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martes, 1 de noviembre de 2011

Beso - Alex Jamieson


La besó como un ángel del infierno. Fue el beso más bello que recibió en una parte poco usada de su cuerpo. Se habían encontrado de casualidad, esas cosas de “te acompaño hasta allá”, “otra cuadra más”, “hola”, “hola”, “ah, se veían hoy”. Tan casual.
Pero el “hola” no fue casual. La rodeó con los brazos por los hombros y apoyó sus labios suaves sobre la mejilla. Hizo la presión justa para indicarle su amor y la succión precisa para demostrarle que no le iba a quitar su libertad. No le dejó humedad pero la pudo presentir. En los cuatro segundos del beso, el mundo paró. Cuando se separaron los torsos, su cerebro trató de recuperarse. Las imágenes se superpusieron aceleradas, se le formó un torbellino de sensaciones pasadas y presentes; amantes anteriores, amantes por venir, besos babosos y pegoteados de los nenes del kinder, besos no deseados de parientes lejanos, besosnobesos de sólo rozarse los cachetes. Revivió todos con la velocidad de un rayo. Ninguno como el de aquel ángel del infierno


Alexandra Jamieson Barreiro

Tomado de http://www.fluflyalex.com.ar/

jueves, 20 de octubre de 2011

Tarea olvidada - Alex Jamieson


Salgo muy dormida de casa. Muy dormida. Tan dormida que tengo ojos rasgados y apenas entiendo qué estoy haciendo. Pasan tres, sí, tres 132 pletóricos de pasajeros, a los que ni siquiera hago seña porque sé que no paran. Llega el cuasi-lleno y para. Subo escuchando la radio —para tratar de darme cuenta de que ya estoy en el mundo de los mortales y no más en el onírico— y paso cómodamente hacia el único asiento vacío. Paso y me siento, sorprendidísima en el fondo de mi único nervio despierto, porque es la primera vez que me pasa esto desde que tomo el colectivo a esa hora. El chofer comienza a dar voces de algo que no escucho y menos comprendo. Supongo que está gritándole al pasaje que tenga la delicadeza de ofrecerle un asiento a la "embarazada" que acaba de subir (yo), cosa que me sucede mañana de por medio, según la ropa que elija usar y que, acorde al humor que tenga, ignoro o explico que sólo estoy gorda. Pero no. El señor -no The Lord, sino un señor común- sentado a mi derecha me codea y dice: "A vos te habla". Por su tono, falta que termine la frase dirigiéndome algún epíteto descalificativo. Con mi clásica velocidad matinal de reacción, me desprendo uno de los auriculares y hago un enorme esfuerzo —sin levantarme— por entender qué diantres vocifera el chofer. Entre tinieblas cerebrales intuyo que dice algo así como "¿boleto, pase...?". En ese instante el cosmos tuvo sentido. Más bien, la moneda de un peso en mi mano tuvo sentido. Y mi piloto automático interior cumplió con su tarea olvidada: me hizo dirigirme hacia la máquina expendedora de boletos para obtener uno, al tiempo que con una conmovedora e imponente cicatriz de lucha de almohada en mi cachete derecho, le dije al chofer: "Perdón, estoy muy dormida". Todavía con un poco de telas de araña y musgo entre mis neuronas, noté que el caballero hizo un chiste. Nunca sabré qué dijo, pero reí y volví a mi asiento con el boleto en la mano.

Alexandra Jamieson Barreiro

martes, 12 de julio de 2011

Raifutblú - Alex Jamieson Barreiro


Fue en el cumpleaños de Chapa que quedamos así. A mí siempre me pareció medio raro el jueguito ese pero acepté como para salir de la rutina. Cada vez que nos juntábamos terminábamos jugando al truco, al escrabel y esas cosas de mesa. El tema es que Chapa se lo compró en uno de sus viajes y todavía no lo había estrenado, siendo la cumpleañera no podíamos negarnos. Que ninguno hablara inglés no fue excusa porque ella nos iba traduciendo: “fut, pie”, “red, rojo”, “rai, derecha” y así.

En un momento me tocó raifutblú y como no veía ningún círculo azul se me ocurrió apoyarlo en la camisa de Quique, que era azulina. A Vero le pasó algo parecido pero con la mano izquierda y cuando nos tocó mover de nuevo no vimos lo que habíamos apoyado. Vero me susurró “che, no sé dónde dejé la mano y no la veo” y yo le dije que usara la otra, total nadie se iba a dar cuenta de tan enquilombados que estábamos. Leandro se quejó en voz alta de que no encontraba su pie izquierdo, que supuestamente lo había dejado en la remera verde de Vero.Lo peor fue cuando me tocó de nuevo mover el raifutblú, no me quise dar por vencida aunque lo sentía como atrapado en algo tibio y húmedo. Ahí fue que Quique se quejó de que le estaba moviendo demasiado las vertebras y que por qué no dejaba el raifutblú quietito. Justo en ese momento a Chapa le tocó “jed, ielou”. Lo único amarillo era mi blusa. Y acá estoy, doctor, con la cabeza de Chapa adentro del estómago y el pie en la columna de Quique. A Vero no la ubicamos pero la oímos. Una preguntita, ¿usted es el traumatólogo o el cirujano?


Alexandra Jamieson Barreiro

jueves, 10 de febrero de 2011

Sandalias de charol - Alex Jamieson


Subí al colectivo y elegí un asiento de uno. Ahí estaban. A mi derecha, cerca de la ventanilla. Hermosas. Negras. De taco alto. Charoladas y con hebilla dorada. Perfectas. Los pies que las calzaban no tanto. Eran unos pies ajados, marchitos, que nunca hubieran podido lucirlas ni caminar con gracia en ellas. Noté que hablaban animadamente con las zapatillas de al lado. Pensé que iban juntos y hubiera jurado que eran abuela y nieto. Me sorprendió mucho que las zapatillas de pronto se acercaran a la puerta para tocar el timbre, dejando a las sandalias sin saludarlas con el apego esperable de aquel parentesco. Me bajé del colectivo convencida de que las sandalias sólo viajaban en colectivo para calmar la soledad. Esas sandalias sólo evitaban que aquellos pies cumplieran con su función básica de sostenimiento. Sólo les permitían participar de una charla en posición de descanso. Perfectas para charlar.

martes, 13 de octubre de 2009

Saltar – Alex Jamieson


Vio que el tren se acercaba y saltó a las vías. Siempre había tenido miedo de que alguien la empujara adrede o de caerse involuntariamente. O voluntariamente. Ese día se había levantado especialmente enérgica y escéptica al mismo tiempo pero con ganas de experimentar sensaciones nuevas. Le daba miedo pensar que un día tendría el temple de dar ese salto que tanto la atraía. Cuando viajaba en tren, le molestaba detenerse durante horas sólo algunas estaciones después de haber subido porque alguien había logrado lo que ella no. ¿Cómo lo habría hecho? ¿Tomando impulso y carrera? ¿Blandamente, desmoronándose por el borde? Como si nada, un saltito de nada. Ver que viene el tren y saltar. Dura un segundo y está en el foso rodeada de papeles, botellas plásticas, metal. Llega a ver también el asombro de dos pasajeros cuando deja apoyados el bolso del gimnasio y la cartera en el andén, como si fuera a volver pronto para buscarlos. Vio que el tren se acercaba.