Mostrando las entradas con la etiqueta Armando Rosselot. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta Armando Rosselot. Mostrar todas las entradas

sábado, 7 de febrero de 2009

Up Date - Armando Rosselot


Hace algunos días Nunuhá, no se encuentra bien. Tomuk, el jefe del clan lo ha llamado varias veces para hablar con él. Pero Nunuhá parece no querer entender las enseñanzas de Tomuk y se ha vuelto rebelde.
—Entiende lo que digo, Tomuk. Tú no llevas ese nombre, tu nombre es Marcelo Guerra, el mío es el de Alejandro Santaelices, algo pasó hace tres días, y nadie salvo yo parece notarlo. Además tú no eres jefe, eras el que hacía el aseo en la oficina.
Las palabras de Nunuhá son extrañas y llevan el signo del demonio oscuro de la noche. Tomuk tiene miedo.
—Dime tú, Nunuhá, el veloz. ¿Qué te hace pensar en aquellas extrañas palabras y en esos horribles lugares?
—No pienso en palabras endemoniadas ni nada de eso. Te repito: algo cambió hace tres días y nadie parece saberlo, tú nombre es Marcelo y tenías tres hijas; una de tres, otra de ocho y una que estaba por salir de secundaria.
Tomuk retrocedió unos pasos.
—Temo de sobremanera de tus palabras hombre que dice llamarse Maceló y habla extrañas palabras. Debo tomar una decisión como jefe de este clan, y esta es que te vayas lejos de nosotros. —Lo miró un momento fijamente—. ¿Es que no recuerdas nuestra juventud cuando cazábamos Mauts?
—Sólo recuerdo la oficina, mi casa, el tráfico y el maldito crédito que le debía al banco. ¿Acaso soy el único ser en la tierra que recuerda toda la mierda?
Tomuk sólo lo observó sin decir palabra alguna.
—Me voy —dijo Nunuhá. Tomó su saco de cuero de Maut y salió de la cueva rápidamente.
La tarde estaba calurosa, la vegetación era completamente diferente a lo que él recordaba y todo parecía un muy, pero muy mal sueño. Al llegar a una explanada se detuvo.
Frente a él habían animales increíbles, extraños, casi imposibles. Hace algunos días, junto a su hijo mayor fue al museo de historia natural para buscar material sobre dinosaurios, mastodontes y una serie de bestias de la prehistoria.
¿Qué había sucedido?
Hubiese sido preferible caer en la trampa como todos los demás, pero, ¿Por qué él no?
Por qué solamente él recordaba lo de “antes” y nadie más hasta ahora.
La solución no tardó en llegar.
—¿Qué sucede contigo? —Era la voz de Doyka tras él. O Mercedes, su secretaria, ahora convertida en una Homo Sapiens de cien millones de años atrás vestida con cueros al igual que él.
—Nada malo, Doyka. Sólo pensaba.
—No creo que solamente hayas salido a pensar, llevas tu Hua-nah. —La mujer lo miró un instante—. ¿O tu maleta “Samsonite”, en versión Adán y Eva?
Nunuhá quedó perplejo.
—¿También recuerdas? —preguntó tímidamente Nunuhá.
—Sólo de vez en cuando —dijo Doyka—, a veces cuando estoy sola. Como hace un momento.
Palabras mágicas, sola… momento. Nunuhá pareció olvidar su dilema y sintió como una erección hacía presión en su atuendo de cuero.
Sobre aquel césped virgen, Doyka y Nunuhá se entregaron a sus deseos y al temible olvido.
Sobre aquel césped el hombre volvió con su hembra al clan. Bajo aquella tarde entendió el sentido del supuesto contrasentido.
Bajo aquella era desconocida, Alejandro Santaelices dejó de ser tal, dejó su pasado y vida. Si es que aquella había existido realmente o sólo había sido una larga pesadilla.
Dos palabras rebotaron en su mente por algunos días: UP DATE. No recordaba bien qué significaban, pero lo tranquilizaron mucho y cada vez que llegaban a su cabeza, reía fuertemente.
Años después sus hijos corrían junto a extraños y maravillosos animales, en una tierra verde y tranquila.

miércoles, 19 de noviembre de 2008

Trinidad - Armando Rosselot


Ambos se estrellaron aparatosamente en la esquina de Quinta con Tres Norte. Volaron sesos, ojos y vísceras. Corrí espantado a recoger los restos de mis amigos.
Dios mío, pensé, siempre habíamos sido los tres, los tres compadres, compañeros de juerga y de muchas cosas más. Ahora veía cómo mi soledad se acercaba innegablemente a quedarse por siempre a mi lado.
Traté de juntar sus trozos. Los trataba de pegar con la poca saliva que tenía mezclada con mis lágrimas. Los abracé con fuerza mientras la sangre me envolvía con su metálico aroma hasta que no pude más y caí desmayado por la congoja y la impotencia.
Cuando llegaron los Otros a recogerme y enviar mi triste soledad a un nuevo sitio, ya no había restos de mis compañeros, ni de la colisión, ni de la sangre.
Ni de mí. 
Mi cuerpo es otro, mi mente es otra. Todos los recuerdos son muchos, y aún no logro ver claramente de quién es cuál.
Ahora estoy bajo las llaves de una de las habitaciones para los solitarios. Pero no lo estoy. Hablo y comparto con mi mente triple, hay recuerdos triples, amores triples, odios triples. También un triple deseo de libertad.
Seis ojos ven más que dos, dicen. Y creo, perdón, creemos que escapar de aquí será muy fácil.
Demasiado fácil.

lunes, 8 de septiembre de 2008

La celebración del parque arbolado - Armando Rosselot


Entré a la celebración del parque arbolado luego de pasar por mi alcoba, tratando de que el perro de mi novia no siguiera disminuyendo de tamaño a raíz de la leche barata que le di.
—Floopy —le dije—, no te achiques más. Y de ser un gran mastín quedó convertido en un pequeño pequinés. 
Lo quise tomar con mis manos, para lo cual me puse unos guantes de piel humana con uñas y venas de trabajo. Pero se redujo más aún, mucho más; ya no parecía perro, sino solamente una especie de hurón con rayas a lo cebra, diminuto, con los ojos como bolitas de cristal, hasta que la puerta se abrió y me esforcé por llegar lo más rápido posible donde estaba mi amada. 
El horror fue total cuando ella se fijó en mis manos, y lo que traía, ya ni siquiera parecía animal; el perro no era perro y no era animal. No era. 
En mis guantes de mano verdadera había dos semillas, las cuales ella tomó.
Lloró desconsoladamente mientras los amigos le acariciaban la cabellera y me miraban con gran disgusto. Lanzó las semillas rojas contra la muralla al borde del camino; luego de dar varios tumbos, quedaron esparcidas en el medio del jardín.
Al cabo de unos minutos, un brote floreció de aquel lugar y me sentí desdichado, enfermo, agónico y corrí para destruir lo que quedaba del perro hecho semilla, que fue hurón y en un momento pequinés. 
Llegué tarde. El árbol brotó y lanzó sus frutos con ira al suelo: pequeños grandes perros desfilaban por el lugar y me movían la cola alegremente. Ella, encontró mi mirada y rió, me besó y los perros siguieron llegando como una gran ola de energía, los amigos almorzaban en la gran celebración del jardín, y mi novia me llevó tras el muro a comer algo de torta.
La puerta de mi habitación quedó abierta y los perros fueron a dormir bajo la alfombra.
La torta era de lúcuma. Mi amada quiso más.
Todavía, después de quince años siguen brotando perros como mala hierba y el árbol se corroe, yo no puedo entrar a mi pieza y los perros se mueren atropellados por buses eléctricos cada treinta segundos. Y duele mucho.
El dolor se expande como ondas en el agua. Y ya no hay más agua a la cual culpar.

martes, 2 de septiembre de 2008

Don Señor - Armando Rosselot


En la junta de accionistas se acercó Don Perro, para hablar con Don Guillermo sobre lo acontecido en la noche anterior en la casa de Doña Isabel.
Al respecto, Don Perro le explicó a Don Guillermo que, lamentablemente, él no era la persona más indicada para dar la fatal noticia del triste fallecimiento de Don Gato, al Presidente del Consejo Municipal, ya que Doña Muerte es muy quisquillosa en esos temas y más vale seguirle el amén.
—Pero, ¿quién se ha creído esa señora que soy yo, para negarme el legítimo derecho de dar a conocer esta fatídica noticia a mi hermano, el Presidente del Consejo? —dijo enfurecido Don Guillermo.
—Es la ley —contestó Don Perro.
—Pero, qué se han imaginado ustedes, ¿acaso piensan que soy un Don Nadie?
—No —contestó esta vez amigablemente Don Perro—, Don Nadie viene en camino, y le aseguro que no anda de muy buen humor, si hasta Doña Muerte le anda haciendo el quite. Yo que usted me retiro.
Todos quedaron en silencio. A los pocos minutos, el puesto de Don Guillermo estaba vacío.