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domingo, 30 de agosto de 2009

Escritora - Susana Arroyo-Furphy


Sara era contadora… de historias. Le encantaba inventar cuentos y entretener a la gente. En ocasiones después de leer se ponía a escribir la continuación del libro y se preguntaba por qué el autor había dejado la historia con ese final o con este otro, a ella le habría gustado que no terminara nunca.
La madre de Sara preparó una magnífica fiesta de bodas.
—Parecerás una princesa —le dijo—. Serás como uno de tus personajes y para tu felicidad esta historia nunca terminará, será para siempre.
Tres años después de su divorcio, Sara seguía soñando con las historias que desarrollaba y plasmaba en sus cuadernos; se sucedían los acontecimientos, uno tras otro: lectura-reescritura. Se pensaba a sí misma viviendo con el mismo hombre, yendo a trabajar, llevando a los niños al colegio, regresando a preparar la cena, en fin, la vida común de una mujer casada. Era tal su imaginación que a veces llegaba a su solitaria casa y hablaba con sus personajes, los hacía reales en su vida diaria, eran reales en su escritura. Su sedentaria vida como bibliotecaria le ofrecía momentos excitantes… en su mente. Leía afanosamente tratando de encontrar la historia que más le agradara para continuarla con su muy peculiar estilo. Así, cambió el final de Aura, la novela de Carlos Fuentes, le dio vida a la anciana Aura/Consuelo y la mantuvo sin enfermarse en lo más mínimo. La joven Aura se casó con Felipe Montero, tuvieron muchos hijos y fueron felices. Poco a poco la anciana Aura se fue deshaciendo de tan viejita. En El amor en los tiempos del cólera, modificó el final de la historia pues no le gustó, le pareció demasiado bello para ser verdad aún en la ficción, así que decidió dejar vivo al marido de Fermina Daza y resolvió que Florentino la amaría para siempre en secreto, un día él moriría —quizá de una caída— y ella no se enteraría jamás ni de su amor ni de su muerte. Pensaba, Sara, en el amor eterno y frustrado, era más cercana a Rimbaud o a Mallarmé, que al propio García Márquez. Sufría pero esperaba, pensaba en la falta ideal de las rosas. En su vida no pasaba nada, solo el tiempo, el cual transcurría con lentitud. La espera se alejaba, la escritora contaba los días, contaba las horas, contaba sus historias en el letargo de su existencia, en la ausencia del reencuentro con el amado que había descrito puntualmente en el papel de su memoria. Aguardaba paciente la felicidad. Sara construía personajes reales… en su mente, hablaba con ellos, lloraba con ellos, se enfadaba, hacía todo lo que las personas suelen hacer con la gente real.
Un día, al terminar sus labores en la biblioteca y tras haber tomado el “metro” prefirió caminar a casa y luego de andar varias calles, llegó a su vecindario, siguió las veredas solitarias hasta perderse y ahí en la penumbra, casi en la oscuridad, se sintió por primera vez en su vida, sola. Miró hacia las bombillas públicas, alcanzó a ver la tenue lluvia que parecía nieve esparcida en un haz de hielo y se detuvo a pensar; dio varias vueltas en círculo, sintió su rostro húmedo, mojado, empapado, sedienta en la humedad de la prodigada lluvia, sonrió, rió, luego… a carcajadas. Continuaba dando círculos sobre su propio eje cuando un hombre la vio e intentó hablar con ella, pero Sara estaba extasiada, el placer de la lluvia en su cara, en sus cabellos, en su cuerpo, era inaudito. Llegó la policía como respuesta al llamado del hombre anónimo. Sara fue escoltada hacia una celda. No entendía por qué le habían impedido ser feliz por primera vez en su vida. Entonces contó historias, les habló de Los cuadernos de Don Rigoberto, de la “Casa tomada”, les habló de los temores, de las angustias, rogó, pidió, suplicó que le permitieran hablar con Juan Marsé, les explicó que Goytisolo tenía razón, les imploró que le preguntaran al Capitán de Whitman. Nada. Todo fue inútil. Sara ya no escribe. No se cuenta historias a sí misma, no las inventa, no las recuerda, no las hilvana, no las muerde, no las destroza. Sara está sola, perdida, no intenta ser feliz, ya no trata de encontrarse. Sara ha muerto.


Tomado de: http://www.cervantespublishing.com/Hontanar/2009/Hontanar_junio_2009.pdf

martes, 7 de julio de 2009

Inefable - Susana Arroyo-Furphy


No sé cómo ni4 en qué edstoy escribiendo. No sé si escribir en un teclado iumaginario sea sensato, conveniente, prudente o al menos sirva para aklgo.
No sé si cometo errores tipográficos, creo quesí. No leo lo que escribo. Normalmente soy buena en lo que antiguamentre se llamaba mecanografìa. Pero hoy todo el mundo escribe en el tecladop de la computadora y puede regresar, corregir, releer y volver a escribir con gran faxilidad. Yo no. No veo nada. En fin,
Ddoy return para usar punto y aparte auqnue no sé si lo uso correctamente. Es màs, no hay teclado alguno ni monitor ni computador, nada. Escribo desde la invisibilidad del luagr en el que estoy. Pero esta necesidadf de escribir, vaya necesidad en estas circumstancias, me hace mover mis dedos como si toacara el piqano pero como no sé tocar el piano, escribo. Lo hago aquí, en la semioscuridad de este ¿...lugar? ¿Dónde estaré? No lo sè pero un yo interno me dice que tengo que escribir, debo continuarr ytratar de explicarle al mundo. bueno, a quien puedea leer mis ¿...letras? en algun lugar de un gran país. ¿no dijo eso Duncan dhu?
Sucedió mientras trabajaba en el proyecto de los diarios del monjke capuchjino. Yo como siempre leía en un monitor y registraba los datos en el otrop. El proceso de transcirpción se ha vuelto casi mecánico, conozco su escritura tanto o ma´s que la mía pues yo ya no hago nada o casi nada manuscriito, así qeu conozco muy bien al sacerdorte que hace 150 años escribiera lo que me haa encomendado la universidad. Se trata de un trabjo de paleografíia. ´El cuenta sus aventuras en la misión que fue afundar en la lejana Australia. Y de repente, como para sacudirme, la pantalla del regstro empezó a jugar, a hacerme travesuras. Si movía el cursdor, desaparecía el texto, si intemtaba escrivir la letra a por ehemplo, entonces se reducía o aumentaba la àgina que leía en propirciones desmesuradas. Pensé rprimero que era un virus, luego creí uqe era el dvd que tenía grabando desde la noche anterior. Sí, estaba<> Squé el dvd y reiniciè la compu. Esperè todo el tiempo pacientementr. Proceso que a ceces tarda mucho. O al menos a mí melo parece pueshay quequedarse biendo la pantalla y esperear lo cualpuede parecer eterno. Entocnes vi luces, sí, luces en mi monitor. Recordeñ que apenas unas horas antes vie n el noticiero de las 7, por la la tv que los jopurnalists británicos ttrataron de dar lap noticia en 1991 o 19923, no reuerdo bien el año, pero lo dieron a conocer y nadie les creeyó. Ahñi estaban, estaban ellos, los aliens.
ç
Entopnves Vi las luyces de los pixeles. vi los puntos de luz que lentamente se iluminaban para dar paso a las imágnees de la pantalla. Vi y conté 640 x 480. uno por uno, no podìa creerlo, estaban alrededor mìo, como si me hubieran invadido. Hatsa que vi, cont`´e, descirfrè 1280 x 1024. es decir,m estaba dentro de la mayor nitidez imaginabñle. Estaba dentro de mi compu. Me di ceunta que me rodeabna la mayor iluminación posible, nadie, creo, en este planeta (o en otrros? no sé=) ha visto tant aluz. recordé las palabras de Paz en el proólogo de las Enseñanzas de Don Jujan de Carlos castaneda: la mucha luz es como la mucha sombra, no deha ver. Entocnes, ¡estoy ciega?
Pero, no, veo sombrasy puedo reconocer la sombra entrew la penumbra. O la oscuridad entrela luz. Vaya, esto suena como una littote., esa figrua retórica que se refiere a los oppuestos.
En la tv dijeron que nadie les creyó cuando filamron, poruqe los filmaron, eran lucesa solamente, luces que volaban. Rcuersdo que PEedro Ferriz les llamaba Ovnis en un viejo programa ; un mucndo nos vigila. ¡Se llamaba asó? nO LO se creo que ya bo se nabda CREO QUE empeizo a desvariar y a estar más lñenta y má< retofrpe en el teclado, mias manosd estab penaasadas.. me temo que ya noc puedo swciribir on trelativa coherffencia. creo qeu si, qyue sdon ellllllos y hacen expietrientmentos conmmifgo. cogieeeron mi copmupuu y llueggo me llabraron con ellklos auqnuqaue espero peoder seeguir esc rfuoibiendo una poooco. nasdfuirheehi lo sietgonto, amigoas fdre dafahla ttierrrrrrrrrrzzsa, quizzaà deafbo decir aflggoa como hast a lab ista babiiiees...

jueves, 19 de febrero de 2009

Buenas noches - Susana Arroyo-Furphy


Se levantó de la cama. Apenas había dormido un par de horas cuando el insomnio le atacó de nuevo. “Esto va para largo”, pensó. Se calzó las zapatillas y se dirigió al cuarto de baño cuando escuchó un ruido que venía de la cocina, ¿o sería del comedor?
Reconoció su casa en la penumbra, apenas una leve luz de la luna en cuarto menguante entraba por la ventana del pasillo que conecta su habitación con el salón principal.
También reconoció los ruidos. Era como si se hubiese ausentado unos minutos de la mesa. Ellos continuaban la charla como sucede normalmente cuando alguien se tiene que retirar por unos instantes por razones fisiológicas; se encontraban, parecía, a la espera del anfitrión cuya urgencia al levantarse de la mesa era ocasionada por las grandes cantidades de agua que bebía durante el día debido a un reciente problema renal.
Así que se dirigía al inodoro. Se había levantado de la mesa o… ¿de la cama? Al caminar por el pasillo que conectaba las habitaciones, temió verse reconocido en el estupor, el pánico de la inconsciencia.
Entró al salón como si nada. Les miró de reojo dirigiéndose a la nevera para servirse agua, cogió un vaso, tenía la boca seca.
Solamente miró sus cuerpos enormes, enfundados en las ahora pequeñas sillas del comedor. Sus ojos se abrieron desmesurados, los globos oculares casi saltaban de sus órbitas. No eran sus amigos, eran ellos, los aliens, sentados en junta de consejo. Le miraron con desprecio desde sus extraños ojos.
Tomó el vaso con agua vertida, más bien derramada sobre sus temblorosas manos. No quiso mirarlos de frente. Hizo un gesto fingiendo una sonrisa amigable y les dijo al tiempo de retirarse: “Buenas noches”.