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jueves, 13 de enero de 2011

La risa de los mutantes - Georges Bormand


Conseguimos irnos y alcanzar la estación espacial. No era posible permanecer en la Tierra, demasiado contaminada, insoportable. Ya no lográbamos sintetizar los alimentos necesarios, los filtros de aire daban demasiados signos de desfallecimiento, y el agua, a pesar de todos métodos de purificación, seguía cargada de metales pesados, bacterias y virus patógenos.
Pero no podré olvidar que otros consiguieron adaptarse; no dejamos la Tierra muerta, deshabitada, sino la dejamos a estos mutantes que aparecieron entre los relegados, fuera de ciudades, y que también habrían aparecido en las ciudades gracias a la vigilancia ineficaz de los Guardianes de la Humanidad. Nora y yo debimos renunciar a tener descendancia, después de dos nacimientos de mutantes: nuestros genes estaban infectados; estuvimos a punto de ser expulsados, y no habríamos sobrevivido una hora fuera de ciudad.
Los mutantes, que sobrevivieron a las expediciones de exterminio enviadas por los Guardianes, se reían viéndonos partir. Aunque verdaderamente no los oí, porque el ruido del exterior no penetraba en nuestros vehículos, lo imagino después de haberlos visto. Resuena en mi cabeza, más fuerte que la explosión que destruyó la ciudad que no íbamos a dejarles, aunque permanece en mis sueños cada vez que trato de dormir. Y lo oigo cada vez que visualizo la Tierra en las pantallas de la estación.
No sé cuánto tiempo de supervivencia habremos ganado alcanzando la estación. Pero sé que se seguirán riendo después de que el último de nosotros haya muerto.

martes, 11 de enero de 2011

Spacey-noises - Georges Bormand


¿Quien ha dicho que en el espacio no se oye ningún sonido? Es cierto para uno que esta en el vacío, seguro, pero no lo es dentro de una nave espacial. Cuando la nave corre a miles de kilómetros por segundo, el frotamiento en las paredes de las moléculas de hidrogeno es suficiente para producir un silbido permanente que resuena en toda la nave.
Y el sonido se hace más agudo cada vez que la nave acelera; sin contar los encuentros con nubes más o menos densas de gases o de átomos variados. Es una música lancinante. ¿Quizás es, en cierto modo, la música de las esferas que había prometido Huyghens?
Algunos astronautas no la soportan y la esconden bajo música o sus grabaciones preferidas; pero a mi me gusta, es la música de mis viajes; cuando no estoy en vuelo, la echo mucho de menos. El menor cambio de tono o de amplitud me despierta del sueño más profundo.
He grabado algunos minutos de los sonidos más bellos (a mi entender), así como imágenes de las pantallas de control de la nave asociadas con estos sonidos.
Cuando se los muestro, algunos se compadecen de mi: —¿Cómo soporta tal jaleo durante un vuelo entero?
Yo los compadezco a ellos que no saben cómo reconocer lo bello. Pobres.
Se debe decir, en rigor a la verdad, que el vuelo en cual grabé estos sonidos no fue un vuelo muy fácil; el cohete rozó un asteroide muy grande; cuando digo rozó… pasó a unos diez kilómetros del asteroide; pero, a diez kilómetros de distancia del corazón rocoso, la concentración de moléculas gaseosas era ya cien veces mayor que en el vacío “absoluto” y el concierto debido a la metralla golpeando las paredes de la nave fue proporcionalmente acrecentado. Con todo, contando las maniobras para evitar el asteroide cuando había sido descubierto y las necesarias para corregir la trayectoria compensando ambas desviaciones, la de evitar el asteroide y la debida a su atracción, tuve que trabajar como un loco durante horas, por lo que la grabación también me recuerda cuanta prudencia se necesita en cada vuelo.
Pero ya es hora de dedicarme al manejo de la nave, antes de que ocurra un accidente mientras estoy hablando...