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sábado, 22 de noviembre de 2014

Día de locura - Paula Duncan



                            


María estaba agotada, sentía un tembladeral en su cabeza, el día había sido realmente agotador, tantas situaciones en la que entraba y salía, su vida últimamente se había convertido en una comedia de puertas; cada vez que abría o cerraba una, la siguiente estaba esperándola.
Comió liviano, se sirvió un una taza de valeriana para tranquilizarse y dormir pero fue en vano, eligió un libro, apagó las luces solo dejando la lámpara del sillón y se sentó a leer, tenía en sus manos un volumen de aventuras, esas que tanto le gustaban de adolescente, con personajes fantásticos y lugares exóticos; justo lo que necesitaba para escapar de esa realidad demasiado concreta y aburrida.

El té fue haciendo su efecto y ya no pudo seguir, cerró por un instante los ojos y sintió como los personajes se escapaban del libro, se incorporó de golpe y vio la sombra de ellos caminando por la pared del frente; de pronto estaba en otro mundo, con otros colores y otros aromas que daban martillazos de luz en su cerebro.
Tomó su cartera que había dejado en el suelo para buscar los lentes y cuando la abrió un duende con una pierna casi separada de su pequeño cuerpo le pidió ayuda. Lo sentó sobre el libro, buscó cinta adhesiva y lo compuso, él le agradeció y salió corriendo.
Ella pensó “debo tranquilizarme o me volveré loca, seguro es estrés, no puedo estar viendo los personajes del libro paseando por mi pared...,¿o sí? ¿por qué no?”; necesitó un vaso de agua bien fría, la garganta le estallaba, sentía miles de pequeñas agujas de fuego en ella. Al ir a la cocina descubrió que en el espejo del pasillo había un hombre, que le sonrió encantadoramente, no sintió miedo sino curiosidad.
Fue a la heladera, bebió agua y volvió; al pasar nuevamente por el pasillo el caballero en cuestión seguía ahí, sonriéndole, detrás de él un universo infinito de puertas diversas se extendía hacia el horizonte, parecía que la estaba invitando extendiendo su mano; ella, aunque con algo de miedo, pegó la suya al cristal y éste se hizo permeable, estaba decidida a pasar del otro lado y en ese preciso instante un ruido fuerte la distrajo. 

Volvió al living, la habitación parecía haber implosionado sin perder su estructura. El libro estaba cerrado sobre la mesa al lado de la lámpara junto a su taza de té vacía; el duende se había convertido en un pequeño adorno verde, los personajes ya no andaban en la pared, probablemente habían vuelto al libro, todo estaba en orden; volvió rápido al pasillo, el caballero ya no estaba; de este lado, justo debajo del espejo, como si lo hubieran dejado desde el otro lado, un ramito de jazmines.
Apagó todas las luces y se fue a dormir, se sentía bien. Antes de meterse en su cama se dijo “ojalá mañana sea un día algo más tranquilo” y se durmió, con el aroma de los jazmines inundando su cuarto.



Acerca de la autora: Paula Duncan 

jueves, 4 de septiembre de 2014

Trágico - Paula Duncan


Sube al tren, se sienta y con los ojos cerrados piensa, ¿me estará esperando?
Una vez a la semana; ella se escapa: de la rutina, de su casa, del trabajo, y marcha a verlo, no importa la distancia, en el viaje sueña, con sus besos, con su piel y su mirada, porque cuando se cruzan sus ojos; miles de estrellas estallan, verde esmeralda la suya, la de él, de noche clara, siempre encendida, sus ojos son dos brasas que desatan los deseos, cuando sus brazos entrelazan, y comienzan a besarse …, por la ventanilla, ve como la tarde pasa, sabe que antes del amanecer, el sueño se acabara, y cual cenicienta deberá volver a su casa, con el aroma de él, aun pegado a su espalda y deberá parecer que nunca a pasado nada, poco habla, poco dice, esquiva la mirada, hay que trabajar; y en eso esta concentrada, pero en su interior hay recuerdos apilados, esos que nos da el amor después de haberlo dejado y su corazón se escapa, y corre por los tejados, y en un golpe de brisa, vuelve a estar a su lado, y así tan distraída la calle va cruzando.
¡Detente! Gritan a voces los que caminando marchan, piensa un momento, y mira sin ver para los dos lados. ¡No cruces!, pero ella con él esta hablando, y no escucha los frenos, ni sabrá lo que la ha golpeado, sólo sabe que por fin, no deberá marcharse jamás de su lado...

Sobre la autora:  Paula Duncan

jueves, 7 de agosto de 2014

El mar - Paula Duncan




Ella no conocía el mar, no sabía de su inmensidad, de su color, de su aroma, sólo conocía su sonido, lo tenia guardado en un enorme caracol, que le regaló un amigo al regreso de sus vacaciones en la Villa; lugar al que ella anhelaba ir con toda su alma.

Escuchaba anécdotas de guitarreadas en la playa de amores efímeros y amistades para toda la vida, y sentía que caminaba entre los médanos, bajo los rayos un sol abrasador; podía sentir el movimiento de las olas mojando sus pies, la espuma salpicando de pequeñas burbujas su cara, el perfume de sal metiéndose en el cuerpo por cada uno de sus poros.

Pasó la adolescencia deseando, muchas cosas; la vida no fue generosa con ella, muchas veces tenía lo mínimo indispensable para sobrevivir; pero ella deseaba ver el mar, no en una lámina ni en el cine, quería conocerlo en persona.

Por mucho tiempo tuvo que conformarse durmiendo con su gran caracol al lado del oído, y escuchar de amores en la playa con música de guitarra.

LLegó el tan ansiado momento, casi con lo justo para ir, volver y una merienda escasa se subió a un micro de segunda categoría lleno de valijas bolsos, paquetes, niños inquietos y bebés llorando nada le importaba ella era feliz esperando el ansiado encuentro…

En el viaje entablo conversación con un joven de su edad o un poco más, y se asombraron al ver que ambos iban en pos del mismo sueño, y que les costó mucho conseguirlo, días de ahorrar monedas privándose de algo en hogares donde todo faltaba; al rato de estar charlando parecían conocerse de años y planearon pasar el día juntos y a última hora emprender el regreso a su cotidianidad gris y plana

De madrugada cuando todo el pasaje parecía dormido, ellos comían caramelos para engañar al estómago vacío desde hacía muchas horas; se sabían cerca de su sueño, faltaba una hora escasa…

Una frenada brusca los sobresaltó, miraron a su alrededor algunos ni se despertaron, otros gritaban asustados hasta que el chofer los calmó diciendo que no pasaba nada solo debían esperar para reanudar la marcha.

Ellos, sin equipaje decidieron caminar; ya podían divisar la playa, el amanecer pintaba colores en sus ojos

La inmensidad del mar apareció detrás de un médano y se desplegó ante ellos en toda su magnificencia, la mirada no alcanzaba ante tanta desmesura, se sintieron pequeños ante semejante paisaje, jugaron se mojaron, se tiraron en la arena, almorzaron frugalmente y cuando caía la tarde se sentaron en unas rocas con los pies en el agua; el sacó su vieja guitarra y muy juntos recordaron viejas canciones de amores de verano, no se dieron cuenta pero tenían varios espectadores, algunos entre las pequeñas olas, otros en los granos de arena y también sobre las rocas, estaban cuidandolos, para que llegaran bien al viaje, y entre el rumor del mar y la música se olvidaron que tenían que volver a una vida angustiosa; ya ni el hambre molestaba y se fueron quedando dormidos abrazados…

Un señor ejecutivo de una gran empresa se dispone a desayunar antes de comenzar la jornada, entra el mayordomo y después de darle los buenos día le alcanza los diarios de la mañana; hay muchos; de informacion general, de finanzas, en varios idiomas y debajo de todos, un humilde periódico local al que decide no prestarle atención, sus negocios no están ahí, lo descarta y llega al piso con la primera plana hacia arriba, en ella una foto de dos adolescentes con un epígrafe: fueron hallados muertos abrazados en la orilla del mar, después de salvarse de un trágico accidente en la ruta…


Acerca de la autora:  Paula Duncan

jueves, 3 de julio de 2014

Una aventura peculiar - Stella Maris Rojas (Paula Duncan)


Se decide a partir a escaparse a desaparecer, a buscar una esperanza.
Hace muchos días sin noches que el sol quema la tierra. Ya casi no queda vestigio de nada.
Decide marcharse y durante años recorre montañas, valles desérticos, cauces vacios.
Solo tiene algo en mente y nada ni nadie podrá quitárselo, lleva un sueño apretado en sus manos agrietadas y el corazón palpitante, aunque cada vez late con menos fuerzas.
Es todavía joven pero ya no tan fuerte; en su morral, sus tesoros algunas frutas algo de ropa, y el mas importante una lata con el elemento mas valioso y que esta dispuesto a defender con su propia vida.
Camina y camina el sol abrasador lastima sus ojos y su piel; casi no hay lugar donde guarecerse de sus rayos solo encuentra a su paso desechos achicharrados de arboles, casas y también algunos cadáveres calcinados por el calor, seres humanos, mascotas, ganado.
En alguna oportunidad se cruza con otros caminantes, todos se miran con desconfianza; la solidaridad y el respeto han desaparecido junto con los pueblos las cosechas y los animales.
Algunas veces duda, no sabe si va en la dirección correcta, el resplandor del sol enceguece al golpear contra cualquier objeto y ya casi no ve ansía con toda su alma un momento de oscuridad, para descansar sus ojos y su mente afiebrada.
Días o meses después se encuentra en una bifurcación del camino el calor y luz es tan fuerte que lo ciega como la mas negra noche, se deja envolver en ella y cae al costado del camino sin saber que decisión tomar; se duerme agitado por la fiebre y sueña con otro mundo con otra vida que ya no sabe si es real o no pero puede sentir el placer de la lluvia empapándolo de un atardecer exquisito, con la mitad del cielo aun claro y algunas estrella colgando del terciopelo azul como joyas en un gran alhajero, se piensa tomando agua fresca y el placer lo transporta directamente al paraíso.
Pero se despierta y comienza a caminar; hacia cualquier lado sin siquiera pensar su elección, al tiempo de estar caminando se le acerca una joven harapienta, su belleza se nota aun en la mísera apariencia tiene una larga cabellera oscura y unos ojos negros demasiado grandes en su carita famélica, y le dice: "¿puedo caminar a tu lado? Juro que no te molestare; es que tengo mucho miedo".
Y así siguen juntos en la aventura acompañándose, casi sin hablar pero cada uno confiando en el otro sin saber porqué.
No pueden medir el tiempo que llevan juntos; no hay nada que corte el inmenso calor y la claridad pero ya están agotados casi al limite de sus escasas fuerzas, sienten que lentamente ellos también van desapareciendo e intuyen un futuro espantoso.
Llegan al borde de una pequeña cadena montañosa, no saben si la energía les alcanzara para atravesarla, pero el deseo enorme de saber que hay mas allá, les da un soplo mágico de voluntad y comienzan a ascender, a mitad de camino cuando ya están muy agotados, se comienza a levantar un fuerte viento que amenaza con arrastrarlos, lejos, literalmente se prenden de los bordes para evitarlo, pero la montaña comienza a ceder ante el impulso del viento abrasador, esta tan seca que se resquebraja como alas de mariposa.
Haciendo un ultimo y terrible esfuerzo llegan a un borde donde pueden descansar , recobran el aliento, y un aroma les llega desde el fondo de la montaña que parece haber abierto una ventana para ellos, es el perfume mas exquisito, olor a tierra mojada ese que se huele minutos antes de la lluvia, se abrazan desconcertados.
Y así abrazados sienten como la tierra cede bajo sus pies y comienzan a caer; esta todo oscuro sus ojos acostumbrados al resplandor no ven nada, siguen cayendo largo rato, aunque casi sin lastimarse, y la travesía los deposita en una alfombra fresca de pasto verde y húmedo.
No salen todavía de su asombro cuando una lluvia tranquila los moja, se sienten vivos por primera vez y se quedan juntos bajo la lluvia dejándose lavar heridas del cuerpo y también las del alma.
Todavía perplejos comienzan a caminar y descubren que el otro lado de la montaña es verde y húmedo y un arroyo corre por su ladera, se miran sus manos y ya no están resecas y agrietadas, su piel y sus ojos han vuelto a la normalidad se sientes verdaderos seres humanos.
A lo lejos se divisa una ciudad pero eso no les interesa van a quedarse ahí cerca del arroyo al pie de la montaña, construyen una pequeña casa y deciden ser felices con lo poco que tienen y no ambicionar lujos y placeres, ya en su vida anterior les fue muy mal haciéndolo.
Cuando se han instalado totalmente y se sienten plenos teniéndose el uno al otro, sin necesitar nada más; el busca la lata de su tesoro y la esparce por el fondo de su casa, se felicita por haber podido conservar algo tan valioso.
Al poco tiempo con la ayuda del sol y las lluvias comienzan a salir de la tierra los primeros brotes de las semillas que el tanto había cuidado en el infierno.

Sobre la autora: Stella Maris Rojas (Paula Duncan)

viernes, 16 de mayo de 2014

Carlitos - Paula Duncan




Aquel verano optamos por pasar la siesta juntos; Luis y Juan no tenían problemas, siempre esperaban a que ayudara a mi madre en la cocina, con los platos limpios, secos, guardados y la última copa en el estante; me podía ir a dormir la siesta, pasado el tiempo creo que nunca me creyó del todo, me apuraba si alguno silbaba avisando la espera y ella se hacía la que no escuchaba.

Juntábamos piedras para tirar al agua quieta del río, nos gustaba tirarnos en el pasto y mirar el paso de las embarcaciones, pequeñas, más grandes, la lancha de ramos generales pasaba a la mañana, tenía de todo; desde dulce de frutillas hasta alpargatas u ojotas en verano; era un mini-mercado flotante, pero nuestra mayor atención se la llevaba la lancha de pasajeros, tenía siempre un vistoso catálogo de personajes que nos servían para inventar historias fantásticas; solíamos ponerles nombre, según el color del cabello o de la ropa.

Así nació Carlitos; un adolescente despeinado demasiado alto y demasiado flaco, nos parecía que en cualquier momento sus huesos saldrían desparramados por la borda y caerían al río, no sabíamos cómo se llamaba en realidad, pero al verlo pasar con la cabeza afuera de la ventanilla bebiéndose todo el viento del río, que despeinaba aún más su larga cabellera, le gritábamos ¡ hola Carlitos! En un principio no se daba cuenta que nos dirigimos a él y nos miraba curiosamente tal vez pensando: “¿que les pasa a estos chicos?” hasta que un día, de tanto gritarle, nos devolvió el saludo algo confuso, nosotros saltábamos de contentos haciendo piruetas en la orilla del río esa tarde particularmente enojado.

 Fueron pasando los días, los viajes y los personajes a veces se tornaban aburridos, nosotros comenzamos a entristecernos viendo el fin de las vacaciones y el próximo ingreso en el colegio secundario, ellos dos irían al industrial, yo haría el bachillerato con orientación docente, siempre quise ser maestra.

Un día Carlitos desapareció; nos dijeron que estaba haciendo el servicio militar, por lo cual inferimos que tendría unos cinco años más que nosotros.

Comenzó el año escolar y nuestra vida a cambiar, si bien estábamos juntos los fines de semana, ya comenzaban a notarse las diferencias, no podía pasar por un niño más con gorrito marinero saltando y jugando a la pelota en la orilla; mi madre, antes de comenzar las clases, me había hecho cortar las trenzas que yo escondía debajo del gorro o entre la ropa y ahora natura me estaba regalando algunas curvas por lo que era muy difícil ocultar mi condición de niña- mujer

Un poco antes de comenzar las clases recibimos asombrados la visita de Carlitos que, en realidad, era Javier, pero lo seguimos llamando así, llevaba uniforme de soldado, nos trajo algunas golosinas; se asombró al verme, nos contó que marchaba al sur en una misión especial y que esperaba encontrarnos a su regreso para pasar una tarde de sábado juntos, lo saludamos con un dejo de tristeza, sin saber muy bien por qué.

En el mes de abril una enorme pena nos invadiò; estábamos en guerra, no lo podíamos creer, era algo completamente impensado para nuestra realidad; la gente caminaba atónita por las calles, nos dormíamos escuchando las noticias del frente, como si viviéramos en otro país; todo era una gran locura.

Aunque lo esperamos mucho tiempo, sentados en la orilla y sin jugar ni inventar personajes Carlitos, el chico demasiado alto y demasiado flaco, no volvió nunca más; sus flacos huesos se desparramaron en la helada turba isleña, lejos de nuestro querido río marrón.


Acerca de la autora:  Paula Duncan

viernes, 14 de marzo de 2014

El borde oscuro - Paula Duncan


Vencida, agotada se sentó en el borde de su vida y buscó; no había nada mas que un gran pozo por el perdieron sus amores de arco iris, que de tan apasionados se consumieron a si mismos y solo quedaron cenizas aun calientes del ultimo cadáver, una atroz desilusión de la que no pudo volver, recuerdos algunos felices; los menos, angustiosamente tristes, la mayoría con despedidas, amores a destiempo y renuncias heroicas, sucesos todos que dejaron su alma en carne viva
Cuando comenzó? temprano con su primer amor en el final de su niñez, todavía llevaba el cabello trenzado, fue el primer beso y las primeras caricias que llegaron un poco mas lejos, en su cuerpo inocente, después cambio de rumbo, cambio de escuela y nunca mas se vieron; solo queda en ella un dulce recuerdo del amor adolescente
Pasaron años intrascendentes, estudio trabajo el inicio de una militancia político-social, no había tiempo para mucho mas
Cursando tercer año de la facultad se conocieron, muy diferentes quizás por eso la atracción el era hijo de un acaudalado empresario, buena ropa, buena educación, llego a la universidad estatal solo por llevarle la contra al padre que podía pagarle la mas cara
Desde que se encontraron no volvieron separarse eran épocas turbulentas en el país, se amaban con desesperación dejando la piel en cada encuentro, ella sabía que podía ser el ultimo; el se contagiaba de su pensamiento, pero si no estaban juntos el temor pintado por ella se deshacía
Seguían con el trabajo comunitario en los barrios pobres, asistiendo niños y ancianos a cualquier hora ella; y su grupo se comprometían cada vez mas, les iba la vida en cada acción, el mucho no entendía eso de desesperarse por ayudar, pero la acompañaba, ella era mas linda entre el barro rodeada de niños andrajosos hambrientos de amor, mas que de comida
Una noche en que el grupo estaba de guardia hubo un operativo y, se llevaron a varios, y ya no los volvieron a ver; destruyeron los alimentos y remedios que tenían guardados, ellos se salvaron casi de milagro, fue la ultima vez que lo vio, su familia lo mando a Europa para quitarle los sueños de igualdad de la cabeza
Acomodándose en su sitio helado y oscuro pensó ¿Cuánto tiempo paso desde aquel día? demasiado, veinte años, ¿cuantos amores? Muchos; casi ninguno de importancia o al menos ninguno tan importante como aquel y el siguió vivo en su mente, dormitando en su corazón y acelerando la sangre en sus venas
Sintió inquietud, buscó su reflejo pero el espejo se ha vuelto opaco, la niña que fue sollozaba en el fondo de su espíritu desolado y oscuro, muy oscuro
La noche no tenía fin; en realidad ella la creyó eterna, hasta que en medio de las sombras una noticia pequeñita se abrió paso, esa tarde alguien le dijo que el volvió y la esta buscando, un profundo temor se apodero de ella desde ese momento y la sumergió en las sombras del desencanto de su abandono, de la impiedad hacia su amor, y el desconocimiento de su lucha
No sabe si podrá siquiera mirarlo a los ojos hay mucho dolor en medio, pero no rechazo un encuentro, tenia que saber si podía apagar las sombras; hacer que el espejo volviera a brillar y la niña pequeña que fue dejara de llorar y sonriera o de lo contrario se hundirá definitivamente en el pozo de la muerte.

Sobre la autora: Paula Duncan

viernes, 7 de marzo de 2014

Volver a casa - Paula Duncan



Un día decidí volver, sabía las reglas de juego y estaba decidida a retomarlo, dudas excusas, todo me venia bien para no regresar; que si hacía frío, o llovía o estaba cansada, que quizás a alguien le cayera mal mi regreso; , todas excusas muy atendibles; esa tarde tenia sueño y me dolía hasta el pelo, pero me decidí y hacia ahí marche.
Subí al enorme monstruo metálico y me deslice entre fulgores extraños que me golpeaban los ojos con fuerza, en la esquinas ramilletes de tres colores permitían o no el paso; cada tanto sonaba una chicharra y las puertas de un infierno ruidoso se habrían para que distintos personajes pudieran subir o bajar
Llegue y colgué mi individualidad en el perchero; como siempre, como todos, algunos a veces dudábamos un poco; algunos no la soltaran nunca.
Y a la primera carcajada, tonta casi infantil que broto de mi garganta, sentí que me había encontrado
El ambiente agradable, caras conocidas algunas que hacía mucho no veía, ver que no me tomaron como extraña fue estupendo.
Poner el cuerpo en funcionamiento, sin palabras, el contacto con el otro no pensar registrar sonidos, recibir e enviar imágenes, pequeños chisporroteos casi sin importancia y lo mejor; hallarme incluida; dejar de sentirme un ser anónimo, invisible; fue una sensación maravillosa.
Había recuperado mi espacio, mi sitio de pertenencia, estaba otra vez en casa.

Acerca de la autora:  Paula Duncan

martes, 7 de enero de 2014

Extrañando - Paula Duncan

La seguía extrañando; desde que se separaron, las horas se habían vuelto densas y pegajosas, nunca terminaban de irse.
Después del evento del “debut”estuvo tres extraños, confusos, y amargos días encerrado en su cuarto, lugar en donde la extrañaba menos; desde ahí construyó mágicos castillos con inmensos parques donde volvían a estar juntos; todo era amor y dulzura; pero la imaginación dejo de darle refugio cuando se terminó su licencia, el doctor dijo que ya estaba en condiciones de retomar sus tareas habituales con el consabido plan bien aprendido y por las dudas unos apuntes; que en principio le ayudarían.
El desayuno previo a su vuelta al trabajo fue deprimente, él estaba habituado habituado a otras cosas, medialunas por ejemplo, se conformó con algunos mates amargos y cuatro delgadísimas tostadas con queso blanco; al salir pensó: “con esto muero de hambre hasta el mediodía”, antes de entrar a la oficina se compró dos manzanas como le indicaron.
Su corazón estaba afligido; en el solo había lugar para ella, todo lo demás era cartón pintado, los días se habían convertido en un desfile de horas vacías, vagando por un largo y tenebroso pasillo; se sentía desvalido, sin ella la vida era una amarga sucesión de acontecimientos sin brillo ni placer.
Hacia el fin de semana lo invitaron como siempre a las habituales reuniones de amigos; se excusó diciendo que había tomado otro compromiso; en realidad sólo ansiaba volver a su casa apagar todo sonido que la recordara, hasta el de la máquina de café, y así en silencio, cerrar los ojos y rememorar los momentos en que ella había sido la reina de su vida y le endulzaba cada momento; pero fue peor a poco de haberse recostado en el sofá del living, su boca comenzó a necesitarla de tal manera que hasta el pulso en la vena de su frente se hizo notorio, tenía la garganta seca y una especie de garra atenazaba sus órganos hasta hacerlo gritar de dolor.
se levantó por un vaso de agua fresca… su heladera estaba interiormente vestida de manera extraña, agua algo de fruta, queso untable descremado ,unas fetas de jamón y gelatina se preguntó ¿gelatina? nunca le había gustado pero era tal su angustia por buscar algo fresco que eligió una de cerezas y la comió de un tirón.
Anduvo deambulando por la casa como un zombie, sin tumba a donde volver; así paso el sábado; el domingo unos amigos lo invitaron a un asado, no fue les dijo que no se sentía bien y era cierto, y llegó el domingo por la tarde, solo, deprimido, la noche se avecinaba con tormenta ya se escuchaban los truenos, eso sobrecogió aún más su ya maltrecho ego, por un momento pensó, que nunca podría lograrlo que la vida sin ella no tenía sentido, que tratar de suplantarla sería una traición, sería como vivir con una copia falsificada.
Abrió la ventana, tomó aire; el olor a tierra mojada le trajo recuerdos de su infancia en el campo, Pensó” hice todo el secundario con copias de libros y me fue bien, el cuadro de la entrada no es original, pero le gusta a todos, podría probar; si esta mala copia me deja vivir algo más tranquilo no sera tan mala”.
Se dirigió a la cocina decidido a encender la maquina de café, y se entretuvo hojeando una revista;cuando el aroma invadió la estancia se decidió; fue hasta la alacena corrió hasta el fondo el azúcar y sacó de un frasco dos sobres de edulcorante...”

Acerca de la autora:   Paula Duncan

viernes, 13 de diciembre de 2013

El regreso - Paula Duncan


El había regresado al pueblo convertido en un médico exitoso; si, con algo de fama o reconocimiento; se había especializado en cardiología.
Nunca supimos la causa de su retorno; nadie recordaba como era él antes. Nadie; solo Marina y yo.

Esa noche nos reunimos en su casa a planear el encuentro; debíamos ser dos ocasionales pacientes pueblerinas, al día siguiente lo hicimos, pedimos turno con un nombre falso por las dudas. La noche fue interminable, recordábamos todo perfectamente; aunque nunca habíamos tocado el tema, todo seguía ahí con lujo de detalles.

Era un verano tórrido, donde la sangre adolescente hervía en nuestras venas; él era unos años mayor, nosotras dos niñas todavía ahora la adultez nos equiparaba pero cinco o seis años en aquel momento era mucho. Mucho; demasiado.
Había terminado el secundario y nosotras lo comenzaríamos ese año; se paseaba por el pueblo pavoneándose con sus dos amigos inseparables; a mi me gustaba mucho, Marina lo odiaba.

Los carnavales eran estupendos en el pueblo, los pobladores lo esperaban ansiosos todo el año para olvidar las penas y comenzar otro año más alegres; en un baldío habían preparado el baile con lamparitas de colores y banderines movidos por el viento estival; llegamos y ahí estaban los tres muy alegres. Se acercó y me invito a bailar un rato y se fue; y así varias veces en la noche; ya estaba decididamente fascinada; Marina de mal humor me decía “no sé qué le ves”.
En un momento pasada la medianoche, me invito a caminar, fuimos a pesar de Marina; el tomaba mi cintura y era agradable, acariciaba mis manos mi cabello… llegamos al borde del pueblo y nos sentamos en un viejo tronco, ahí sus caricias se hicieron más atrevidas, en un momento me asusté y comencé a luchar por escapar, quería irme y escuche las risotadas de sus amigos, lloraba a gritos pero nadie escuchaba. Nadie; en un forcejeo cuando el intentaba quitarme la ropa, mi cabeza golpeó contra el tronco y me desmayé.
al volver en mí estaba con Marina, que se tragaba los sollozos y trataba de acomodar mi vestido.
Miré al cielo, el amanecer estaba cerca, muy cerca; debíamos volver. Esa noche dormí en casa de Marina; me sentía culpable, sucia pensaba que se notaría lo sucedido con solo observarme… pero no fue así; no le contamos a nadie y al poco tiempo ellos los tres marcharon a estudiar a la ciudad; ayer, él volvió.

Pedimos el turno y esperamos tranquilas una semana mientras repasábamos los detalles, el no nos reconocería, o sí...
Era un martes por la tarde.Tarde; poca gente en las calles del pueblo, era hora de mirar televisión o cocinar, los chicos ya estaban en casa.
Entramos; la secretaria tomó los datos que eran falsos; pasamos a la sala de espera, pulcra y silenciosa, una pequeña fuente desparramaba sonido de agua corriendo por el lugar; algunas réplicas de pintores famosos… nos sentamos a esperar; al salir el paciente anterior entró la secretaria y escuchamos “ doctor solo tiene una paciente mas ¿me puedo retirar , ya es tarde”, escuchamos asentir amablemente al doctor; ella nos hizo pasar y se marchó.
entramos saludamos , no nos reconoció en principio, cuando lo hizo pasado un tiempo vimos el desconcierto pintado en su cara, que se acrecentó al ver el arma en mi mano…
Nadie escuchó nada. Nada.

Al otro día en el pueblo todos decían: Se suicidó el doctor,¡Pobre!
Habíamos hecho muy bien nuestro trabajo. Si, muy bien hecho.

Acerca de la autora:   Paula Duncan

domingo, 3 de noviembre de 2013

Un montículo de hojas secas - Paula Duncan



Finalmente había decidido baldear la vereda; desde su silla frente a la computadora veía el enorme cúmulo de hojas ramas y demás cosas que los últimos días; más de diez la fuerte sudestada había ido amontonando, no siempre fueron días ventosos pero cuando el viento se calmaba, ella también y decidía dormir una siesta pero ya no veía la calle, el patio del frente también estaba en un estado deplorable, pero ese podía esperar, comenzaría por la vereda, varias vecinas ya le habían llamado la atención sin mucho resultado; pensó “primero me tomo unos mates”.

Comenzó juntando las herramientas necesarias; la escoba, una pala lo bastante fuerte; la chiquita de la cocina no servía; unas bolsas de residuos grandes esas de color negro que tanta impresión le causaban y un balde, hace tiempo que no utilizaba la manguera para baldear por no desperdiciar agua, en respeto a las normas básicas de cuidar el planeta, le puso los auriculares al teléfono móvil sintonizó su radio favorita, esa que solo pasen linda música en castellano , paso delante de su escritorio diciéndole a la obra inmortal que estaba escribiendo que volvería pronto y marchó a la vereda.

El sol de la mañana se reflejó en los cristales de sus anteojos era un día agradable, inició el trabajo llenando a mano la primer bolsa con las hojas sueltas, cuando estaba un poco desarmado el montículo apareció desperezándose el gato barcino que una vecina malhumorada hacía días no paraba de llamar, también encontró un sombrero de ala ancha con una cinta color lavanda al que había dado por perdido y se quedó un rato mirándolo, es eso escucha chist!, chist!, disculpe señora me daría una manito para salir? asombrada al ver al extraño hombre le dice ¿que hace usted ahí?, perdón le dijo soy uno de los personajes que hace dos noches usted desecho de su escrito, cuando salí tropecé caí y nunca más pude salir; lo ayudó y él se fue sacudiendo el polvo de su extraña vestimenta y refunfuñando por lo bajo.

Esto no puede ser pensó; parecía que el montículo tenía vida propia y ella preocupándose en buscar una idea original para escribir, eso no era justo, se sintió desfallecer y se dio cuenta que no había desayunado; dejo todo como estaba y entró por una rodaja de pan con manteca y dulce, seguro el mate estaría todavía tibio. antes de regresar a su indeseada tarea sintió que perdía la paciencia, estaba dedicando demasiado tiempo a algo completamente sin importancia.

En el camino de vuelta a la vereda descolgó la manguera que hacía tanto tiempo no usaba le colocó un dispositivo que hacía salir el agua con mucha presión y salió decidida a ponerle fin al engorroso trabajo olvidándose de la ecología y el cuidado del agua; decididamente estaba fuera de si, conecto la manguera y con gran satisfacción vio desaparecer hasta la última hoja seca, barrió y junto todo en las bolsa que acomodo en la calle para que se las lleve el recolector.

Volvió a su trabajo pensando en todo lo que habían tapado las hojas y el viento, miro el patio y sonrió si bien no estaba limpio nadie podía esconderse ahí, de pronto recordó; y fue al patio trasero al que hacía más de un mes no iba, abrió la puerta y... encontró personajes para al menos tres novelas cortas.

Acerca de la autora:  Paula Duncan

jueves, 24 de octubre de 2013

Extraña - Paula Duncan


Emma estaba sentada en el borde exacto entre la juventud y la madurez; tenía los pies colgando hacia quien sabe que y un frío extraño trepaba desde sus plantas;no sabía muy bien cuál era su lugar de pertenencia; muy joven para ser anciana, muy vieja para ser joven, tratando de encontrarse, se buscaba y no sabía donde hallarse, se perdió en el tiempo y llegó a su infancia, en el campo, al ras de la tierra; comiendo tomates recién cosechados, ricos, sucios y habas demasiado grandes para su pequeña mano, donde el frío de las heladas duraba todo el día y ella tenía los zapatos agujereados por donde se filtraba la pobreza pero era feliz, la libertad era su mundo, no había peligros a la vista.
Seguía buscando y se extravió en medio de la mudanza a la ciudad; en la búsqueda del cielo estrellado, el olor a pasto recién cortado y el aroma a tierra mojada que siempre llegaba antes del primer chaparrón.
Siete días llorando por volver fueron demasiado para sus siete años y comenzó el asma y las ganas de correr quedaron en el campo, la ciudad la ahogaba, comenzó a leer y a vivir extrañas aventuras, leía todo lo que caía en sus manos: revistas, historietas, semanarios, poesía, todo y siguió creciendo siempre a contramano, sus enormes ojos azules, y sus trenzas oscuras le daban un aire curioso
Era tiempo de escasos amigos propios y de amigos heredados de su hermano mayor ya era considerada una niña extraña, que prefería jugar al fútbol, y no con muñecas; pero nadie advertía que ellas no existían en su vida.
La biblioteca pública fue su refugio, entrar en ese lugar enorme y con solo cruzar la puerta sentía que el perfume a letras la embriagaba.
Seguía perdida ahora delante suyo hay una niña casi adolescente todavía con trenzas ocupándose de su madre enferma, de la casa, del colegio y sintió el mismo agobio de aquel tiempo; pero sacudió las trenzas que ya no tenía y recordó los pequeños sueños que muchas veces la salvaron; las clases de teatro, las reuniones los sábados por la tarde en el Tiro Federal, el primer beso, bailar, tenía una libertad que no le servía de mucho; era una libertad sin el límite que da el amor, le gustaba pasear por las entonces vías abandonadas que después ocupó el tren verde; pero en ese tiempo era el lugar elegido de los adolescentes tanto o más extraños que ella para sus caminatas, era un sitio de libertad en contacto con la naturaleza; lo más parecido que pudo encontrar al espacio de su infancia.
Emma recogió los pies y el calor volvió como símbolo de vida, estuvo un rato más ahí, en el límite apropiándose de él, y descubrió que su lugar era ese, al que había llegado peleándole a la vida y muchas veces a la muerte, guardó a su extraña niña en un rincón de su alma porque ella le había permitido llegar hasta aquí, conservando ese aire un tanto misterioso en la mirada al parecer perdida, que muchos le criticaban, pero que a ella le sirvió, para ver otros cosmos paralelos con extraños personajes que hacen de su vida un lugar mejor.


Acerca de la autora:  Paula Duncan

martes, 24 de septiembre de 2013

Viernes - Paula Duncan



Algo la despertó esa mañana, no podía determinar si fue su gata o el viento en los postigos; estuvo dando vueltas en la cama remoloneando sin muchas ganas de levantarse, el tibio calor de sus sábanas la invitaba a seguir ahí, saco un pie y sintió en frio del ambiente y lo volvió a meter para sentirse reconfortada, se acurruco, abrazo la almohada y pensó “solo cinco minutos más” y volvió a quedarse dormida.
Cuando despertó salió corriendo de la cama, “¡que tarde es!; ¿cómo no escuché la alarma?”, se vistió rápidamente bebió un café a las apuradas, solo para no salir en ayunas y partió a su trabajo, al llegar a la calle se dio cuenta que algo raro pasaba, casi no había gente, pocos vehículos ningún colectivo; se subió a un taxi que vagaba por ahí y luego del saludo, el chofer le disparó a quemarropa “¿vio? parece que hay un problema con el tiempo, nadie sabe en qué día, mes o año estamos, y creo que hasta el sol esta desorientado, parece el atardecer y todavía no es mediodía”.
Llego a la oficina, en medio de personas aparentemente perdidas, y deambulando sin meta fija; adentro el clima era más o menos normal estaban apurados tratando de terminar su trabajo para poder salir temprano, era viernes y todos tenían planes, nadie hablaba de lo que pasaba afuera.
Trabajo, tomo café, siguió trabajando casi sin cruzar palabra con sus compañeros, ella seguía preocupada por haber llegado tarde, sin ninguna excusa al promediar la jornada, la ataco una modorra inevitable; dejo por un momento lo que estaba haciendo para descansar y recobrar fuerzas, solo fue un instante en que se quedó dormida y soñó, o ella lo pensó así, soñó con un mundo extraño con un sol que aparecía a cualquier hora, con gente que no sabía a qué atenerse y vagaba sin rumbo en una ciudad gris y semidesierta, se despertó sobresaltada y cerrando carpetas, decidió ir a su casa buscando refugio ante tanta locura desparramada en la ciudad, no entendía que pasaba , su mente lógica no se lo permitía.
Al regresar, su casa le pareció algo así como un nido acogedor, escucho música suave mientras se bañaba y ya más relajada se dispuso a cenar liviano como siempre; pescado ensalada y de postre alguna fruta, con el café eligió una película romántica para no agregar problemas a su mente y se fue a dormir.
Durmió de un tiron y profundamente toda la noche, ya de mañana algo la despertó no podía determinar si fue su gata o el viento enlos postigos; estuvo dando vueltas en la cama remoloneando sin muchas ganas de levantarse, el tibio calor de sus sábanas la invitaba a seguir ahí, saco un pie y sintió en frio del ambiente y lo volvió a meter para sentirse reconfortada, se acurruco, abrazo la almohada y pensó “solo cinco minutos más” volvió a quedarse dormida.
Cuando se despertó salió corriendo de la cama, “¡que tarde es!; ¿cómo no escuché la alarma?; justo hoy que es viernes…”

Acerca de la autora:
Paula Duncan

miércoles, 4 de septiembre de 2013

Espacio perturbado - Paula Duncan


Tuvo una semana difícil, su espacio social estaba perturbado, se le perdían las horas sin saber adonde se marchaban, estaba realmente cansada sin hacer nada, las tareas del hogar fueron relegadas hasta hacer solo lo mínimo indispensable: ropa para cambiarse y algo que comer, la limpieza general pasó a segundo plano, tenía la sensación de vagar por el pasillo de su casa que se estiraba y retorcía, pero cuando salía estaba siempre en el mismo lugar, agotada.
Los días se sucedían grises, húmedos, tranquilos, inquietantes; de a ratos alguno de sus gatos maullaban mirándola como si lo que veían no coincidiera con los que ellos estaban acostumbrados una noche algo lloviznosa dejo a Pancho afuera, justo a el que no maullaba y cuando lo hacía era casi inaudible.
Llego el viernes, y con el la sesión de terapia, pensaba salir con tiempo, los viernes siempre son complicados, pero tratando de que su cerebro se conectara con sus manos y poder terminar el trabajo que le habían encomendado, se le perdió una hora, para ser mas exacto cincuenta y cinco minutos que solo se dio cuenta cuando miro el reloj; ese mismo reloj que cuando se le termina la pila no se queda parado sino que sigue funcionado pero para atrás.
 Llego tarde, ya estaban ahí casi todos sus compañeros, comenzaron a trabajar y descubrió que su cuerpo solo tenía volumen en el espejo, de este lado solo era una plana fotografía.

Acerca de la autora:  Paula Duncan

viernes, 23 de agosto de 2013

Terapias y espejos - Paula Duncan

Viernes; cayendo la tarde, el cielo se cubrió de densos nubarrones presagiando lluvia, él estaciono el coche al costado de la vía, bajo y cerro todo muy bien, conecto la alarma y comenzó a caminar la cuadra que le faltaba para cruzar las vías, a mitad de camino comenzó a llover tan fuerte y con gotas tan grandes que dolían, busco refugio, en la esquina había una casa al parecer abandonada, corrió y cuando estaba llegando a la esquina choco con fuerza con una mujer…
Viernes cayendo la tarde, el cielo se nublo de repente, comenzó a llover y ella no conocía el barrio, tenía una dirección confusa, lo único claro es que tenia que cruzar las vías, casi no ve las gotas de lluvia se lo impedían, tenia frio; un frio raro era desde los huesos a la piel, comenzó a correr y al llegar a la esquina chocó con un hombre…
Se miraron sorprendidos, se pidieron disculpas y en ese momento arrecio la tormenta casi era imposible estar parados, no había demasiado lugar donde guarecerse los truenos y los relámpagos convertían todo en una escena de terror, el toco la puerta casi por intuición y se abrió crujiendo; entraron muy despacio pero no había nadie, solo telarañas y muebles viejos cubiertos con telas, se miraron por primera vez y sonrieron “al menos acá no llueve” dijo el ella asintió todavía con algo de miedo.
 Recorrieron la estancia, abandonada pero no demasiado sucia, era agradable con algunos cuadros y lindos murales, destaparon un sillón para descansar hasta que parará de llover, ella le conto que era maestra en un barrio carenciado de chicos con demasiados problemas sobre todo con la droga y la falta de contención ; el la escucho interesado, solo le conto que se dedicaba a los fletes desde hacia algún tiempo, nada le dijo sobre lo que estaba tratando de dejar atrás, la distribución de estupefacientes
 Encontraron una puerta enorme tallada con pequeños seres del bosque donde se escuchaban murmullos; la abrieron y en medio de su asombro entraron en una sala con muchos espejos chicos grandes ovalados rectangulares, al pararse delante de alguno veían una parte de su vida pasada, y ahí se enteraron cosas del otro que no habían querido contar; cuando llegaron al mas grande les mostro el futuro inmediato de ambos, y se los vio en una reunión con otras personas, cada una con algo especial que contar, y con la convicción de que juntos podrían llevarlas a cabo, se dieron cuenta que había pasado mucho tiempo y ya no llovía, pero era tarde para ir a donde se dirigían, salieron ella lo saludo bondadosamente y el algo asombrado le contesto muy formal, todavía no podía saber si lo que paso era cierto.
Viernes ya de noche, la lluvia había lavado las hojas de los aboles dejándolas brillante y con nuevos brotes, ella se apuró a volver a su casa y salir de ese barrio desconocido, se dijo “el próximo viernes llegare con tiempo a mi primera reunión de terapia” pensó en lo sucedido y se sonrió.
Viernes ya de noche, la lluvia lavó las hojas de los arboles dejándolas con un brillo especial, el se apuró a volver a su coche, pensó con antipatía en su vida, y decidió cambiarla para siempre, se dijo” el próximo viernes llegare tempano a mi reunión de terapia, ahí encontrare ayuda” pensó en lo sucedido, y se confundió aún mas, pero una extraña tranquilidad se apoderó de él…


Acerca de la autora:   Paula Duncan

viernes, 2 de agosto de 2013

Una cajita - Paula Duncan



Después de demasiados entreveros con la vida, ella fue cerrando puertas, bajando cortinas y aprendió a subsistir en silencio, dejó de mirar el espejo, se fue quedando sin personajes… guardo en una caja de color violeta, con margaritas en la tapa , toda su identidad de mujer, nunca mas leyó una poesía; no volvió a usar ese encantador perfume que hacía dar vuelta a quien pasara a su lado, su mirada se opacó, y solo fue buena madre, buena ama de casa; se convirtió en alguien que siempre hacía lo correcto; no importaba cuanto de ella quedara en el camino. Dejo de ser la dueña natural de una seducción muy especial, pero aún estaba ahí; amordazada y atada; de vez en cuando pugnaba por salir, entonces corría; desde donde estaba, volvía a su casa buscaba desesperadamente la caja, volvía a esconderla, la tapaba con fuerza y ponía libros encima para que no se le ocurriera salir.
Pero nunca se puede controlar absolutamente todo y se cruzó en su vida un hombre, algo mas joven que ella muy seguro de si con un arma letal: la hacia reír.
Y ese hombre que hasta hace poco tiempo no conocía y no tenía ninguna injerencia en su cotidianidad… o si, se transformo en un ser peligroso para su vida donde primaba el deber ser; ese hombre la veía y sabía que ella no era lo que mostraba, el descubrió casi sin proponérselo a la mujer que yacía debajo de esa estructura patética de formalidad y le gustaba lo que estaba brotando ante sus ojos.
Se comenzó a sentir cada vez mas incomoda en su presencia; le parecía que el podía ver mas allá de la ropa anticuada con la que se vestía, y era cierto el sabia que debajo de ese disfraz de matrona aburrida había una mujer con la piel aun anhelante de pasión y comenzó a acercársele muy, muy despacio.
Una tarde en que se cruzaron por casualidad en la plaza e intercambiaron algunas palabras ella se descubrió en sus ojos como en un remanso donde vivía la mujer en libertad y con ansias, la cajita se había quedado vacía.
Los encuentros fueron cada vez mas frecuentes, hasta el punto en que no sabían vivir el uno sin el otro; eran dos personas que con solo mirarse podían hacer el amor sin quitarse una prenda;
Estaba decidido esa noche marcharían juntos a vivir una vida deliciosa, deberían dejar atrás todo lo que pertenecía a su vida anterior y olvidar; era la última oportunidad de ser felices.
La cita era a las diez en el bar de la estación; el llegó unos minutos antes presa de una gran ansiedad, espero; el tiempo se había convertido en un monstro enorme y pegajoso que no lo dejaba respirar. A punto ya de perder la razón, llegó un coche bajó un caballero con un paquete y se lo entrego después de preguntar su nombre; ahí quedo solo en la soledad mas absoluta; el mundo había dejado de existir
Lentamente abrió el paquete, en el había un pequeña caja violeta y una esquela, en la que ella le decía, perdón, la mujer que vos conociste no existe mas; vivía en esta cajita… adiós.


Acerca de la autora:  Paula Duncan

sábado, 13 de julio de 2013

Una pesada carga - Paula Duncan



Las primeras luces del día se desperezaron ante sus ojos, salir de la noche era algo así como un parto, dejar la oscuridad atravesar dos planos para encontrar un hálito de vida; era difícil si hasta le costaba respirar; trató de ordenar ideas y pensamientos, le fue casi imposible entonces optó por recordar la última noche.
Comió muy liviano su estómago estaba algo inquieto, se fue a la cama, y se durmió con un sueño tan frágil como papel de arroz, al poco tiempo tuvo que levantarse al baño, nada conseguía quedarse en su cuerpo y fueron varios los paseos de la cama al baño y viceversa, le parecía estar acompañada; extraños personajes le hablaban, hacían ruido,se reían, a veces uno o dos, a veces muchos, estaba extenuada, con mucha sed y con la sensación de entrar y salir continuamente ¿de dónde? ¿Para qué? ¿Por qué? Preguntas sin respuestas.
Y llegó el alba; él, que durmió toda la noche a su lado nunca se enteró de nada, se fue a trabajar como todos los días; ella se quedó adormilada acompañada de sus duendes algo opacados por la situación.
Fueron ellos los que la obligaron a dejar la cama y prepararse un té que desde luego no se quedó en su estómago.
Y ellos también la ayudaron a pedir ayuda ante la inminencia de un trágico desenlace “llamen a un medico, me siento muy mal” dijo; no sabe como la bajaron de su casa cerca del cielo; lo último que escuchó antes de la sirena de la ambulancia que se la llevaba, fue la voz de la doctora diciendo “hay que internarla; esta desnutrida y deshidratada”, ahora su vida estaba en manos de otros, su carga se hizo mas liviana.
Las luces del día golpearon con fuerzas sus párpados, una nueva etapa estaba naciendo, ya no tenía que pensar ni recordar nada solo dejarse llevar, la salida estaba cerca.


Acerca de la autora:  Paula Duncan

martes, 9 de julio de 2013

Marea tropical- Paula Duncan



Se fue dando cuenta que los encuentros con él ya no eran lo mismo, los interrumpía el viento demasiado fuerte, el sol que se iba demasiado pronto , la luna que tardaba en aparecer; ya nada era igual ni siquiera el ambiente tropical que encendía la piel con música de tambores en la playa, lograba un acercamiento pleno
Ella había descubierto hacia un tiempo, que la comunión de dos cuerpos haciendo el amor era una danza perfecta que no se ensayaba, los movimientos eran precisos e inconfundibles, no había margen de error, porque no existía el error. Solo debían entregarse sin pensar, olvidar sus propios límites, lograr que el territorio de sus cuerpos dejara de ser individual para ser a ser una fusión de suspiros, piel y humedad; era algo único; maravilloso e inexplicable en palabras, solo se podía sentir
Una tarde se encontraron en la playa sin decir nada; se sentaron uno al lado del otro mirando el mar, hasta que el sol se fue en el momento oportuno, la luna llego a tiempo, el viento se transformo en brisa; cuando la marea comenzó a mojarles los pies se levantaron y se marcharon… por separado.


Acerca de la autora:  Paula Duncan

martes, 25 de junio de 2013

Lejos - Paula Duncan



El sonido de las campanas le dio una súbita conciencia de si misma, dejo el sofá, se acercó a la ventana y miro el horizonte, algunos nubarrones corrían desbocados de oeste a este presagiando tormenta; pensó que en verdad no estaba en el cielo sino dentro de ella; el desasosiego volvió a pegarle una puñalada en el costado derecho justo debajo de la última costilla, “algo no esta bien”, pensó recordando la última tarde, pelea, gritos, miedo, la desesperación y la huida; el destino quiso cruzarlos, dándole una oportunidad, quizás la ultima y llego de su mano a ese lugar tibio y tranquilo; se hizo un ovillo en el rincón mas alejado, ahí en el ángulo como queriendo pasar desapercibida, mimetizándose entre cortinas, y muebles, se fue quedando dormida con la cara apoyada en las rodillas.
Lentamente el sueño se fue agitando trayéndole imágenes difusas que pasaban demasiado rápido para poder distinguirlas, le recordaba al viejo equipo de cine graft, los colores estallaban en sus ojos cerrados cegándola, un aroma especial la transporto lejos; físicamente y en el tiempo, a un lugar de paz; una mano tibia se poso en la suya y se despertó, tenia el cuerpo dolorido y la luz entraba con nitidez de recién nacida, por la puerta entreabierta profanando su territorio de semi-oscuridad, el le traía una taza de café, se sentó a su lado y la abrazó, sintió que el universo se hacía pequeño conformando un mundo solo para dos, abandono la cabeza en su pecho y la tibieza ahuyento el miedo, no creía estar preparada para que alguien la tratara con respeto y cariño, se sintió rara era mas fácil aceptar un golpe que un abrazo ¡Cuánto tenia que aprender!
Las horas fueron pasando, la inquietud era un peligroso péndulo entre el miedo y la desconfianza; entre la vida y la muerte; su corazón estaba estrujado, sabía que no iba a volver, pero pensaba en todos los años que había perdido destrozados en las garras de un ser terrible, las humillaciones, los golpes; todo lo que la convertía en persona y mujer había quedado sepultado y quería recuperarlo, el camino era arduo y necesitaría mucha ayuda. Otra vez la mano amiga dándole fuerzas con mucho respeto pero sin abandonarla le trajo algo de comer, pero su estomago se negó absolutamente; estaba a punto de amanecer en el sitio exacto en que la noche se torna mas oscura, el la tomo de la mano y confió, ya estaba convencida; era una buena persona; el frío de la madrugada los obligo a buscar refugio en la cama, le acomodo las almohadas, y la abrigó muy bien como mariposa en capullo, se tendió a su lado y tomados de la mano se quedaron dormidos, soñando en mañana…


Acerca de la autora:  Paula Duncan

martes, 18 de junio de 2013

El desierto verde - Paula Duncan


Estaba saliendo de un grave surménage, ó al menos eso creía; demasiada presión, demasiada exigencia, no supo tomarse un respiro de vez en cuando y dedicarle un tiempo a lo que lo hacia feliz, había perdido sensibilidad; su cuerpo dejo de hablarle o el de escucharlo comenzó a poner distancia nadie podía acercársele o tocarlo, ya no podía sentir el placer de un abrazo, de un roce en su mano, una palmadita en el hombro o un beso en la mejilla, entonces sobrevino lo esperable: se enfermó; de nada diagnosticable, de todo lo posible y mas. Su presión arterial estaba muy alta o muy baja, sufría de vértigo, pero los potenciales auditivos evocados resultaron normales, le dolía tanto el pecho que se le cortaba la respiración pero el cardiólogo diagnosticó que estaba muy bien, hasta que se cruzo con un medico que le dijo: usted no tiene nada pero si no busca ayuda rápido la va a pasar muy mal.
Por esos días su mujer harta de que nunca la escuchara, se fue unos días al mar sola; al menos eso dijo
Solo en su casa, sin nadie que lo atendiera ni escuchara sus lamentos, se sintió morir, pasaron dos días y no había comido ni siquiera se había bañado; ella no lo llamó y no sabia donde encontrarla
Al tercer día llego a la conclusión de que debía hacer algo o moriría, recordó que su mujer hacia un tiempo le había buscado un terapeuta; que desecho diciendo “no estoy loco solo me siento mal, ella le dijo “pego su numero en la heladera por si te arrepentís”.
Llamo consiguió que lo atendiera esa misma tarde, de la primera entrevista salió mas confundido que al entrar, pero disfruto del paseo al volver a su casa.
La segunda vez comenzó a entender algo, quiso comunicarse con su mujer y no pudo, pero llego a su casa comió y limpio todo con verdadero placer.
Llego el fin de semana y ya la extrañaba tanto que se fue a buscarla, viajo ansioso pero con muchas ganas de hablar y contarle.
Llego al pueblito marítimo donde estaba, busco el hotel y desde la vereda se veía la confitería ahí estaba ella con un caballero tomando café; se la veía feliz y hermosa como cuando joven; estuvo un rato mirándola con los ojos llenos de lagrimas.
Cruzo la calle bajo a la playa y camino en la arena el mar tranquilo era un desierto verde, cayó la noche; al otro día en el borde del agua solo encontraron su abrigo…


Acerca de la autora:  Paula Duncan

domingo, 26 de mayo de 2013

Exterior paralelo - Paula Duncan


Es una noche especial, el aire, una cortina dividiendo realidades; es tiempo ideal para que los personajes de la noche se hagan visibles, generalmente no los vemos; la luz de la luna o las estrellas demasiado brillantes, nos encandilan y el mundo mágico pasa desapercibido.
Al asomarme al patio veo que nada tiene limites se a conformado un cosmos de completitud, nada es todo y todo es nada, las luces de los faroles de la calle son apenas luciérnagas mortecinas, las plantas con flores del jardín vecino; parecen un extraño caleidoscopio de colores raros, desde aquí veo que un duende vestido de gato blanco con manchas negras o al revés; cruza distraídamente la calle, al llegar justo a la mitad se sienta a acicalarse los bigotes, el tiempo parece estancado y el lo disfruta
Demasiada humedad afuera, entro y el universo interior se descompone ante mi vista, la luz es demasiado real para mis retinas acostumbradas por un rato al exterior paralelo, mágico, extravagante e insólito; apago la luz y casi a oscuras me siento acompañada por primera vez en el día

Sobre la autora: Paula Duncan