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sábado, 7 de febrero de 2009

Autopsia - Javier Alfaro Martínez


No respiraba, no tenía pulso, no había latidos. Los paramédicos lo declararon muerto. Llegaron los forenses para recoger el cuerpo inerte que yacía en el pavimento. Nadie lo identificó, así que lo trasladaron a la morgue como desconocido. 
Cuando era un infante, el médico diagnosticó catalepsia, una enfermedad que producía un estado de muerte aparente. Nunca pudo hacer una vida normal, siempre estuvo bajo los cuidados de un familiar o de una enfermera. 
Un día, después de muchos años, rompió esa rutina. Salió con la intención de pasear por la ciudad sin compañía alguna. Tenía tiempo de no haber caído en un estado cataléptico.
Caminaba por las calles disfrutando de la gran metrópoli, cuando de pronto perdió el sentido. Después de muchas horas en estado de inconsciencia, un fuerte dolor lo hizo despertar en forma súbita... sólo para advertir con horror que tenía los intestinos fuera del cuerpo, había sangre por todos lados y un hombre de bata azul con un barbijo que impávido sostenía con sus manos enguantadas una especie de cuchillos. 
Volvió a perder el sentido… pero esta vez para no recobrarlo jamás.

martes, 3 de febrero de 2009

Avaricia - Javier Alfaro Martínez


Recuerdo a ese hombre. Era muy carismático, con una capacidad extraordinaria para contar historias y formular aforismos. Su filosofía influía a muchos. Lo sedujeron para que se metiera en las cuestiones políticas y económicas del estado, lo incitaron para que despojara a los comerciantes del templo, desafiara la jerarquía sacerdotal y al Imperio. Le hicieron creer que liberaría el pueblo de la inmundicia y que instauraría un nuevo reino.
Se convirtió en un perseguido. Lo apresaron y fue condenado a muerte. Véanlo ahora en el madero, desangrándose en vida, pensando que de él cuelga la salvación del mundo. Y vean también a aquella mujer de Magdala con sus doce cómplices, los incitadores y culpables de esta ejecución dolorosa. Piensan aprovechar su masiva popularidad, creando una religión con la  ideología de ese joven filosofo. Se frotan la manos, saben que esta situación les dará poder y riqueza a ellos y a sus descendientes por muchos años, quizás siglos. 

lunes, 5 de enero de 2009

Vísperas de 2012 - Javier Alfaro Martínez


A la entrada del paraíso, junto a un enorme y polvoriento portal. El apóstol Pedro discutía con el primer hombre sobre la faz de la tierra.
–¿Adónde cree que va, padre Adán?  –le dijo Pedro con voz firme–. Sabe bien que no puede entrar aquí.
–Quiero hablar con el creador –contestó Adán–. Ya me cansé de ser un errante y ansió regresar a la gran Mesopotamia.
–Eso no puede ser  –replicó Pedro–. Hace cerca de dos mil años que se fue y nadie sabe nada de él. Ahora está al mando del reino un clon suyo llamado Jesús.
–Pues entonces hazme pasar con el tal Jesús –le dijo Adán con arrogancia.
Respondió molesto Pedro. –Tampoco puede ser posible. Está ocupado preparándose para el juicio final. Es hora de juzgar a vivos y muertos. A todos aquellos que desobedecieron las divinas leyes los llevarán a una región etérica, donde serán consumidos por el eterno fuego de la justicia. Y usted, estimado progenitor, está en esa lista –concluyó el apóstol. 

martes, 23 de diciembre de 2008

Iniciados - Javier Alfaro Martínez


Cierto día, un adolescente se encontraba sentado en la banca de un parque. Entre sus manos sostenía un cráneo humano mientras observaba a un muchacho casi de su misma edad, que sentado a la sombra de un árbol escribía algún articulo, carta o algo parecido. Después de pensarlo un buen rato, por fin decidió acercársele para invitarlo a jugar.
—Que tal, soy Emil Cioran. ¿Cómo te llamas tú?
—Hola, me llamo Albert Camus.
—¿Eres extranjero? —preguntó inmediatamente Cioran.
—Así es, soy de nacionalidad francesa —contestó Camus.
—¿Juegas fútbol? —volvió a inquirir Cioran.
—¿Con el cráneo?, ¿no es demasiado fúnebre jugar con eso? —repuso Camus—. El fútbol, es todo lo contrario. Es alegría, júbilo y entusiasmo, es simplemente poesía colectiva.
 —¡Lo único fúnebre de esta situación somos nosotros y aquel anciano que yace inerte en aquella banca! —comentó Cioran.
—Eres un pesimista —murmuró Camus con fastidio.
—Y tú absurdo —replicó Cioran irritado y con ironía—. Mejor invitaré a jugar al senil hombre.
—Déjalo en paz —dijo Camus con aplomo.
—¿Lo conoces? —cuestionó intrigado Cioran.
—Se llama Friedrich, es un filósofo alemán y está muerto —aclaró Camus—. Lo que ves es sólo su alma perpetua que no alcanzó ni alcanzará el eterno descanso. Por la aparente osadía de creer ser un superhombre e intentar asesinar a Dios.
—Mejor me voy, eres demasiado incongruente —recalcó Cioran 
—Y tu demasiado incrédulo, adiós —se despidió Camus muy molesto poniendo fin a la conversación.

domingo, 7 de diciembre de 2008

Acontecimientos inusuales – Javier Alfaro Martínez


Cada mañana, al levantarme, se repetía el mismo suceso. Un libro aparecía fuera de su lugar en mi pequeña biblioteca personal: “La metamorfosis” de Franz Kafka. Me lo cuestione en muchas ocasiones, ¿quién lo movía por la noche? Pero con el tiempo llegué a verlo como algo normal y rutinario.
Y así fue durante algunos meses. Hasta que un día el ejemplar apareció tirado en el piso. Cuando me acerqué a recogerlo observé atónito que una especie de coleóptero se escondía debajo del librero. Sentir que me miraba fijamente fue patético. Aunque más patética fue mi locura al pensar que se trataba del joven Gregorio Samsa. 
Por muchos días le proveí de alimento y agua antes de irme a trabajar. Cuando regresaba a casa, el enorme escarabajo se asomaba, me miraba con agradecimiento y se volvía a ocultar. Pero una noche, al llegar de mi jornada laboral, no se asomó. Lo busqué por todos lados sin encontrarlo. Había desparecido, al igual que la obra de Kafka. 
Traté de ser realista y razonable. Pensé que se trataba de un caso de psiquiatría. Pero al siguiente día, al salir de mi hogar, se me acercó un joven de aspecto raro. Me regreso mi libro, agradeció mi tolerancia y relativismo. Luego comenzó alejarse agitando, para despedirse, uno de sus cuatro brazos.

miércoles, 5 de noviembre de 2008

El indigente - Javier Alfaro Martínez


Una madrugada, durante el trayecto de mi casa al trabajo, al pasar el taxi en el que viajaba por una esquina de una calle a penas alumbrada, visualice a una mujer que vestía en forma atrevida pero con cierta elegancia. Por la manera en que estaba parada daba a pensar que se dedicaba a dar servicios sexuales, pero se veía tan refinada que me hizo recordar a las hetarias, esas cortesanas griegas que gozaban de privilegiada educación y nivel social y proporcionaban placer al estilo de las geishas japonesas. Al recorrer con la vista su bien
proporcionada silueta, coincidió su mirada con la mía; fue un instante pero quedé prendado de ella desde ese momento.
La volví a ver a la mañana siguiente. Nuevamente nuestras miradas se cruzaron pero esta vez me obsequio una sonrisa que me hizo perder la noción de la realidad. 
En los días posteriores no la vi. Tal vez estaba en servicio, o tal vez no tuvo ganas de salir a proporcionar placer, o tal vez estaba enferma, ¡eso fue lo que pensé, pero los días transcurrieron y no volvió a parecer. Deje de ir a trabajar por quedarme cerca de esa esquina para ver si en algún momento del día aparecía, pero eso no sucedió.
De hecho no recuerdo cuando fue la última vez que fui a mi casa, ni cuando tuve mi último aseo personal, ni cuando fue la última vez que probé un alimento en buen estado; ahora sólo miro inerte a las personas pasar por esa esquina arrojándome unas cuantas monedas o algún sobrante de comida…