Mostrando las entradas con la etiqueta Jean-Pierre Planque. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta Jean-Pierre Planque. Mostrar todas las entradas

domingo, 7 de marzo de 2010

Soy el espectro de tu cuerpo negro - Jean-Pierre Planque


Notaremos que la luminiscencia de un cuerpo negro aumenta con la temperatura elevada. La ley de Planck nuestra igualmente que la radiación del cuerpo negro es la misma en todas direcciones: es isótropo.

A ciertas horas pálidas de la noche, cuando estoy lejos de ti. Te imagino completamente normal. Estás simplemente desnuda. Llevas solo una tanga rojo sangre y tacones aguja. Viejo fantasma de macho, como tú dices… Me arrastras hacia tu cama, en donde duermen tus doudous.
Los empujamos suavemente para tener espacio.
Luego yo tomo tus labios, acaricio tus senos, Tú gimes.
Dices: “Hazme llegar, fuerte. Pero no olvides la ternura”.
La temperatura sube.
Entro lentamente en ti, por detrás. Te beso los hombros, las orejas y el cuello. Mis labios imploran la suavidad de tu boca. Tú me muerdes. Tus uñas se clavan en mis hombros. Mi sexo se desliza profundo en ti y tu lo aprietas para conservarlo.
El goce aún no llega. Tarda. Me deseas y al mismo tiempo temes ir demasiado rápido. Cuanto tomo tus labios, tienes ganas de gritar, de aullarme: “¡Por piedad, olvídame!” ¡Ya no quiero esto, nunca más! ¡He sufrido mucho con tu ausencia!”
Los doudous se despiertan y nos miran. No comprenden. Sangre seca mancha sus cuellos. No están vivos.
Riendo, me dices: “Los conoces, son mi refrigerio, mis aperitivos para cuando te vas muy lejos…” Luego agregas con una voz aguda: “Soy tu mujer, amor mío. ¡Nunca me decepciones…!”
Tu lengua empala mi boca como un puñal. La seda negra de tus muslos aprisiona mi pelvis. Tu trompa se desenrolla y se enrolla por encima de mi cabeza, hace vibrar el aire con oscuros mantras.
El instante de tu placer supremo llega finalmente.
Todo volverá a comenzar.
Cuando me vaya, tus tres hijos se disputarán durante largo tiempo los restos de mi cuerpo al pie de nuestro lecho.
Pero hay que regresar…

…eso muestra que hn=hc/I pertenece a la categoría de kT, lo que conlleva a que l varíe como inverso de T.

¡Y esto es terrible! Nunca lo he podido comprender. Si yo soy T, I es el peor de los bastardos.


Traducción de Tanya Tynjälä

viernes, 4 de diciembre de 2009

La cajera del ciber mercado U - Jean-Pierre Planque


Siempre he sentido debilidad por las cajeras. No lo puedo evitar, así está la cosa. Cuando Fred me habló de la nueva cajera del Ciber-U, de inmediato quise ver qué pinta tenía…
Era una japonesa sintética, súper cableada que el señor Radubi había instalado en la caja número 4. ¡La cara de orgullo que tenía el señor Radubi! No era experto en informática, pero eso no le impidió leer todas las instrucciones, inclusive las escritas en inglés, y colocar bien a su robot en el ángulo derecho de la entrada principal de la tienda. ¡Era lo primero que veías al entrar! Las cajeras normales, bueno, quiero decir humanas, le lanzaban miradas fulminantes. Ya se podía sentir como iba a terminar eso, que se iban a comer entera a la recién llegadita.
Hice mis compras como de costumbre. Ni sé lo que tomé de los anaqueles. No importaba. Una única idea me daba vueltas por la cabeza: quería ver cómo tecleaba los precios en su máquina, levantaba la mirada, se rascaba la espalda, no sé, esas cosas sexys. Todos lo saben, las mujeres no son nada fáciles. Me gusta observarlas. Por ejemplo, me pregunto a qué hora desentornillan de su asiento a la empleada de correos. Igual que con la panadera que siempre está sonriendo. A veces me pregunto si me vende pan o más bien sus tetas. Pero su sonrisa dura tres segundos y se extingue una vez que pago. Vuelvo a ser un desconocido, casi un pobre diablo. Y eso, no me gusta. Todo esto para decir que las mujeres de verdad a veces toman actitudes de robots…
La japonesa me miró. Me sonrió. Me gustaron su rostro y sus manos. Leyó los códigos de barra con la punta de las uñas. Normalmente era el momento de hacer mi cheque y firmar. Ella me miró y luego me dijo:
—No eres igual. —Entonces pasó algo raro. Efectivamente me sentí diferente. Le dije:
—No te preocupes, vendremos a liberarte.
Las palabras me salieron así no más. Aún no sabía lo que iba a hacer. Seguramente una estupidez… 
—Bueno chicos, nos la jugamos tranquilamente. Fred, tú neutralizarás el sistema de alarma y de cámaras. Conoces bien lo tuyo. Manu, tu vigilas nuestras espaldas, te quedas escondido, por si acaso. Entraremos por puerta de atrás, la del almacén, no está blindada. El señor Radubi ahorra en seguridad, peor para él… —Me reí en off, pensando en un anti-eslogan—. Lo terminaremos todo en cuatro o cinco minutos.
—Yo manejo la 4x4 —prosigue el pequeño Ahmed—. Me meto en el almacén y nos hacemos una fiesta. ¡Tomemos la mayor cantidad de cajas que podamos y adiós!
Suelto una risa indulgente.
—No importan las cajas, Lo que nos interesa está en la tienda… —Todos me miran, sorprendidos. No entienden—. —¡En la tienda está la nueva cajera y es a ella a quien quiero! —Siguen en la luna. Pronto me va a dar un ataque—. ¡Cuesta muy caro! —les digo—. ¡Más que las cajas de cassoulet, los congelados o inclusive las botellas de champán! ¡Es high tech! ¿OK? Además, ¿han visto su sonrisa?
No debía haberlo dicho, Ahmed se ríe.
—¿Está enamorado el poeta? ¿Nos metes en un robo para satisfacer tus intereses personales? Te prendiste de sus senitos de silicona, ¿es eso?
Lanzo un vistazo hacia Fred. Sobre todo no hay que dejar que los subalternos se propasen.
—¿Fred?
Fred es el ícono de la banda. Todos los chicos lo respetan. Lo que va a decir es de capital importancia. Puede destruirme con unas palabras. ¡Mierda, me sorprendo a mí mismo cruzando los dedos!
—Tiene razón. Esa tía vale entre tres y cinco mil euros. Seguramente hasta más… De todas maneras, cada uno robará las cajas que quiera. ¡Habrá tiempo de sobra para eso! ¡No se preocupen!
Así es mi Fred, sobrio en palabras y en actos. Es un informático que ha estudiado mucho tiempo. Concluyo de inmediato:
—Bueno, Fred me ayudará a desmontarla. La llevaremos en la 4x4. Luego, hacemos como está planeado. ¡Nos vemos mañana para el robo del siglo! ¡Al lado nuestro, Mesrine es un aficionado! 
Todo sucedió impecablemente, bueno, para mí. Al descablearla de su silla, lancé un vistazo al escote de la nipona. Ahmed tenía razón. Nada grave. Fred ponía manos a la obra, lo disfrutaba. Había identificado la carta ROBOX y el control de los movimientos. No dejaba de repetir:
—¡Es lo máximo, esta tía! ¡Hay que desactivar el módulo E/S y todo está listo, embalamos a nuestra bella princesa! —Yo la miraba. Sus ojos oblicuos estaban vacíos. Parecía una muerta. Pero cuando Fred apretó la base de su nuca y que el cráneo se abrió, entonces me sentí mal. Su cuerpo temblaba de pies a cabeza. Me recordaba a Manu y sus crisis de abstinencia, cuando rueda por el suelo babeando. Fred gritó: —¡Ya está, ya lo tengo! ¡Es nuestra! —Me metió por las narices un objeto minúsculo—. Es el módulo E/S. —Lo habría podido matar. Esperaba encontrarme con algo sangriento, una cosa arrancada de su cerebro. Era un componente electrónico. Un objeto frío, mortalmente banal. ¡Ella me había hablado, demonios! Me había dicho con su vocecita aflautada: “Tú, no eres igual”. Ninguna mujer me había dicho algo así antes de ella.
Había que largarse de allí. Escuchaba cómo Ahmed se excitaba con el acelerador de la 4x4. 
Ayudé a Fred a reiniciarla. ¿Hablaría? ¿Qué me iba a decir, mi bella japonesa? Finalmente sus labios se animaron.
—Los juegos de Seúl estaban preparados. Vieron las bellas imágenes en las teles del mundo entero. La guerra de Irak, todo son imágenes, inclusive el hombre en la luna, una broma.
—¿Ah? ¿Qué son todas estas tonterías? —pregunta Fred, estupefacto—. ¿Qué historia nos está metiendo?
—Capricorne One. Yo sé muy bien lo que soy. Una ilusión fabricada. Pero tú, ¿quién eres realmente? ¿Podrías apostar sobre lo que eres?
¡Ah, la cara de Fred! Realmente me encanta esta tía. Revenderla está fuera de discusión… 

Traducción del francés: Tanya Tynjälä 

miércoles, 23 de septiembre de 2009

El Rey del Refrigerador - Jean-Pierre Planque



Soy Melzar Rahmdi, el Rey del Refrigerador. Soy quien cuida la pasta cuando Jordi sale. Me pagan para eso. Bien, digo pago, pero… No quiero decir nada contra Jordi, pero es un poco insuficiente… En realidad, el reparto depende de lo que él traiga de sus expediciones nocturnas. Regla número uno: cerrar. Número dos; esperar que consiga lo más posible. Número tres: sobre todo, no ponerlo nervioso.
Tengo la escopeta recortada bien asegurada entre los dedos del pie. Y los ojos atentos. ¡Ni pensar en picotear la comida de Jordi ! Veo la puerta de la cocina en el visor, con el pasillo delante, como en una serie televisiva. La cocina está a oscuras, el pasillo iluminado. Tengo un paquete de cigarrillos a mano. Nada de alcohol. Malo para los reflejos…El alcohol está en el refrigerador, al fresco. Es para la fiesta. Cuando Jordi vuelva. En fin, no siempre… Solo cuando está satisfecho de su noche. Lo que es decir prácticamente nunca. Pero es mi compadre... Casi como mi hermano. Sin exagerar, sentiría mucho que no regresara algún día. Mejor no pensar en eso. ¡Trae mala suerte! Acomodo el almohadón que puse bajo mis nalgas. Me duele el culo, como quien dice. Voy a fumarme uno. Tengo la impresión de que esta noche va a ser tranquila. No como la última, con el mocoso y su historia del gato…
La vida es difícil en los suburbios. Ya no me acuerdo quien lo dijo, pero es cierto. La miseria por todos lados. Los comerciantes se dejan matar por tres euros. No se encuentra más nada para comer. A partir de las seis de la tarde, todo está cerrado. En las terrazas de los cafés, te arrancan la hamburguesa de la garganta, te arrebatan el vaso de cerveza o el paquete de puchos. El fulano salta sobre una moto robada, ¡y adiós!
Ayer a la noche, como siempre, vigilaba el refrigerador de Jordi. No sabía por qué, pero tenía como un presentimiento. Él había salido por negocios, como suele decir. Deambulé un poco por su casa. Sí, mi compadre tiene una que heredó de su familia. El no vive en una barraca HLM, pero a pesar de eso no es un privilegiado. La última vez que lo llamé así, fue para morirse de risa. Me encajó una que me hizo escupir sangre. Enseguida me habló de su padre y su madre, de su exilio y su vida acá. Se habían matado trabajando por él. ¡Los imbéciles ! Pero me cuidé bien de decirle que habían sido unos tontos. No tenía ganas de que me diera otra, pero de todos modos… ¿De qué les sirvió, a sus viejos, trabajar toda la vida para unos patrones? Se dejaron joder, sí. Su casa es pequeña. De hecho, está en la otra punta de los HLM, rodeado por otras viviendas idénticas.
Bien, deambulé, como decía, revisando a izquierda y derecha las piezas de arriba, sin tocar nada. De todas formas, no había qué meterse en el bolsillo. Jordi sabe esconder bien todo lo que tenga algún valor. Y delante del refrigerador, normalmente, estoy yo, con la escopeta recortada. Por la ventana, miré hacia afuera. La calle mal iluminada, la reja mal cerrada, el jardín invadido por el pasto. Fue entonces que las vi. Dos siluetas que se desplazaban entre los arbustos. Hacia la escalinata…
Hice honor a mi puesto. Sentado delante del refrigerador, la escopeta entre las patas, tranquilo. Decidí no arriesgarme, esperar. Cuando los vi moverse en la entrada, hice lo mío. Alguien se puso a chillar. Le había acertado de lleno. Entonces una voz juvenil gritó:
—¡Señor, señor! Mi amiga está herida, tiene sangre en todo el cuerpo... Solo queríamos leche para nuestro gato
Trece, catorce años, pensé. La cagaron. A su edad, yo estaba todavía en lo de mamá, aguardando días mejores…
Esperé el regreso de Jordi.


Título original: Le Roi du frigo
Traducción del francés: Olga Appiani de Linares.