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miércoles, 18 de noviembre de 2009

Enfermedad - Sofía Ríos



Helena solía balancearse en las hamacas de la plaza del pueblo donde había nacido. Era un lugar tranquilo y sus días así se pasaban. Sus cabellos color avellana, sin brillo, y sin cepillo, se iban con el viento. Y su piel rosada perdía todo rasgo de rojo. Sus huesos esponjosos ya no caminaban, volaban. Volaban aún cuando Helena más necesitaba estar en tierra.
Un día, Helena encontró una bandana blanca; "como la paz", decía. Jugaba con esa bandana, pero no se atrevía a ponérsela; tan sólo imaginaba que el retazo de tela era una paloma, que la venía a buscar y no sé qué otras cosas.
Pero también se miraba al espejo. Ponía la bandana contra su piel y lo podía notar. Ambas se regalaron su color, lo intercambiaron. Así la bandana fue algo rosada, mientras su piel palidecía, hasta encontrarse nívea.
Y una vez, cuando todo proceso de intercambio cromático hubo acabado, Helena se descubrió desnuda ante el mundo. Y su cabeza era como una esfera de nieve, de seda. Y la intentó cubrir con la bandana. Por un rato.