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sábado, 1 de junio de 2013

Mosquita muerta - Alejandro Hugo González


Con esa cara de mosquita muerta lo empezó a seducir en mis narices (ella era amiga mía) desde el momento mismo en que los presenté. Con esa cara de mosquita muerta, viendo que él no tenía ojos más que para mí, comenzó a recurrir a esas argucias que tan bien conocía ella: velas rojas, brebajes, invocaciones. Con esa cara de mosquita muerta, al ver que ni con su magia lo tendría, se las ingenió para venir un día a visitarnos, cerrar por dentro todas las puertas y ventanas y disparar finalmente sobre él ante mis ojos aterrorizados. Con esa cara de mosquita muerta con la que ahora me hace burla desde el piso, en esta habitación hermética, sellada, donde los investigadores, pese a mis llantos y a mis juramentos, no encuentran más que el cuerpo, aún tibio, tendido sobre el sofá, mi mano en la pistola y una casi invisible mosca muerta a la que nadie, salvo yo, presta atención.

Sobre el autor: Alejandro Hugo González

jueves, 10 de enero de 2013

Hay que sacarlo todo afuera - Alejandro Hugo González


Como la primavera.
No contarle, por ejemplo, a tía Lala que tío Coco quería a tía Pancha, pero que se casó con ella por conveniencia. Quién pudiera.
No contarle, por ejemplo, a primo Tuto que él no es hijo de tía Lala y tío Coco, sino de tía Lala y tío Pepe. Quién pudiera.
No contarle, por ejemplo, a tío Coco, que ya se ha enterado antes por primo Tuto y anda por el patio buscando a tía Lala. Quién pudiera.
Pero no, no se puede, es imposible. Hay que sacarlo todo afuera.
A tía Lala, primero, que está muerta. Un cuchillazo en medio del corazón. Sacarla afuera.
A primo Tuto, después, que está muertito. Un balazo en el medio de la frente. Sacarlo afuera.
A tío Pepe, que por casualidad vino a visitarnos hoy, y que también acaba de morir. Veneno en las masitas hojaldradas. Sacarlo afuera.
Quién pudiera callar, ay, quién pudiera. Como que me llamo tío Coco.
Parece que me buscan. Y hay que sacarme afuera.

Sobre el autor: Alejandro Hugo González

sábado, 8 de octubre de 2011

Las sillas - Alejandro Hugo González


En mi living hay seis sillas. Una de ellas, irrevocablemente, acarrea la muerte de quien la ocupe.
El problema es que en esto no hay certezas: la condición letal transmigra día a día de una a otra silla. Nunca es posible saber exactamente cuáles serán las cinco inofensivas, cuál la que alivie de la existencia a un nuevo amigo.
Desde hace años he optado por ubicarme en un sofá. Mis amigos, escépticos o arriesgados, se sientan prolijamente en torno a la gran mesa y charlan mientras todos esperamos.
La muerte nunca es súbita; siempre es inevitable. Cuando uno de ellos empieza a transpirar, todos sabemos ya quién morirá. A veces la agonía dura algunos segundos; otras, un día entero.
Así hemos ido pasando nuestras vidas, disfrutando de esta costumbre inhabitual. El número de mis amistades, que solía ser casi ilimitado, ha ido mermando considerablemente con el tiempo.
Me produce una razonable desazón imaginar el día en que haya quedado solo y deba, por lo tanto, dar mi propio espectáculo ante mí: showman y espectador en uno solo. Pero más me preocupa una posibilidad: no acertar con la silla que me dará la muerte.
Y es mucho peor que la vida y que la muerte imaginarme girando hora tras hora en esa especie de infierno circular.

lunes, 12 de septiembre de 2011

La descontenta - Alejandro González Foerster


Nunca hubiera esperado que fuera así.
Cuando una es joven y está en busca del amor, desvelada y ansiosamente lo inquiere en cada gesto y en cada circunstancia, cree -o, mejor dicho, cree saber- que cuando haya llegado, cuando haya al fin llegado, nada habrá que se le pueda parecer, y que ante su presencia el alma de una se encenderá como una hoguera.
Sueño descabellado, ilusión vana fruto de mi estúpido romanticismo adolescente. Ahora que por fin me he unido a él la rutina envenena cada instante y su indiferencia hiere mi corazón como una lanza. Mi sueño ha muerto irremediablemente.
Pero no le va a resultar así de fácil. Atada a él para siempre, como estoy, el día que por fin lo pueda ver tendrá que responder por mi ilusión.
Mi pequeña venganza, mi único consuelo mientras paseo triste por el huerto bajo la mirada entre curiosa y preocupada de la Madre Superiora.