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viernes, 1 de noviembre de 2013

Acampada – Alejandro Bentivoglio & Carlos Enrique Saldivar


Cuando Murua despertó, se desperezó con lentitud y abrió el cierre de la carpa. Afuera no había nada. El bosque había desaparecido.
—¿Qué sucede? —preguntó Sabrina.
—¡Allá afuera… afuera… no hay nada! —tartamudeó Murua.
No solo era el bosque. La carpa parecía flotar en el vacío más absoluto. En un blanco sin matices, como un universo desconocido al que hubieran llegado de repente.
—¡Qué es esto! ¿Dónde están Alfredo y Raúl? —dijo Sabrina.
—¡No sé! ¡Vamos a morir! —Murua comenzó a llorar.
Sabrina se puso como loca, dijo que mejor se arrancaba los ojos antes de permanecer encerrada para siempre en aquella tienda de campaña, que prefería morir junto a su novio y su amigo en el blanco siniestro que las rodeaba; se apresuró hacia la salida. Murua intentó detenerla, pero su amiga saltó al vacío y desapareció.
Al otro lado Alfredo y Raúl le ayudaron a levantarse. Sabrina les preguntó qué había pasado.
—Nos despertamos y salimos de la carpa, nos vimos rodeados de una claridad extraña, no había cielo, ni piso, avanzamos y aparecimos en el suelo. Al parecer, se trata de un pequeño mundo alterno, situado a pocos metros de nosotros —dijo Alfredo.
—No lo entiendo; anoche, al dormirnos, esa cosa blanca no estaba cerca —dijo Sabrina.
—No te olvides de que el planeta no es estático, el movimiento de rotación debió colocarnos dentro de ese espacio. Se puede entrar y salir con facilidad —dijo Raúl.
—El problema es que dicho universo es muy difícil encontrar. Las hemos estado buscando durante una hora —dijo Alfredo.
—¡Tenemos que ubicar a Murua! Ella todavía está adentro —indicó Sabrina.
—Tratemos de hallarla, ¡pronto! Espero que pierda el miedo y decida salir —dijo Raúl.
Buscaron durante horas, durante días, durante años, y no pudieron encontrar aquel blanco extraordinario.
Murua nunca salió.

Acerca de los autores:
Carlos Enrique Saldivar
Alejandro Bentivoglio

viernes, 20 de septiembre de 2013

La gota – Alejandro Bentivoglio & Carlos Enrique Saldivar


La gota empezó a caer en la noche. Muriel maldijo en voz alta y fue a buscar un balde. El techo no parecía estar rajado, pero el departamento no era muy nuevo y tenía sus desperfectos. Se fue a trabajar y durante el día se olvidó del asunto. Sin embargo, cuando llego a su casa, vio que la gota seguía cayendo. El cubo estaba lleno, aunque no se desbordaba. Por desgracia, no pudo hallar ese día al encargado del edificio. Tiró el agua del balde y colocó otro para recibir la gota. Se percató de que el líquido estaba limpio, es más le parecía puro, cristalino. Muriel imaginó que el problema también le competía al habitante del cuarto superior. Sabía que allí vivía una joven delgada, menuda y bonita. Se dirigió al piso de arriba y tocó la puerta. Insistió y golpeó con fuerza; la chapa era de mala calidad y la entrada se abrió. La anciana ingresó con cautela y encontró la cabeza de la chica tirada en mitad de la sala. Gritó, pero nadie la oyó, ¿Fue asesinada? Tal vez. Por alguna pareja que… había descubierto lo que ella era: el cráneo se deshacía poco a poco. Muriel había escuchado historias en su niñez acerca de estos seres. Se persignó. Permaneció un par de horas, triste, junto al resto, esperando que se hiciera agua por completo. Más tarde, cuando la última gota hubiera caído, vertería el líquido en el jardín del primer piso y colocaría una cruz blanca. Así lo indicaba la leyenda de las «gotas humanas».

Acerca de los autores:
Alejandro Bentivoglio
Carlos Enrique Saldivar

viernes, 22 de febrero de 2013

Bienvenida, preciosa – Alejandro Bentivoglio & Carlos Enrique Saldivar


Marie se despertó lentamente. El ambiente borroso iba a tono con su memoria. Le dolían las muñecas. Tardó un rato en darse cuenta de que estaba atada. Dentro de una pequeña jaula maloliente. Quiso gritar pero una venda le ocultaba el sonido. Un tipo vestido con un delantal de cuero se movía pensativo alrededor de una mesa donde una mujer yacía desnuda, apenas cubierta por su propia sangre. Aún vivía pues se notaba su respiración. El sujeto cogió un enorme cuchillo de carnicero y procedió a abrir el vientre de la muchacha. Marie cerró los ojos y chilló para sus adentros. Imagino lo peor, lamentó haberse peleado con Mariano, haber salido de aquella fiesta sola, en busca de un taxi.
Ahora ella recordaba, el taxista y aquel maniático eran la misma persona.
Cuando el hombre terminó de cortar en trozos a su víctima, se dirigió hacia Marie, abrió la jaula y la desmayó con cloroformo. La chica despertó atada, sentada a una mesa. En el plato había trozos de carne humana. Frente a ella se hallaba el asesino, al parecer repetía una oscura letanía en una lengua ininteligible. El reloj de la pared indicaba las dos y quince de la madrugada.
—Es Navidad, encanto. Esto es para ti. No me gusta cenar solo esta fecha. —El hombre le quitó la venda de la boca y le obligó a comer los restos hasta hacerla vomitar. Cuando intentaba gritar, la golpeaba, hasta que la desmayó. Horas después la chica, adolorida, escuchó aquella gélida voz:
—Gracias por cenar conmigo. Te quedarás aquí unos días. Tranquila, te alimentaré bien. —Marie se debatía, atada, dentro de la jaula—. Ya se viene Año Nuevo. No me importa comer a solas ese día. Alégrate, serás una cena estupenda. Ahora, dulzura, vuélvete a dormir.


Acerca de los autores:    Alejandro Bentivoglio
                                      Carlos Saldivar

martes, 22 de enero de 2013

Sumando mi autoestima – Alejandro Bentivoglio & Carlos Enrique Saldivar


Dentro de los números, no tengo mucha gravitación. Al menos no yo solo. Necesito de otros números para tener un valor que haga que la gente se fije en mí. Sé que no soy un cero, los cuatros y los cincos me lo dicen para consolarme. Pero ser cero no es problemático, el cero tiene un misterio a su alrededor que lo hace especial. En cambio, a mí nadie me nombra, nadie recuerda quién me creó. Intento descubrir qué número soy, desearía ser un siete, el número de la suerte, pero este se presenta ante mí y me dice, riendo, que nunca alcanzaré su precioso lugar. ¿Qué dígito seré? Espero no ser el número uno, un solitario egocéntrico que, en realidad, es bastante simple y aburrido. Tampoco quiero ser el dos, la cifra más sucia de todas, sin embargo vive contento y es fiel en sus relaciones. Podría ser un tres, aunque suele tener mala suerte en el amor; eso sí, le va bien en otros asuntos. El ocho, el dígito más matemático de todos, se me acerca y me dice que puede ayudarme con mi problema, aunque va a costarme. Le entrego todo lo que poseo y en un plazo muy breve me indica que soy el seis. ¡El número del diablo!, pienso. Me abandono al miedo y a la decepción durante un tiempo, sin embargo las cosas dan un enorme giro cuando el nueve se me acerca y me dice que me adora. Ahora estamos juntos y la pasamos muy bien. Y las personas se fijan siempre en nosotros, sobre todo al momento de realizar aquel hermoso acto llamado «sexo».


Acerca de los autores:

lunes, 14 de enero de 2013

No me quiere, me quiere – Alejandro Bentivoglio y Carlos Enrique Saldivar


Alexandra no me quiere, pero en el fondo es porque me quiere. Lo puedo adivinar perfectamente. La orden de restricción, ¿no es acaso una muestra de lo mucho que le importa mi presencia? Incluso un móvil policial vigila su casa para asegurarse de que yo estoy por ahí, acechando con la pasión de quien sabe que el amor hay que mantenerlo a toda cosa para que no se consuma en el olvido. Sé que lo correcto es evadir a los guardianes de la ley, penetrar en su vivienda, en su habitación y hablar con ella. Pongo en marcha mi plan y lo consigo. Sin embargo, al llegar a su recámara lo último en lo que pienso es en charlar, le tapo la boca, le doy un puñete, le arranco el camisón y la fuerzo a hacer el amor. Ella, aunque demuestra que no quiere, lo quiere. Lo sé, rechaza con fiereza mis maltratos. Cuando termino, decido estrangularla. Así será mía por siempre, nunca me abandonará. Morirá por mí, porque me quiere. Sus ojos se abren con fuerza, se relaja, sonríe, me dice que he sido su mejor macho, que me adora, que desea amanecer a mi lado, que no la mate pues quiere pasar más noches conmigo. No sé qué decir, me siento en la cama y miro a la pared. Ella me abraza, me besa, sabe a azúcar, a sal, a agua. Su madre entra de improviso y nos ve, comienza a gritar y sale despavorida de la residencia. No reacciono. ¿Por qué, Alexandra? Dejo que me arresten, que me conduzcan a la comisaria, que me encierren. Lloro, grito, me desvanezco de dolor, ya no deseo vivir. Mi hermosa Alexandra. Me quieres. Sí, en verdad me quieres. Pero en el fondo es porque no me quieres.

Acerca de los autores:

miércoles, 2 de enero de 2013

La puerta se cierra – Alejandro Bentivoglio & Carlos Enrique Saldivar


La puerta del cuarto se cerró sola. Munro estaba escribiendo y solo escuchó el portazo. Extrañado, comprobó que no había corrientes de aire. Volvió a abrir la entrada y miró la casa que estaba envuelta en la oscuridad. Le gustaba encerrarse para escribir y tener tranquilidad. ¿Si no había viento, qué había cerrado la puerta con tanta violencia? El autor sintió que la vivienda comenzaba a enfriarse. Suspiró y un vaho helado salió de su boca. Regresó a la novela, se sentía animado porque ya iba a finalizarla, se titulaba «El día más frío», sobre una oleada de congelamiento que arrasaba con la humanidad en pocas horas. Munro se preguntó qué posibilidades había de que eso pasara en la realidad. Ninguna. Sin embargo, el frío se acrecentaba. El autor se puso nervioso pues comenzaba a helarse. Sintió dolor en la piel, en los huesos. Observó la ventana, todo lucía bien afuera, el fenómeno solo tenía lugar en aquel cuarto. De pronto la ventana fue tapada por una especie de placa metálica. Munro se aterró, debía escapar, quiso abrir la puerta para salir de la habitación, mas no pudo. La estancia alcanzaba la misma temperatura que la congeladora de un refrigerador. El novelista cayó al suelo, sentía que el estudio se desprendía de su base y se elevaba. Recordó un cuento de ciencia ficción que había escrito hacía una década, «Personas refrigeradas», acerca de habitaciones abandonadas en todo el planeta, las cuales eran en realidad neveras ideadas por extraterrestres y cada cierto tiempo atrapaban uno o más humanos, quienes, al llegar a su destino, eran descongelados y devorados.
¿Qué probabilidades había de que tal historia pudiera ser verdad?
Ninguna, maldita sea, se respondió Munro. Y falleció.
Pocos segundos después el frigorífico era colocado en la nave espacial.

Acerca de los autores:
Alejandro Bentivoglio
Carlos Enrique Saldivar

miércoles, 21 de noviembre de 2012

Costos – Alejandro Bentivoglio & Carlos Enrique Saldivar


Se despierta a la misma hora, todas las madrugadas. Siente que una fuerza más poderosa que él lo invade, que lo lleva a querer matar a toda su familia. De hecho, no es la primera vez que intenta estrangular a su esposa. Incluso una noche ha descuartizado al perro. No es el único de la casa que experimenta los fenómenos. Pero todos aceptan que el alquiler de Amityville es una ganga. Les resultaría imposible marcharse en ese momento, por ello se someten a la cruel malignidad que invade la residencia. Padecen las perturbaciones, las alucinaciones, las sensaciones pútridas que les invitan a lastimarse entre ellos.
Se despierta. Esta vez lo va a hacer. Se dirige al cuarto de su mujer primero. La asesina de seis martillazos en la cabeza para no hacer ruido. De inmediato, se dirige el cuarto de sus dos pequeños hijos. Los cocerá a balazos. Pero sucede algo imprevisto: recibe un golpe en la cabeza, cae al suelo, sangrante. Acto seguido es bañado con gasolina, y le prenden fuego. Se le han adelantado. El poseído ha sido atrapado por alguien más listo que él y arde en vida.
Después de matar a su padre, los niños retornaron a su cuarto y se golpearon con ferocidad el uno al otro hasta que fueron consumidos por las llamas.

jueves, 15 de noviembre de 2012

Un trato difícil – Alejandro Bentivoglio & Carlos Enrique Saldivar


En la encrucijada, el músico hizo el ritual tal como le habían dicho. Un profundo olor a azufre le indicó la llegada del Maligno.
—Quieres un trato —dijo el Diablo.
—Sí, quiero ser el mejor músico del mundo.
El diablo parecía un hombre como cualquier otro. Aunque sus ojos eran insondables.
—¿Qué instrumento tocas?
—El ukelele —dijo el músico.
El Diablo frunció el ceño. De inmediato, mencionó:
—De acuerdo. Solo firma aquí.
—¿Qué es este conjunto de papeles?
—Es un contrato.
—¿Puedo leerlo, verdad?
—Por supuesto. Lo resumo, aceptarás darme tu alma y te entregaré el talento.
—Quisiera sacar mis propias conclusiones, por favor, démelo.
—Ten. Chequéalo todo lo que quieras.
—¿Es necesario que lo revise un abogado?
—Nada de eso. Este trato es entre tú y yo solamente.
—De acuerdo, pero son varias páginas… quisiera revisar el documento un rato.
—Claro, tómate tu tiempo, esperaré.
Después de dos horas, el Diablo comenzó a impacientarse. Iba a llamar al músico, pero este se acercó, fastidiado, y le dijo:
—¿Sabe qué? Hay muchos puntos que no entiendo, ¿me los podría explicar?
Será un trato de jodido, pensó el Maligno. Pero valdrá la pena.
Los idiotas hacían que el fuego infernal ardiera con especial intensidad.

Acerca de los autores:
Alejandro Bentivoglio
Carlos Enrique Saldivar

sábado, 10 de noviembre de 2012

Carrera – Alejandro Bentivolgio & Carlos Enrique Saldivar


Jorge empezó a correr antes de que el juez diera la orden de largada. Los otros maratonistas pensaron que alguien diría algo y anularía la salida. Pero nada pasó.
—¡Hizo trampa, vamos por él! —gritó uno.
Aunque ya les había sacado una distancia importante, todos salieron tras sus pasos. La idea ya no era la meta. O, más bien, la meta era otra. Atrapar al tramposo y darle su merecido. No podían alcanzarlo, parecía una gacela, además llevaba mucha ventaja. El representante de Sudáfrica se aproximaba a él, pero el tramposo le dio un codazo en la cara y lo dejó fuera de juego. Esto irritó a los otros veintiocho competidores, quienes solo deseaban darle alcance para hacerlo trizas. Jorge estuvo al frente durante toda la ruta y llegó a la meta primero, pero, cuando vio los rostros de sus rivales, se dio cuenta de que no debía dejar de correr. No recabó el trofeo ni los cinco mil dólares del premio. Huyó por toda la ciudad, por todo el país, por todo el mundo. E iban tras él.
Aún hoy sigue corriendo, acosado por sus contendientes, los cuales intentarán destruirlo en cuanto lo atrapen. Nunca mira atrás. No come, no duerme, solo espera llegar a una meta, una que está más allá del tiempo, de la muerte, de este universo. Cabe decir que nunca conseguirá su objetivo. Ni tampoco sus perseguidores.

Los autores:
Alejandro Bentivoglio
Carlos Enrique Saldivar

martes, 30 de octubre de 2012

Asco – Alejandro Bentivoglio & Carlos Enrique Saldivar


La verdad es que no me agrado, no tengo problema en admitirlo. Soy el primero en despreciarme cuando es necesario. Si alguien me insulta le doy la razón e incluso me indigno si no es lo suficientemente cruel con los adjetivos hacia mi deplorable persona. Nada me molesta más que la gente no haga evidente el asco que da verme. Así nací, horripilante, y eso me hace sentir miserable. A diario, maldigo mi cruel destino e intento sobrevivir en un mundo que se somete a las apariencias. Soy lampiño, mi piel tiene escamas, mis ojos están desorbitados, mi nariz parece una zanahoria y mi boca exhibe caninos grandes y deformes. Sin embargo, lo que en verdad me da asco de mí mismo es lo que hago. Cada semana devoro un niño; eso me brinda un placer sublime. Está mal, lo sé, pero es mi venganza contra esta sociedad hipócrita y abusiva.

Los autores: Alejandro Bentivoglio & Carlos Enrique Saldivar

jueves, 18 de octubre de 2012

Casi fue gol – Alejandro Bentivoglio & Carlos Enrique Saldivar


El pelotazo le pegó en la nuca, haciendo que el cerebro se le estrellara contra la frente y los ojos le bailaran en sus cuencas. Cayó contra el césped, arrancando pasto y tierra en medio de un alarido desaforado que se confundió con los gritos de sus compañeros de equipo que lo culpaban de haberse interpuesto en el camino de un gol seguro. Él apenas si escuchó algunas de las vulgaridades mientras su cara reconstruía el suelo de la cancha en su hundimiento. Quedó tendido durante largo rato, tratando de asimilar lo que había pasado. De pronto sintió una patada en las costillas. Otra patada en la pierna derecha. Otra en la cabeza. Y muchas más. El dolor lo destruía; sus propios compañeros lo estaban haciendo trizas, a vista y paciencia de todos. Sintió, entonces, que se encogía, que su cuerpo se convertía en una bola, que le daban un poderoso puntapié por detrás y lo enviaban volando a gran velocidad hacia el arco contrario. Percibió que alguien gritaba: «Go…». Pero no, pegó en el palo y se reventó. Esto provocó que muriese, debido a una fuerte contusión en el cráneo.
Ese día su equipo perdió por goleada.


Acerca de los autores:
Alejandro Bentivoglio
Carlos Enrique Saldivar

martes, 2 de octubre de 2012

Asco – Alejandro Bentivoglio & Carlos Enrique Saldivar


La verdad es que no me agrado, no tengo problema en admitirlo. Soy el primero en despreciarme cuando es necesario. Si alguien me insulta le doy la razón e incluso me indigno si no es lo suficientemente cruel con los adjetivos hacia mi deplorable persona. Nada me molesta más que la gente no haga evidente el asco que da verme. Así nací, horripilante, y eso me hace sentir miserable. A diario, maldigo mi cruel destino e intento sobrevivir en un mundo que se somete a las apariencias. Soy lampiño, mi piel tiene escamas, mis ojos están desorbitados, mi nariz parece una zanahoria y mi boca exhibe caninos grandes y deformes. Sin embargo, lo que en verdad me da asco de mí mismo es lo que hago. Cada semana devoro un niño; eso me brinda un placer sublime. Está mal, lo sé, pero es mi venganza contra esta sociedad hipócrita y abusiva.

Acerca de los autores:
Alejandro Bentivoglio
Carlos Enrique Saldivar

lunes, 24 de septiembre de 2012

La nena diabólica – Alejandro Bentivoglio & Carlos Enrique Saldivar


La nena era diabólica, obvio, su padre era el mismísimo diablo. Pero lo de vomitar verde lo hacía por fastidiar más que por maldad. Cuando quería ejercer su vileza, quemaba edificios con solo mirarlos o empujaba gente debajo de los automóviles. Divertirse era otro asunto. Ahí se sonaba la nariz con los vestidos de las viejas o se pintaba unos bigotes Hitler. Se hizo famosa en poco tiempo y creció, dominando una ciudad que le temía. A los quince años, se enamoró de un chico alto y trigueño, de bigote y barba largos, el cual le correspondió pues la Nena Diabólica (salvo por sus toscos cuernitos) era bonita. Él le propuso que se casaran y esta aceptó. El día de la boda el novio le confesó que en realidad era hijo de Dios. Esto inquietó mucho a la diablesa pues se percató de que su alma había sido llevada hacia otros lares sin siquiera advertirlo. Sin embargo, por amor, decidió seguir adelante y cambiar de vida. Su padre la desheredó y ya no quiso saber nada de ella. Esto no la deprimió; Dios ya la había acogido como hija para enseñarle un mundo diferente, con otro tipo de maldades.

Acerca de los autores: Alejandro Bentivoglio y Carlos Enrique Saldivar

jueves, 6 de septiembre de 2012

Ella, encantadora – Carlos Enrique Saldivar & Alejandro Bentivoglio


Quedé embrujado por su presencia. No era una chica demasiado bonita, pero poseía una figura impresionante. Ya me habían hablado de ella, me dijeron que solía venir a esta discoteca cada noche, que escogía a un galán para llevarlo a su departamento y hacerle el amor toda la madrugada. Yo era el elegido, lo noté al ver su sonrisa. Intenté decir algo, pero ella me hizo un gesto de silencio, me tomó de la mano y me llevó a bailar. El tiempo pareció perder sus propiedades y el espacio también, a medida que nos deslizábamos por el salón. Sin saber cómo, terminamos en su habitación y sí, hicimos el amor el resto de la velada. La mañana nos despidió con un beso. Cuando anocheció fui a buscarla a la misma discoteca. Me saludó de lejos porque ya estaba con otro. Algunos, que ya habían estado con ella, me dijeron que ni me preocupara por buscarla. Cada noche, su tarifa aumentaba un poco más.


Carlos Enrique Saldivar
Alejandro Bentivoglio

sábado, 11 de agosto de 2012

La que me mira – Carlos Enrique Saldivar & Alejandro Bentivoglio


La muñeca de mi hija no me despegaba la vista. He pensado muchas veces en juguetes que cobran vida de pronto y hacen daño a sus dueños. De inmediato, me río, qué tontos pueden ser los pensamientos de un hombre imaginativo. Aunque, es curioso meditar en ello, es la primera vez que me quedo a solas con la pepona en casa, Tita está jugando en la casa de su mejor amiga. ¿Qué me ves, lindura? ¿Quieres un beso? Me acerco y acaricio su rostro de plástico. No pasa nada. Con lentitud me aproximo un poco más y le doy un beso. Es estúpido. Lo sé. No va a pasar nada. La dejo en el suelo. Me causa gracia mi imaginación.
Pero al darme vuelta, la sonrisa se me congela. Mi muñeca inflable, Lucette, la que guardo debajo de mi cama, me mira desde la puerta del cuarto.
Lo ha visto todo y sus labios redondos fuerzan una O de enojo y celos.


Acerca de los autores: