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martes, 9 de agosto de 2011

Eso era - Manuel Pérez Báñez


Esa mañana las aguas andaban revueltas y, sin embargo, todo parecía suponer que era una mañana como todas las mañanas en su pequeño mundo. Algo no iba bien, algo que en su húmeda e incipiente conciencia no sabía materializar pero que —eso sí— le hacía suponer que tras ese preciso instante, todas las mañanas de todos los días de todos los escasos años de su vida iban a parecer como transcurridos en un oscuro túnel, una especie de limbo, un líquido amniótico en el que flotó privado de memoria desde el preciso instante de haber nacido. Eso era...
Hasta entonces, su plácida y previsible existencia no admitía incertidumbres. Estaba allí, no sabía ni de dónde ni cómo había llegado. Ni siquiera sabía si había nacido allí, ni tampoco la misma naturaleza o sentido de su existencia. Eso era...
Ahora, el cristal del pequeño acuario dejaba ver el mundo y empezó a sospechar que su centro debía estar en otro lugar atisbado allá en el horizonte, muy lejos del pequeño mundo de agua y de cristal que hasta entonces había sido su único y seguro lugar. Estaba confuso, como salido de un profundo hechizo, tal vez fruto de nadar incansable e hipnóticamente en círculos, ajeno a las lunas, a las mareas y las estaciones. Eso era. Unos ojos de cristal que veían como su, hasta ahora único mundo, era una gota de agua que nunca llegaría a ser océano. Pudo llorar y tal vez lo hiciera. Eso era o tal vez fui: un pez llamado deseo.

jueves, 26 de agosto de 2010

El pozo sin fondo - Manuel Pérez Báñez


De pequeño soñaba con descubrir los grandes misterios del mundo. Recordando que una vez siendo niño (en el "fondo" lo seguía siendo) arrojó una piedra al fondo de un oscuro pozo y no llegando a escuchar durante horas y horas el ruido del impacto, dedujo con toda la lógica del mundo que el pozo atravesaría la tierra de cabo a rabo. Siendo un científico célebre y longevo volvió a aquel pozo de su infancia y se preparó para el viaje final de su vida: reposar en el centro de la Tierra.
Daba por supuesto de que el pozo estaría lleno de aire y que la caída no sería tan brusca puesto que una vez que el cuerpo alcanzara una cierta y calculada velocidad terminal, la resistencia del aire le impediría seguir acelerando. La inercia le haría atravesar el punto central del gigantesco túnel terráqueo, superarlo y seguir cayendo (o ascendiendo , pensaba él, si alguien lo intentara desde el Polo Sur). Dedujo además que el punto en el que se detendría para volver a caer hacia el centro del planeta sería cada vez más cercano a éste. Finalmente, estaba convencido de que quedaría en ingrávido y perpetuo reposo en el centro de la Tierra (al menos hasta que a otro iluminado se le ocurriese saltar al pozo). Era su sueño. En las crónicas del lugar hablaron de suicidio… lo cierto es que nunca apareció su cuerpo.

martes, 24 de agosto de 2010

No pudo ser - Manuel Pérez Báñez


Todo esfuerzo fue en vano. Aquel inesperado e insignificante montículo de arena dejado por la rodada se antojaba una montaña para él. Un instinto animal lo empujaba a cruzar el carril bajo el implacable sol del mediodía pero cuando casi conseguía alcanzar un mínimo ascenso, su peso lo hacía caer rodando una y otra vez, aferrándose inútilmente a la resbaladiza arena y haciendo que el montículo fuera perdiendo altura a cada intento. A priori se le allanaba el camino, pero sus fuerzas estaban al límite ya que tenía que invertir un sobrehumano esfuerzo en voltearse sobre sus quitinosas extremidades cada vez que se desplomaba. Ya casi lo había logrado. Tanto esfuerzo y tanta arena desmoronada había hecho desaparecer prácticamente el montículo. Sólo tenía que salvar unos miserables y despejados treinta centímetros de arena para alcanzar la gloria del otro lado. El mismo vehículo que había formado el montículo pasaba de vuelta. No pudo ser.