundos vi cómo lo que tocaba inmediatamente al agujero desaparecía cayendo sobre el siguiente objeto, tragándose poco a poco la pila de cosas, razón que explicaba el continuo accionar de mi amigo en su entusiasta reposición. Al momento comprendí por qué su casa estaba algo vacía, el agujero negro estaba tragándose todas las cosas. La provisión de objetos debía ser celosamente sostenida. Si por accidente el agujero negro caía y tocaba el piso, posiblemente su casa se convertiría en un hoyo tenebroso lo cual no significaba demasiada diferencia con respecto su estado actual.
Comenzaba a faltarme el aire. Él me explicó (un poco enfadado por mi torpeza y quisquillosidad) que era completamente natural. El agujero se tragaba el aire, por lo tanto era necesario tener la casa ventilada, ventanas y puertas bien abiertas por donde pasaban: el aire, la luz y los amantes de su progenitora.
En lo que atañe a la luz, su caprichoso comportamiento semejaba al de una diáfana corriente de agua dirigiéndose hacia el centro del agujero, como abismándose en ese oscuro y esponjoso embudo.
Decepcionado por la ausencia materna y por esa rareza decidí regresar a mi casa; la diestra imaginación me ayudaría a concretar virtualmente lo no realizado.
Al año volví a ser invitado por mi amigo. La casa, esta vez, ostentaba su normal mobiliario, los típicos productos del consumismo estúpido que debe a la común salud de los ciudadanos que se dignan en creerse incluidos en el círculo de la economía; la luz y el aire se repartían armónicamente en el espacio llenando la atmósfera familiar de una sutil impresión de progreso, bienestar y deseos atendidos.
No esperé demasiado en preguntarle a qué se debía el cambio. Me contó que su madre había hecho otro agujero pero con tela blanca. El flamante agujero blanco comenzó a devolver todas las cosas que el otro (el agujero negro) había absorbido, incluso, el agujero negro había desaparecido absorbiéndose en sí mismo y reaparecido saliendo por el agujero blanco. Entonces le pregunté qué hicieron con este último. Como era indestructible y además no servía para clavar en él las agujas y alfileres puesto que hacía desaparecer todo lo que lo tocara, mi madre lo donó a la ciencia.
No satisfecho del todo giré la interpelación hacia el otro objeto en cuestión, el agujero blanco. Me dijo que no lo puede usar porque cuando lo hace, la aguja se desclava y cae. No sirve para la costurería. Aunque esto no significa nada porque el agujero blanco ha abastecido de muchas cosas a la familia, beneficios materiales que el trabajo textil no cumple.

viernes, 1 de octubre de 2010

Malevos - Andrés Terzaghi

Vemos, sobre el verdor del césped, a dos hombres vestidos de traje oscuros y con sombreros cuyas alas ladeadas nos impiden ver sus ojos. Cada uno extiende el puñal y amaga con cortar o clavar. Retrocede uno y el otro avanza, alternándose el peligro de muerte, a cada instante, con cada gesto, una danza fatal.

Si dije “vemos” esto significa que, en su verbo plural, juntos observamos y “sobre el verdor del césped” quiere decir que nos ubicamos (nosotros, seres de otros mundos), quizás ocultos cobardemente detrás de unos arbustos, espiando a los contrincantes, también significa que el césped está en su apogeo ya sea por la estación del año, verano, o porque está bien cuidado por el jardinero que en ese momento se encuentra regando unas rosas en otra parte y no puede oír la contienda debido a que lleva auriculares puestos escuchando música, sin embargo no podríamos saber qué música es debido a que tendríamos que acercarnos y pegar el oído al suyo cosa que le molestaría puesto que está muy concentrado en su labor de jardinero y la melodía lo ha embargado haciendo que su mente se disociara del mundo. En este sentido, tampoco los malevos pueden ver ni oír al jardinero y si lo hicieran no les importaría, porque no es con él la cosa sino entre ellos, por eso dije que “vemos a dos hombres”, si el jardinero es parte del combate hubiese dicho tres hombres, el que estén vestido ambos con trajes y sombreros y el jardinero con su tradicional overol y sombrero de paja, son roles sociales que deben ser discriminados, en el mejor sentido de la palabra, me explico: para no confundir entre el oficio de malevo y el humilde y sudoroso trabajo del jardinero, ambos cortan, con la diferencia que unos carnes y otros vegetales, respectivamente, y no lo digo en cuanto a la dieta alimenticia, no, me refiero a los instrumentos cortantes, que se debieran prohibir para evitarnos estas faenas.
En el bolsillo frontal del overol, jardinero lleva su MP3 cargado con 350 temas musicales, la completa jornada de trabajo no le alcanzaría para acabar de escucharlos a todos.
El jardinero sabe que hará mucho calor, que las plantas necesitarán agua.
Ahora, “Cada uno extiende el puñal y amaga con cortar o clavar” es una forma de expresar que, de un momento a otro, alguien va a morir o con suerte a ser herido y auxiliado por médicos.
Tanto los empleados de los servicios fúnebres como los médicos no están al tanto de estos malevos que pronto resolverán, sangre mediante, sus rencillas. De modo que: jardinero, médicos y funebreros ignoran el pronto desenlace. Mientras tanto, nosotros seguimos espiando detrás de los arbustos. De pronto el jardinero con la manguera en sus manos se nos aproxima empapándonos hasta los huesos, para no delatarnos permanecemos inmóviles, aguantándonos el involuntario refrescamiento. El jardinero gira a la derecha y prosigue con los malvones; uno de los malevos esgrime el puñal asestando un tajo en la cara del otro. Los médicos sabrán cocérselo de manera que no quede cicatriz, los funebreros maquillarán la herida para suavizar el dolor de los apenados familiares y conocidos que suelen llorar alrededor del ataúd, ninguno de éstos se enterarán de nuestras presencias en el lugar de la riña.
El del tajo en la cara responde furioso y tira un cuchillazo cortándole la garganta, el jardinero gira nuevamente a la derecha, advierte a los peleadores, se asusta, corre, se enreda un pie con la manguera y cae sobre la tijera de podar, los médicos no saben que ha entrado al hospital un portador de Ántrax, los funebreros mueren aplastados por derrumbarse el edificio dónde trabajaban, los familiares y conocidos de ambos malevos son acribillados por la mafia, ametralladoras en manos, sin dejar a nadie con vida.

Moraleja: “No te juntes con humanos ni nada que se les parezcan”.

domingo, 22 de agosto de 2010

Metagnosticismo - Andrés Terzaghi


A: Por ejemplo, si usted elige la palabra ofrecer, la escribe y también anota su significado: (Prometer, obligarse. Presentar y dar voluntariamente algo. Venirse inesperadamente una especie a la imaginación. Ocurrir o sobrevenir. Entregarse voluntariamente a otro para hacer alguna cosa), toma todas éstas palabras y de cada una busca sus correspondientes significados escribiéndolos para luego repetir la operación una y otra vez, acabará por transcribir el diccionario completo pero en otro orden sucesivo de significantes y significados. La forma de dicho orden depende de con cuál de todas las palabras dará inicio al procedimiento.
B: ¿Adónde lleva todo esta inútil especulación?
A: A concluir que estamos girando en círculos, una y otra vez, alrededor de una cosa inefable.
B: …una cosa…inefable…
A: Si, inefable. Algunos dirán que se trata del ser en general. Y no estarán lejos de la verdad, sin embargo, no la tocarán, ni rozarán siquiera, porque si la tocaran, dejaríamos de girar y girar en círculos, pero si por una de esas excepcionales razones llegáramos a dar de lleno con la verdad, eso que es inefable pasaría a ser lo conocido y lo conocido, a ser lo inefable, ergo el conocimiento de la verdad última es imposible.
C: Perdón que interrumpa esta infructuosa divagación. Pero me gustaría cooperar con la siguiente acotación: si A le dice a B una guirnalda de estupideces y B trata de usar la razón al servicio de las mismas, es porque necesita de C para que no caiga en el garrafal error de perder la razón.
D: Todos ustedes se equivocan. Acá está la verdad que ustedes dicen.
B: ¿Dónde esta?
D: Evidentemente no la pueden ver. Pero yo la siento muy próxima. Es una presencia metaficticia que gobierna nuestro mundo, que ha creado todo esto, hasta pone en nuestra bocas todas estas palabras que estamos diciendo. Se ríe de nuestro enorme esfuerzo por alcanzar la verdad, por trascender el mundo de las apariencias.
A: Yo no creo en absoluto que exista una entidad que haya escrito todo esto.
B: Coincido con A. Será mejor poner punto final a esta conversación.

domingo, 11 de julio de 2010

Instrucciones de uso del teletransportador - Andrés Terzaghi


  1. Recuerde que antes de colocarse en el interior del teletransportador deberá revisar las coordenadas tiempo - espacio.
  2. Si desea teletransportarse a cualquier lugar y época sin predestinación alguna, oprima el botón “modo aleatorio”. Tenga en cuenta que la empresa de teletransportación no se hará responsable de los daños sufridos causados por un inadecuado destino, como ser, la superficie del sol.
  3. En caso de requerir sus objetos personales: cama, cepillo dental, libro, casa, su inútil auto, etc. envíelos primero a destino, luego reencuéntrese con éstos.
  4. Cualquier inconveniente con la justicia el aparato no obedecerá a sus órdenes. Al contrario, si le urge escapar de cualquier peligro, oprima el botón “escapar” y será teletransportado a uno de los refugios construidos para estas emergencias.
  5. Si no está conforme con los servicios prestados al costado del habitáculo la empresa dispuso para estos inconvenientes un botón “desintegrar” oprímalo y sus problemas serán resueltos a la brevedad.
  6. Si goza de privilegios amatorios pero éstos son clandestinos puede teletransportarse junto a su amante y durante el viaje disfrutar de sus íntimos y secretos placeres en un estado de intercambio energético. Finalizada la operación, ningún registro fisiológico residual quedará, el acto amatorio desaparecerá en el trayecto.
  7. Para la función ubicuidad presionar el botón “omnipresente”, estará en lugares y tiempos simultáneos, seleccione estos múltiples destinos con el botón “multidestino”.
  8. La empresa ha provisto una función de entretenimiento al teletransportador que consiste en la teletransportación del teletransportador (con usted dentro). Advertencia, no apto para personas que sufren vértigo.
  9. En todos estos casos la empresa se abstiene de brindar estos servicios por motivos valederos, se estima que la teletransportación llevará un siglo en realizarse. Más allá de este inconveniente, aquellos usuarios que deseen viajar deberán conservar sus cuerpos en criogénica una vez terminados de usar para su posterior utilización teletransportiva.

lunes, 21 de junio de 2010

Mi muerte - Andrés Terzaghi


Todos pensamos que cuando nos morimos de ahí en más perdemos la conciencia, que ésta desaparece para siempre, pero en lo que respecta a mi muerte fue terriblemente consciente y continúo consciente pese a la pulverización de mi cuerpo. Luego de mi última exhalación, estuve al tanto de todo: cómo me metían dentro del ataúd, luego dentro del nicho, las voces de familiares y conocidos que venían a traerme semanalmente flores, lamentos y palabras de recordatorio y cómo éstas voces iban poco a poco espaciando sus visitas: una vez al mes, una vez al año, cada cinco años y así hasta que me olvidaron sea porque también ellos murieron y porque no tiene sentido recordar a alguien por lo siglos de los siglos, a no ser que uno haya sido por ejemplo un renombrado escritor, como pueden ver, este no es mi caso.
Decidí confiar estas palabras a un vagabundo que venía a dormir al cementerio. Una noche lo llamé susurrando en sus oídos. El hombre medio alcoholizado no tuvo recelo en acercarse y pegar el pabellón del oído contra la tapa del nicho, escuchando atentamente fue escribiendo mi dictado post mortem.
El vagabundo dijo que se llamaba Andrés Terzaghi y que había abandonado su continencia civil a cambio de un destino incierto lo llevara a encontrarse con cosas sorprendentes.
¡A buena hora nos encontramos entonces! Le dije. Él se limitó a escribir esto último sin opinar al respecto, al momento preguntó mi nombre con un inocente ¿cómo se llama?
Fíjese en el grabado sobre la placa de bronce.

Miré donde el muerto me indicó. Espantado leí: Andrés Terzaghi, la misma fecha de nacimiento, de mismo padre y madre, mismo lugar de origen, aunque no sabría precisar si mi muerte está esperándome con igual procedimiento.

miércoles, 26 de mayo de 2010

Sospecho que soy sospechado - Andrés Terzaghi


Sobre la mesa había un delicado encuentro de pensamientos aplicados a nombres antiguos, eran intensos productos de diversos estudios; mecanismos valiosos que partían de una sensibilidad enternecedora. Percibí el significado de mis órganos aturdidos que integraban en mi imaginación el cumplido asunto del mobiliario, la mesa me autorizaba a hundirme en los intestinos; la vida, un excremento filosófico puesto sobre la mesa, esa misma mesa.
Diseñaba libremente decorados de picaresca representación para existir.
En el hotel, abotonado contra el timbre había unos zapatos huecos que despedían un aroma semejante al establo. Mi tosco buldog, picado de pulgas, peleaba con ellos en una explosión de faltas y excusas porque el bulto le antojaba manías de dominación.
Destrozados los negros zapatos, únicos en su estilo, la espina que tantos veces había maltratado a mis pies, apareció roja por mi sangre y perturbada por el animal. La examiné. Era delgada e infecciosa, porque su naturaleza sentimental había consumido ciertas influencias relativas al departamento. Su origen, una planta, un cactus que alternativamente contorneaba su simetría esquelética recrudeciendo entre las raíces pliegos carnosos quitando de sí tristes herederas.
La creí inmaterial antes de su aparición fuera del zapato, pero mi delirio había terminado con la expiración del perro. Éste más místico que la humedad, interpretó en mi persona cualidades harto difíciles y verdades más corruptas que las propias, ahogándose y muriendo al fin como una moneda sobre la ofensiva mesa de espinas.
Mis primeros síntomas luciferinos demostraron su juego parasitario y hediondo. Habían contratado a un exsoldado de la infantería ateniense para contagiarme esta enfermedad que solo se hallaba en los animales.
Mi destino remotamente nocturno pero cognoscible seguía los intereses de quien lo administraba, es decir, un corpúsculo fijo sobre la punta de la lanza del ateniense.
Igual su nombre estaba en las manos de tantas voces que el ayuno de las mismas pronto terminaría y luego nunca daría lugar allí donde la vida y la muerte bifurcarían mi camino. Entonces, el descrédito sería demasiado notorio como para nuclear la observación en músicas encorvadas por mi dulce enfermedad.
En mi cabeza se habían estrechado todos los componentes como para flaquear la salud de mi cuerpo y alma hasta que personalmente conociera con éxtasis en un trozo de poema el estado en el cual se encontraban mis zapatos.
Décadas posteriores, unos hombres escarbaron las galerías subterráneas donde encontraron ligeramente los signos de mi cuerpo en combustión.
Demasiado conceptual para que la verdad, tibia y exquisita, los perjudicara científicamente. El aroma de la guerra comenzó a mover los 123 kilos de seca carne, a enojarla en su aspereza primitiva. Extraordinariamente hubo una inflexión en la historia del hombre. La risa se puso a favor de la enfermedad, porque mi pelo erizado por la humedad y el polvo parecía un paquete de crueldades que instigaban a que las palas de esos hombres se estrellaran contra mi rostro y herida tras herida, apiladas unas sobre otras incesantemente, afiebraban la voluntad de una nación de médicos con afán de moldear nuevamente mis expresiones.
Mi cadáver jamás no tuvo descanso. Se sospecha que los médicos pudieron resucitarlo y que el mismo vivió más años que yo.

viernes, 14 de mayo de 2010

Tecnoficción - Andrés Terzaghi


La inagotable empresa del conocimiento (acerba inquietud exhaustiva) ha osado un futuro propicio a declararse inconstitucional al haber alcanzado, tras generaciones humanas, la Verdad Última (descubrimiento que no colmó las expectativas) y por ello, el trágico fin de la ciencia. Motivo éste inaugural para consentir la plena libertad de acción a las facultades que comprenden los saberes de la ciencia ficción, actividad que hoy se inicia en estos vanguardistas laboratorios donde se desarrollarán cruciales experimentos con el fin de realizar, en la postrimería de estos tiempos convulsionados, toda invención irracional y/o ficticia. Aquí se crearán: la primera Sirena (antropoictius), el centauro; Ícaro podrá volar sin caer; aquellos que soñaron fervientemente con Venus, pues se producirán a escala, cada dedo, seno, ojo, cabello será igual en millones de unidades tentáculofacturadas para que el consumidor goce de sus amorosos servicios. La máquina del tiempo; el barrenador que atravesará al planeta uniendo sus antípodas; un ascensor y desascensor hacia la Luna; la ambición alquimista de la piedra filosofal, la panacea universal, entre otros menesteres, y por qué no, la resurrección de los muertos. ¡A trabajar!

Este fue el discurso del presidente de las Naciones Desunidas al comienzo del 10001. Desde entonces se ha investigado y aplicado todo el poder del conocimiento a las ciencias ficciones para los avances en la tecnoficción. Nuestro sueño es llegar a la síntesis universal de lo falso.

lunes, 10 de mayo de 2010

Ladridos - Andrés Terzaghi


El perro no paraba de ladrar. Los vecinos molestos se quejaban todos los días con el dueño, era inútil, el animal no aprendía de los suaves escarmientos de su humano compañero, ni de los feroces insultos de la gente.
Un día, uno de estos vecinos se preguntó cuál era la causa que hacía que el perro ladrara incansablemente. Comenzó a investigar, a poner atención en cada detalle como, por ejemplo: qué alimentos ingería, su ámbito, las diferentes situaciones de su entorno, otros animales, etc.
Curiosamente el perro poco a poco dejó de ladrar y a observar atento al hombre. Éste se le acercó sorprendido de su silencio y como si esperara alguna respuesta por parte del animal, lo llamaba con silbidos o por su nombre, le hablaba, acariciaba casi con excesiva ternura, le ofrecía alimentos. El perro comenzó a sentirse molestado, acosado por este vecino que durante horas no paraba de hablarle; sonidos que obviamente no comprendía y alteraban su tranquilidad y deseos de ladrar.
En una noche cualquiera, el perro se escapa saltando la verja hacia la calle y va a la casa del vecino tratando de no ser visto por nadie. Entra a su cocina, percibe con el olfato un trozo de pan sobre la mesa. Continúa husmeando y encuentra una lata con un poderoso veneno para ratas. Sus sentidos le advierten sobre la mortífera sustancia, sin embargo, toma cuidadosamente con su boca la lata y vierte el líquido sobre el pan. Luego devuelve el veneno a su sitio y regresa a su casa sin que nadie lo sorprenda.
Al día siguiente, mientras ladraba sin parar, el hombre fue encontrado sin vida en su domicilio, a unos metros de la mesa donde estaba el pan. La policía calificó al hecho de suicidio por envenenamiento.
Otra forma no material de la conciencia, llamémosle espíritu, más precisamente el proveniente del cuerpo envenenado, pudo enterarse a qué le ladraba y por qué. Además de él, otros espíritus de otros vecinos estaban asustándolo vengativamente todo el tiempo.


Imagen (fragmento): Allí, al fondo y detrás, de Teresa Muñiz

jueves, 6 de mayo de 2010

Doscientas cincuenta palabras - Andrés Terzaghi


Al acabar de escribir mi último legado en el holograma que estaba fluyendo como río hacia mi muerte, me dije que del otro lado, en la cibernética dimensión del alma, allí donde solo existe el conocimiento absoluto, me vería tratando con apenas 250 palabras en vez de tener que lidiar con el inagotable y por lo mismo infernal caudal de información de la eterna fuente de la sabiduría. Por así decirlo, me había edificado un diminuto habitáculo sobre una parcelita en medio del latifundio y la desmesurada tecnocracia.
Escribí apenas 250 palabras y me las envié al otro lado utilizando los canales físicos conectivos a los conectivos canales metafísicos.
La ciencia y la espiritualidad han fusionado sus límites y sus trayectorias gracias a la nanotecnología. Hoy son indiferentes, buscan lo mismo, conocer. Pero este aparato de porquería me costó lo que valió toda mi vida. Trabajé día y noche durante 150 años para, en mis últimos días, poder disfrutar del transportador de la conciencia. Eso fue lo que me faltó. Tener la suficiente conciencia para darme cuenta del control monopólico de la tecnología sobre nuestras existencias, incluso la que está en el más allá. Nadie había previsto que la técnica prevalecería sobre la ciencia. Al contrario, todos estábamos convencidos que la primera podía ampliar el campo de acción de la segunda. No fue así.
Ya en la otra vida me encuentro con mis palabras, 250 significados que se significan para comunicarme en resumidos signos cuan estúpido fui.

martes, 6 de abril de 2010

El presentificador - Andrés Terzaghi


—Esta máquina hace que cualquier cosa del pasado o del futuro se materialice o realice en este preciso momento. Si usted escribe en la bitácora electrónica: un auto del año 1920 o el caballo de Napoleón o los libros de Alejandría o el péndulo perfecto que se inventará en el futuro para producir energía sin la necesidad de otra, etc., etc., etc. aparecerá.
—¡No diga! —puso cara de incredulidad y bochorno.
—Si, tampoco es para que me tome el pelo. Si no me cree es problema suyo. A ver, a ver… por ejemplo, el primer objeto que haya existido en el universo, y que no sea mayor a esta habitación, porque de lo contrario derribará las paredes y se nos vendrá el techo encima ¿qué hacemos? ¿para dónde rajamos?, y eso sería una pena… por mí no por usted.
—Dale escribí eso que dijiste a ver que corno aparece.
Luego de varios segundos.
—¡¿El Corán?!
—¿Se lo dije o no se lo dije? Ahí lo tiene. El libro escrito por Alá antes de la creación. Al final era cierto.

jueves, 25 de marzo de 2010

La carta - Andrés Terzaghi


Un periodista va a hacer un reportaje a un cementerio. Entra con una grabadora y por si ésta fallaba, con una libreta de anotaciones y lápiz.
Se detiene indeciso frente a una tumba cualquiera, la observa por un instante, sabe que sus preguntas jamás serán respondidas, pero también sabe que el pronóstico del tiempo en el noticiero en el cual trabaja ya ha errado sus cálculos más de una vez y, sin embargo, los televidentes le prestan su atención.
Añade una flor entre otras que coloreaban la gris piedra de la lápida. Su trabajo ahora le mostraba un verdadero desafío, insólito por cierto. El asunto es que su inclemente jefe, en vez de despedirlo por un grave desacierto cometido, le asignó esta imposible tarea. Si no la cumplía, quedaría sin trabajo.
El contrariado periodista, saludó respetuosamente dirigiéndose a la inaudita tumba y:
—¿Qué tiene que decir con respecto a su íntimo amigo?
Oyó cerca del lugar a un hombre que caminando en círculos hablaba solo y cabizbajo. Levantó súbitamente la mirada posándola en él. Se acercó caminando con expresión de curiosidad en su rostro.
—¿Qué le contestó?
—Nada, parece que no quiere hablar.
—Ajá. ¿Sabe por qué?
—Bueno, supongo que no tiene ánimos…
—Supone mal. Él es mudo. Se equivocó de muerto mi buen amigo.
—Entonces ¿con quién puedo hablar? Verá, necesito hacerle unas preguntas a algunos de aquí para el noticiero de la media noche.
—Mmmm…, no va a ser fácil señor.
—Dígame qué tengo que hacer.
—Primero tranquilícese. Recuerde, este es un lugar de silencio y descanso. La mayoría de ellos duermen profundamente y no lo atenderá ni por los siglos de los siglos. Otros están, pero en realidad no, se han ido muy lejos, lejísimo. Pero siempre hay uno o dos voluntariosos que no se resignan al descanso y se mantienen despiertos todo el tiempo que sea posible hasta que no lo resisten y deciden al fin apagarse.
—Bien. ¿Quiénes son ellos? ¿Adónde están?
—Tenemos que buscar arduamente. El cementerio es muy grande. Hay muertos por todas partes, su población creció cuando la otra hizo otro tanto.
—¿Por dónde empezamos?
—Usted sígame, yo me encargo. Le repito, no es fácil de encontrar uno disponible. Imagínese que usted ha muerto, es obvio que no tendría ganas de hablar con nadie.
—No importa. Es mi trabajo, no tengo otra cosa que hacer.
—Comprendo. También tuve que hacer cosas que no quería, y las hice; no me arrepiento, sin embargo, no las volvería a hacer, se lo juro. A ver, mientras buscamos, cuénteme qué desea saber.
—Cualquier cosa. Lo importante es poder hacerles unas preguntas, obtener las respuestas y volver a mi trabajo con el material. ¿Entiende?
—Si, claro. ¿Sufrió alguna pérdida recientemente? ¿Su mujer, su hijo, un amigo?
—Un amigo hace ya algunos años.
—¿Y cree que podría hablar con él? Es más fácil si el muerto lo conoce.
—Entiendo. Pero existe un problema.
—¿Cuál?
—Incineraron su cuerpo y arrojaron las cenizas al río. Tengo algunos parientes aquí. En vida los he visto una o dos veces y habré cruzado pocas palabras, nada trascendental.
—¡Chuik! No sirven. Es lo mismo que cualquier otro desconocido.
—Dígame ¿qué estaba haciendo antes de encontrarnos? Lo noté preocupado ¿me equivoco?
—Mi psiquiatra me dijo que sufro de una enfermedad desconocida. Según él, mi desorden de personalidad se debe a un severo trauma sepultado tan profundamente en mí, que solamente reconociendo estar enfermo de esta cosa, puedo sobrellevar mi desgraciada vida. Así que de vez en cuando vengo para aceptar mi destino. Este es un lugar tranquilo. Camino, hablo solo, pienso, contemplo a las palomas, los árboles, cómo el cielo perfila bóvedas, cruces y ángeles en el horizonte y cuando me encuentro a mí mismo, regreso a casa. El doctor me dijo que no es el sitio indicado para mí.
—Considero lo mismo, tiene razón. Acá encontrará tranquilidad y ningún pensamiento optimista.
—Al contrario. Día a día fui mejorando y el doctor aceptó frecuentes visitas como terapia complementaria. Gracias a esto he escuchado y visto cosas raras. En ocasiones oí a los muertos pensar en voz alta. Conversando con ellos pude avanzar positivamente sobre mi estado, tanto que no necesité más de las sesiones. ¡Qué me dice! Hace algunos años conocí a un muerto, afligido, hizo todo lo posible para ganarse mi confianza y compañía. Yo que apenas podía discernir entre la verdad y la locura. Tuve la suficiente lucidez como para asegurarme de que no era una alucinación producida por la enfermedad. El muerto siempre me esperaba ansioso a que regresara. Hablábamos durante horas de esto y lo otro, en fin, de cosas de la vida y la muerte. Le aseguro que es más sorprendente la vida que lo que está después de ésta.
—¡Que suerte! Al fin tengo a quien hacerle el reportaje.
—Perdone, no, no a él no. Le juré que no le diría a nadie sobre esto.
—Pero ¿por qué no? Es mi única oportunidad.
—No puedo, discúlpeme, lo juré, no puedo hacerlo.
—Por lo menos explíqueme por qué razón no quiere hablar con otro que no sea usted. ¿Cuál es el problema?
—Un día me pidió que consiguiese papel y lápiz. Corrí a buscar y regresé. Luego ordenó que tomara asiento junto a su tumba, quería estar seguro de que yo anotara cada una de sus palabras, y ahí estaba, solo, con un muerto, tomando el dictado de un cadáver. Aquí tiene una de sus tantas cartas, no sé a quién o quienes estarán dirigidas.
Me acomodé sobre la tumba y asombrado comencé a leer el amarillento papel. La carta estaba escrita con una trémula caligrafía, algo inquietante y perverso:
—Quien reciba este mensaje considérese muerto. El entregador de esta carta es un peligroso psicópata. Él le dará esta carta u otras que dicen lo mismo. Por su locura no puede razonar que estoy poniéndolo en aviso. Si puede huya de inmediato pero sin levantar sospecha. El loco criminal tiene en su poder un cuchillo con el cual ha hecho víctimas entre las cuales me encuentro ya consumado.
Lo miro. Está allí, quieto, de pie y sonriéndome. Lleva su mano a la espalda, a la altura de su cintura y extrae un cuchillo. Tengo miedo, mucho miedo…

domingo, 21 de marzo de 2010

Quimera - Andrés Terzaghi


El inventor de esta endiablada cosa enloqueció tratando de averiguar para qué sirve y qué es, porque en realidad sirve para todo pero no se sabe qué es. Al poner en funcionamiento el aparato comienza a cambiar de forma a cada segundo y por lo tanto también su utilidad. Hemos estudiado las combinaciones por separado con la ayuda de una sofisticada cámara fotográfica. En uno de esos cambios que alcanzamos a fotografiar, vimos un artefacto parecido a un reloj pero en vez de manecillas tenía dos barras de uranio. Nos dimos cuenta que si en ese preciso segundo que tomó dicha forma llegaba a marcar por ejemplo las doce en punto, coincidiendo ambas manecillas, el laboratorio junto con la ciudad y zonas aledañas se vaporizarían formando un gigantesco hongo de fuego y humo. Motivo por el cual no nos atrevimos a ponerlo otra vez en funcionamiento.
Nos resignamos contemplando en esta invención la solución de todos los problemas del mundo y simultáneamente su destrucción.
Fíjese, en esta otra fotografía que hemos tomado al principio. Advertimos en ella que el aparato había tomado la forma arquetípica de sí mismo, cual sui géneris. Hoy estamos estudiándola junto a un equipo de pacientes del hospital psiquiátrico porque consideramos que esa foto podría ser el manual de uso del aparato. Los locos entienden muy bien los laberintos de la ciencia. Por el momento descifraron el 50% de la enigmática forma arquetípica.  

martes, 16 de marzo de 2010

Exórganos - Andrés Terzaghi


Luego de la catastrófica fuga de un virus radiactivo que inutilizó todos los órganos internos, exceptuando al cerebro, los humanos supieron adaptarse al infame percance creando órganos artificiales externos colocados bajo la piel y otros llevados en los bolsillos de la ropa unidos por conductos y cables que se insertaban hacia el interior del cuerpo. Acá tenemos un testimonio de vida de un exoviviente del futuro:
Me fui a tomá una grapita en lo del tanto. Apena llegué me ubiqué etratégicamente en un rincón de la barra:
- Enllená nomá – le dije y encendí un faso echando el humo por lo ombligo. A todo eto se proxima una damisela brotada de primavera en la plenitú de su lomo. Ahí sin previo tuteo le interrogo queriendo ceciorame de su naturaleza, como pá rompé la escarcha:
—Uté, madame, ¿no lleva ahí en lo recoveco de la entrepierna uno genitale Z. ·31 Landon? Como apreciará lo mío son H.X 40, también de la casa Landon y por lo vito simpatizan con su mecanimo porque ambos etán enviándose señale ni bien pusimo lo gluteo sobre la butaca.
—¿Se refiere a esta pequeña cajita dorada?
—Precisamente… cajita dorada o como uno quiera deseala en la maginación, uté me entiende. —Y le guiñe un ojo con lo cuatro párpado.
—Disculpe, pero no se ilusione, esta tecnología solo es compatible con otra cajita dorada, como la que lleva aquella señora de allá. ¿La ve?
No pude contener la amargura, dije: ¡Qué desperdicio!

viernes, 26 de febrero de 2010

El último escritor - Andrés Terzaghi


Fui a registrar mi último libro a Registro de la propiedad intelectual. Entré al enorme edificio con el original bajo el brazo, ilusionado con publicarlo algún día. Un hombre con cierto aspecto sombrío y achacoso me atendió mientras revolvía unos papeles en su  escritorio. No tardé en comunicarle el propósito de mi presencia, pero él sin permitirme mayores explicaciones me invitó a que lo siguiera por un estrecho pasillo que desembocó en una enorme sala subterránea, bien iluminada y en la cual estaban distribuidos ordenadamente unos extraños cubos negros comunicados entre sí por cables.
—Por lo visto usted todavía no está enterado. ¿Sabe qué son esas cosas?
—No tengo la menor idea. ¿Qué?
—Son computadoras que intercomunicadas procesan datos.
—Ajá. Y ¿qué datos son los que procesan?
—El primer cubo a su derecha, selecciona al azar millones y millones de palabras y todo tipo de signos en unos cuantos segundos, luego archiva ese “orden aleatorio” y se lo transmite al cubo que le sigue. Éste analiza dicho orden aleatorio y mediante un programa de ciberlógica enlaza esas palabras y signos dándole la sintaxis correspondiente a los parámetros ciberlógicos. Archiva este procesamiento y lo envía al cubo que sigue. Éste otro se encarga de la terminación del texto y su nomenclatura ordenada jerárquicamente según valores preestablecidos. Usted se preguntará en qué consiste toda esa información. Ciencia, arte, religión, filosofía, etc.  Dígame el título de su libro por favor.
—El despropósito.
—A ver a ver…
El sujeto presionó en un tablero invisible, o visible sólo a sus ojos, y de inmediato apareció el libro inédito que había terminado de escribir hace unos días, proyectado contra la pared del recinto.
—Ahí lo tiene. Demás está decir que no hace falta que lo registre, ya nuestra administración se ha encargado de dicha responsabilidad apenas las computadoras lo archivaron en su memoria central.
—¿Qué pasa si le cambio el título, por ejemplo, o sustituyo esta palabra por otra o incluso lo reduzco a la mitad?
—Todas esas versiones están archivadas en la memoria central. Las combinaciones son inagotables de modo que creamos un cuarto cubo el cual es nuestra computadora maestra. Podría asegurar que allí se hospeda el inconciente colectivo y mucho más que eso. Todo lo que el hombre imaginó, imagina e imaginará está allí. Por mencionarle un caso curioso, ayer encontré un cuento que escribió hace unos cincuenta años un tal Terzaghi, muerto en el mismo día que lo escribió, 2010-02-26. Su título: El último escritor. Breve, apenas unas 466 palabras.  Si pone atención se dará cuenta que el autor nos menciona, aunque los personajes no tienen nombre, uno de ellos es usted, precisamente el que está escrito en primera persona y su desenlace no posee el remate que un buen cuento debiera tener.