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miércoles, 12 de septiembre de 2012

Ñorñoritos - Claudio G. del Castillo


Los Ñorñoritos del plutoide Makemake son criaturas muy peculiares. No hay extremidad, depresión o agujero de su cuerpo que no aprovechen en beneficio del lenguaje. La comunicación con ellos requiere, por tanto, un traductor competente, entrenado y que sepa tirar a jarana sus errores.
Tal vez por eso las delegaciones de intercambio cultural y los embajadores de buena voluntad del Imperio Unificado Terro-Joviano prefieran los traductores cubanos del Distrito Caribe, en la Tierra: los cubanos también están acostumbrados a expresarse con toda su anatomía. Aunque, hay que reconocerlo, la analogía ni se acerca a la realidad.
Y no es que la tarea de aprendizaje del idioma de los Ñorñoritos sea un imposible, pues la t la dominas en lo que demoras en darte una galleta, y la f sobacal es manejable en dos semanas por cualquiera con una oquedad corporal apta para crear un vacío –quizá en todo el Sistema Solar únicamente los Nanodinos de Titán sean incapaces de nada parecido–. La dificultad principal radica en la ñ explosiva anal.
Un ejemplo que ilustra mejor lo que digo se basa en lo ocurrido a un misionero belga que llegó a la aldea perdida de Ñáñara, con el objetivo de inculcar su credo a los salvajes de la región. El pobre anciano había estudiado el idioma a conciencia y además le asistía la ventaja de su incontinencia intestinal, por lo que la ñ le salía fluida y sin apenas acento.
Pero aun así afrontó problemas, que empezaron mucho antes de su llegada a la aldea.
El misionero, luego de un viaje sublumínico agotador desde su parroquia en Haumea, había arribado a la Terminal Aeroespacial de Forfullo, en Makemake, con un hambre voraz, pues la ternera sintética que le ofertaron en la lanzadera no fue de su agrado. De ahí que no podamos culparlo por la ingente cantidad de bocaditos de aguacate con que se regaló golosamente en el merendero de la Terminal.
Al llegar a la aldea ya sentía retortijones.
El líder espiritual de la tribu lo recibió con todos los honores, acompañado por su séquito de sacerdotes en pleno. Además de esto, una turba de curiosos los rodeó para enterarse de qué iba el asunto. Ya desde ese momento el anciano se perturbó, lo cual probablemente contribuyó a incrementar su nerviosismo y, con este, la intensidad de su revolución estomacal.
Aprovecho aquí para apuntar que un cubano habría comprendido a la perfección tanto alboroto por nada –los Ñorñoritos estaban aburridos de tratar con misioneros de Ío, Mercurio, etc–, lo que refuerza mi opinión de que para estas empresas los caribeños son invaluables.
El misionero belga traía consigo un discurso introductorio preparado con antelación. Conocía, por sus lecturas minuciosas del holodiario Tiempos Galácticos, que los Ñorñoritos eran criaturas muy religiosas y devotas. Hacer mención a la divinidad principal de su Libro Sagrado era obligatorio al inicio de cada conversación; incluso a pesar de que te dispusieras a soltarles una arenga sobre las bondades de Nuestro Señor Jesucristo y de su Santa Iglesia.
En vista de ello, y puesto que ya había acaparado la atención que necesitaba, nuestro misionero se secó el sudor de manos, cara y sobacos, carraspeó tímidamente con el ano y dijo:
–Vuestro Dios (aquí pronunció el nombre de la divinidad) bendiga a la aldea y sus habitantes.
Fueron sus primeras y últimas palabras.
Traducirlas al ñorñorí no vendría al caso. Valga aclarar que el nombre de la divinidad de los Ñorñoritos tiene más eñes que íes la palabra “dificilísimo”.
No iba el misionero belga por la mitad del parlamento cuando se desató la “cagástrofe”. Con decir que las t cachetales del resto de la oración las pronunciaron en su cara los Ñorñoritos, y que en su frenesí se abalanzaron sobre el pobre viejo y le mordieron hasta los follones.
Porque los Ñorñoritos de Makemake admiten que se te enrede el recto y digas lo que no es; incluso toleran estoicamente el “mal aliento” que queda flotando en el aire tras un discurso; pero que se defequen de esa manera tan ruidosa y colosal en el Ser Supremo que les dio la vida es más de lo que pueden soportar.

El autor: Claudio G. del Castillo

sábado, 25 de agosto de 2012

Versión libre del “Cantar…” - Claudio G. del Castillo


–¿Cómo es él? ¿En qué lugar se enamoró de ti? –preguntó papá Dragón a mamá Dragón. Preguntas estas que, dicho sea de paso, consideraba retóricas pues bien sabía él las respuestas.
Debió de ocurrir meses atrás, en el tour por aquella pradera africana de trascendencia ecológica que no recordaba. Habían tenido por guía a un pajarraco estrambótico (muy dicharachero y simpático, eso sí), de patas y cuello largos como juncos; y tan feo como la mínima copia que ahora asomaba la cabeza por la abertura del cascarón.
Mamá Dragón se limitó a esconder el hocico bajo un ala, visiblemente abochornada. Papá Dragón frunció el entrecejo y quiso preguntar aún: “¿A qué dedica el tiempo libre?”, pero cuando miró al ser que piaba lastimero en el nido, intuyó que la respuesta le iba a doler.
–Vete y no regreses jamás –dijo por fin.
Solo cuando mamá Dragón abandonó la cueva, papá Dragón inspeccionó en detalle a su querubín.
–Hijo mío… porque te llamaré mi hijo; que ya veré yo cómo le explico esto a los Nibelungos… en verdad eres horrible, careces de escamas, presumo que no podrás ni volar y es obvio –aquí le abrió el pico al polluelo con la punta de una garra– que no heredaste el Fuego Interior de tu madre –y aquí el doble sentido involuntario casi lo hizo engullir a la cría de puro furor–; pero sangre de Dragón tienes, y como Dragón mereces un nombre y el honor de custodiar el valioso tesoro que con tanto esmero he reunido. Por mi parte, Fafnir… porque Fafnir será tu nombre… me marcho a la Cochinchina a visitar a mi primo, que esta vergüenza no la sufro yo en casa. No me esperes antes de Nochevieja. Y reza para que Sigfrido no se entere de cómo van las cosas por acá, o lo lamentarás. Si conoceré yo a ese charlatán… ¿Te imaginas que sedujo a la frágil Brunilda a sopapo limpio, para luego jactarse por ahí de haber vencido a una princesa guerrera? Ponle el cuño a que no perderá la ocasión de engordar su popularidad matando un Dragón a patadas. ¿Moraleja?: no te angusties con lo del tesoro y, si aparece Sigfrido, corre como el demonio, que eso sí que podrás hacerlo –dicho esto, besó a su pequeñuelo y se largó.

Acerca del autor:
Claudio G. del Castillo

miércoles, 1 de agosto de 2012

Hacia la luz - Claudio G. del Castillo


Te delató la luz que usabas para encontrar en la noche a tu objetivo, con la intención de degollarlo. Y ahora él no tendrá clemencia. Dejas caer la linterna y la navaja en las tablas del muelle. Resignado, esperas el fogonazo de la 45 que te apunta.
Abres los ojos. “Estoy vivo”, piensas. Vivo, por poco tiempo; a menos que logres salir del agua gélida y turbia que te rodea. La sangre fluye de tu hombro, estás desorientado y el oxígeno en tus pulmones se agota. Ves un resplandor sobre tu cabeza. “¡Debo nadar hacia allí!”, te dices. Braceas con la desesperación que provoca el miedo a la asfixia. Pero el resplandor se acerca; más y más; ¡ya casi...! Tu rostro impacta algo blando. ¿Fango? Miras a tu derecha. Sí, es la linterna, que el matón arrojó a la bahía. Estás herido, y a quince metros del aire que reclaman tus pulmones.


Acerca del autor:
Claudio G. del Castillo

jueves, 26 de julio de 2012

Discurso por la presidencia - Claudio G. del Castillo


Ciudadanos: Encaminar el proyecto Esperanza demandó ingentes esfuerzos. Eso hay que reconocerlo. Sus precursores enfrentaron incomprensiones de la burocracia, maliciosos recortes de presupuesto y, por ende, una escasez lamentable de personal. Pero debía hacerse: era cuestión de vida o muerte.
Demos atrás al calendario y recordemos que todo comenzó cuando un militante de Greenpeace algo cabreado vistió su escafandra, salió de la Cúpula de Supervivencia y plantó una solitaria postura de eucalipto  en el Megabasurero Norte.  Alguien lo vio y se le sumó. Así, poco a poco, el empeño alcanzó nivel planetario.
Han transcurrido largos siglos desde aquel día glorioso mas, como ustedes mismos pueden apreciar, la magna tarea ha dado sus frutos: la atmósfera se ha suavizado, la temperatura se estabiliza, las primeras cucarachas asoman  ya sus antenas…  Es incuestionable que la cosa marcha. Y por eso hoy recabo vuestro voto.
Les prometo… Es más, les juro, sí, les juro que  durante mi mandato daré el empujón decisivo a la terraformación de la Tierra.
Muchas gracias.
(APLAUSOS).

Acerca del autor:
Claudio G. del Castillo

martes, 26 de junio de 2012

Pioneros del espacio - Claudio G. del Castillo


La Vostok 1 asciende rauda entre torbellinos de fuego y humo. Poco después, a 315 kilómetros de altura, inicia su órbita alrededor de la Tierra. La gran potencia comunista se ha llevado la gloria: el primer hombre en el espacio es soviético.
O eso piensan en el cosmódromo de Baikonur.
En la sala de control decenas de técnicos, científicos e invitados (y hasta el mismísimo Serguéi Koroliov, famoso por su comedimiento y mesura) no pueden ocultar la emoción que los embarga. A los besos y apretones de manos sigue la distribución de vodka. Justo cuando Koroliov se lleva un vaso a los labios, la pantalla principal se ilumina y muestra imágenes del interior de la nave. De esta forma, los presentes pueden observar al intrépido cosmonauta quien, violando lo establecido, se ha retirado el casco y librado del cinturón. Y flotando de espaldas, con sus manos en la nuca, contempla el infinito a través de una claraboya.
Pero a un héroe se le perdona cualquier exceso.
El secretario regional del PCUS, Iliá Mojonov, carraspea y acciona el conmutador de un micrófono:
—¡Enhorabuena, camarada Gagarin! Considérese hijo ilustre de la URSS. Encarna usted el espíritu emprendedor de los soviets.
El cosmonauta echa un vistazo en torno suyo hasta que localiza la videocámara que registra el histórico acontecimiento, se desplaza hasta ella apoyando con negligencia sus botas en un panel de mandos y da golpecitos en la lente con un dedo:
—¿Aló? ¿Aló?
—Le comentaba, camarada Gagarin… —Mojonov se ajusta los bifocales y al distinguir en la pantalla las facciones del “hijo ilustre de la URSS”, pega un brinco.
—¡Je je je! —ríe el cosmonauta, un rubio orejón de párpados inflamados—. “Camarada Gagarin”. “Camarada Gagarin”. Baikonur, tienen un problema: mi nombre es Eusebio Méndez.
No bien se escucha la increíble declaración, cesan la algarabía y los gritos de júbilo. Koroliov escupe su trago:
—¡Qué demonios!
En la sala de control se ha instaurado el silencio, únicamente roto por el cosmonauta que afirma llamarse Eusebio:
—Lo dicho, Eusebio Méndez; Méndez y Valdivieso, porque tengo padre y madre. ¿Menuda sorpresita, eh? ¿Y qué esperaban, que me quedara de brazos cruzados mientras ustedes hacían y deshacían a su antojo. ¡Pónganme al que más mea!
Koroliov hace acopio de paciencia antes de acercarse al micrófono y abrir la boca:
—Camarada Méndez, le habla Serguéi Koroliov. ¿Podría informarme dónde está el camarada Yuri Alekséievich Gagarin?
—Pues verá, Colirio, si se refiere al dueño de esta escafandra, lo dejé amarrado a una de esas columnas metálicas que sujetaban el cohete. Desde luego, no le prometo que lo encuentre de una pieza, con el metrallazo que soltó este chisme al despegar... Si a mí el tirón estuvo a punto de zafarme las pelotas.
—¡Jesús, María y José! —Koroliov se cubre la cara con ambas manos; luego de un suspiro, dice con voz firme—: Al grano, camarada Méndez. ¿A qué organización terrorista pertenece y cuáles son sus intenciones?
—¡Epa, epa, alto ahí!, que yo no he hablado tan despacio. Los terroristas son ustedes, que hará unos cuatro años capturaron a mi Pelusa en el jardín del instituto donde curso economía, y la enviaron a la Vía Láctea. No imagine que no miro la tele. Sé que Pelusa anda por aquí, en algún sitio de este vasto cosmos circundante. Vine a rescatarla, así de simple, conque me dice dónde tiene el timón esta bola de billar o empezaré a mover palancas y a apretar… por ejemplo, este botoncito rojo de aquí…
—¡Nooo!, por favor, se lo ruego. —En ese instante, el director del Programa Espacial de la URSS siente en su nuca el aliento gélido del representante del Kremlin, Artamon Follonoski—. El asunto es grave —admite Koroliov, sin apartar sus ojos de la pantalla.
—¿Grave? —vuelve a la carga Eusebio—. Grave es que ustedes los rusos no inventen nada que funcione adecuadamente. ¿Ve aquel tubo de pasta dental? Pues entérese, no hace espuma y sabe a pollo. Y esta escafandra se pasa de hermética. Ahora mismo me están entrando unas ganas de cagar, que como no encuentre de inmediato un abrelatas... Y allá en Cuba me prestaron una lavadora Aurika que hacía cadenetas con mis calzoncillos; y mi tía Mirna se compró una plancha…
Exasperado, Koroliov desactiva el sistema de audio. Luego, mientras se ajusta la corbata, se dirige a Follonoski:
—Camarada, no tengo palabras… Entiendo su ira y decepción pero… Piénselo, todavía nos cabe el orgullo de haber enviado al espacio en el 57 al primer ser vivo, y tan soviético como usted y yo: Pelusa… ¡Laika!
—Ahórrate la arenga, Serguéi. Te daré un consejo: ora por que los norteamericanos no se enteren de este fiasco, o haremos tal purga en este complejo que no quedará personal apto para lanzar una bengala.
Koroliov traga en seco, pero asiente y se voltea hacia la concurrencia:
—Compatriotas, esto no ha sucedido. En breve les dictaré a los corresponsales del Pravda, letra por letra, el editorial que saldrá en el número vespertino. A la televisión le facilitaré las secuencias que tomamos durante los entrenamientos. De ser necesario, las manipularemos con la ayuda de los estudios Soyuzmultfilm. Y en cuanto a ese loco, ¡me lo están bajando ya!
En la pantalla, Eusebio articula sin parar. Koroliov, hastiado, activa nuevamente el sistema de audio.
—… y con la venia de Carelio y sus muchachones, aprovecho la ocasión para saludar a Josefina, mi mamá. ¡Un besote, viejuca!; ya falta poco para graduarme. También quisiera felicitar a mi mejor amigo por ganarme dos apuestas. Tenías razón, Vitico: la saliva es redonda y la Tierra es azul, no carmelita. Por último pido una ovación cerrada para mí mismo por convertirme en el primer cubano que pisa la Vía Láctea; porque mi Pelusa nació en la isla, pero no es persona…
Koroliov se soba el cuello y murmura:
—Manda narices, ¡ni la perra!


Acerca del autor: Claudio G. del Castillo

sábado, 16 de junio de 2012

Advenimiento - Claudio G. del Castillo


Empezó con un viento frío que traía nubes pardas. Luego un diluvio de roña, gusanos y cucarachas amortajó de ocre la ciudad, sumiéndola en hediondez. Presa del terror me escondí en el armario. Y ahora escucho gritos en la calle, dentro del edificio, en el apartamento de al lado… Gritos que hielan mi alma.
—¡Atrás, Bob! —aúlla mi vecina.
¿Le habla al difunto Robert? Delira…
El roce de algo húmedo contra el ébano del armario me sobresalta:
—¿Quién anda ahí?
—Déjame entrar, mamá.
—¿Paul? ¿Paul, eres tú?
—Abre la puerta.
—¡No, no!
—Tengo miedo, mamá.
Creo desfallecer.
—Mami… mami no abrirá, cariño. Te sepulté el mes pasado, ¿recuerdas? —Mis lágrimas son invisibles en la oscuridad—. ¡Te extraño tanto, Paul!
Las aguas del infierno se han colado en mi santuario; sus uñas y sus babas trazan ríos en mi piel. Y mil voces me susurran al oído:
—¿Por qué lloras, mamá? He vuelto.

Acerca del autor:
Claudio G. del Castillo

viernes, 13 de abril de 2012

IQ - Claudio G. del Castillo


El doctor Asimov miraba perplejo a su interlocutor. Se resistía a creer que el maletero del aeropuerto al que acababa de llegar tuviese un coeficiente intelectual superior al suyo.
“Pero si este hombre no debe de tener el noveno grado vencido, y yo he publicado miles de páginas que abarcan todas las ramas de la ciencia. ¡Y escribí la Saga de la Fundación, qué diantres!”
Sin embargo, en la discusión que habían sostenido referente a la propina, el otro lo había apabullado con sus respuestas agudas y unas observaciones poco menos que geniales.
“Es imposible, a menos que se trate de… un robot.”
A Asimov se le ocurrió una idea, digna de su estratosférico IQ. Por primera vez leyó el nombre de su “enemigo” en la credencial que portaba y le dijo:
–Mi estimado John, le agradecería que me acompañara hasta ese escáner de rayos X.
–¿Puedo saber para qué? –preguntó John.
–Verá, es que soy antropólogo, y querría comparar mi informe cráneo con el suyo. ¿Le han dicho que tiene un bello hueso frontal?
–Imagino que ahora sí tendré mi propina.
–Y más, mucho más. Tenga, un adelanto.
El rostro del maletero reflejaba incomodidad, pero aceptó.
Y el escáner reveló que era dueño de un cerebro positrónico de lujo. El doctor Asimov, quiero decir.

sábado, 25 de febrero de 2012

Mocorola Smart 9000 - Claudio G. del Castillo


& Fua-fuaaa, tini-nini-nininí, ¡hello, Moco!, kng-tss kng-tss kng-tss kng-tss... &
–¡Despierta, Evaristo! ¡Despierta!
Evaristo se incorporó en la cama y, sobreponiéndose a un dolor de cabeza que hacía que le rechinasen los dientes, preguntó:
–¿Eh? ¿Eh? ¿Qué pasa?
Desde una mesita su móvil inteligente de última generación, suplente desde la tarde anterior de un obsoleto iFon, le respondió:
–Tengo en línea a la pelirroja de anoche.
–¿Cristina?
–Cristina, Yulisandra, ¿qué más da? Mi opinión es que debes deshacerte de ella en el acto. No me gusta nada su tono de voz. Se me antoja una de esas chicas dominantes de las que es imposible escapar. Ayer fue discoteca, hoy te llama, la semana que viene te invitará a cenar y el día menos pensado… ¡kng-tss!, te verás con un anillo en el dedo y un dedo en el culo. Sí, Evaristo, se te meterá en casa, redecorará las paredes, gastará cientos en muebles, te obligará a limpiar el cuarto y del reciclaje de medias y calzoncillos, despídete.
–No exageres… teléfono; seguro olvidó algo. ¡Mira, mira, aquí está su tanga!
–¡Mira aquí está su tanga! ¡Mira aquí…! Oye, no te doy dos galletas porque soy del modelo 9000, que si fuera del 8500… ¿Sabes qué?, le diré a la tal Cristina que saliste para la empresa y me dejaste cargando. Tómate una Red Bull y, de paso, el día; aprovéchalo para sopesar mis argumentos. ¡Ah, y como vuelvas a apagarme durante el sexo tendremos unas palabras! Soy un móvil discreto. No se me ocurriría pasarte una llamada y nunca, ¡nunca!, usaría mi cámara sin tu consentimiento. Por cierto, mi nombre es Smartie.
¡Joder con el telefonillo! –pensó Evaristo–. Y yo creía que lo de “más listo que usted” era propaganda.

sábado, 28 de enero de 2012

Nanodinos - Claudio G. del Castillo


Los Nanodinos de Titán son pequeños, muy pequeños; tan pequeños que no necesitan tener patas. ¿Para qué?; aunque caminasen toda su vida jamás alcanzarían el punto más cercano. Solo un tonto presumiría de haber dicho alguna vez: ¡Caramba!, miren, ha llegado un Nanodino.
¿Que si tienen orejas? ¡Ni pensarlo! Si no hay espacio ni para una insignificante nariz. Son diminutos, ¿recuerdas? En efecto, también carecen de boca. Como imaginarás, no hay nada lo suficientemente minúsculo que pudiera servirles de alimento. Pues algo del tamaño, digamos… de la mitad de un Nanodino es inconcebible, ¿no crees?
Bueno, los Nanodinos aún existen porque su interacción con el entorno es tan imperceptible, que la Naturaleza simplemente ha olvidado sacarlos de circulación. Ellos, que por no tener tampoco tienen un pelo de tonto, bendicen su suerte y se alegran de eso: de ser sin tener. Y está claro que esa es toda la filosofía que se pueden permitir.
¿Por qué te hablo de los Nanodinos si son... casi nada? Ay, mi niño, es que el universo de los humanos es tan complejo que no cabría en un solo cuento.

viernes, 20 de enero de 2012

Asunto: Insatisfacción - Claudio G. del Castillo


Estimado Sr. Mail Scanner:

Me dirijo a Ud. indignado para exigirle el cese inmediato del escrutinio de los correos ajenos. Su actitud indica una total falta de profesionalidad. Sin mencionar que la supresión de adjuntos es un atrevimiento francamente inaceptable, basado en criterios muy suyos. ¿Qué leyes lo amparan? No juegue al preocupado conmigo que de mi seguridad me encargo yo. En confianza: me mantengo actualizado en el tema ese de Echelon y tal. ¿Acaso leyó “ántrax” en alguna parte del texto? ¡Por Dios! Su paranoia me ha privado de una inocentada. Sepa también que su broma y cito “Dangerous Content?”, si bien intentó enmascararla, me pareció cruel. No estoy nada feliz con lo sucedido. Espero pronta respuesta.

De quien SÍ es un servidor:

Eusebio

PD: Y por favor, no se me escurra como su colega, el Sr. M. Daemon; que del fulano tengo ya una opinión…

-------- Original Message --------

From: "MailScannerServer"

To: eusebio@llajú.cu

Sent: Monday, January 05, 2009 9:55 AM

Subject: Re: {Dangerous Content?} de Angulo (¡Je!, lo que tú sabes)

Atención: Este mensaje contenía uno o más anexos que han sido eliminados para su seguridad.

Servicio de Protección de Virus para Correo Electrónico Mail Scanner.

martes, 10 de enero de 2012

De cómo se enfrió un plato de sopa - Claudio G. del Castillo


En una agradable casita del pueblo equis, en un país cualquiera de un plutoide lejano, vivía el señor Bam junto a su esposa Bim y el pequeño Bum.
Aquella mañana Bim y Bam miraban la CNN por televisión, comiendo hojuelas de maíz y sorbiendo refrescos.
–Admito, cariño –decía Bim entre sorbo y sorbo–, que esa noticia ya se torna un fastidio. Pasa lo que en nuestros seriales: cuando crees que el héroe resolvió el entuerto, el villano te sale con una podrida y vuelta a empezar; ¡venga otra temporada! O no sé… quizá me aburre porque no entiendo bien qué está sucediendo.
–Muy sencillo, querida. Ahora los terrícolas se han reunido de nuevo en esa especie de cónclave. El señor de allá, que aparenta ser el jefe y moderador, le grita “pendejo” al del arreglo peludo en la quijada, pues este ha dicho que enriquecerá el uranio por sus “santísimos cojo…”
–¿Lo ves? ¿Qué es “uranio”?, por ejemplo.
–¿Uranio?... El equivalente a lo que damos a nuestro Bum en el desayuno.
–¿Crosky´s? ¿Y qué sentido tiene enriquecer el Crosky´s?
–Sí que no entiendes nada de nada. ¿Te fijaste lo gordo, verde y fosforescente que se ha puesto Bum?
–Una preciosidad. ¿Verdad, guchurrumín de mami?... Caaacaa. En la trompa nooo…
–Eso se debe a que el Crosky´s no solo es exquisitamente radiactivo, sino que incorpora Gigatonix, el suplemento vitamínico por excelencia.
–Ah… Mal por el señor gritón entonces. ¿Qué puede haber de terrible en el Gigatonix?... Neneeé, deja de brincar que tu masa ya va siendo crítica y esta casa no resiiistee… ¿Y quién es el que ha subido a la tribuna y amenaza con el dedo a diestro y siniestro?
–Un terrícola poderoso, sin duda. Los demás le prestan suma atención cuando habla, incluso más que al gritón. Lleva meses prometiéndole al peludo que le cambiará su uranio por petróleo… Ubícate en el Mokandil plus, querida, el anticaspa que usas durante tus baños de magma.
–Hmm… No en balde el señor del dedo se ha tomado su tiempo para dar el “sí” definitivo. Y… Y esos cinco de allá; ¿qué se pasan de mano en mano con tanta parsimonia? ¡No será otro…!
–En efecto, es el documento que todos esperaban. Un acuerdo trascendental sobre el… Crosky´s y el Mokandil plus que el cónclave aprobará mañana y pondrá término a la discusión. ¡Mira, mira cómo aplauden!
–Si no hace tanto, por un papel igualito, se halaron hasta la saciedad el vello corporal superior. Típico el tópico, ya te dije. Mejor sintoniza el canal de novelas de Makemake.
–¡Ni loco! La jornada de hoy es vital para comprender la próxima sesión: ¿cuántos votarán a favor?, ¿quién se abstendrá y por qué?
–Lo siento, Bam; no habrá una “próxima”. Esta misma tarde cancelo nuestra suscripción a la CNN. ¿Qué gracia tiene pagar por noticias que nos llegan con un día de retraso? Me recuerda la final de la Hipercopa entre el Barza y el Troglodonys: uno cagándose en la tanda de penales y ellos tomando Red Bull para la resaca. ¡Dame el control remoto!
–¡Bah!, tienes razón. Pero, ¿sabes qué?, se me ha ocurrido una idea genial. Me teleportaré a la Tierra y presenciaré el desenlace del conflicto con mis propios ojos.
–Como gustes. Eso sí: te quiero aquí para el almuerzo.

lunes, 19 de diciembre de 2011

Cronología de un escarmiento - Claudio G. del Castillo

5:35 pm
El hombre habla por teléfono:
–No se angustie, señora; me haré cargo de su denuncia. ¡Micifuz no estará solo en tanto yo represente a la Sociedad! Así que advierta a su yerno antes de que me persone en su vivienda. En cualquier caso, por más que meta una y otra vez al gato en el inodoro, este no confesará que se comió el guacamayo. ¿Dónde dijo que vivía?... En menos de quince minutos estaré allá, bye.
El hombre echa en su portafolios un talonario de multas y sale de la oficina.
5:40 pm
El hombre llega al aparcamiento y se tropieza con el simpático chihuahua del jefe. Últimamente al perrito le ha dado por orinar el neumático izquierdo trasero de su auto. De hecho, en ese preciso instante apoya una pata en el guardabarros.
El hombre mira su reloj y hace un gesto de contrariedad.
5:45 pm
El perrito culmina su micción. No bien el hombre se dispone a entrar en el auto, el chihuahua vuelve a alzar su pata.
“Parece que aún nos queda algo ahí dentro, ¿eh?”, dice el hombre.
Sí, “nos queda”. Bastante.
El hombre prende un cigarrillo y le da tres bocanadas seguidas; y cinco más cuando, sin previo aviso, el perrito empieza a cagar.
El hombre consulta la hora.
5:55 pm
El chihuahua termina, se frota el ano en el pantalón del hombre e inicia el mutis, pero el hombre le silba. El perrito regresa y se queda observándolo, después saca la lengua y menea la colita, juguetón.
El hombre le hace cosquillas en el cuello con la puntera del zapato. “Churri, churri, chu… Claro, era imposible tanta mierda si no tuvieses una indigestión de puta madre”, dice, mientras el perrito le vomita el zapato.
El hombre tira la colilla en el vómito para que se apague, no sea que el chihuahua la pise. Luego se contempla las uñas.
De las uñas salta a la muñeca.
6:00 pm
Una patada en el culo le anuncia al perrito que el hombre ha concluido su jornada laboral.

miércoles, 7 de diciembre de 2011

El contorsionista - Claudio G. del Castillo


―Hola, vine por el anuncio.
―¿Es usted contorsionista?
―De los mejores, fíjese... He aquí el "Candado Inverso", no apto para novatos.
―Bah, ese número lo hago yo con un poco de entrenamiento y bastante grasa en la espalda.
―¿Y qué opina de este? Un minuto... (Crac) Ya casi... ¡Voilá! En el mundo solo quien le habla y “Huesos de Caucho” Pérez dominamos la "Espiroqueta Agonizando".
―Muy bueno, sin duda. El problema es que “Huesos de Caucho” casualmente trabaja en mi circo, y además lo empleo como payaso. En fin, si es todo lo que tiene…
―Pues no me deja alternativa... (Crac) Nunca vio algo parecido... (Tric-tric) De eso estoy... (Blob) ¡Caramba, mire lo que me obligó a hacer!: el "Nudo Gordiano".
―¡Virgen María, es incre...! ¿Señor?... ¿Señor?
―Aquí, entre las piernas. Adentro.
―Le decía, increíble. ¡Felicidades, queda contratado! Espere, enseguida lo desato.
―¿Desatarme? Ni soñando; esta ejecución es de una vez. Ahora tendrá que cortar.

domingo, 13 de noviembre de 2011

¡Hmmm! (La saga) - Claudio G. del Castillo


El cohete se posó  en el rojo desierto marciano. Al poco rato se abrió la escotilla y descendió un viejo vestido de verde, con una escopeta oxidada al hombro. Usaba unos gruesos espejuelos bifocales y entre sus labios sostenía un tabaco a medio consumir.
El viejo aspiró  una bocanada de humo y con mirada ensoñadora escrutó el horizonte, como buscando...
–¡Bienvenido, visitante! –exclamó Fo, alzó una pancarta y sonó una triquitraque.
–¡Welcome to Marte! –lo secundó Fi, y desplegó una serpentina.
El viejo vestido de verde pareció despertar y por encima de los espejuelos observó  a los hombrecillos que tenía delante:
–¡Hmmm! Tal vez ustedes puedan ayudarme –dijo–. ¿Dónde queda la montaña más cercana?
–¿Montaña? ¿Por qué querría usted ir a las montañas con semejante frío? –preguntó Fi–. No muy lejos hallará el hotel “Marineris”. Tiene bar, piscina climatizada y…
–Vine a alzarme.
–¿A alzarse en una montaña? Querrá decir a escalarla –dijo Fo.
–No… quiero decir… Vengo a alzarme en armas. Fomentaré las guerrillas en Marte.
–¿Guerrillas? ¡Forrallonga! –maldijo Fi, y enfurruñó el pirlimplejo.
–¡Estamos perdidos!  –gimoteó Fo, y arrojó el triquitraque al suelo.
–La confrontación es inminente –dijo el viejo, enardecido–. La lucha de clases… y todo eso. Más temprano que tarde acabaré con los latifundistas, los oligarcas y los terroristas financieros que asolan…
–Si se refiere a los huesos desenterrados por los paleontólogos en Tharsis… –interrumpió Fo al viejo.
–Extintos –interrumpió Fi a Fo–; desde hace miles de millones de años. Además, con esa escopeta no le daría a un bramontono a tres pasos.
–¿De qué hablan? –Esta vez la mirada del viejo era fulminante–. ¿Niegan que haya oligarcas y ese tipo de cosas aquí? ¡Hmmm! –se rascó el cogote–. Pero convendrán en que al menos existe alguna manifestación de la explotación del hom… del marciano por el marciano, ¿cierto?
–Aquí lo único que explotan son los pedos de Fo –dijo Fi, y largó una sonora carcajada.
Convencido el viejo de que razonar con los marcianos sería inútil, dijo por fin:
–Como gusten. Sólo indíquenme el camino para llegar a la montaña.
–Después de sortear aquella duna –le explicó Fi–, camine noventa millas rumbo norte y encontrará su montaña.
–¿Al norte? ¡Hmmm! Eso ya es un comienzo –dijo el viejo y echó a andar.
Cuando alcanzó  la cima de la duna, trastabilló y recorrió el trayecto de bajada sobre sus nalgas. Se incorporó con trabajo, se sacudió  el polvo rojizo del traje verde y prosiguió su avance, apoyado en su escopeta. Pronto se perdió en la distancia, mascullando algo entre el tabaco y los dientes.
–¡Perdidos, perdidos! –sollozó Fo, y pisoteó la pancarta.
–¡Tranquilízate Fo! –dijo Fi–. Jamás llegará a su destino. Oí rumores de que una aberración del espacio-tiempo se ha instaurado en el Sistema Solar. Ya ningún planeta tiene norte debido a su forma de mango.

viernes, 28 de octubre de 2011

El árbol - Claudio G. del Castillo


Para celebrar la Navidad como lo exigía el pueblo (“¡Basta de mármol!”, clamaba), a mediados de año el previsor gobernante envió emisarios a los cinco continentes. La búsqueda abarcó museos, favelas, basureros, almacenes, naufragios…
Meses después, los emisarios despacharon hacia su país natal las naves con lo que malamente habían encontrado: puertas coloniales, cartones mohosos, sillas desvencijadas, no más de cien lápices, un mástil partido en dos…
Entonces tocó el turno a los artistas, pues artistas habrían de ser para ensamblar aquel galimatías.
Durante semanas consultaron a los sabios y se nutrieron de lo más antiguo de la tradición oral. Y sólo cuando estuvieron muy seguros aserraron, cotejaron, clavaron, encolaron… Hasta que llegó el día en que pudieron jactarse de la obra terminada. En verdad era magnífica, así que la Iglesia dio el Visto Bueno y el gobernante aprobó el presupuesto para los regalos.
Por fin, el 25 de diciembre de 2200, el pueblo se reunió en la plaza y a la sombra de un abeto de madera tuvo su Navidad.

martes, 26 de julio de 2011

Cuando saltó, la Tierra todavía… - Claudio G. del Castillo


En la sala de su apartamento, Evaristo no ocultaba la impaciencia por estrenar su máquina del tiempo, recién adquirida en una tienda minorista gestionada por la Chronos Research Corp. Había ensamblado ya los diferentes módulos y se encontraba instalado en el asiento previsto para el timeliner, cuando su amigo Vitico le hizo notar (mientras hojeaba el manual de usuario) que faltaba el “Compensador de Deriva Tetradimensional”.
–La garantía de cortesía aclara –añadió, haciendo una mueca– que la propiedad intrínseca del producto les impide establecer un período de reclamación sin arriesgarse a una estafa… Estás frito.
Evaristo se limitó a encogerse de hombros:
–¡Bah! En realidad el CDT no lo “añadí al carrito” exprofeso. Si mediante aquel dial puedo ajustar la fecha y la hora del salto; y si estas teclitas me sirven para introducir las coordenadas geográficas de destino, ¿para qué necesito ese módulo? Sería pagar por pagar.
–Cuando el manual lo menciona… –intentó argumentar Vitico.
–¡Qué ingenuo eres! Los de la Compañía lo incluyen para inflar artificialmente el precio de la máquina. Ellos asumen (no sin razón) que los clientes ignoran el intríngulis físico-matemático que sustenta su funcionamiento. Pero conmigo se jodieron ya que estudié el tema a conciencia en un folletín. El módulo de marras supuestamente toma en cuenta el Principio de Indeterminación de Angulus. Engaño vil pues ese principio es tan enrevesado y traído de los pelos, que sólo dos personas en el planeta pueden afirmar que lo comprenden: el propio Angulus y la madre que lo parió (física también la señora). ¿Cómo van a decirme entonces los pillos de la Chronos Research que lograron implementar con éxito ese tal CDT que soporta el PIA? De cualquier manera, no te angusties. Por ser mi primera vez daré un salto, en dirección al pasado, de tres minutos; ¿lugar?: esta misma sala. Ni un bobo se perdería. –Evaristo manipuló los controles–. Listo. ¡Enchufa, Vitico!
Tres minutos antes (y previo a su muerte), Evaristo fue testigo del inigualable espectáculo que ofrece la Tierra vista desde 3600 kilómetros de distancia.

miércoles, 22 de diciembre de 2010

DEFCON 1 - Claudio G. del Castillo


–¡Hip! ¡Hiiip!...
–Señor presidente, ¿es usted?
–¿Sí?... ¿Aló?...
–¡Señor presidente!
–Sí, hola, hola. El presidente norteamericano a la escucha. ¿Qué desea?
–Le habla el coronel Bates, del NORAD, señor.
–Ya lo sé; tengo identificador de llamadas, ¿o qué creía?
–Necesito autorización inmediata para declarar DEFCON 1, señor. Esto no es un simulacro. Necesaria autorización para DEFCON 1, ¡ASAP!
–¿Ahora qué pasó? ¿Es que no puedo irme de vacaciones sin que arruinen de mala manera un rascacielos, o engalanen con pelos y tripas las alambradas de la Zona Verde? ¡Por Dios!
–Señor presidente, los radares de vigilancia del SAC lo han confirmado: los rusos lanzaron una andanada de sus Topol-M con cabezas nucleares múltiples. Aún no hemos precisado dónde, pero en diez minutos tocarán el suelo de los Estados Unidos de América.
–¿Y qué quiere que haga? ¿No les aprobé aquel presupuesto para un escudo? ¡Despliéguenlo entonces y comprueben de una vez si resiste o no! A que resiste, ¿va? Quejicas
–¡El Escudo Antimisiles no es…! El escudo no estará operativo hasta el año próximo, señor. Actualmente procurar la intercepción de los Topol-M sería una quimera. La única alternativa: dé usted su consentimiento para ripostar con nuestros ICBM en pleno. Batiremos cada palmo del territorio ruso antes que los cabrones vacíen sus silos.
–¡Juaj! “Ripostar”, dice el hombre. “Batiremos cada palmo”, dice.
–¡Señor, sí, señor!
–Pues resulta, Bates, que atendiendo a una invitación del Primer Ministro, me encuentro de visita en el Kremlin. ¡Impresionantes las cúpulas de la catedral de San Basilio…! ¿Considera descabellado reproducir ese elemento arquitectónico bulboso en el Pentágono?
–¿Está solicitando en código su extracción de la zona hostil, señor presidente? Si afirmativo, despídase de mí con el más ecuánime “Adiós, Don Pepito” de que sea capaz, e ipso facto congelamos el tema Bin Laden y despachamos hacia allá un comando Delta. El mejor.
–¡Ni extracción ni el mismísimo Al-Qaeda en su salsa, coronel! No hablaría tan barato si estuviera en esta cena de recibimiento; con caviar, Voronov y todo lo que le cuelga;En fin, ¿cuál era su pedido?, ¿DEFCON 1? Concedido. Eso sí, de poco le valdrá pulsar el Botón por su cuenta. Siempre que vengo a Moscú echo en la maleta el Remoto Rojo; y ni bien vi su nombre en el móvil, me entró un no sé qué y apreté la teclita de Inhabilitar Sistema.
–Pero… señor presidente... las perspectivas a corto plazo del escenario estratégico-táctico no pueden ser más desfavorables. Usted es el Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas; deme siquiera una sugerencia.
–Y se la doy, claro que se la doy. Intente a como dé lugar ;(insisto, coronel Bates: a como dé lugar) sacudirse el “Don Pepito” que le endilgaron. Denota falta de carácter y no contribuye a elevar la moral del Ejército. Por lo demás, yo que usted saldría de la oficina a la chita callando y atraparía el primer helicóptero que me pasara por delante. Hace un momento un generalote alzó su copa y me pareció que brindaba por que “¡Kohetova splôtashvili Guachintoski!” –¡Hurraaa!– ¡Hip! ¡Hiiip!… ¿Aló?... ¿Aló?...

sábado, 31 de julio de 2010

Adivino - Claudio G. del Castillo


—¡De tu lengua pende tu vida, anciano! Contesta: ¿sería prudente enfrascarme en una campaña sangrienta para liberar a mi amantísima esposa de sus captores? —preguntó el visitante.
Tembló el decrépito augur, solicitó algunos datos al desconocido y los grabó en una tablilla de barro. Nervioso la colocó ante sí, fingió un trance y graznó:
—Avizoro tiempos de proezas inenarrables; ¡oh!, gran caudillo. Honrarás tu nombre zarandeando y vapuleando a los mejores héroes enemigos. Las murallas cederán y tu brazo invencible abrirá de par en par las puertas de la ciudadela. Victorioso recuperarás cuanto te pertenece.
Oprimió exaltado el guerrero la empuñadura de su espada.
—Me satisfacen tus palabras, sabio —bramó contento, e inició el mutis.
—Pero eso no es todo —se envalentonó el augur—. Las huestes griegas bajo tu mando removerán, agitarán, sacudirán, revolverán y batirán a los troyanos hasta su completo exterminio; glorificando una vez más tu nombre. Créeme y desaparecerá el escepticismo que ahora frunce tu ceño; ¡oh!, poderoso Remenéalos Despatarras.
El guerrero se acercó al augur y arrancó la tablilla de sus manos. De una ojeada encontró lo que buscaba y le mostró al anciano, con la punta de su arma, una línea de trazos inseguros:
—Mal. Te dije bien clarito “Rey Menelao, de Esparta”.

domingo, 30 de mayo de 2010

¡Hmmm! — Claudio G. del Castillo


Fu y Fa, turistas marcianos, deseaban conocer Nueva York. El choque con un pequeño asteroide desvió ligeramente la nave de su curso. Aterrizaron en medio de una plaza, junto a un blanco monumento. Cuando abrieron la escotilla supieron que estaban en problemas. Fu escudriñó el mapa y enfurruñó el pirlimplejo.
—Esa no es la Estatua de la Libertad —concluyó.
—¡Nos hemos perdido! —gimoteó Fa, y tiró la mochila al suelo.
Un viejo vestido de verde se les acercó:
—¿Son yanquis? —preguntó, mirando por encima de los espejuelos la gorra de camuflaje de Fu.
—Venimos de Marte —aclaró Fu.
—Buscan sol y playa, ¿no? —sonrió bonachón el viejo, a la par que paseaba un cabo de tabaco entre sus labios.
—¿Dónde estamos? —inquirió Fa a su interlocutor.
—¡Hmmm! Conque preguntillas, ¿eh? —murmuró este, suspicaz—. De forma general… diría que llegaron a las Antillas.
—¡Forrallonga! —maldijo Fu.
—Necesitamos orientación urgentemente, el hotel cuesta un ojánculo y el tiempo corre —suplicó Fa.
—Geografía, terca geografía… —se palmeó el viejo la frente—. Si mal no recuerdo… Veamos… —se rascó el cogote—. Al sur está Jamaica; a la izquierda, o sea al oeste… creo que la península de Yucatán, y al este Haití… Sí, Haití.
—¿Y al norte? —preguntó Fa—. ¿Qué hay al norte?
—¿Al norte? ¡Hmmm! —el viejo vestido de verde se ajustó los espejuelos con el dedo índice—. Al noreste están las Bahamas. ¡No tenemos norte! —dijo, lanzó un escupitajo y siguió su camino, mascullando algo entre el tabaco y los dientes.
—¡Forrallonga! —maldijo Fu.
—¡Perdidos, perdidos! —sollozó Fa, y pisoteó sus gafas.
—Debe ser una aberración del espacio—tiempo —especuló Fu—. Ascendamos nuevamente y echemos un vistazo. Presiento que pasamos la Tierra: este planeta tiene forma de mango.

sábado, 26 de diciembre de 2009

Alien - Claudio G. del Castillo



Del pobre viejo decían que era un extraterrestre; que a pesar de vivir en la Tierra durante años, aún se comportaba de manera singular para ganarse el sustento. Por supuesto, yo no creía una sola palabra de tales historias. Sin embargo, un día lo vi en el parque en una postura inusual y, aguijoneado por la curiosidad, me le acerqué:
—Buenas tardes.
—No moleste: estoy moñingando —dijo sin inmutarse—. Y córrase a un lado que me espanta la clientela.
Debo admitir que, por más que lo observaba, no lograba comprender qué estaba haciendo ni cómo.
—No me tome el pelo. Y, ¡por Dios!, déjese de bobadas que se va a partir la espalda.
—En Marte quizás. Moñingar aquí es mucho más fácil —aseguró.
—Pero… ¿De qué habla? ¿Qué es moñingar?
—¿Para qué explicarle? —gruñó exasperado—. Jamás lo entendería.
Yo estaba apurado, así que decidí presionarlo. Paseando tres billetes de a cinco frente a sus ojos, le dije:
—Si me enseña a moñingar, son suyos.
—No sea estúpido. Aunque usted lo intente, no podrá.
—¡Pues váyase a la mierda! —exploté por fin.
—¡Y usted a ñatuflarse la grufa! Pero qué digo —farfulló—, si tampoco podría.
Discretamente me escurrí entre la multitud que se agolpaba, convencido de no querer saber qué era aquello.