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martes, 27 de julio de 2010

El sacerdote - Camilo Fernández


En cuanto el viejo sacerdote recibió la noticia, sus ajadas facciones se tensaron. Frente al maltrecho soldado, intentó digerir la bofetada de realidad. El enemigo se encontraba a las puertas de la ciudadela y las fuerzas del Cacique nunca llegarían a tiempo.
Conocía su destino. Con voz calma profirió una orden al soldado. En cuanto el guerrero se alejó a paso largo, giró hacia los cinco jóvenes sacerdotes que lo esperaban preocupados.
Las órdenes fueron precisas. Cuatro de los religiosos se alejaron en busca de diferentes grupos. Vírgenes, nodrizas, científicos y esclavos aguardaban atemorizados. El quinto hombre se arrodilló ante la experiencia en busca de la indicación final. Escucharla provocó un vacío en su interior. Reclutar un grupo de esclavos y destruir todo lo que no pudieran cargar.
Con escasa escolta militar y respetando la jerarquía de cada grupo, los habitantes de la ciudadela se alejaron rumbo a la selva utilizando el puente secreto. Desde lo alto, el anciano sacerdote recorrió con la mirada. Suspiró débilmente y se dirigió hacia su protegido exigiéndole que se encargara de guiar el grupo.
Sin mediar saludo, el anciano le dio la espalda y caminó lentamente hacia las puertas de Machu Picchu.

Tomado de http://2centenas.blogspot.com/

jueves, 17 de junio de 2010

Cero Siete Dos Tres Cinco - Camilo Fernández


Ingrese esta mañana a Tribunales con el cosquilleo y compresión abdominal de quien no está habituado a visitar el recinto. La audiencia estaba programada para las 12:00 Llegué con tiempo suficiente como para relajarme y esperar mi turno.
Diez minutos después de la hora fijada, el abogado me avisó que existía una ligera demora. Los minutos pasaron y los amarillentos pasillos fueron espejándose como un pueblo moribundo.
Sólo y aburrido, comencé a vagar por los pasillos leyendo cada cartel, indicación o reseña histórica sobre el edificio.
Mientras recorría uno de los ingresos del edificio, un extraño armario captó mi atención. Despintado y maltrecho, ofrecía una impresión de estar fuera de lugar. Me acerqué mueble y un instante antes de tocarlo, noté que era de hierro; no era un armario sino a una vetusta caja fuerte.
No pude evitar preguntarme qué demonios hacía una caja fuerte en medio del hall central de Tribunales. No se veía como un adorno, ni parecía estar siendo trasladada. No tuve dudas que llevaba largo tiempo en el mismo lugar.
Intrigado, caminé a con pasos largos hasta otro de los ingresos del repartición. Nada. Ningún elemento ni remotamente parecido. Los ingresos estaban libres, sin muebles ni adornos. Al límite de la obsesión, casi corrí hasta cubrir los cuatro ingresos, pero no encontré nada como la singular caja fuerte.
Volví a pararme frente a ella y me dejé llevar por el impulso de girar la manija. Cerrada. Miré la cerradura y noté que no era la original. No podía tener más de tres o cuatro años. Continué revisando el bloque de hierro que tenía al frente, buscando algo que me indique el origen o el contenido. En el extremo superior encontré cinco dígitos: Cero, Siete, Dos, Tres y Cinco. La escritura era a mano, con lo que parecía un crayón de color blanco.
Intrigado y con exceso de tiempo muerto, tomé el teléfono y abrí el navegador. Ofertas, discos y códigos postales se amontonaron en el buscador tras ingresar los números escritos en el frente de la Caja. Seguí avanzando página tras página, hasta que un link captó mi atención. Poder Judicial de la Nación. Los números coincidían exactamente con el expediente de la explosión en la Fábrica Militar de Aviones; incidente en el que quince personas habían muerto. Recordé que parte del expediente se había extraviado hacía más de dos años por lo que el proceso estaba estancado. Noticia.
Con una sonrisa en los labios volví a mirar el armatoste, imaginando toda clase de papeles comprometedores, declaraciones fundamentales y pruebas esclarecedoras. Justicia en celulosa, encerrada, maniatada.
Sabía que estaba tras una pista imposible, pero aún así borré la búsqueda en el teléfono y corrí una nueva pesquisa: “07235+Tribunales+Córdoba”. En menos de un instante, el aparato me devolvió sólo un resultado. Me pareció increíble, por lo que revisé el texto en busca de errores de tipeo. No los había. El solitario link remitía a una página con extensión “.cz”; República Checa. ¿Cómo podía relacionarse un caso de lo que se creía era una mafia de las Fuerzas Armadas con República Checa? Imposible. Accedí a la página, preparado para encontrarme con cualquier tipo de locura, pero en cambio sólo obtuve un “Procesando información, Aguarde un momento”. En español. Algo estaba mal.
La pantalla mostraba el avance del proceso. Faltaban sesenta segundos para completar la operación. Traté de imaginar a qué base de datos estaba accediendo. Sólo esperaba un texto plano con alguna disparatada teoría sobre con el caso. Cincuenta segundos. Me sentía hipnotizado por el contador. Cuarenta segundos. Barrí los pasillos con la mirada, como quien pretende ocultar un terrible secreto. Treinta segundos. Me senté en un banco junto a la caja fuerte buscando señales de mi abogado, esperando que me devolviera a la realidad. Veinte segundos. Mi corazón aceleró y pude sentir el cosquilleo propio del descubridor. Diez segundos. Algo me decía que no era broma lo que encontraría. El contador llegó a cero y el teléfono sonó.
Mi corazón bombeó varias veces de manera inconexa hasta que un repentino acceso de tos lo corrigió. Continuó sonando mientras mi pulgar temblaba sobre la tecla verde. Atendí, esperando escuchar al abogado reclamándome desde alguna oscura oficina, pero lo que escuché detrás de una cortina de disco de pasta fue mucho más aterrador.
—Amigo... —El solo arrastre lento de la “i”, me fue suficiente para saber que la cosa venía mal—. ¿Sabe cuál es la mejor manera de esconder algo? —Por algunos segundos intenté inútilmente articular alguna palabra—. La mejor manera de esconder algo es dejarlo a la vista, amigo. —Sólo me recuerdo tartamudeando, tratando de contestar mientras calculaba cómo habían conseguido mi número. Sin perder la paciencia, la voz al otro lado de la línea agregó—: No se altere. Dos caballeros lo alcanzarán en un instante. Acompáñelos.

sábado, 10 de abril de 2010

Ajedrez - Camilo Fernández


Recostado sobre la mesa, entrecerró los ojos disfrutando del resinoso aroma del tablero y las piezas. Tenían menos de una hora de talladas, por lo que la madera aún mostraba la rugosa belleza de lo rústico. Una por una, levantó las treinta y dos las piezas del juego. Cuidadosamente revisó la textura en busca de defectos o de la más mínima aspereza.
Comenzó con los peones, ayudándose con una lupa. A medida que se sentía satisfecho a la vista y al tacto, fue colocándolos en su sitio. Segunda línea. Se había tomado el trabajo de utilizar distintos tipos de madera para cada bando. Las blancas estaban hechas de pino, mientas que las negras habían sido trabajadas en quebracho colorado. Luego del aplicarles el barniz, el trabajo quedaría perfecto. Continuó con las piezas de la primera línea, de dos en dos hasta llegar al rey y la dama.
Consideraba el tablero como una obra de arte. Tallado en treinta y dos cuadrados perfectos de dos clases de madera y enmarcados para lograr una robusta unidad. La tarea requirió una la precisión de un orfebre, pero luego de un mes de trabajo, el juego estaba completo. Sólo le faltaba aprender a jugar.

domingo, 3 de enero de 2010

Dígitos - Camilo Fernández



Resignado, me dejo caer junto al diabólico aparato que se empeña en atormentarme hasta empujarme al límite. Es, a esta altura, una batalla perdida. El tiempo está en mi contra. Siempre lo estuvo.
Trago saliva, sabiendo que si tuviera úlcera ya estaría revolcado en el piso en medio de mi propia inmundicia. El interior me quema y no puedo evadir el pensamiento: la úlcera está creciendo. Algo está creciendo.
Los dígitos luminosos siguen avanzando. Siento deseos de correr, alejarme sin volver la vista atrás, pero sé que jamás podré hacerlo. Soy prisionero en esta ratonera, iluminada apenas por los destellos rojizos del contador. Intento cerrar los ojos y olvidar la realidad que me atormenta. Por una vez, crear mi propio mundo, aunque sólo sea en mi imaginación.
Nada. Oleadas de asquerosa realidad inundan mi débiles intentos. No tengo a dónde ir, ni nadie que me espere. Sólo puedo permanecer y perecer. Caminar en círculos tampoco ayuda. Tan sólo esta espiral descendente con rumbo a lo inevitable.
Necesito hacer algo por mi. Tal vez saltar o tal vez intentar escapar. Me inclino por la última. Salgo de la cama y con una sola mano estrello el reloj contra la pared.

Tomado de http://2centenas.blogspot.com/

viernes, 1 de enero de 2010

Perros de la calle - Camilo Fernández



Hoy por primera vez el gobierno oficializó la noticia. Los perros se han vuelto locos. El diario dice que es un virus, pero a mi no me convencieron. Aquí en el barrio hace más de un mes que sabemos esto. Fue cuando los perros comenzaron su ataque. En las casas las mascotas se volvieron contra sus dueños, acorralándolos y lastimándolos sin piedad; en las calles la situación fue aún peor, los transeúntes sufrieron incontables heridas.
Más de cien personas han muerto en la ciudad y muchos más morirán. Las mordeduras matan a la gente mucho después, aunque se salven de sus dientes.
Desde hace días, nadie se anima a salir a la calle. Casi no quedan provisiones en nuestra casa y dudo que el resto de las familias esté mucho mejor. Por la mañana tendré que salir. Ya hice un recuento de las armas con las que contamos. Supongo será suficiente para buscar algo de comida y volver.
Lo que más me extrañó fue la importancia que le dieron al comportamiento agresivo de los perros. Queriéndonos engañar con eso del virus. Como si nosotros no nos diéramos cuenta de la evidencia maléfica. "Rabia", quieren bautizarla. ¡Mentira!

jueves, 10 de diciembre de 2009

Confesión - Camilo Fernández



Sostuve la cámara con ambas manos, intentando superar la acidez que me escalaba la tráquea. La imagen temblaba irremediablemente. Volví a hacer foco en él y a través del visor noté como sus ojos se volvían líquidos.
Calcé la cámara en el trípode y lo encuadré. “Estoy listo”, me dijo con la voz entrecortada. Lo vi tomar aire con dificultad, tratando de controlar la respiración. Comenzó la confesión; me costó seguir sus explicaciones y razonamientos. Sólo capté su responsabilidad en un robo millonario y que gran parte de lo robado estaba en el maletín que traía en la mano. Su voz crepitaba. Me hizo señas para suspender la grabación.
Inspiró profundamente y secó sus lágrimas con las manos. Esperó unos segundos; luego me indicó retomar. Escuché sus palabras, inmóvil. Pude sentir cómo la médula se me congelaba con cada palabra. El mensaje era para su esposa. Le pedía perdón. Dicho esto, tomó un revolver y se voló la cabeza.
Ni bien me recuperé del shock, tomé la cámara, agradecido por vivir en la era digital. Borré el primer archivo, tomé el maletín y llamé a la policía. Afortunadamente, en el mensaje a su esposa no hablaba del dinero.


Tomado de: http://2centenas.blogspot.com/

jueves, 12 de noviembre de 2009

Velocidad - Camilo Fernández


Mis dedos tiemblan al empujar la palanca de mando, la transpiración me acaricia el antebrazo. La nada del espacio se profundiza a cada minuto, como si el sol estuviera a punto de apagarse. Cuanto más me acerco a la tierra, más me aturden los gritos del silencio.
A través de la pantalla, mi querido planeta tiene el extraño tinte de la irrealidad, como queriendo confundirme. Con simples toque sobre el visor, compruebo los parámetros de viaje. Velocidad de impulso constante; distancia, menos de cinco horas. Insatisfecho, prefiero estirarme hasta la escotilla y ver el azulado reflejo de nuestra vieja roca a la deriva.
Han pasado cuatro años desde que dejé mi hogar, y más de cinco desde que decidí enredarme en este extraño experimento psicológico, o “Psicoespacial” como me gusta llamarlo.
Pocos tuvieron el coraje para registrarse en el programa, y muchos menos de acercarse al final. Los que lo logramos, fuimos asignados a diferentes regiones aisladas de nuestro sistema solar, en bases que si bien eran poco menos que improvisadas, proporcionaban más comodidades de las que yo conocía.
Reviso los cálculos. Aún estoy a tiempo. Ingreso los cambios. Los odio... y me odio por darles la razón.

Tomado de: http://2centenas.blogspot.com

viernes, 6 de noviembre de 2009

Manada - Camilo Fernández


Nos reunimos apenas pasada la medianoche, protegidos por las sombras del distrito financiero. Planeamos hasta el último detalle, incluyendo los disfraces. Hombres lobo. Una genial idea del Cabezón. Cacho se encargó del sistema de seguridad, asegurándose de dejar las cámaras funcionando. Sumar algo de humor me pareció oportuno.
Después de tantos trabajos exitosos, coincidimos en que era hora de dejar una firma distintiva. Revisamos el equipo por última vez y nos deslizamos por el tragaluz. Con los planos estudiados y memorizados, no fue difícil encontrar la caja fuerte ubicada en la oficina principal. Casi me ahogo cuando descubrí que era una Luoyang. Las cajas fuertes Chinas son casi un chiste, las puedo abrir hasta con un disfraz de lobo y una mano atada a la espalda. Pocos minutos después habíamos embolsado varios miles de pesos y un puñado de monedas de oro, gentileza del dueño de la financiera. Por supuesto que dejamos los fajos de cheques, ya nadie los lleva.
Otro trabajo fácil y bien planificado. Lo único que no tuvimos en cuenta es que las cámaras no solo grababan, sino que también las chequeaban en tiempo real. La policía nos acorraló. Los diarios nos apodaron: Manada de Bobos.

Tomado de: http://2centenas.blogspot.com

domingo, 27 de septiembre de 2009

Pasado - Camilo Fernández


Dieciocho agobiantes años de trabajo, esperanza y penurias comprimidos en esta pequeño dispositivo. Mi vida y felicidad, invertidas en lo que podría convertirse en el futuro de la humanidad; o mejor dicho en el pasado.
He logrado destronar al mismísimo Albert Einstein, que intentó restringirnos con la mentira más terrible de la ciencia: “Sólo podremos viajar en el tiempo hacia el futuro”. El trató de convencernos sobre la velocidad máxima de la luz. El y su limitado análisis fijaron la línea en trescientos mil kilómetros por segundo. Hace dos años demostré que ese límite era un simplismo utilizado para no ahondar en cálculos, pero la comunidad científica se rió de mi. Desde entonces trabajé en secreto para probarlo.
El dispositivo está listo. Enviaré un mensaje que cambiará todo; aquí sentado en el baño de la mismísima casa donde mis padres vivieron hace treinta y cuatro años. Ubico el artefacto frente al espejo. Con las gafas especiales pulso "On". El láser inicia su recorrido, ida y vuelta, acelerando más allá del límite. El mensaje aparece. Tres décadas atrás ocurre lo mismo. “Viejo, soy Edgar, tu hijo. Vendé todo y comprá acciones de Apple. PD: Aflojale al tinto.”

Tomado de: http://2centenas.blogspot.com/

viernes, 28 de agosto de 2009

9 de Julio - Camilo Fernández


Tomó una hoja en blanco, sabiendo que tenía una deuda de honor que saldar. Sostuvo la pluma con los dedos temblorosos, con un sinnúmero de emociones agolpándose en su garganta. Apoyó la punta sobre el papel y lo mantuvo en un punto eterno.
Tenía tantas cosas que contarle, tanto tiempo para recuperar que parecía un imposible. Sabía que con cada año la grieta se ampliaba y la distancia erosionaba la memoria. Calculó que el cumpleaños presentaba una oportunidad perfecta para recorrer la distancia que los separaba.
La pluma inició su viaje por el papel con un “Querido Papá:”. De inmediato, arrugó el papel y lo dejó caer al piso con desgano. Probó entonces con un simple “Papá”. Por primera vez en más de una década dejó fluir sus sentimientos, impregnando el papel con sus emociones contenidas. Firmó y la cerró sin releer.
Buscó las llaves del auto y salió. Condujo tratando de no pensar en la carta. Llegó a su destino y se quedó inmóvil durante varios minutos. Bajó del auto, cruzó el portón de hierro y avanzó a paso firme. Se arrodilló frente a la tumba y dejó la carta junto al frío mármol.

Tomado de: http://2centenas.blogspot.com/

domingo, 2 de agosto de 2009

Equilibrio - Camilo Fernández


Hace una semana que la tierra comenzó a temblar. En cada rincón del planeta aparecieron monstruosas grietas; los volcanes regurgitaron ríos incandescentes y lluvias de ceniza. La intensa actividad volcánica observada en los polos ha derretido aquellos hielos que creíamos eternos. En consecuencia, las ciudades costeras están siendo alcanzadas por olas gigantes que destruyen toda huella humana. Aún no se conoce cuánto ha crecido en nivel del mar.
El evento cataclísmico no fue inesperado. Diversas organizaciones ambientalistas lo anunciaron incontables veces durante años. Nadie los escuchó. La discusión ahora se centra en la gravedad de la situación. ¿El fenómeno desaparecerá tan fugazmente como se inició, o será sólo el comienzo?
Las redes informan que ciudades completas han sido devastadas. Tokio, Los Ángeles, San Francisco y Santiago son sólo algunas. El patrón es claro y lógico. Millones de vidas se han perdido.
Las miradas se han vuelto a la comunidad científica, instándolos a encontrar una rápida solución. Los más ilustres se han reunido en África, el continente menos afectado hasta el momento. Desde allí, emitieron hoy el primer informe oficial: “Hemos dañado el Planeta hasta convertirnos en una seria amenaza. Como todo sistema dinámico, está reaccionando para retornar al equilibrio”.

jueves, 25 de septiembre de 2008

Agustín y el Nirvana - Camilo Fernández


Extendió el diario dando inicio a la mañana. La brisa balanceaba tímidamente el papel. Las noticias le impactaron. El desplome de las bolsas, la suba del petróleo y la amenaza del eterno fantasma de la inflación. El diario podría tener dos, cinco o quince años y esas páginas apenas si cambiarían.
Sonrió por un instante, rememorando. Pasó a la siguiente página en busca de algo interesante. Política. El tema le interesaba menos que su conteo de glóbulos blancos. Continuó avanzando hasta la sección que buscaba: Espectáculos. La única que no contenía malas noticias; sólo malos artistas.
Entrecerró los ojos, sonriéndole al sol. Notó lo pausado de su respiración y casi pudo escuchar sus propios latidos, uno por segundo. Su mente viajó con cierta nostalgia hacia tiempos pasados, tan difusos como películas de la infancia. Cuando creía ser feliz.
Sorbió ruidosamente su café, sin preocuparse por quienes lo rodeaban. Volvió a la lectura por unos minutos, hasta que los párpados comenzaron a pesarle. Concluyó que no había dormido lo suficiente, o que el café estaba demasiado cargado. Estiró las hojas del diario para cubrirse dentro de su caja de cartón. El puente no lo protegería del frío.

martes, 23 de septiembre de 2008

Ataque - Camilo Fernández


La primera piedra me alcanzó en la oreja. La puntada me recorrió la cabeza. La siguiente imagen que alcancé a ver, mostraba una perspectiva extraña y surrealista. El mundo visto desde el ras del piso. Con la cara pegada al asfalto, sentí como la arenilla de la calle se me incrustaba en el pómulo. La bicicleta había caído más adelante. La rueda aún giraba. 
Otro impacto me alcanzó por la espalda, justo en el omóplato. Me doblé como un ovillo, para evitar los golpes en la cabeza o en otras partes delicadas. Escuché los gritos desde lejos. Luego unos pasos se acercaron y más piedras me alcanzaron. Tal vez eran más pequeñas o tal vez el dolor me hacía insensible.
Un pie descalzo me pateó en el hombro. Llegué a verlo pero nada pude hacer para evitarlo. Alguien me tiró el pelo con odio. Me contraje aún más, listo para recibir otra oleada de golpes. 
El sonido de la sirena del patrullero me alivió. Con la vista ensangrentada pude ver a varias personas alejarse a la carrera. Cuando los oficiales me arrojaron en la parte trasera de la patrulla, me prometí que nunca más volvería a robar una bicicleta.

sábado, 20 de septiembre de 2008

El viajante - Camilo Fernández


Aceleró más allá del límite de velocidad. La soledad de la ruta lo aburría. Ajustó la radio tratando en vano de encontrar otra emisora. La oferta de FM en el interior de San Luis era tan reducida como deprimente.
Alcanzó casi el doble de la velocidad permitida. Buscaba otro auto para establecer lo que llamaba: “relación de ruta”; encontrar un vehículo para seguir pegándose a su cola y utilizarlo como guía. Le servía para conocer las características del camino y sobre todo, para controlar su propia velocidad. Ni una sola luz a la vista.
Se sorprendió al descubrir un par de luces acercándose desde atrás, acechantes. Los dos ojos brillantes se ubicaron a una distancia prudente, manteniéndola por varios kilómetros. Odió al otro conductor por utilizar su propia estrategia.
En varias oportunidades aminoró la velocidad para dejarlo pasar, pero el otro auto mantenía la distancia. Minutos más tarde, malhumorado y maldiciendo por lo bajo colocó las balizas y detuvo el auto.
Finalmente, el vehículo que lo seguía se aprestó a superarlo a muy baja velocidad. Se sorprendió al ver que se trataba de un auto igual al suyo y se horrorizó al ver que llevaba la misma matrícula.