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jueves, 21 de agosto de 2014

Billete de ida - Xavier Blanco





A veces la vida es un camino que nos lleva a ninguna parte...

Pronto aprendió que la vida era un camino perpetuo que se bifurca de forma caprichosa. Había que tomar decisiones. Se lió la manta a la cabeza y, un mal día, inició su viaje de ida hacia ninguna parte. Al final llegó a su destino, y allí nació su hija. Imaginar la entristece, se le disipaban los recuerdos. Podía visionar cómo su abuela tejía con su cabello diminutas trenzas. Resonaba en su memoria el sol inmenso de las mañanas, los atardeceres policromos, las noches claras de primavera.

Hoy es domingo, de los de verdad, libra uno de cada cuatro, deambula, pasea con su retoño del brazo por los parques y avenidas de esta gran ciudad. Existir es un desafío. La urbe la oprime, la maltrata, la empequeñece, enmudece su alegría, ahoga su silencio. No se ha acostumbrado a vivir sin cielo. Le falta el aire, añora el aullido del viento, el crepitar de la madera presa por el fuego. Mientras camina, entre el retumbo de los cláxones y el humear de los vehículos, sueña con su vida pasada. Fantasea con su niñez no vivida, con los árboles que crecían en su país, con el cielo inmenso y azul, lleno de estrellas, con el que cubría sus noches. Imagina el trinar de los pájaros, el aroma de la hierba que ascendía bajo sus pies. Divaga sobre el color de la lluvia, sobre el olor del firmamento. Sentada en el banco, su vista se pierde en la nada, y cuando el sol se derrumba fantasea con la luna que se mece en el horizonte, y sueña los sueños que nunca vivirá. Se siente sola, vacía, despoblada. Mira a su hija, le caen lágrimas, que surcan sus mejillas.

Han pasado los años, pero todavía le cuesta dormir. Algunas noches los sueños se convierten en pesadillas: en gritos que ahogan su cuello, en la sombra de la muerte que acecha tras el batir de las olas, en el agua salada que abrasa su piel, en el miedo al miedo. Revive los días a la deriva, al albor del viento, la noche infinita, los amaneceres fríos e inciertos. Se estremece al recordar aquella maldita patera que naufragó en las costas del primer mundo, donde ella se siente la última, sólo basura. De nada sirve lamentarse, sabe que no es cuestión de tiempo. Ya no recuerda cuando perdió las ilusiones. Al borde del precipicio vagabundea la voz de su madre que le susurra historias, siente sus besos y esa es su única dosis de esperanza. Abraza a su niña, que nunca conocerá a su padre ni a su abuela. Llora, le abate la niebla. Hace tiempo que sabe que no hay billete de vuelta.



Acerca del autor:  Xavier Blanco
Tomado del blog Caleidoscopio http://xavierblanco.blogspot.com/2011/10/190-billete-de-ida.html

jueves, 5 de junio de 2014

El mundo feliz - Xavier Blanco

 

"Obsoleta, su mente está obsoleta", me dijo el neurocirujano. "Ya está, eso es todo", le contesté. Y me miró sorprendido, contrariado diría yo.
Llevo seis meses de calvario: tres analíticas, dos resonancias magnéticas, una placa de tórax, dos electrocardiogramas, una prueba de esfuerzo, una biopsia, dos charlas con el psiquiatra, una visita al neurólogo, tres botes de pastillas, dos frascos de un brebaje oxidado y, para acabar, dos horas esperando en la penumbra de esta consulta. Y me dice que el diagnóstico no deja lugar a dudas. Aquel galeno debía de saber mucho de medicina, pero de la vida, no sabía nada. ¿Obsoleta? ¿Quizás querría decirme que mi mente estaba en desuso? ¿Tal vez el mensaje era que mi sesera estaba estéril, yerma? En barbecho, mi mente está en barbecho, retirada del mundo temporalmente, oxigenándose, esperando mejores tiempos. Ya se lo dije el primer día: "me encuentro bien, pero la mente la tengo en barbecho". Pero los médicos, ya se sabe…
Él seguía con el dictamen: "las pruebas eran necesarias, hemos seguido el protocolo, el diagnóstico no tiene fisuras, usted piensa demasiado, y ese cerebro ya no tiene suficiente memoria, el raciocinio se le bloquea, su capacidad de almacenamiento es insuficiente, cavila mal, medita desordenado, piensa atropelladamente. Lo que yo le diga, su cerebro está obsoleto. No tiene por qué preocuparse, ahora han salido nuevas aplicaciones, nuevos programas que mejoran los recuerdos, que eliminan los malos sueños, que ajustan las hormonas, que eliminan los deseos irrealizables, que… Hágame caso, aquí tiene el catálogo. Le recomiendo el último modelo, bitensión, biodegradable, de fácil conexión, es más caro, pero tendrá cerebro para años y será mucho más feliz".
Antes de decirme adiós volvió a releer mi expediente, a repasar informes, pruebas, folios garabateados. Frunció el ceño, se quedó absorto, pensativo. Colisioné con su mirada… "Espere, espere, estaba releyendo su historial, y esto lo cambia todo: aquí dice que es usted un ser complicado, insatisfecho, demasiado crítico con el sistema, quejoso, malcontento. Un rebelde, un contestatario, un agitador, un subversivo. Devuélvame el catálogo, deberá adquirir éste otro, aquí tiene la receta, es mano de santo, y además este está subvencionado por el Estado al 100%..., hoy le ha tocado la lotería, se han acabado sus problemas. Y no se olvide de las pastillas, las rojas, las mejores para mantener a raya el inconformismo, una cada 8 horas... Que pase el siguiente".

© Xavier Blanco 2011.

Tomado del blog: Caleidoscopio

Sobre el autor: Xavier Blanco

domingo, 6 de abril de 2014

Una visita inesperada… - Xavier Blanco


No me diga que le explique por qué, ni siquiera cuándo, ni me pida dónde. No pregunte, no hay respuestas. Estoy aquí, eso es lo importante. Es normal que usted tenga miedo, que se sienta extraño. No me mire así: sí, claro que me conoce. Soy sus sueños, sus recuerdos, sus mentiras, sus anhelos. Su pasado. Puede que llegue a ser su futuro. Soy lo mejor de usted, y lo peor también. Ahí, envuelto en su piel, estando sin estar, pasando desapercibido. No se proscriba, no tenga miedo: mi voz es su voz que resuena como un eco, como cantos de sirena. Soy la ira, la envidia, la lujuria, la pereza, la avaricia, sus mentiras. Pero también la ternura, el amor, el deseo, la verdad. Quizás se le ha escapado el tiempo y ya no pueda regresar a la vida. No me espere, volveré: usted y yo hablaremos. No le quepa duda. Tal vez las certezas se han caído y han de caer del todo sin duda alguna.Vale.

Este relato tiene truco, acaba con la última frase de una novela muy conocida, insustituible, infinita diría yo. Seguro que sabes que novela es ¿lo intentas?. Te daré una pista, en algún lugar se escribió....

Tomado del blog: Caleidoscopio 
Sobre el autor: Xavier Blanco

viernes, 21 de marzo de 2014

Circo Inuit - Xavier Blanco


Sus cuerpos diminutos emergen rayando el horizonte, la compañía se aproxima parsimoniosa seguida por una línea infinita de trineos. Irrumpen en el pueblo emboscados, arrastrando sus cuerpos lastrados por el hielo; en ese espejo albino se reflejan sus anatomías exangües y sus rostros planos, con pómulos prominentes y nariz aquilina. Los trineos jaula, tirados por bueyes almizcleros, esconden los animales de la taiga: el caribú, el oso polar “súper depredador del ártico”, el lemmin, el búho nival y la foca arpa.

Acompañando al circo llega la Diosa Sila, el espíritu del aire, controladora del tiempo, así como de la abundancia o escasez de la caza.

Ensamblan su carpa con megalíticos bloques de hielo, la construcción asemeja un iglú gigante inconcluso en su coronamiento, para que la luz de la aurora boreal alumbre la función. Los búhos sobrevuelan la pista mientras la ecuyére hace equilibrios a lomos del alce; este año el circo presenta un espectáculo sublime: de la caja del escapista irrumpe el Yeti y por su aro de fuego saltan solícitos la ballena blanca y el narval.

El cielo de la noche ilumina la pista.

Los mayores respiran constreñidos, saben que la aurora boreal sólo es la luz de las antorchas de los muertos señalando el camino del abismo. Los niños, ajenos a la tragedia de la existencia, aplauden entusiasmados el suicidio de los lemmings mientras el cuerpo esviscerado del abominable hombre de las nieves, ensartado por el asta del narval, regurgita sangre sobre la pista.

Cuando oscuridad y silencio interseccionan, los espíritus del averno penetran sigilosos en la carpa, en ese minúsculo instante las zarpas del oso revelan el contorno de los elegidos: para ellos el circo de la vida representa allí su última función.

Acerca del autor: Xavier Blanco 

© Xavier Blanco 2011.

Tomado del blog: Caleidoscopio http://xavierblanco.blogspot.com/2011/12/218-el-circo-inuit.html

domingo, 8 de septiembre de 2013

El circo del bosque - Xavier Blanco



Emerge disimulado en un recodo del sendero. Llega con el crepúsculo, cuando el sol bosteza rendido  y las sombras de la tarde se diluyen en la lejanía. Levantan su carpa majestuosa,  tejida a base de hojas secas, madreselvas y pétalos de amapola. Un enjambre de luciérnagas ilumina la función. Pasen y vean: abedules con chistera, conejos que son leones; el ciervo contorsionista, el ciempiés acróbata, el erizo tragasables. El cuervo ventrílocuo y su muñeco el espantapájaros. Arañas en monociclo que hilan incansables sus telas. Ciervos malabaristas serpenteando por el alambre. Ardillas elefante y la garza barbuda. Cierra la función el oso lanzador de cuchillos. Todos exhiben alegremente sus habilidades: el abedul se saca palomas de la manga, el erizo embelesa con su destreza, gimotea el muñeco en manos del grajo, salta el ciempiés más allá de lo imposible. Al finalizar la función resuena un coro de abejas, el croar de las ranas, el arcoíris de los camaleones. El viento silabea. Los árboles del bosque aplauden ensimismados. Algunos comentan que esto no es en puridad un circo. Otros creen que lo hacen sólo por dinero. Todos se equivocan.

Acerca del autorXavier Blanco

Tomado del blog Caleidoscopio

miércoles, 5 de junio de 2013

Un libro de aventuras - Xavier Blanco


Seguía apoyado en el alfeizar de la ventana, afantasmado, con la mirada perdida en el horizonte. Desde la ventana se veía el patio, y en el patio sus compañeros. La pelota corría de un lado a otro, y un sonido ensordecedor, parecido al redoble de un gran tambor, se escuchaba cada vez que la misma chocaba, violentamente, contra la puerta metálica. Los que no jugaban, se repartían en corrillos. El patio era un hervidero, y el murmullo colectivo, amplificado por la altura del edificio, simulaba el graznido de una bandada de pájaros.
Se percibía en el ambiente que llegaba la Navidad. Siempre era igual: abundaban las sonrisas, los gestos cómplices, las bravatas, las chiquilladas…, algunos tendrían la suerte de marchar unos días con su familia y volver con el saco de las ilusiones lleno, y eso se notaba.
Dio media vuelta y se sentó en una silla. Miró el reloj y el calendario que colgaba de la pared: las doce y miércoles. Cuánto le gustaban los miércoles. Hoy podría coger un nuevo libro en la biblioteca, de esos de aventuras que tan buenos ratos le hacían pasar y, después de comer, tenían taller con esa profesora nueva que tanto afecto les daba. Para él, los miércoles eran como los domingos, pero sin misa.
Y así una semana y otra. Hacía poco que estaba allí: ni una llamada, ninguna visita, nada. Melancólico, cabizbajo, fijó su mirada en el suelo. La vida no había ido muy bien: demasiados sueños rotos, demasiados errores. Se levantó, se abotonó la camisa, cogió el libro que tenía que devolver y dirigió sus pasos hacia la biblioteca. Aceleró su caminar: a las dos tocaba recuento y debía de estar solícito en su celda.

Tomado del blog Caleidoscopio
Sobre el autor: Xavier Blanco

domingo, 31 de marzo de 2013

El Circo Newton - Xavier Blanco


La última función del Circo Newton se representó el 20 de octubre del año 1687, coincidiendo en idéntico horario con un violento terremoto que destruyó la ciudad de Lima. La compañía, regentada por Isaac Newton, visitaba cada otoño los pueblos y ciudades de condado inglés de Lincolnshire, para delicia de pequeños y mayores.  Ese día, mientras el público aplaudía enfervorecido ajeno a la tragedia, se produjo la primera fusión nuclear no reconocida  de la historia de la ciencia.
El hecho desencadenante fue la colisión, en plena función, de dos trapecistas hercúleos; ese choque generó una especie de cataclismo atómico a escala microscópica. En la reacción en cadena posterior, el león traspasó el aro del domador, desapareciendo en una sucesión infinita de círculos concéntricos. La mujer bala se desvió  de la trayectoria elíptica marcada en los ensayos, iniciando un recorrido asintótico al horizonte. Peor suerte sufrió la pareja de equilibristas, que ejecutando un triple mortal recorrieron una trayectoria idéntica a la de dos líneas paralelas y no llegaron a converger en ningún punto del plano. Escasa información existe sobre la amazona, que proyectado por la fuerza centrífuga generada por el movimiento inverso del caballo, se alejó progresivamente del animal hasta evaporarse en la derivada del tiempo. Así consta en el atestado.
La policía, aconsejada por Newton —único superviviente—, cerró el caso sin investigar la causa de los fallecimientos. Tal vez sabían que la cinemática es la parte de la física que estudia el movimiento de los cuerpos al margen de sus causas, y en el circo casi todo es movimiento. Newton, que ya era un hombre inquieto, decidió liquidar el negocio y teorizó que lo acaecido ese día era un claro ejemplo de suceso nulo que tiende a infinito. Algunos pueden pensar que la historia no es cierta, sólo puro artificio —usted mismo podría hacerlo—, pero antes  debería saber que el circo no es mas que eso: el conjuro de lo eterno, cercar lo ilimitado, quizás el adiestramiento de la lejanía.
Lo de la manzana vino después, pero no busquen concordancias. ¿El público?... mejor no pregunte.
¿A quién le importa el público?

Acerca del autor: Xavier Blanco

lunes, 14 de enero de 2013

Saga de actores – Xavier Blanco


Y aquella tarde, papá, regresó a la tumba entristecido, besó a mamá y se recostó junto a ella. Sus ojos descorazonados indicaban que el rodaje de la película no había ido bien: “El director se ha vuelto a equivocar, las escenas no tienen verosimilitud. Esos vivos son insoportablemente banales”, dijo lloroso. Ajena a la tragedia cinematográfica la abuela no dejaba de lamentarse, recordando aquellos tiempos en los que el panteón era sólo para ella. Con tanto arrebato se le desprendió la mandíbula. El sarcófago explotó en risas. El abuelo hipaba, se hizo el muerto, para luego abrir los párpados lentamente y pellizcarle los glúteos . Siempre hace lo mismo, es un bromista. Ésta le arreó un manotazo y, con el brío, se le desprendieron tres dedos. Hacía calor, las gotas de sudor resbalaban por mi frente. La abuela tiene razón, desde el accidente la tumba es insuficiente para tanto cadáver. Yo estaba nerviosa, al día siguiente tenía un casting. Así es imposible ser una estrella, tengo unos cabellos horribles, se me caen las uñas y además me huele el aliento “Tranquila hija, si estás muerta no tienes nada que perder”, dijo mamá. Seguro que ella tiene razón, y yo sólo soy una quejosa, pero hace tiempo que nada me sale bien. 

Tomado de Caleidoscopio

 Acerca del autor:

domingo, 6 de enero de 2013

El tren de las doce - Xavier Blanco


Se ligó las botas y salió corriendo calle abajo, camino de la estación. Era tarde. No se había lavado la cara y el pelo revuelto delataba que hacía poco que se había levantado. Antes de salir, su madre, ya octogenaria, le hizo un gesto con la mano en señal de buena suerte.
A su paso, los niños jaleaban su caminar torpe y cachazudo. Los paisanos le saludaban pero él no respondía a ninguna cabezada, a ningún gesto. Él era así, diferente, "raro" decían los demás. Era eso que llaman el tonto del pueblo. "Cada uno tiene un lugar en la vida", pensó, y a él le había tocado ése; le era indiferente y cumplía su papel a la perfección.
Llegó a la estación. Las agujas del reloj marcaban el mediodía. Como en un ritual sacó el pañuelo del bolsillo y lo desdobló con parsimonia, como si el tiempo fuera infinito. Limpió el polvo del banco antes de sentarse. Desplegó la pañoleta y sobre ella dejó un muñeco viejo de goma. La estación estaba abandonada, las malas hierbas apenas permitían imaginar los raíles ya oxidados y las traviesas podridas por el paso del tiempo. Se sentó y empezó a girar la cabeza, lentamente, de un lado para otro, esperando oír el silbato de una vieja locomotora anunciando su llegada. Los pajarillos dejaron de trinar y un silencio cómplice alumbraba un nuevo día sin sorpresas.
Era día de aniversarios. Hacía 25 años que se sentaba en aquel banco cada día a la misma hora. No dudó ni un instante, no había fallado nunca, siempre con la misma ilusión esperando que sucediera alguna cosa, alguna señal que no llegaba. Algún día las cosas cambiarían y todo sería diferente. Cerró los ojos y una sonrisa cruzó su rostro: veía a Luna, su perrita, corretear por los andenes y morder su pantalón deshilachado. Era lo mejor que le había pasado en la vida. Era lo único que le había pasado en la vida.
Un día Luna desapareció sin decir adiós. La buscó por todo el pueblo. La buscó por las eras, la buscó por el río, recorrió el desván y sus escondites preferidos, pero nada, Luna no estaba. Su madre ya se lo había avisado: “hijo, no se puede querer así a un animal, un día tendrás un disgusto”. Dicen por el pueblo que se la llevó el tren de las doce. Pero eso no es verdad, ella nunca lo dejaría, y él sabe que algún día el tren parará en la estación y Luna volverá a comer de su mano.

© Xavier Blanco 2011.
Tomado del blog Caleidoscopio

lunes, 17 de diciembre de 2012

Marionetas – Xavier Blanco


La ciudad se aletarga. La calle está saturada de seres imprecisos. Crecen rascacielos entre los árboles. Todos caminan en silencio, enredados en la afonía de la noche. Intento confundirme entre ellos. Les rozo las manos e imito su caminar lento. Pero no hay respuestas, no hay miradas, ni siquiera una sonrisa esquiva o un gesto de reproche. Marchan ordenados, uno detrás de otro; equidistantes, formando una línea infinita. Llueven luces de neón. Veo un individuo que acelera su paso, que huye de la fila. El resto sigue su caminar impasible. Luego cae y su cuerpo queda tendido en el asfalto. Se acercan dos hombres uniformados y vuelven a ligar las cuerdas a la cruceta. Él se levanta robotizado y se incorpora a la hilera. Por sus mejillas de madera caen dos lágrimas que inundan el pavimento. Miro a mi alrededor, pero no distingo más color que el gris, ni reconozco más sonido que el chirrido amargo de sus lloros al estrellarse contra el suelo. Todos sollozan. Asustado empiezo a correr hacía la lejanía. La línea del horizonte es cóncava y, entre ella y el cielo, sólo se alza el vacío. Nadie me mira, nadie me habla. Me persiguen. Corro.

Acerca del autor: Xavier Blanco

© Xavier Blanco 2012.
  Tomado del blog Caleidoscopio

viernes, 7 de diciembre de 2012

Un día cualquiera - Xavier Blanco


Era un día cualquiera de esos fríos del otoño. El sol empezaba a caer y coloreaba de rojo el horizonte. Se ciñó el abrigo y miró a su alrededor: quedaba poca gente. Hacía tiempo que su carácter frío y distante la habían dejado sin amigos, pasaba demasiado tiempo sola y las aglomeraciones le incomodaban. No era día para lamentaciones, no era día para nada. Le había pedido pocas cosas a la vida, muy pocas, y la vida no le había concedido ninguna. La vida es así de caprichosa.
Tenía dieciocho años cuando conoció a Pedro, su marido. Recordaba aquellos primeros meses con dulzura, y cuando eso sucedía le costaba contener las lágrimas. Sacó el pañuelo y  secó sus ojos llorosos de melancolía. Luego se casaron: “hasta que la muerte os separe” sentenció el párroco del pueblo. Las cosas no fueron bien. Él no era un buen marido. Tampoco era un buen padre. En realidad no era siquiera una buena persona. Primero fue la bebida y después lo otro. No tuvo valor. Confiaba en su madre: “hija, no lo dejes, no me hagas pasar esta vergüenza en el pueblo”. Era su madre. 
Le faltó arrojo. Perdió el tren, para siempre y la existencia se le fue, día a día, por un camino lóbrego y frío como el del invierno. Pasaron los años y el libro de la vida fue garabateando sus páginas una detrás de otra.  Primero falleció su madre. Luego marcharon sus hijos, se fueron lejos escapando de aquella realidad a la que no querían enfrentarse. Pero ella seguía allí, inmóvil y distante, viendo como se escapaba el futuro sin llamar a su puerta.
Ya no quedaba nadie. Sintió su propio suspiro en el silencio. Guardó las gafas en el bolsillo del abrigo y fijó su vista en aquel mármol blanco, impoluto y reluciente. Observó por última vez el nombre de su marido escrito en la lápida recién puesta: “A Pedro Blázquez, con cariño de su mujer e hijos. Descanse en paz". Ironías del destino. Giró sus pasos y empezó a caminar hacía la salida. Se detuvo un instante. Miró el reloj: las seis. Toda una vida por delante, pensó.

Sobre el autor: Xavier Blanco

sábado, 6 de octubre de 2012

Un circo de cuento – Xavier Blanco


Mientras los músicos de Bremen amenizan la espera, Hansel y Gretel, confundidos entre el público, ofrecen caramelos de chocolate y galletas almibaradas. Los animales descansan solícitos en sus jaulas: el lobo feroz, el gato con botas, el patito feo y los tres cerditos. Hay curiosidad por presenciar los nuevos espectáculos que exhibe la compañía: Pinocho “el hombre de madera”, y la actuación estelar del Ogro “come niños” —el ser más cruel que jamás haya pisado la faz de la tierra—. Los pequeños aplauden entusiasmados el baile en monociclo de los cabritos equilibristas, la magia de Gulliver, los saltos de Pulgarcito y el trapecio de Rapunzel. Desde que Blancanieves gerencia la compañía, los sietes enanitos ya no salen encadenados y apagan la luz segundos antes que el lobo feroz se coma a los tres cerditos. Tras esos gruñidos, aparece el Flaustista de Hamelin y, siguiendo su estela, una comitiva infinita de niños cerca la pista. En ese instante los focos iluminan al humanoide de pies grandes, pelo hirsuto y cabeza desproporcionada, que emerge disimulado entre la oscuridad de la grada: envuelto en gritos y penumbra el Ogro cierra majestuosamente la función.


Tomado del blog Caleidoscopio
El autor: Xavier Blanco

jueves, 6 de septiembre de 2012

La vida no es un cuento - Xavier Blanco


—Hola Caperucita. ¿Cómo va la vida?
—No me puedo quejar. Encontré un empleo en la residencia de ancianos. Me encargo de la cocina y de las tareas auxiliares de limpieza. El salario no llega a 600 euros al mes, pero me dan la comida y, lo más importante, me hacen un precio especial por la abuela. Ya sabes, la pobre nunca se recuperó del susto: el lobo, los cazadores y luego el Alzheimer, allí está bien atendida.
—¿Qué sabes del lobo?
—Poca cosa. Se cambió de móvil y le perdí el rastro… Llegó la crisis, la empresa concentró la fabricación y deslocalizaron el cuento. La última vez que hablé con él trabajaba a turnos, pero ahora sólo se dedican a hombres lobo, vampiros… violencia y sangre, mucha sangre. Ya no interesa la historia de una niña rubia, vestida con una capucha roja, que lleva la merienda a su abuelita. Esa historia no vende. A esas multinacionales sólo les interesa el dinero y el dinero no sabe de sentimientos, ni siquiera sabe de personas. Son tiempos grises, huérfanos de sueños. A ti, no te veo en tu mejor momento.
—Si yo te contara: marchó el lobo y nos quedamos sin cuento. Mis dos hermanos emigraron, y hace meses que no sé nada de ellos. Yo empecé en la construcción hasta que explotó la burbuja inmobiliaria y todo se desmoronó. Ahora subsisto gracias al desempleo y a cuatro chapuzas que me salen. No dejo de enviar currículums, ir a entrevistas, pero… no es fácil contratar a un “cerdito”, si te enteras de algo, llámame.
—Qué mundo éste, es para indignarse. Hablan de eficiencia, de productividad, de recortes, cuando en realidad sólo hablan de DINERO. Eso es lo único que les importa. Que vaya bien cerdito.
—Adiós Caperucita. Ahora todo es diferente, hace tiempo que la vida dejó de ser un cuento.

© Xavier Blanco 2012.
Tomado del blog Caleidoscopio

jueves, 23 de agosto de 2012

Caza mayor – Xavier Blanco


Mi amigo Juan es mago. Le gusta cazar los conejos que utiliza en sus trucos. Hoy le he acompañado vestido de trampero. Vaya afición más aburrida; toda la mañana agazapado detrás de estos matorrales. Algo llama mi atención; me froto los párpados, pero no puedo creer lo que veo: se acerca un conejo gigante sacudiendo sus orejas. El viento ruge y revuelan chisteras negras. Giro mi cabeza, observo la arboleda convertida en improvisado patíbulo y el balancear de los cuerpos del resto de cazadores. El monstruo blanco se aproxima desafiante y señala, con su dedo índice, un cartel cubierto por enredaderas: “Prohibido cazar conejos”, puede leerse entre las tablas carcomidas. Me mira, guiña un ojo y se esfuma. Las sogas brillan y, en ese oscilar, reconozco el rictus risueño de Juan. Parece que sonríe. Corro. Tengo que decírselo, de mañana no pasa: no me gusta la caza, ni tampoco la magia.

© Xavier Blanco 2012
Tomado del blog Caleidoscopio

sábado, 14 de julio de 2012

Información básica para huéspedes – Xavier Blanco


Querido visitante: Es nuestra obligación revelarte algunas historias sobre el bosque; indicarte que tal vez auscultes ecos melodiosos; incluso es posible que te susurren las margaritas. Escucharás cuentos fantásticos, leyendas sobre apariciones. Otearás nubes de unicornios alados que sobrevuelan fantasías. Algunas noches se percibe el canto de una sirena. Nada debe preocuparte. Podrás engalanarte con el traje nuevo del Emperador; conversar con Caperucita cogiendo moras en un recodo del camino. Dicen que por ahí vaga el espectro de la bruja y el alma de Campanilla. Algunas tardes Hansel y Gretel regalan golosinas al final del sendero. En otoño llueven palomitas y pompas de jabón. Los más afortunados cuentan exaltados que reconocieron a Alicia corriendo detrás del conejo, y a la cigarra, amenizando una procesión de hormigas. Explican que la liebre venció a la tortuga y que la Bella durmiente sigue adormecida bajo la espesura. Si interrogas a un roble, te expresará que Pulgarcito abandonó a sus hermanos, que el lobo se merendó a las siete cabritillas, y que los enanitos delataron a Blancanieves. Piérdete por el bosque como lo hacen los sueños en primavera. No preguntes. Aquí las cosas siempre pueden ser diferentes, de otra manera. Feliz estancia.

 © Xavier Blanco 2012.
Tomado del blog Caleidoscopio

Acerca del autor: 
Xavier Blanco

viernes, 22 de junio de 2012

Mundos paralelos - Xavier Blanco


Llueve. Las sirenas de los coches policiales arañan la noche. Revolotean los helicópteros. Se escuchan los gritos de los soldados y el chasquido indiscriminado de los percutores. Han salido: hay niños mugrientos rebuscando entre los desperdicios; mujeres de tez blanquinosa, vestidas con harapos, que zigzaguean por las calles; brazos y manos que piden auxilio desde de las alcantarillas. Se acercan torpes. Penetran sus sombras entre las oquedades del cortinaje. Los vemos desde la ventana. Nos miran con sus caras ovaladas y sus ojos desabrigados de esperanza. Afuera arde la miseria, el aire es denso, asfixiante. Llueven cenizas, huele a desesperación. El polvo penetra por las rendijas, nos atenaza la garganta. El mundo huye sonámbulo como un avión de papel. Nos miran, vemos sus uñas de grafito desgarrando la espesura. Encendemos la televisión, dicen que han salido, que tienen hambre, que faltan basuras ahí abajo. Resuenan las balas, la lluvia se tiñe de rojo. El mundo está en la cornisa, se desmorona, todo son grietas llenas de grietas. Han salido. Se escuchan las sirenas, el ladrido de los perros y el silbido borroso de los proyectiles. Mamá nos llama, dice que se enfría la sopa. Llueve.


© Xavier Blanco 2012 Tomado del blog Caleidoscopio

Sobre el autor: Xavier Blanco

lunes, 18 de junio de 2012

Aromas de circo – Xavier Blanco


Donde viven los pobres nunca llega el Circo. Ahí, en el arrabal, no hay magia, ni siquiera llueven golosinas. Hoy todo está agitado, la desmesura se huele en el ambiente: los niños descalzos, huérfanos de alegrías, corren hacia la quebrada; los mayores acarrean sus sillas de tijera, desvencijadas. Hay nervios. La muchedumbre se sienta solícita y espera -donde viven los pobres siempre esperan-. Otean el horizonte, todos están pendientes del viento: sopla, ruge, brama. A lomos de la ventisca llega el Circo, nadie lo ha visto, pero todos perciben sus fragancias. El suburbio se impregna de nuevos olores. Cierran sus ojos y olfatean. Sobrevuelan vahos de júbilo. Emanan fantasías. Se perciben los efluvios de la carpa, construida con aromas de mantequilla, bálsamos de menta y esencias de caramelo. Sienten husmear las trompas de los elefantes y el silbido de los cuchillos que lanza el oso hormiguero. Los niños huelen las risas de los payasos. Dicen que este año actúa Pinocho, la mofeta malabarista y el topo de nariz estrellada. Dicen tantas cosas. Cuando se aquieta el viento se disipan los vapores, huyen las fragancias, desertan los aromas. Se acabó el espectáculo, pero nadie aplaude. Regresan. Adultos y pequeños, hombres y mujeres, en una fila ordenada, infinita, arrastran sus sillas, tornan a sus quehaceres: zanqueros de esperanzas, contorsionistas de utopías, domadores de problemas, sólo saltimbanquis de la vida. Se esfuman los aromas del Circo, pero permanece el olor fétido de la miseria, el tufo del hambre y el hedor de la muerte, también llamada “la Chata”. Algunas veces, cuando ya no queda nada, sopla el viento. La fila avanza desde la lejanía, se huele en el ambiente. Donde viven los pobres nunca llega el Circo.

© Xavier Blanco 2012.
Tomado del blog Caleidoscopio http://xavierblanco.blogspot.com.ar/2012/04/254-aromas-de-circo.html

Acerca del autor
Xavier Blanco

viernes, 25 de mayo de 2012

Los últimos bosques – Xavier Blanco


Sólo quedan bosques en los depósitos de los museos: una evocación amarilla en libros desvencijados. Igual sucede con los árboles, los acordes del viento o el olor de las madreselvas. Todos extintos, convertidos en tenues trazos de memoria, esquirlas que socavan los recuerdos. En esos tomos carcomidos he descubierto imágenes de robles, colores que ya no existen, los caminos de las hormigas, el árbol del que germinaban las mariposas…Se acabó huir. Esperaremos exhaustos en este caserón destartalado, en el mismo lugar donde antaño florecía la espesura. Ahora el bosque es un precipicio abrupto lleno de escombros y cenizas; un lugar donde anidan los cristales rotos. A lo lejos se escuchan las sirenas, el chasquido de los percutores y el ladrido furibundo de los perros. Se aproximan incansables. Husmean la maleza, pero ahí debajo no perciben nada, sólo razones difuntas y argumentos roídos por la herrumbre. El cuerpo del abuelo permanece ovillado en el sillón mientras los niños corretean risueños entre las basuras. Huele a frustración, revolotea la sombra del ocaso, se marchitan las quimeras. Papá me acaricia la nuca. Llora. No se percibe nada en la lejanía, ni siquiera el futuro. Ahí están, disparan. Papá ha caído. Somos los últimos.

Tomado del blog Caleidoscopio

Acerca del autor:
Xavier Blanco

miércoles, 9 de mayo de 2012

Caminos del exilio – Xavier Blanco


Avanza la muchedumbre ordenada, silenciosa y, en su devenir, dibuja el cono de un embudo sobre la tierra yerma. Incansable, sigue su periplo, transita por los caminos de la derrota bajo un cielo cubierto de nubes de chatarra. Llueve, aunque nada es real - ni siquiera imaginario -. Todos saben que lo fingido es demasiado frágil, pero nadie habla con nadie, abandonaron el lenguaje y esa mudez levanta entre ellos una muralla de desconfianza. El tiempo es inclemente; sólo queda caminar. Algunos distinguen la puerta en la lejanía, no hay mas estímulo que ese. Maleados por el barro avanzan y la imagen se fragmenta, se rompe en mil retazos de memoria. La intemperie ahoga. Las nubes hechas girones descargan un óxido macilento. Precipitan los recuerdos. La fila avanza: un ser y después otro en un movimiento sincopado, sin contacto, sin miradas, sin palabras. Arrecia la ventisca. Se auscultan los versos de un poeta loco. La fila se aquieta aturdida, todos giran sus cabezas como un ejército de marionetas. El hombre cae exhausto y perece diluido en el fango. Luego las palabras expiran y la lluvia llora en sus ojos. Al final una puerta y, tras ella, el acantilado.

©  Xavier Blanco 2012.

Tomado del blog Caleidoscopio

viernes, 27 de abril de 2012

El camino - Xavier Blanco


El camino era largo, angosto y lleno de repechos. Eso no era lo peor: no existían mapas, ni guías, acaso algún libro que de poco servía. Eso sí, había consejos, recomendaciones, reparos, todos sabían algo del camino.
Al principio transitabas por una senda plana, rodeada de paisajes bucólicos, llenos de besos y de ternura. Luego, más pronto que tarde, todo cambiaba, y el camino se bifurcaba una y otra vez, de forma inesperada, y se convertía en un laberinto infinito, ciclópeo. La llanura se transformaba en páramo, el páramo en cumbre y la cumbre en precipicio. Otras veces la metamorfosis era tal, que el valle dejaba paso a tierras ásperas y desérticas o a lagos inmensos de aguas tranquilas que olían a primavera. Así un día y otro, ése era el camino.
El camino había creado sus propias criaturas. Se iniciaba sólo, pero pronto te veías caminando en compañía, algunas intrascendentes, superficiales, superfluas, que en el primer cruce desaparecían. Otras permanecían a tu lado, algunas, las menos, te acompañaban hasta el final del recorrido. Era pródigo en amores, en grandes pasiones, en desengaños, en alegrías y en tristezas.
Estaba lleno de peligros: la ira, la envidia, la avaricia, o la soberbia, sobrevolaban día y noche el camino. Era mejor hacerlo armado de paciencia. El camino era Pandora. Para unos se transformaba en una fiesta, en un jolgorio, en una romería. Para otros el camino se convertía en su Gólgota personal. Unos lo hacían a pie, descalzos y harapientos, otros bajo palio, seguidos de una corte de aduladores. Cosas del camino.
Mientras reflexionaba sobre lo ya andado, se advirtió caminando sus últimos metros antes del final. Dejó caer su talega cargada de recuerdos y se sentó en un pedrusco, de formas apuradas,  moldeado por el tiempo. Detrás el abismo, convertido en un caprichoso eco, gritaba su nombre. Fijó su vista en el horizonte y, desde esa atalaya privilegiada, observó el azul del cielo. De pronto, el cosmos empezó a cambiar de color, como si de un círculo cromático se tratara. Los colores del arco iris se fundieron en uno sólo y un blanco inmenso, que cegaba sus ojos, le impedía cualquier visión. Cerró los párpados dejando caer su cuerpo suavemente por el precipicio, y como si de una película se tratara, se encontró frente a frente con su vida.

Acerca del autor:
Xavier Blanco