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miércoles, 5 de diciembre de 2012

Disposición - Claudio Leonel Siadore Gut


Corresponde Exp. Nº 4763-9-2687/10 

Señor Subgerente Administrativo Contable: 

Se remiten las presentes actuaciones para su conocimiento y posterior pase al Departamento Zona X (Mar del Plata), para que a través de su encargado Patrimonial de 1º Orden, se adjunte el formulario de Baja Patrimonial (C-102).
Motiva el mismo, la baja producida por la quema del lote de 2.187.634 libros de la Colección Kafka, Editorial Castillo Carmesí (cuenta 5.1.0 subcuenta 2) y muebles de biblioteca (cuenta 5.1.0 subcuenta 1): estanterías, atriles, mesas, movimiento registrado en el sistema de Contabilidad Patrimonial Uniforme cumplimentando lo dispuesto por la Resolución Nº3490/10 de fojas 13.683, confeccionado por este Departamento Patrimonial, a través de la División Contabilidad Patrimonial.
Asimismo, una vez desglosado el formulario C-102, girar las presentes actuaciones al Departamento Biblioteca, para su debida intervención, concluido pase a la Dirección Provincial de Bibliotecas y Editoriales Oficiales (D.B.E.O.), a fin de tomar conocimiento e intervenir los presentes.
Ejecutado, vuelvan las presentes actuaciones a este Departamento para la prosecución de su trámite.

Departamento Patrimonial 
La Plata, 30 de Diciembre de 2010

Sobre el autor: Claudio Leonel Siadore Gut

lunes, 28 de marzo de 2011

Los vecinos – Claudio Leonel Siadore Gut


La carnicería estaba colmada de vecinos, era navidad, la época de buscar encargues y pagarlos. La música de siempre sazonaba la espera: quejas, gruñidos, suspiros y la risa de Cacho, el carnicero, por sobre todas las cosas.
—¿Quién es el último?
—¡Vo’! —escupió Nilda mirándome de reojo sobre su hombro.
—¡Qué pedazo de salame! —pensé, —¡me lo merezco!
Esa turba de bestias con ruleros y engendros de camisa con pantalones deportivos cada vez gruñía más fuerte, y se movían brazos y hacían gestos, como si discutieran algo, pero nada decían. Entrecerré mis ojos y aguzé el oído para adivinar qué estaban tratando de comunicar: “argh… chorros… negros… brrrarrr… danza… terrreeevisióon… caaarooo… sueldo… grruubbb…”
Entonces comenzaron los tambaleos y vómitos, los abrazos entre ellos, la carcajada bestial del carnicero, el murmullo de las mujeres, la protesta de los ancianos, entonces comenzaron a caer y a morder la carne del mostrador, y a morderse. No había pared sin mancha de sangre o vómito. El carnicero me enfocó mientras afilaba sus cuchillas. Miré hacia los rincones pensando en una posible cámara oculta, por la ventana se veían vecinos arrastrándose en la calle, o comiendo trozos de algún cristiano, pero todos a su vez parecían reír con risas de muerto.
—¡Es que son zombis! —me sorprendí al decirlo, y mi voz sonó como un comentario barato de película barata—. Quería comer un chorizo, nada más.
No podía moverme, el baile sangriento me abstraía, los vecinos se convirtieron en entes despersonalizados, y la cámara no aparecía. Reí. Entendí que si no reía la pasaría mal, me vino un dicho que escuché en algún lado: “Has como el resto de las vacas y sangra.”
Continué riendo.
Cacho me señaló con su chaira y una amplia sonrisa que devolví sin pensarlo. El charco de sangre llegó a mis pies, ya había varios muertos entre los zombis, y algunos pugnaban por salir a la puerta. Me sentí incómodo, entonces espabilé y como se me dormían las manos me retiré, trabé la puerta, trabé y me fui, me fui a casa esquivando manotazos, manos, riendo sinsin querer mentras los pies empezablan a tembarme, y lambre yegaba a boca.

sábado, 15 de enero de 2011

Arenga del Príncipe que iba a morir - Claudio Leonel Siadore Gut


¡Soldados y hombres libres! Allende las Montañas Nubladas, cruzando la Fortaleza del Bosque, las piedras y el fuego lloverán sobre nosotros, porque enfrentaremos al enemigo del final de todos los tiempos. Los engendros del Norte nos aguardan para humillarnos y esparcir sobre la roca nuestras vísceras aún palpitantes. Detrás del enemigo nos juran prosperidad los tesoros de los reyes que nos han dominado, las espadas de próceres que cayeron por nuestra causa, las capas de tantos santos y las columnas de los crueles templos de Oriente. ¡Marchemos con firmeza, hermanos, amigos! ¡Por nuestra tierra, nuestra familia, por nuestros dioses y los hijos de nuestros hijos! ¡Por el pan caliente, el vino fresco en la mesa y nuestras mujeres bien dispuestas! ¡Caminan hacia nosotros ataviadas con el alba, la libertad y la gloria! ¡El día del sacrificio llegará con el grito de los profetas! ¡Pero hoy no es ese día! ¡Volvamos a casa! ¡Volvamos a casa! ¡Volvamos a casa!

lunes, 13 de septiembre de 2010

El hombrecito de paja - Claudio Siadore Gut


Era la siesta y los pájaros colgaban sus graznidos de los brotes en las ramas de los árboles.
Nosotros estábamos en un galpón en donde mis abuelos guardaban cosas que ya no usaban, pero que a un niño le servían de herramientas para sus juegos. Mientras mi prima y sus vecinas rasgaban telas de vestidos polvorientos, imaginando trajes de novia, yo buscaba un rastrillo para sembrar semillas de granada, y en mi trepada por muebles carcomidos, cayó al suelo una puerta, dejando al descubierto en un rincón, una pequeña caja abierta con un hombrecito de paja adentro.
Los pájaros callaron. Pero algo aleteaba entre los tirantes del techo.
Al ver la repulsión que el hallazgo provocó en todas las niñas que me acompañaban, reí sorprendido. Me volví al rincón y allí estaba con su cuerpito flácido, vestido con ropa cocida a mano, ya desgastadas.
Mi prima lo miraba fijo, como quien ve u muerto, y murmuraba.
—¡No sirve más! —dijo.
—Le falta un ojo —exclamó una de las vecinitas.
—¡Es horrible!
—¡Me da miedo!
—¡Hicieron brujerías con él! Miren ¡No lo toquen!
Cierto era que el muñeco había sido utilizado como medio de retorcidos fines, ya que estaba tajeado, pinchado, manchado, doblado y debajo había recortes de fotos amarillentas de gente desconocida.
—¿Quién lo agarra? —dije entre risas impostadas, pero con manos trémulas.
No me decidí a jugar con él, como lo hacía con los gorriones agonizantes que cazaba al mediodía.
—Es horrible…
—¡Pisalo!
Mientras yo sonreía, las niñas se acercaban de a pasitos al rincón, como gatas al acecho.
A lo lejos el perro acusaba algún fantasma.
—¡Quemalo!
—¡Hay que tirarlo al pozo!
Mi prima quedó paralizada de miedo, con su boca abierta y espumosa.
El hombrecito de paja se llevó las manos a la cara y echó a llorar amargamente.