Mostrando las entradas con la etiqueta Juan Pomponio. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta Juan Pomponio. Mostrar todas las entradas

viernes, 3 de octubre de 2008

Un día en Calmar - Juan Pomponio


El río Magdalena arrastra su caudal de antiguas leyendas, forjando pueblos en sus orillas. Avanza, exhala su fragancia de aguas indómitas donde los niños juegan y se refrescan apaciguando el calor. 
La tarde trae un leve rumor de pájaros mientras los leños acarician una olla renegrida.  La brisa del río nos alcanza el aroma de la tierra mojada por un leve aguacero. Se levantan las bestias invisibles de la floresta. Un ángel recorre el cielo. 
Calamar es un pueblo detenido en el tiempo. Palpita su vida recostado sobre las orillas del legendario Magdalena, aquél que inmortalizara Gabriel García Márquez en sus novelas. Por un instante veo un buque transportando el amor de Florentino y Fermina, navegando la eternidad desde la profundidad de los tiempos. 
Siento y comprendo la esencia del realismo mágico, las casonas antiguas, erguidas por inmigrantes que llegaban con buques a vapor. Veo las esquinas llenas de colores donde la gente vende sus mercancías. Un hombre portando un bulto de cebollines sobre su espalda viene caminando, el sol atraviesa la calle, deja un sello candente. 
Las morenas contornean sus curvas sensuales, sonríen llenas de luz, un abuelo sentado en la puerta de la casa rasca su cabeza, las puertas abiertas demuestran la tranquilidad de sus moradores, algunos hombres juegan dominó al compás de un vallenato. Varias botellas de cerveza brillan doradas, mezcladas entre las fichas del juego. 
Mi alma camina las calles de Calamar, un pueblo de río, cubierto de historias fantásticas, un anciano de mirada clara recita a Vargas Vila. Jairo y su guitarra emulan a los hermanos Visconti, trovadores de la tierra en donde nací. Todo es posible cuando caminamos la vida visitando lugares que parecen creados por la tinta de algún otro que yo no fui.

miércoles, 24 de septiembre de 2008

Al final del camino - Juan Pomponio


Un hombre con un sombrero de paja caminaba por un sendero cortando la profundidad de los cerros azules. Se dirigía a la aldea de Humukena, donde sabios campesinos habían desarrollado, por intermedio de diversos injertos, una clase de planta cutos frutos eran bombillos eléctricos, los que eran utilizados para  iluminar la comarca. En el rostro barbudo y anguloso del hombre se notaba el cansancio de trajinar caminos. Al llegar frente a un campesino que araba la tierra con una yunta de bueyes, habló:
—Busco a Muela de Gallo.
—¡Sooo! —gritó el campesino frenando a los animales. Lanzó un eructo y respondió—. Seguro que anda destilando sus pociones. Vive allí —agregó señalando una casa de tejas negras.
El hombre se quitó el sombrero, saludó al agricultor y se marchó hacia la casa. Luego de andar unas cuadras estuvo frente a una puerta de madera. Golpeo el dragón plateado que tenía como aldaba y espero unos segundos. De pronto apareció un anciano que flotaba, descalzo y en harapos.
—Hace mil años que te esperaba —dijo Muela de Gallo—. Pasa.
El hombre ingresó a la casa y sintió la presencia de seres luminosos. En el cuarto había botellas de cristal, tubos de ensayo, redomas de arcilla etiquetadas, y afuera, bajo un mango frondoso, un viejo alambique. Muela de Gallo llamó al viajero. De un arcón tallado en madera extrajo una botella que contenía un líquido dorado. Se la entregó.
—Sólo funciona si se comparte —dijo observándolo con ojos sin tiempo.
—¿Qué es?
—El elixir de la felicidad.