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jueves, 14 de junio de 2012

Enfermo de literatura - Arantza Ruiz de Mendarozqueta


Iban camino al hospital. ¡Qué título para un cuento!, pensó. Extrajo una lapicera del bolsillo y lo anotó en su mano. Su esposa le ordenó controlarse, pero él hacía caso omiso a sus reproches. Estaba concentrado ideando la trama de su nuevo cuento.
―¡Querido, intenta tranquilizarte un poco! ―le aconsejó la mujer cuando entraron en la sala de espera, pero el enfermo se limitó a responderle:
―Inspiradora frase, mi amor. Inspiradora frase...
Esta vez, ella le ordenó a los gritos que guardara la lapicera, para que no se rayara más el brazo. El doctor no tardó en atenderlos y, ya en el consultorio, la mujer le explicó el motivo de su visita.
―Este hombre padece de una extraña manía que le impide vivir. Me vuelve loca, su mente nunca se encuentra en paz.
El médico lanzó una exclamación al notar que su escritorio estaba completamente rayado por la historia que había escrito el loco, inspirado en el relato de su señora. Así, tragando saliva y mientras la preocupada mujer se mordía el labio inferior, avergonzada por la conducta del marido, el médico escribió la receta para su esposo y la leyó en voz alta.
―FIN.

Acerca de la autora:
Arantza Ruiz de Mendarozqueta

domingo, 22 de abril de 2012

Aún no he llegado a mi futuro - Arantza Ruiz de Mendarozqueta


Era un mediodía de muchísimo calor. El semáforo estaba roto, y era muy difícil que los autos se detuvieran. Mi padre y mi madre estaban sentados en el cordón de la vereda muy tranquilamente, mientras yo me encontraba pidiendo limosna en la otra esquina. Hacía mucho tiempo que éramos pobres, sin ropa para el invierno ni cama para dormir. Pero había dejado de interesarme por el aspecto, ya que cuando la  situación es tan desesperante deja de importar cómo te veas. Ese día me desperté con los ruidos de los autos. Mis padres me mandaron a la esquina, a limpiar vidrios. Me levanté, me calcé las alpargatas agujereadas, sacudí la tierra de mi remera, y salí bajo el quemante sol, llevando el limpiavidrios y un balde lleno de agua jabonosa. Mientras caminaba, empecé a fijarme en las ropas y el aspecto que tenía la gente de mí alrededor. Noté que muchos volvían del trabajo. Caminaban muriéndose de calor bajo el sol y con mucho cansancio parecido al que, en ese momento, sentía yo. Luego vi, en una esquina, un grupo de chicos que jugaban al fútbol y unas niñas que saltaban la cuerda, alegres y felices. Los observé, miré de nuevo a la gente que volvía del trabajo, y me miré a mí mismo. “Mi aspecto no difiere del de aquellos niños”, pensé. “Después de todo, yo también soy un niño, pero… Me siento tan cansado y tan frustrado como aquella gente trabajadora”. Y de repente comprendí que, siendo niño, debería estar jugando como los que estaban en la esquina, y no trabajando duro, tomando el lugar de mis padres, que holgazaneaban sentados en el cordón de la vereda. “Yo no debería estar trabajando tan duro… Para eso falta mucho…” Y triste, pensé: “Aún no he llegado a mi futuro…” Seguí caminando.

Acerca de la autora: Arantza Ruiz de Mendarozqueta

martes, 21 de febrero de 2012

El único que leerá este cuento, será mi estómago - Arantza Ruiz de Mendarozqueta


A las once de la noche había terminado el recital. ¡Qué gran show había dado Spinetta! Después de eso, todos estábamos hambrientos. Pero se armó la discusión entre mis padres. “¡Delivery no porque tarda mucho!” y “¡No que yo no estoy para cocinar!”. Al final mi madre ganó la batalla, que decía que era mejor cocinar, pero se vino la complicación… ¿Qué íbamos a cocinar? Sopa. Era una comida rápida y sencilla. Llegamos a casa. Luego de unos minutos la sopa estaba lista, y todos nos sentamos en la mesa. Estaba por probarla cuando noté que estaba hecha con fideos en forma de letras. Mientras las miraba con mucha atención, se me iban ocurriendo oraciones. “Estas oraciones podrían pertenecer perfectamente a un cuento”, pensé. Luego de unos minutos de meditación, se me ocurrió una idea genial para mi cuento. Empecé a juntar letras en mi cuchara, armando las oraciones. Cuando ya no quedaba más espacio en ella, me la tomaba. Así seguí y seguí armando oraciones, mientras mis padres me miraban muy extrañados. Mi cuento terminó luego de terminar el segundo plato de sopa. “Después de todo”, pensé, “el único que leerá este cuento será mi estómago”.

viernes, 30 de septiembre de 2011

Veinte alumnos - Arantza Ruiz de Mendarozqueta



Me levanto pesadamente del suelo y me arrodillo sobre los rasposos ladrillos que lo forman. Mis manos, cubiertas de lodo y el resto de mis brazos, frotados y sucios. Pero no soy el único encerrado en aquella húmeda y oscura jaula, porque otros diecinueve niños se encuentran también allí. Nos miramos las caras, aterrorizados. De repente, se empiezan a oír pasos acercándose a la jaula. Todos escondemos el rostro entre las manos y contenemos la respiración. Sabemos quién nos va a venir a visitar, y tenemos miedo. Es el que maneja nuestro destino. Los pasos se acercan cada vez más. A continuación, una puerta rechina y se cierra fuertemente tras nosotros. Un hombre ríe por lo bajo y escupe el suelo. Cierro los ojos y deseo con todas mis fuerzas que el Oficial no decida llevarme a mí. Pero, repentinamente y a pesar de mis deseos, el hombre comienza a tirar de mi camiseta sucia para que me ponga de pie y lo acompañe. Le obedezco. A continuación, susurra unas palabras en mi oído…
—… los Trópicos y los Círculos Polares. Usted, Florencia, ¿podría explicarme de qué trata este texto?
Un escalofrío recorre mi cuerpo y activa el regreso de mi atención. El profesor de Geografía ha finalizado la lectura y ha comenzado a hacer preguntas. Mejor leo algo del texto por las dudas me pregunte a mí.

viernes, 1 de abril de 2011

Quién sabe - Arantza Ruiz de Mendarozqueta


Miré el reloj. Eran las once de la mañana; o de la noche, quién sabe. El reloj podría andar mal. Hice una apuesta: Yo digo que son de la mañana, ¿y tú? De la noche. Creo haberme despertado por una pesadilla… Bien, si tengo razón, gano una doble taza de té con leche. Si tú ganas, podrás ver todos los partidos de fútbol que quieras sin que yo te cambie de canal, ¿de acuerdo? De acuerdo. Miré por la ventana. De igual modo iba a ganar la apuesta ya que, después de todo, yo era uno solo. El cielo estaba nublado, un poco oscuro, un poco claro. De repente, todo ennegreció. Lentamente se volvió a ver un poco de luz. Mis ojos se entrecerraban. Aún tenía sueño. Sin darle importancia a la apuesta, volví a mi cama y me acosté nuevamente. Pensé que tal vez mis ojos me engañaban por el cansancio; o tal vez no, quién sabe. Tal vez mis ojos veían perfecto pero el mundo había cambiado de un día para otro y ahora el día y la noche se entremezclaban. No lo sé. Simplemente me acosté, y después vería.

lunes, 2 de noviembre de 2009

El comprador de precios - Arantza Ruiz de Mendarozqueta


Él vivía con su mujer, en una casa que se ubicaba a dos cuadras del supermercado. Un día, revisó el cuadernito negro y descubrió que su esposa había escrito una larga lista de compras. “Tenés que ir a hacer compras, Álvaro” se leía en el final de la lista. Arrancó la hoja y se encaminó hacia el supermercado. Ya en la entrada, revisó la lista y caminó hacia los productos faltantes. Empezó a buscar y a buscar, y de repente, se empezó a sentir raro, extraño, en otro mundo. Miles y miles de precios rondaban por su cabeza, a la vez que los leía. Volvió a su casa con la misma sensación, y con la misma se sentía al otro día, cuando había regresado al supermercado. Compró los mismos productos que había comprado el día anterior, con excepción de una lamparita y un zapallo. Varios días se repitió la secuencia, hasta que un día su amor por los precios fue tan grande, que superó al amor que sentía por su mujer, y más tarde, empezó a llenar su carrito con precios, con la intención de comprarlos sin importarle que la seguridad lo echara del supermercado, y un día, se compró una máquina de precios. Llegó a su casa con la máquina quemándole entre sus brazos, y apenas la sacó de la caja, empezó a ponerle precios a todos los objetos de su casa ¡Y hasta a su mujer! Quince años después, falleció. Algunos piensan que era un loco, y otros que quería deshacerse de su mujer, por eso quería venderla.

viernes, 13 de febrero de 2009

Ahora mi gallinita, está en tu dibujito - Arantza Ruiz de Mendarozqueta


Soy Melody y creo historietas de gatos superpoderosos, mujeres ladronas, hombres espías y fuentes de horror. Soy muy amiga de Quino, e hice un libro de Mafalda aunque no es tan igual al verdadero. Cuando termino de crear una historieta, la reviso y la arreglo si es necesario, y la llevo a mi editor. Ayer vinieron a visitarme unas amigas. Comimos a la luz de la luna y después, miramos una película de terror. Mirándola, se me ocurrió una idea para una historieta. Se trataría de un asesino, pero el asesino sería una gallina. Cuando se fueron mis amigas ya era la una de la madrugada, pero no me acosté a dormir. Tomé lápiz y papel y empecé a escribir y a dibujar. No sólo crearía historietas de gatos superpoderosos, mujeres ladronas, hombres espías o fuentes de horror, sino que también crearía historietas de gallinas asesinas. Empecé con el título. “Ahora mi gallinita, está en tu dibujito”. Se trataría de que una gallina sale de su historieta y entra a las demás historietas y se come a todos los personajes. Estaba por la mitad cuando me dio mucho sueño y me fui a dormir. Esa noche soñé que me volvía famosa por la historieta de la gallina. Caminaba por la alfombra roja firmando autógrafos y mostrando la historieta. Estaba por entrar al salón cuando desperté. Eran las doce del mediodía y estaba mi mamá preparando el desayuno. Me cambié, me peiné, la saludé y me dispuse a terminar la historieta, pero al abrirla todas las viñetas estaban vacías. Lo único que había en ellas era la escena, pero la gallinita no aparecía en ninguna. La empecé a buscar por debajo de mi cama, por arriba del placard, entre los libros, en las cajas de zapatos, pero no aparecía. Entonces abrí el libro de Mafalda. En las viñetas sólo estaban los muebles con manchas de sangre, pero sin Mafalda. Busqué, busqué y busqué hasta llegar a la última viñeta, y allí, estaba Mafalda muerta en el suelo desangrándose, y a su lado, la gallinita con un pedazo de piel colgado de su pico. Asustada, me dije: la gallinita me está mirando…

domingo, 12 de octubre de 2008

El escritor entusiasmado - Arantza Ruiz de Mendarozqueta


Rafael escribe cuentos cada tanto y cuando le viene la inspiración, no piensa hacer ninguna otra cosa. Cierta mañana, a Rafael se le ocurrió una gran idea para un cuento. Entonces corrió a buscar birome y papel. Cuando se le empezó a mover la mano sintió que le venían más ideas. Empezó a escribir más rápido, y su cara se volvió roja y de la cabellera empezaron a salirle gotitas de sudor. Luego de escribir un buen rato, se le acabó el cuaderno. Rafael se puso como loco, y no dudó ni un instante en seguir escribiendo en lo primero que le vino bien, en este caso, la pared. Pasaban las horas, llegó la noche, y sólo quedó un pequeño espacio en una de todas las paredes de la casa para que Rafael pudiera dar fin a su cuento. Miró a su alrededor y contempló el resultado de su entusiasmo. Había usado toda la casa sólo para escribir un simple cuento titulado “El escritor entusiasmado”.