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domingo, 9 de agosto de 2009

Un martini bien helado para Rita Hayworth – Gabriela Aguilera



Lo pedí bien helado, pero el garzón me lo trajo así no más, a temperatura ambiente. Y en un vaso de jugo. Tenía la aceituna flotante, sí, como debe ser, pero de la temperatura ideal, estaba bien lejos. No sé qué era peor. “Lo quiero helado”, dije, “y en una copa triangular”. El garzón me miró con una cara de “vieja loca, por qué no te tomai la cuestión calladita no más y dejai de joderme”, pero volvió al rato, con una copa adecuada, aunque la temperatura igual. “Le podemos poner hielo”, dijo. “Por nada del mundo”, contesté, “eso sería matar mi trago”. Lo degusté con cuidado. Ese primer sorbo de martini siempre me deja en un espacio y un tiempo de infancia. Rita Hayworth era Gilda en los minutos previos al strip tease que no pasó de ser una sacada de guante. Tanto escándalo por tan poco. El vestido negro le ceñía el cuerpo tal como los guantes se apretaban a su mano y su antebrazo. Glenn Ford la contemplaba furioso porque no podía impedirle que se exhibiera así, sin ninguna vergüenza en medio del salón y cantando con buena voz además. Cuánto odió Glenn a Rita y cómo la amaba, Hubiera deseado arrancarle el vestido a tirones, castigarla volteándola en el suelo o donde fuera, metiendo las manos en su pelo rojo para quitarle cualquier arresto de poder. Eso que quisiste hacer conmigo cuando fui Gilda y en la fiesta de aniversario de tus padres, subí a la mesa para cantar, mientras me sacaba el guante negro. Era solo el guante, te lo juro, pero me arrastraste a la cocina y me diste un par de bofetones asegurando que yo era una puta, desvergonzada puta que te ponía en ridículo. Y después me encerraste contigo en el baño. Cuando saliste, advirtiéndome que tu familia no debía notarlo, me arreglé el vestido frente al espejo. Con el pelo revuelto, la cara hinchada, el cuerpo magullado y el maquillaje corrido, me dije que sería la última vez que me ponías la mano encima. Y salí a la calle con lo puesto, hasta este bar en que maldije a Glenn Ford y a los otros como él y como tú y pedí un martini bien helado. Un martini bien helado para Rita Hayworth.

sábado, 11 de julio de 2009

Propiedad privada - Gabriela Aguilera


“Puta”, dices, aplastándome en la cama. Me acaricias en medio segundo, metes tu lengua en mi boca. Cuando te muerdo y saboreo tu sangre, muerdes también y me volteas sin darme tiempo a decir que sí. Tu furia revienta porque creíste algo que no ocurrió, pero que dejé entrever en una frase dicha sólo para provocarte, mirándote, mientras revolvía un café. Siempre dijiste que no te importaba que hubiera alguien más y yo quise saber si era cierto. Sonriendo, contestaste que cada uno es libre de hacer lo que quiera. Después de eso fuimos al Cero Catorce, como todas las veces.
“Puta”, aseguras, arrastrando saliva en mi oído, agarrándome del pelo, inmovilizándome, aplastando mi cabeza contra la almohada, ahogando mi voz. Está lloviendo afuera pero no puedo escuchar el sonido del agua. Tus palabras llenan este cuarto rentado.
“Puta”, murmuras sin detenerte y no me permites pedir nada, abriéndome las piernas con la fuerza de las tuyas, investigando otros caminos, rompiéndome en dos. Resisto el embate, intento atraparte, acariciar tu mano que esposa las mías, frenar lo que quieres hacer, lo que haces ahora conmigo boca abajo, vencida boca abajo.
“Puta”, deslizas, en la cadencia de una ternura que no esperaba, dejando caer tu cabeza junto a la mía, revueltos los dos en el sudor y la sangre, descansando en el placer, la respiración entrecortada, el dolor de las heridas, la humedad que mancha la sábana.
Es noche afuera y oigo tu voz diciendo “Ahora sí eres mía”. Y después de un minuto agregas “Nadie más. Nadie. Nunca más”.