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martes, 4 de febrero de 2014

Teatro – Ada Inés Lerner


—Así, algo así, adviene con los zombis —señaló el antropólogo Ernesto Sabes—, criaturas de origen vudú, ajenas al lenguaje y el deseo. Esto fue producto de una situación ajena a sus deseos pero necesaria para enfrentar a su enemigo. Atrincherarse bajo tierra para emerger desde ahí y poner en fuga a los invasores. Claro que ya no volvieron a ser los mismos.
El público, la mayoría estudiantes blancos, algunos indiferentes, otros horrorizados, permanecían en silencio durante la hora que duró la conferencia.
—Ahora son indiferentes y harapientos —continuó el científico—, víctimas de pócimas o de magia, los zombis son una multitud sin liderazgo. Y transitan sordos a lo que no sea su hambre de carne humana…
Un murmullo se levantó desde el público hasta convertirse en un grito de horror, dos seres como los descriptos por el antropólogo se dirigían hacia él con un gemido nauseabundo. La sola presencia de los sujetos en el escenario hizo huir a un público delirante, sin que nadie volviera la vista atrás.
El antropólogo tendió sendos billetes a los dos actores, recogió sus pertenencias y los tres se alejaron por la puerta trasera del salón.

La autora: Ada Inés Lerner

martes, 7 de enero de 2014

Loteada - Ada Inés Lerner



–Lotes en Marte, pronto partirá la nave, a diez pesos cada uno -- el niño, vestido con ropa del finado (que era de mayor talle), los dedos de los pies fuera de unas zapatillas que siempre le han quedado chicas, carita iluminada con ojitos de hambruna añeja recorre la taberna portuaria y deja en cada mesa unos papelitos que pasa a buscar luego y controla si el supuesto cliente falla –Déle, don, es un viaje corto y ya va reservando su lotecito –Gracias no tengo interés – Gideon se siente desdichado porque el niño no lo mira de frente, ¿su respuesta no es importante? Es la primera sílaba que acudió a sus labios. No tiene intención de lastimar al niño con una negativa. –Mire que la nave ya está por salir, podrá ubicarse donde quiera y recién se está poblando el planeta rojo, estará cerca del Super Chino, de los cines – repite el precoz vendedor sin mirar a nadie en particular y la vista fija en la mesita mugrienta y los platitos con algunos restos. Lorenzo observa al niño como si no lo hubiera escuchado y le tiende los palitos salados que el rapaz devora al instante. —Déle don, -- el niño se vuelve a Lorenzo. Lorenzo le acerca unas aceitunas flacas y arrugadas que desaparecen – será dueño, con su amigo, de un lote para un bar – la mirada abarca el local -- más grande que éste. —Eh! mocoso, ¿qué te pasa? encima que te dejo entrar – protesta el tronpa detrás del mostrador. La panza no lo deja acercarse al escaño y la diabetes ya le ha atacado las piernas, así que se bambolea con un ritmo irregular según el dolor. No escucha gran cosa y ve menos. El aludido, como si no hubiera registrado que se dirigen a él se vuelve al tercero en la mesa. —Y usted señor – la diferencia en el trato la hace el viejo fieltro que tapa la calva de don Ferro y su chaleco rayado bajo un ropaje que no se caracteriza por su armonía. La camisa ostenta el cuello despeluchado y las mangas no aparecen por ningún costado — usted que es un señor querrá tener una parcela mayor en el centro mismo. Don Ferro, elevado de categoría por el rapaz, quiere ser generoso y le estira su jarra de cerveza. —¡Animal! los chicos no… Sin dudarlo el vendedor traga de un sorbo los restos de la bebida. Esto fue algo imprevisto a más no poder, aun sin ser exactamente una iglesia. Lorenzo se siente un tanto azorado, pero también nota que le suda la región baja de la espalda, justo por encima de su cinturón de cuero de ocasión. —¿Y las llevas encima? – murmura Lorenzo. —Sí, don, la nave ya da vueltas – el vendedor hace un aspa con un brazo – y da vueltas y más vueltas y da vueltas sin parar, y así pronto partirá sin tiempo hacia el futuro. —Sí –dice Gideon – tomá diez pesos para que de vueltas sin fin. —Gracias, don, señor – como si fuera a partir ya a velocidad supersónica –, gira y gira. Pueden verla en la esquina… Don Ferro no supo dónde meterse. Incapaz de sonrojarse, fue más copioso su sudor. Nunca le había ocurrido nada como aquello, jamás. Se sentía desarmado, desmontado del caballo, y triste. Los ojos de todos ellos, los estibadores de hombros encorvados, los ferroviarios enzarzados en un truco tramposo o haciendo eses de camino a casa quedaron excluidos del todo, o tal vez aún mejor, eran del todo desconocidos y mucho más terrible, los ojos del niño se han clavado en él. Gideon sintió el rabo entre las piernas. Se le conocía allí dentro, en el sentido de que su grotesca apariencia externa tiempo atrás había dejado de contrariar y distanciar a los camareros. Aquel condenado chaval, con sus trapos y su presencia magnética los tenía a su merced. –No – farfulló Gideon – no, muchas gracias, esta noche no, gracias. –Sólo me quedan las últimas se las dejo por nada, yo también parto, ¿para qué quedarse, no les parece? – ¿Y cómo sabré – musita Lorenzo con un hilillo de voz – que no me estás metiendo el perro? -- La nave gira y gira y nos promete un futuro mejor... – Dios lo bendiga, señor – el niño hace ademán de marcharse. -- Eh – exclama don Ferro –, que me debés las entradas… me debés dos. – Gideon no reclamó. Se metió la lengua para dentro . -- Allá nos encontramos – dice el niño con claridad – Amén – don Ferro miró el fondo del vaso. – Lotes en la luna – arrimó otro – el viejo cuento porteño – Los mejores lotes – don Ferro rugió –. Para huir de este mundo, de nuestras penas, diez pesos por los mejores sueños Esto fue imprevisto, aún en el remedo de fraude todos se sintieron cómplices del fracaso de los seres humanos a la hora de comunicarse. El niño desplegó un par de alitas y desapareció. -- ¿Una ronda más, compañeros?

Acerca de la autora:  Ada Inés Lerner

miércoles, 27 de noviembre de 2013

El espacio interior - Ada Inés Lerner


Cuando Juan regresa, tras haber estado sometido a las condiciones de microgravedad y a la radiación del espacio, suele volver muy débil.
Pero nada se pierde porque nada puede existir sin su doble, por eso la información que se almacena en las células queda en el ángel de la guarda y los dobles de los astronautas están en algún lugar del mundo. Si esos dobles se encontraran, alguna vez por casualidad frente a la Torre Eiffel no se reconocerían, porque encerrados en sus paradigmas verían lo que quieren ver.
Juan vive con su cuerpo sus sentimientos y en otro tiempo su doble vive con otro cuerpo otros sentimientos.
Esto puede convertirse en un juego mortal. Juan pasó por esta experiencia metafísica atravesando miedos.
Pasaba por la Strassenbauer cuando ve sentado en una mesita, en un pequeño bar, a un sujeto parecido a él. Demasiado parecido. Pensó que era un engañoso reflejo y se volvió. El hombre seguía sentado en el lugar y aunque iba de camisa verde, traje marrón claro, zapatos al tono, era evidente que el parecido era asombroso. Se detuvo y lo enfrentó pero el otro siguió conversando con su vecino de mesa sin prestarle atención. Juan se sintió ridículo y se alejó muy intrigado. Como se dirigía a la universidad buscó en la biblioteca a Frau Kreimer quien comenzó a explicarle sobre el desdoblamiento del tiempo.
Más que confundido se dirigió a una iglesia pero el sacerdote le aconsejó conectarse a sí mismo y perdonarse el pecado original. Juan se quedó intrigado frente al altar y le preguntó al Señor, pero ya sabemos que en ciertos momentos el silencio de Dios puede ser agobiante.
El chaleco de fuerza suele dejarlos débiles y exasperados pero le dio cierta seguridad: nada más podía sorprenderlo. Y no es poca cosa para quien regresa del espacio interior.

Acerca de la autora:
Ada Inés Lerner

jueves, 7 de noviembre de 2013

No es tiempo de juego - Ada Inés Lerner



“Se repetía de amanecidas en el bar.
Parecía fácil
diluir fantasmas con insistencias de vino tinto.
Soñaba –creo–.
Cuando llegaron las palomas
él había muerto”.
San Juan “Apuntes”. José Campus.


Nunca había visto llorar a un hombre. Llorar así. Pero sucede. Sucede porque los días se escapan veloces, y veloces los tiempos nos abandonan en la distancia y en el olvido, el olvido y la distancia que no podemos comprender.
En un bar de estación terminal yo esperaba para partir, partía no recuerdo adónde, cuando reparé en él. En la mesita lo usual, botella y vaso, vaso y botella y la cabeza cenicienta; la cabeza cenicienta cayendo desamparada sobre los brazos magros. Era tal su soledad como yo no había visto en persona alguna. Parecía no estar allí y al no estar allí los demás lo ignoraban, lo ignoraban con esa crueldad que los humanos, sólo los humanos somos capaces de sentir, de sentir y de demostrar.
Cuando alguien evitaba pasar a su lado deslizaba una mueca, una mueca que no alcancé a descifrar.
—Usted ama a sus pares? —desafiante, las palabras demandaban respuesta. Respuesta que el mozo, después de apoyar la bandeja vacía, desorientado, intentó articular:
—¿Si quiero a mis pares? Sí, creo que sí.
—Puede probarlo?
 El empleado optó por ocultar su desazón, desazón devenida en ignorancia, ignorancia que ocultó en el silencio. El cliente lo miraba de frente, sin pestañear, mientras una foto desorientada giraba entre sus dedos amarillos de tabaco.
—No somos nada, sólo la construcción de algunos otros —guardó la foto en el bolsillo izquierdo de la camisa con un movimiento mínimo de su codo.
El cliente sacó dos cigarrillos y le ofreció uno.
—No debo fumar mientras trabajo, pero lo guardaré para después —y lo ocultó, lo ocultó en su bolsillo. El cliente agotó el último sorbo, vaso y botella, lo usual sobre la mesa y la cabeza cenicienta, la cabeza cenicienta cayendo desamparada sobre los brazos magros. Se quedó solo…
Como el bar me quedaba de paso más de una vez lo frecuenté, lo frecuenté sólo para comprobar la presencia del parroquiano y su soledad, el ritual de su soledad. Era casi una afrenta a los otros, a los otros que se reunían aún sin conocerse, y para conocerse se daban apodos, apodos como “el pelado”, “el negro”, “el gringo” como pretexto, y con el pretexto de unas cartas, cartas españolas o un cubilete para jugarse el tiempo, tiempo que no es más que una convención, convención que no comprenden y para matar la angustia de no comprender de qué la juegan, se juegan el tiempo, matan el tiempo.
Varias veces me invitaron a compartir ese tiempo de juego, juego en el que no lo incluían a él. Recuerdo haber pensado que a nadie le gusta que lo dejen fuera del juego..
Quizás por deformación profesional me subyugan las historias, las historias de los desconocidos, de los solitarios y un día, un día como cualquier otro, fui decidido a su encuentro. Quizás porque frente a una realidad desconocida necesitamos ponerle palabras, nombrarla, hacerla nuestra. Quizás sucedió ese día porque lo vi mirar por la ventana de la ochava, perdido ¡vaya a saber uno! detrás de qué sueño.
Permaneció en silencio, inmóvil. Retiré la silla y me senté enfrente y recién entonces pensé que podría estar enfermo. Además de la adicción, digo. Levantó la cabeza y nuestras miradas se encontraron y vi los surcos, los surcos que antiguas lágrimas habían dejado sobre su piel y no lo resistí, me obligaba a apartar la mirada.
La expresión de sus ojos anticipó las palabras que siguieron, aunque quizás no eran necesarias. Es posible, sólo posible que él haya adivinado el motivo de mi interés porque se volvió hacia la ventana y comenzó a hablar:
—Me muero —dijo— y recién ahora comprendo la belleza de la vida. Ahora que los he perdido, por mi culpa. Mis pares, mis pobres pares quedaron solos cuando me fui tras un sueño loco, un sueño que sólo los que son amados en demasía pueden acuñar, no están necesitados de amor, no conocen los límites, las fronteras del bien y del mal, la sinrazòn de la razón. Me amaban demasiado y lo esperaban todo de mí y yo era sólo uno más y además llevaba sobre los hombros la mochila de su amor. Le juro que busqué y busqué... le juro que recorrí todos los caminos, y que transité todos los senderos, y por todos los atajos, y encontré... encontré desiertos y vergeles, bosques, campos y ciudades, hasta que ya no hubo más, no hubo más nada por conocer y entonces comprendí...
 Permanecimos en silencio un momento y luego casi me gritó:
—¿Pero cómo, usted tampoco lo sabe? —Bajó la voz—. Disculpe, a veces me cuesta entender que yo no era el único que lo ignoraba.
Me estaba hartando el jueguito del borracho que todo lo sabe y quizás adivinó mi intención de borrarlo de mi mapa porque me tomó del brazo con ambas manos, manos con llagas que lastimaron mi piel:
—Yo comprendo que ésos no me entiendan, es mejor para ellos, ¿qué ganarían con saber la verdad?. Pero usted tiene que saberlo. Por eso se acercó a mí. Usted es el elegido. El que quiere saber. —hizo una pausa— ¿Entiende? Era mejor que yo me fuera y sin embargo, la causa de todo mi sufrimiento es este secreto que no supe comprender a tiempo....
 Hizo una convulsión, descansó un instante y sacó la foto de su bolsillo:
—Mire esta foto. ¿No ve nada? ¿Sabe por qué? Porque el paraíso no existe. Sólo hay un paraíso y está dentro de cada uno, búsquelo, búsquelo aunque le duela. Búsquelo.


Acerca de la autora: Ada Inés Lerner

jueves, 10 de octubre de 2013

Bandada - Ada Inés Lerner


Mary atraviesa la placita con paso desparejo y torpe mientras atisba el futuro: de costado, como una yegua compadrita. Los pibes, malón de regreso que abandona con esfuerzo el potrero y la redonda, la observan como quien busca respuesta en un reloj detenido en otro tiempo.
Las agitaciones y tormentas de una empleada postal como Mary pertenecen al pasado reciente, quizás por eso gruñe un reclamo desafinado por ese pueblo indolente. En la estafeta la cortina rezonga y la reciben afablemente el vaho, la humedad, y las hilachas de aquellas cartas olvidadas.
A Mary la satisface esa melodía y todas las mañanas ella insiste en danzar al compás de un acorde quejoso:
—¿Qué será de mí si nadie espera una carta? Una carta es una visita inesperada que uno puede besar, acariciar o evocar…
Alguna vez, un repartidor postal se acercó a Mary pero por culpa del destino, dios sin altar en el mundo (tan insalvable como imprevisto) lo dejó ir: es que ella fue incapaz de comprender que ese cartero, tercero involuntario, ya no cargaba de su hombro el útero desierto con las cartas que muchos dejaron abortar en la madrugada por ese correo electrónico, superficial y urgente.
Del buzón vacío nace una canción y Mary, como aquel poeta, acompaña el tono de una oración de fe: volverán las cartas olvidadas, volverán mis noches a rondar, y otra vez como almas en bandada, me llamarán, me llamarán...

Sobre la autora: Ada Inés Lerner

viernes, 6 de septiembre de 2013

El Valle de la Muerte - Ada Inés Lerner


—Si como creo hemos caído en el planeta del Valle de la Muerte tendremos dificultades en salir rápido. —Mi copiloto, Rank, estaba en lo cierto.
—¿Tenés noticias de habitantes permanentes aquí?
–No, no tengo referencias que los haya, solo viajantes esporádicos, científicos del Servicio Meteorológico del Universo. El Valle de la Muerte, es el lugar más caluroso y tiene el récord de la temperatura más alta jamás registrada desde que existen sistemas de medición: 57,78 centígrados el 10 de julio de 1913.
—Lo único cierto es que no nos ahogaremos en un vaso de agua. –No sé porqué Rank estaba de buen humor, la situación era difícil.
—Ja ja ja, no te gustó mi chiste, opino que deberíamos tomar los datos que venimos a buscar y luego preocuparnos por arreglar esta cosa.
—No estoy de acuerdo, esta semana, precisamente el 5 de julio de 2053, el Servicio Meteorológico informó que registró una temperatura de casi 54 grados y creen que podrían seguir en ascenso —le dije en tono algo imperativo, como corresponde a mi grado superior.
—El valle es un espectacular paisaje desértico, la cuenca de Agua Mala, ¡qué ironía su nombre! Es la parte más profunda y caliente del valle. Quisiera grabar y llevarlo como documental. —Rank hizo oídos sordos a mi decisión.
—¿No escuchaste lo que dije? Primero repararemos la nave. —El copiloto hizo un gesto de fastidio—. Si no podemos salir rápido de aquí poco importarán tus documentales.
La disidencia hacía que mis palabras subieran de tono, por lo que Rank se retobó aún más. Intentó salir de la nave y para detenerlo, lo empujó. Rank me trompeó y yo me golpeé la cabeza y caí herido. Abrió la escotilla y salió con su cámara.
Malherido, decidí reparar solo el desperfecto. Busqué mis herramientas y el agua necesaria para salir a la superficie; estábamos a 85 metros bajo el nivel del mar. Observé que Rank no llevaba su provisión de agua, el calor es de los más extremos y la aventura no permite más de dos días sin beber; supuse que lo advertiría a tiempo.
A fines de junio de 2013 otros investigadores observaron que el termómetro marcó 59 grados centígrados. Mi madre terrícola, María Carabajal, diría (en el cercano pasado) que “igualito que en Santiago del Estero”, su provincia argentina. Dicen que hoy es peor aún.
Como nuestro Sol alumbra permanentemente, conseguí terminar la reparación al mediodía de nuestro segundo día pero no tenía noticias de Rank y poca provisión de agua, por lo que solo podía esperarlo dos horas más.
A poco de partir, apareció Rank desfallecido. Arranqué la nave, me deslicé por la superficie y antes de levantar vuelo Rank decidió quedarse en el Valle de la Muerte.


Acerca de la autora:  Ada Inés Lerner

miércoles, 21 de agosto de 2013

La huida - Ada Inés Lerner






En los malos momentos, en las malas rachas, la tristeza se agazapa cuando la noche convierte sus lágrimas en estrellas. Los compañeros de navegación advierten algunas melancolías aunque no todos sienten cierta picadura de malestar al ir alejándose del viejo hogar, del antiguo planeta que ya no puede darles cobijo.
Cuando abordan la nave que los llevará a un hogar provisorio, pocas mujeres no lloran y los niños aferrados a sus faldas, sin entender demasiado, presienten que la esperanza puede ser una mentira más.
El camino que la confederación intergaláctica les ofrece parece dormitar a su paso. Ninguno de los responsables se engaña, en cualquier momento puede aparecer un escollo inesperado, o una tormenta agazapada que les alcance. Las voces silenciosas son como un salmo al Cielo piadoso para que culmine y los viajeros gocen de un nuevo orden.
Desafíos y choques se enfrentaron cuando la devastación los envolvió sofocándolos de vértigo, metáfora del horror inigualable de la guerra.
¿Regresarán alguna vez a la espera, unirán las voces en busca de sus sueños? irán suplicando aliento en los corazones ardientes por el vértigo de la justicia, por la paz, por la compasión, por la libertad.
Nadie sabe que hay tras un siglo de oscuridad. El viaje sigue su curso al destino ya cercano, ya están a punto de saltar como cazadores furtivos y desesperados, preparados para el descenso designado en una zona deshabitada en el planeta de los drogs, no saben cómo serán recibidos …


Acerca de la autora:  Ada Inés Lerner

miércoles, 14 de agosto de 2013

Despedida - Ada Inés Lerner


Él está ahí. Tendría que decir algo. Hace pocas horas cruzó la delgada línea que separa las dos vidas; estoy segura que puede escuchar y verse a sí mismo como nos observa a nosotros, a su alrededor.
En la funeraria lo han hecho bien. Acomodaron su cuerpo, lo maquillaron y cerraron sus ojos. Su rostro aparece y parece que nos espera.
Llegan hijos y nietos. Él ve ese cariño. Parece estar bien. ¿Cómo será esa sensación de estar y no estar?
Lo dejamos solo para que de una última mirada a su vida. Creo que piensa en su perro: lo extrañará, le llevaba la comida y le movía su colita.
El del estacionamiento evocará la propina. Por mi parte derramaré algunas lágrimas. A nuestros hijos les dejó una póliza. No debe creer que su amante guardará luto.
Nada en su conciencia pesa de modo inusual.
Lo acompañamos a cruzar los silenciosos portales. Al final del otro sendero nos reagrupamos para darle el último adiós.
“El camino del dolor se recorre una sola vez”
Yo sé que debe haber gritado hasta que comprendió que era inútil y emprendió el viaje definitivo y con él sus delirios de siempre.

La autora: Ada Inés Lerner

domingo, 4 de agosto de 2013

La Muerte camina al sol - Ada Inés Lerner


Habrá quien me crea, y quien no. Aclarado este punto les relataré mi encuentro con La Muerte. La encontré en una plaza de Ituzaingó frente a un damero dibujado en la pequeña mesa de piedra. Algunos juegan ajedrez otros damas, yo quiero jugar con Mi Muerte. La reconozco porque es parecida a mi. Nos une un destino de mujer. Me conmueve cierta mística, cierta creencia: ella muere un poco con cada una de nosotras.
Me siento frente a ella para conversar, si ella quiere, claro. Ella está allí atendiendo cartas y correos electrónicos: pedidos por enfermos y desahuciados. También hay algunos que quieren saber cuándo, cómo, dónde. Lee a todos con la misma dedicación, se nota que es un trabajo que la apasiona. Me repito: yo estoy despierta y viva y soy la única en este lugar que la reconoce. Se ve muy delgada y tiene esa presencia mágica que todos le otorgamos. Siempre se negó a envejecer. Desde que tengo memoria he visto que la han retratado vestida de negro, el mismo rostro enjuto y una profunda determinación Divina en el gesto.
Se dice que se la llevó un amor no correspondido en el principio de los Tiempos. Pero el Tiempo es una convención humana o ¿no? Se fue y volvió: su Superior le ha encomendado una tarea y ella parece necesitar más tiempo que la eternidad.
Hay una cierta pausa sin prisa en este encuentro fortuito. Me siento sin pedir permiso ¿qué hago yo aquí? y me doy cuenta que estoy emocionada y que mis pensamientos están desordenados y confusos. Yo también quiero sabe. Tengo derecho, tuve hijos, planté árboles y escribí libros. Quiero aprovechar esta última oportunidad que me da la vida, para conocer mejor a esta mujer. Aunque a veces creo que es un mito.
Ahora debería lograr interesarla en mis preguntas y escribir un buen cuento, aunque sea el último, que me perpetue aunque sea póstumo ¿y entonces? ¿A quién le va a interesar el reportaje a La Muerte? Por muy célebre que sea. Todo el aplomo del primer impulso se desarma en mi interior. ¿Cómo abordar a esta Muerte célebre?.
Busco apoyo en el respaldo de la silla y me enderezo un poco; me la quedo mirando seria, sin poder articular palabra. Ella sigue concentrada en lo que hace. Repite la lectura buscando vaya a saber una qué secretos. Todos los movimientos los hace con calmada precisión. ¿Es esta una intromisión de la vida en la eternidad? ¿Yo desapareceré de pronto?
Pierdo de a poco la timidez y sigo observándola casi con descaro. ¿Cómo serán los pensamientos de La Muerte? Ella me mira, sorprendida, por encima de sus papeles:
—¿Compañera? —me dice
Estoy confundida. Yo no estoy muerta. ¿Deberé decírselo? Creo que ella lo sabe. Sonríe. Me mira inquisitiva.
Ante mi silencio ella toma la delantera:
—Estoy perpleja.—dice.
Comienzo a sentir algo parecido al miedo
—Viniste por mí o por vos?
—Yo… señora … creo haber cumplido mi misión —estoy parapetada en un rincón de mí misma— y estoy enferma, ya no puedo ser útil como antes, más bien soy una carga.
—¿Me equivoco o preferís morir a bajarte del caballo? —la ironía me hace sonreír—
—Algo así…
—¿Crees ser dueña de tomar esa decisión ¿te corresponde?
—Soy dueña de mis decisiones, no me ata ninguna fe que me contradiga, doné mis órganos, dejé los papeles en orden, no le debo nada a nadie.
—¿No tenés miedo? ¿A lo desconocido? ¿Al más allá?
—No, no creo en un dios que castigue, no creo en los castigos divinos, tampoco creo merecerlos, no he sido una santa pero tampoco he hecho daño intencional a nadie. Mas bien tengo curiosidad. Quiero ver el universo desde esa visión. Lo que he visto acá... se repite desde que se escribe la historia
—Como suelen decir ¿“no hay nada nuevo bajo el sol”?
—Yo creo que sí, que hay mucho por ver, por aprender. Debe ser como un viaje espacial entre las galaxias.
En eso caigo en la cuenta sin saber por qué, mi tiempo se termina. ¿Sabe ella quién soy? ¿Será que a pesar de los muchos años que representa el personaje de La Muerte, se niega a abandonar sus ideales? No conozco su pensamiento, sólo por sus actos. Murmuro:
—¡Pero usted... está hablando conmigo!
—No le digas a nadie que me viste. No te creerían o lo que es peor sí, y quizá como yo debas afrontar la calumnia, la injuria, la infamia.
Ella mira su reloj. Mi tiempo se terminó.
—Señora, ¿qué pasará conmigo? ¿puedo verla otra vez?
—Sí, claro, voy a llegar en el momento preciso. Lo único que te diré es que hay muchas vidas y muchas muertes, habrás muerto con cada pérdida y luego renaciste y fuiste otra mujer, una y otra vez. Cada una muere como vive, no tienes nada que temer.

La Autora: Ada Inés Lerner

martes, 9 de julio de 2013

Le tengo miedo a la muerte - Ada Inés Lerner



Llegó al cementerio casi empujado por su tío paterno, y dado el compromiso afectivo con los muertos presentes en esa ocasión. (amén de los mandatos que vienen cargados por los ancestros). Sí, muertos en plural. Eran tres.
La historia de esta triple tragedia no comenzaba con un accidente automovilístico múltiple. Será mejor que se los cuente el personaje principal en persona.
Fue por este caso que comencé a temerle a La Muerte. Por esos tiempos andaba yo noviando con dos hermosas niñas, Silvia y Marina, aunque sus nombres no vienen al caso. El caso es que las dos sueñan casarse pronto. Y conmigo. Deben saber los lectores que soy un joven agraciado que pretende seguir estudiando la carrera más larga que se conoce, Diplomacia, con una noble idea: que mientras mi padre continúe sufragando mis pequeños gastos.
Ignoraban Silvia y Marina que yo había hecho votos de soltería (y lo que se ignora no hace daño) y no precisamente por motivos religiosos.
Como les contaba alguien al principio de este texto llegué al cementerio por una amable invitación de mi tío paterno que no ahorró improperios en su invitación:
—Zoquete, vago, ni siquiera caído del catre, se murió la cotorra de tu tía, el perro de tu papá y la gata de tu mamá y ¿ni siquiera movido por el amor filial vas a acompañarnos al cementerio?.
—¿Se murieron los tres? ¿Quién fue el asesino?
—Yo, la Muerte
Desde ese día le tengo miedo a entrar al cementerio y a mi tío —el Loro—.


Acerca de la autora:  Ada Inés Lerner

martes, 30 de abril de 2013

El método - Ada Inés Lerner


Antes de la partida del avión. Era vital. Una y otra vez el lado derecho. De atrás para adelante.
Ser cuidadoso. Del izquierdo. De adelante para atrás. Nada. No desesperar. En los pequeños de arriba, a la izquierda, a la derecha no.
El método. De atrás para adelante, sin saltearse ninguno. Nada. Controlar los interiores. ¡Uff! ¡Menos mal!. Sólo hay del lado izquierdo. Uno por uno… de adelante para atrás. Nada.
No darse por vencido… tiene que estar…
Ejecutan su danza… burlándose de mí …
¿Alguno oculto? No. Yo corté la tela. Abrí el gran rollo, los armé y los cosí, los conozco al dedillo.
Sí, pero no aparece. Tampoco se oye nada… ¿Y si no está ahí…?
¡No empecemos con las dudas!.
¡Tiene que estar ahí!…
A ver.. prolijo … con método…
Al revés los izquierdos. De adelante para atrás. ¡Con método!. Los derechos. De atrás para adelante. Nada. No desesperar. Los pequeños de abajo… ¿abajo?, ¡Claro! ¡Detrás del grande!. Decidí ponerlos a la derecha!. ¡Ocultos! ¡Lo había olvidado!.
No hay nada como renovar la esperanza.
Esos condenados bolsillos pequeños… ¡Con botoncito!
El método. De adelante para atrás, sin saltearse. Nada. Los interiores. ¡Uff! Se oyen los altavoces. Va a partir el avión. Del lado izquierdo. Uno por uno… de atrás para adelante… Nada.
Todo ha terminado para mí. Me alejo unos pasos y los observo. Todos están ahí… ¿todos? ¡Vamos…! ¿están todos? ¡Los he contado!. De izquierda a derecha… Uno, dos, tres… seis, siete, ocho, nueve… doce… ¿éste lo conté?...
Con método… por pares… dos, cuatro, seis… catorce, dieciséis, dieciocho… veintidós… están todos… Por cinco… un total de …
Tendría que notarse el bulto en los bolsillos y al danzar las perchas ella hubiera hecho ruido…
¡Menos mal que lo pesqué justo cuando revisaba los uniformes! Ese comandante de avión… ¿Por qué querría robarse mi cajita de alfileres voladores?

Sobre la autora: Ada Inés Lerner

jueves, 18 de abril de 2013

La laguna de Caronte - Ada Inés Lerner


“Quien lucha con monstruos ha de tener cuidado 
de no convertirse en un monstruo también él"
F. Nietzsche.

Soñé radicarnos en el pueblo de La laguna de Caronte. A esta altura de nuestra vida recuerdo nuestras fantasías. Sobre éste pueblo, sobre la laguna, sobre los fantasmas de los no-vivos, relacionados directamente con el estado trascendental de la muerte.
No puedo escaparme de mi misma, yo seguiré siendo yo y mis circunstancias dondequiera que vaya: en mi pequeño planeta lejano que esta noche brilla como una estrella, en la gran ciudad (donde presté servicios como enfermera hasta jubilarme) o en esta playa asomada a la gran laguna.
Sufrimos la xenofobia general de los terrestres y nuestra existencia fue difícil. Trajimos algunos muebles, vajilla, la ropa que deberé adaptarla a este clima.
—Penélope, está listo el mate. —El que habla es mi marido. Debí incluir a Ulises en el detalle de mi equipaje, porque yo lo convencí de mudarnos aquí.
Se impone que a esta altura aclare como fueron nuestros primeros días. Al principio el pueblo nos miró de costado. Nos observaron e interrogaron mal disimulando su desconfianza. Desconfianza pueblerina que se traduce en una amabilidad forzada que se hace por demás evidente. Pensamos que no lo notarían, que nuestra baja estatura fuera aceptada, venimos de un planeta pequeño, Caronte. El hecho que los alertó, el que los hizo sospechar, fue que ninguna mascota se acercara ni a pedirnos un hueso.
—Un poco de tiempo y paciencia —nos dijimos.
Ulises colocó en la entrada de la casa un cartelito primoroso, en madera tallada, que aún hoy dice: “Enfermera diplomada. Inyecciones. Presión. Cuido enfermos”. Y me senté a esperar. A esperar que mi profesión de toda la vida me introdujera en las casas de la gente como una bruja buena que alivia dolores del cuerpo y el alma.
En cuanto a Ulises, perdió el pelo pero no las mañas. Como había sido adiestrado, intentó infiltrarse en las organizaciones intermedias para desplegar su actividad de detective de entuertos. En la cooperativa de teléfonos, como socio usuario, tenía el derecho de participar en la comisión directiva. No lo aceptaron: luego advertimos que nuestras inocentes conversaciones telefónicas eran “pinchadas”.
Habíamos traído nuestro sistema de comunicación interestelar y todo estaba bien resguardado.
Se sucedieron algunas reuniones en casas donde se resucitaban a aquellos antiguos héroes dispuestos a inmolarse por la cosa pública. Todo se fue aquietando: aquellos vecinos que empujados por Ulises, habían tomado la participación como un juego, alternativo al billar o la taba, empezaron a sentir que la guerra justa desatada por mi marido contra la malversación e impunidad no los motivaba y los involucraba a trabajar sin descanso y decidieron que no valía la pena perder la tranquilidad por unos cuantos pícaros.
“Son nuestros vecinos de siempre” era su filosofía y nos fueron retaceando su presencia. Ulises seguía detrás de sus ideas.
Esto nos aisló y también afectó mi actividad y no nos pasó desapercibido en los bolsillos. Y hacer frente ahora a este fracaso...
En este tiempo de ancianos, me quise despedir de Ulises pero él no lo aceptó y juntos emprendimos el último viaje de los caronteses sumergiéndonos en la laguna .


Acerca de la autora:  Ada Inés Lerner

sábado, 23 de febrero de 2013

¿Será el Final? – Ada Inés Lerner & Carlos Enrique Saldivar


Aún sigo yugando en «aquella casa de citas» de madama Luciana, por la que pasan hombres solos que necesitan compañía; a veces se repiten los amigos, conocidos y desconocidos, cada cual con su suerte y el poco de esperanza que les resta; casi todos me preguntan qué pienso que pasará el 21 de diciembre, todos tienen miedo al día del Juicio Final, que le dicen. Algunos preguntan y, sin esperar mi respuesta, se encogen de hombros y se van pronto. A otros les preocupan las cuentas pendientes y sus seres queridos. Yo no tengo asuntos sin resolver ni a nadie en el mundo. Sigo trabajando como burra pues no sé hacer otra cosa. Hago felices a los parroquianos de mil y una maneras y puedo asegurar sin una pizca de modestia que ellos quedan satisfechos siempre. Sin embargo, me pregunto: ¿y si hubiese un Final? ¿Si toda la vida en el mundo se extinguiera? Permanezco mucho tiempo, días, meditando en ello.
Llega la ¿esperada? fecha y yo me encuentro dándole de besos a un congresista. Él me pregunta, riendo, si creo que ocurrirá algo al dar la medianoche. Le digo que se relaje, y seguimos, continuamos hasta que él me pide realizar aquellas cosas que tanto detesto. Ni modo, las hacemos hasta que por fin nos desvanecemos de cansancio.
Sueño con fuego, océanos y llanto.
En cierto momento nos despertamos juntos, vemos el intenso resplandor y… ¿será el Final? No. Ha amanecido. Otro día más de dura labor, pienso. Ojalá el Final hubiese llegado. Pero no, las personas como yo no tenemos tanta suerte.


Acerca de los autores:  
Ana Inés Lerner 
Carlos Enrique Saldivar

viernes, 15 de febrero de 2013

La creación - Ada Inés Lerner


Los designios del Señor son insondables y mi historia, aunque pueda sorprenderlos, es una confirmación de Su Grandeza.
Nací de hombre y mujer en un bello paraje del sur, cuando mis padres decidieron emigrar por una peste que venía desde el este y no había dejado sobrevivientes.
Cruzamos senderos y bosques y cuando llegamos al lugar que la tribu había decidido elegir para establecer mis padres y todos los adultos eran ancianos seniles y nosotros ya hombres y mujeres jóvenes.
Acomodamos una familia en cada cueva y observando la campiña aprendimos a mantenernos sembrando semillas comestibles y compartiendo la carne de lo que cazábamos y pescábamos. Aprendimos todo esto de los más avispados y también de las bestias mismas.
Los peligros que corríamos no iban más allá de caernos de un árbol por buscar la miel de los panales o ser picados por una abeja y no llegar al auxilio a tiempo. También que los animales grandes nos atacaran pero esto no era frecuente.
Una noche, a la que temíamos, descendió una luz y de ella surgieron personajes que robaron algunos de nuestros niños, a los que nunca más volvimos a ver.
Este fue otro de los peligros a los que nos vimos expuestos, el más incomprensible de todos.
Varias parejas, de entre los mayores y también mi mujer y yo habíamos envejecido y nuestra senilidad obstruía el esfuerzo de los más jóvenes de modo que en reunión secreta decidimos escondernos en una cueva que elegimos por estar aislada.
Cuando los jóvenes percibieron nuestra ausencia ya estábamos lejos y creemos que comprendieron.
Una noche, la entrada de la caverna se vio iluminada por la presencia de un joven que iluminaba desde su cuerpo con grandes alas como los pájaros del cielo. Su luz cegadora nos dejó dormidos y cuando despertamos a la mañana, no sin sorpresa, nos sentimos jóvenes y fuertes y con deseos de seguir caminando hacia el futuro y en sentido contrario de donde veníamos.
Pasados los tiempos aparecieron otros seres bastante parecidos a nosotros, aunque su piel era más clara y llevaban extraños palos relucientes en sus manos y nuestros nietos intentaron conversar con ellos. Lo que sigue ustedes lo saben, yo sólo querían contarles lo que algunos ángeles nos refirieron acerca de la evolución de algunos planetas. Ya no me intereso por esos temas, ahora estoy dedicado a escribir las historias que me cuentan los recién llegados, e incorporar en conjunto de hojas a la Biblioteca Celestial, que así la llamamos.
Algunos dicen que son leyendas, otros me dicen “te contaré un mito venusino” y otros, más enigmáticos hablan de ser inmortales que son llamados dioses, ignoran el misterio de su origen, en qué lago apagan su sed y los hay que muestran rostros de miedo.
Una hembra de los hielos me contó que había guerra en su lugar, y fuego en los bosques como nunca había visto, que no todos sabían de éste lugar acá arriba y les daba miedo.
Concluí que así es la ignorancia: como la Montaña de la Bestia, aterroriza y no permite avanzar. Cuando tenga algo más que contarles volveré a escribirles.


Acerca de la autora:  Ada Inés Lerner

viernes, 1 de febrero de 2013

Andresito - Ada Inés Lerner


Oculta en la maraña del monte, Cecilia Cuyay sigue las sendas que le permiten avanzar entre los juncos del bañado, mientras busca los vados del río. Silenciosa y atenta, sabe que la selva amiga la ayudará para evitar las huellas que, entre los altos pastos, fue dejando la partida invasora al mando de José Francisco de Canto.
Lleva en el nido de sus brazos al pequeño Andresito Guacurary(*); en el asilo de su almita viven los gritos de dolor de sus hermanos, indígenas guaraníes pacíficos, asaltados, perseguidos y reducidos a la esclavitud por las huestes paulistas de los Bandeirantes que venían bajando desde el Río Pardo y las gargantas de la sierra de Maracayú, y se echaron sobre religiosos y familias de San Francisco Borja.
La fugitiva desconoce el destino que encontraron los prisioneros. Pero intuye que nada bueno debe ser si los enemigos entraron en su pueblo saqueando y matando. Sus ojos aterrados vieron tambalear y caer, sobre el techo de palmas de la capilla, la cruz de troncos de laurel negro; agonizaba herido de flecha el cacique Corubá, mientras se escuchaban los gritos de horror de las jóvenes mancilladas.
A Cecilia la guían las voces de los ancianos, aquellas que narraban en su lengua ancestral las antiguas desventuras de la raza. La valiente guaraní va abriendo con su machete la esperanza; lleva una larga caminata entre pantanos, malezales y campos desiertos; acosada por las fieras. Sin embargo la temida yarará jaspeada, oculta en los matorrales la mira pasar compasiva, el yaguareté moteado la vigila en las sombras, y hasta el pitanguá calla su canto de mal agüero.
—Aloja, aloja. —Reclama su boca seca; mitiga el hambre de su niño con las raíces y los aguaí silvestres de la tierra generosa; de los pechos rojos, como la tierra misionera, mana el alimento para su añá (3).
¡Chabé! Cruzando el río está la misión de Santo Tomé, allí, allí nomás.

(*) Andres Guacurari y Artigas: guaraní; caudillo artiguista.
(1) aloja: refresco de agua y miel de caña
(2) aguaí: árbol frutal
(3) añá: hijo
(4) Chabé: cuidado!

 Sobre la autora: Ada Inés Lerner

domingo, 20 de enero de 2013

Para que no se les olvide - Ada Inés Lerner


En el principio era el Verbo y frente a Dios era el Verbo y el Verbo era Dios. Todos sabemos que para el final de los tiempos Odín el vikingo, dios violentamente enérgico, se comprometió a protegernos a nosotras, las diosas, y a los hombres también, contra las fuerzas del caos en la batalla del fin del mundo. Júpiter, como todo romano tiene un gran temperamento, es un dios sabio y justo que reina sobre la tierra y el cielo. Claro que todas y todos sabemos que tiene sus defectillos, anda siempre metido en líos de polleras, con Juno, con Minerva y a veces se cruza de mitología y a espaldas de Zeus la seduce a Atenea . En el caso de Yahvé, la divinidad nos prometió a la descendencia de Abraham y dijo ser el Dios que sigue siendo. Su principal preocupación era y es, demostrarnos que existe una continuidad en la actividad divina desde la época de los patriarcas a los acontecimientos registrados en el Éxodo. En el versículo 17 hay una reafirmación de la promesa hecha a Abraham. Es bueno recordarle sus promesas a los dioses, ahora, que las cosas se están poniendo bravas ¿no les parece?

Tomado del blog http://www.decuentosypoemas.blogspot.com/
Sobre la autora: Ada Inés Lerner

viernes, 4 de enero de 2013

Apocalipsis - Ada Inés Lerner


Hace unos años en el Municipio de Nuuk un témpano de hielo de gran tamaño se desprendió. Los científicos vigilaban una larga fisura en la plataforma de hielo del glaciar Ptrmnn. Los satélites mostraron que se había separado por completo.
—Es perturbador —dijeron algunos pobladores románticos.
—Es una manifestación del cambio climático en la Tierra —dijo el científico Erik “el pelirrojo”—. El calentamiento global es el responsable y los humanos son más irresponsables de lo que pensábamos.
—Bueno —dijo Mechow conciliador— ellos están tomando conciencia.
—¿Conciencia? Cuando terminen de tomar “conciencia” como usted dice los tendremos acá como refugiados del Planeta Tierra.
—Esto ya no es parte de las variaciones naturales —gritó Erignot— ¿qué sugieren los políticos espaciales? ¿y los comandantes?
—Una invasión y tomar al reno por las astas.
—Nada de acciones militares, eso le cuesta mucho al erario estatal —dijo Flor Sambo, ministra de economía—. Mejor nos ocupamos de nuestros bonos 5012 que vencen este milenio.
—Esta ministra sólo piensa en el puchero de mañana. —A sus espaldas se produjo un desprendimiento.  Con voz temblorosa agregó—: pensemos en el biacho de hoy.
—¿Vosé no come puchero?
—¡Se nos va a ocupar el planeta de humanitos! —protestó Erik “el pelirrojo”—. Si fueran humanitas…
—Irresponsables —gruñó un comandante.
—¿A quién llama así? —Sambo estaba furibunda— ¿quién gasta en uniformes de colores distintos todos los años?
Y ya se iban a las manoplas cuando el Juez Supremo interrumpió:
—Así no se resuelven estas cuestiones, los citaré a través de FCBJ una vez que tome mi decisión. Mientras tanto las palometas les llevaran instrucciones de cómo comportarse, ¡Vickis! Hagan honor a su planeta.

Sobre la autora: Ada Inés Lerner

miércoles, 24 de octubre de 2012

Cita a tuertas - Ana Caliyuri & Ada Inés Lerner


Hizo una cita a ciegas. Bah, algo así como a “tuertas”; estaban sus fotos en la red social y las creyó a pie juntillas. Ella se aproximó al espejo y se sintió reconfortada al ver la imagen que éste le devolvía.
—Margaret, estuve mirando las fotos de Richard. Es un tipo común, de lo más común.
—Madre, es eso lo que busco.
—¿Y vos que foto publicaste?
—Eh…
—Me imagino, no es la primera vez que levantás el avatar de tu prima…
—Y bueno, madre.
—No entiendo porqué lo hacés, sos muy bonita.
—Lo miro a cierta distancia, si no me gusta me vuelvo sin presentarme.
Margaret salió de la nave espacial cruzó la ruta y tomó el ómnibus a la ciudad. En la ventanilla miró de reojo su peluca rubia y sus lentes oscuros, las manos en los guantes.
—Quizá sea corto de vista y yo pueda simular —musitó.
Sus compañeros de asiento no dieron señales de sorpresa ni rechazo. Lo reconoció por la flor roja en el ojal, un sombrero de paja y anteojos negros espejados.
—¡Venusino! —se le escapó en voz alta. Él giró la cabeza y la descubrió con sorpresa y agrado. —¡Igual que vos! ¡Y qué bonita te ves!

Conozca a las autoras: Ana Caliyuri , Ada Inés Lerner

Ilustración: Jock Cooper

martes, 16 de octubre de 2012

Amigos – Ada Inés Lerner


Esta mañana caminaba por la plaza, recorría sus veredas centrales cuando me crucé con un ser poco convencional. No me asusté. A mi edad he aprendido que son más peligrosos los “normales”.
Aquellos que detrás de un escritorio conspiran por una oficina más grande, por un cartelito en la puerta con su nombre en letras doradas. Temo a los que ambicionan una casa tan grande que no les alcanzaría el día para recorrerla.
Un automóvil tan poderoso que difícilmente pueden controlarlo.
El caminante de la plaza era un joven con una mochila de tela en un hombro y una guitarra en el estuche; sonreía a las mariposas, saludaba a los pájaros con su mismo canto y caminaba al compás del sol que ascendía en el cielo.
Me saludó con cordialidad, como corresponde a los pares, y siguió caminando hasta que desapareció entre las flores.
Estoy segura que podría ser mi amigo, uno más de mis amigos, de los que se abrazan con los álamos plateados o los aromos en flor, los que recorren el cielo en globo o los que juegan con los delfines.
Yo podría regalarles mis mejores palabras y ellos sus melodiosas notas, sus sentimientos más caros o mis lágrimas azules. Todo eso que nadie podría comprar y nos sumaríamos a nuestros sueños para poder volar.


Acerca de la autora: Ada Inés Lerner

lunes, 8 de octubre de 2012

Desde un corazón solitario – Ada Inés Lerner


Júpiter en el año de Nuestro Señor, 07 (el revólver)

Mi querida Amanda Rosa venusina: te escribo desde ésta, Amanda Rosa, esperando de que te encuentres al igual que yo mismo me encuentro buscando las supremas palabras para expresarte, el desvelo amoroso, que me embargaría, recuerdo tu voz de blanca alondra, piel de nácar, mejillas de terciopelo suave cuales pétalos de rosa roja, que florecen en mis jardines, recordando vuestra sonrisa tus dientes de perlas negras me hallaba, cuando desenterré la solución, cual cometa que recorre mis desvelos, al decidir presentarle a usted estas palabras en esta presente misiva.
Amanda mía, no ignoráis en tu preclara inteligencia y excelsa bondad, porque los sueños, señora mía, hacen la felicidad y el fin no justifica los miedos de nuestra juventud, la semilla nueva del mañana, encontrará esa felicidad en nuestras próximas nupcias. El tiempo es tirano, pasando, corre como el caudaloso río que no vuelve atrás aunque cambies de órbita y estamos en el mismo sistema solar al igual, mi ardorosa pasión, tiempo en la eternidad de las brillantes estrellas, en el infinito cielo rojo y amarillo con tantas lunas!. Espero que tu también me sigas como meteorito. Si yo habría encontrado salvadora satisfacción a esta fogosa y álgida pasión candente, que quema ardientemente, fuego en mis humildes entrañas, no voy a rogarle a Usted con este endiablado atrevimiento que me hizo sonrojar, si, el fuego en mis mejillas en las oscuras tinieblas en que me encontrareis en este tormentoso planeta al que me abdujeron para que penara por mis leves delitos, los vientos terribles me traen tu voz cuando pico las piedras.
En ti adorada Amanda Rosa la salvación redentora, si te debatieras entre el virtuoso honor desesperado amor, y accedéis entregarte a las mieles, mi pasión arrolladora serás la más feliz entre las mujeres. Seremos solo uno pero unidos como la Luna al planeta Tierra. Cuando decidierais ser mía, tu deliciosa belleza, con vuestra virginidad impoluta, elevaré el inmaculado altar para la diosa que eres tu, diosa del mar de Venus.
Cara mía, quedando ansiosamente a la espera, bienamada, bienhechora, sería satisfactoriamente positiva nuestro encuentro sanitario, por eso te espero en la humilde, pieza de mi pensión actual, palacio, solo para ti, diosa, de lujosas cortinas y piedras preciosas tus ojos brillarán maravillosamente con mi tembloroso amor tu invalorable presencia. Esperando no temáis penetrar en mi pobre morada, te recuerdo Amanda Rosa, humildemente, de que la prueba de amor será saldada en el futuro pasado.
Ay amor mío, esperando que mi sonrisa de bienvenida no te sorprenda porque se me finalizó la pasta de dentadura y el pegamento para la postiza.
Cuando dejaras nuestro idílico planeta, venusiana de mi corazón también, asimismo, os recuerdo portar algunos costales de yerba y azúcar, como asimismo, también, de cigarrillos que deberás entregar al guardia de entrada y al carcelero del piso para poder penetrar en la misma y asimismo contribuirían a mi bienestar algunas reconfortantes vituallas, provisiones en general y espirituosas bebidas. Te ama eternamente, delicadamente, tu Negro Salvador.


Acerca de la autora: Ada Inés Lerner