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sábado, 30 de agosto de 2008

Lógica aristotélica - Alejandro Carneiro


Todo el mundo sabe que los perros son fervientes platónicos. Idealizan a su amo hasta el extremo de obedecer con agrado sus órdenes y ofrecer su vida si es necesario. Por lo general, su existencia se basa en buscar la perfección en la obediencia y sumisión a un ser humano. Siempre van a por la pelota que les lanzas.
Todo el mundo sabe también que los gatos son finos aristotélicos. Curiosean en todo, no creen en ideas absolutas, antes que la pelea por sus convicciones buscan el término medio que mejor convenga y tratan a los humanos con lógica: como objetos de estudio muy aprovechables. Nunca van a por la pelota que les lanzas. Y si la vuelves a lanzar, te miran como si fueras idiota.
Es evidente, por tanto, que tradicionalmente los perros tengan mejor fama que los gatos. Pero a los gatos no les importa. Nos conocen bien. ¿Acaso no es mejor que te traten como un idiota que tener que sacarles a pasear todos los días?

jueves, 21 de agosto de 2008

Lobishome - Alejandro Carneiro


Ser un monstruo tan clásico me resulta divertido porque ya tienes mucho ganado de antemano. Te reconocen al momento y las víctimas asumen su papel con monacal resignación; pasado el primer susto, ya se entregan a mis colmillos. Y eso está bien, porque no soy tan fuerte como aparento, créame, aunque el pelo corporal agranda lo suyo. Además, doy unos aullidos que son la mar de espeluznantes, hasta yo me asusto. Pero nada es perfecto, y el primer problema son los horarios. Siempre en noche de luna llena, sin vacaciones, no libro ni una; es lo malo de las maldiciones, no son para vagos. Me trastoca el biorritmo y luego me paso el día dormitando en la oficina. Ya he tenido varias quejas y he pensado más de una vez en visitar a mi jefe durante una noche de luna oronda, pero sería muy evidente y no quiero levantar sospechas. Mejor seguir comiéndome a desconocidos, que también evita ir a entierros bastante molestos. Después está el problema de la tintorería. Me lleva medio sueldo. Es que me despierto con las ropas manchadas de toda clase de grupos sanguíneos y tierras de varios parterres del barrio; es horrible, muchas veces prefiero no imaginarme qué son ciertos lamparones marrones, me debo rebozar en cada cosa... En fin, un asco. Quizá debería irme a vivir al campo, con mis abuelos. Se come de maravilla, porque la gente del campo está bien mantenida, la vida es más tranquila, se puede andar todo el día en chándal y podría ser un lobishome más típico, trotando por los montes con total alevosía y nocturnidad. La buena vida de los míos, usted me entiende, la llamada de la naturaleza y esas cosas. Pero no sé, qué quiere que le diga, en la ciudad todo queda a mano y hay gente variopinta. Además, en el campo la cobertura del móvil siempre es un caos. Bueno, le dejo, que me estoy transformando. Vaya, otra vez no me da tiempo a quitarme la corbata, Jesusito de mi vida, qué contratiempo, ¿me puede ayudar?

sábado, 16 de agosto de 2008

Sensaciones de un bolígrafo - Alejandro Carneiro


Sentía que lo estrujaban, pero escribía, escribía y seguía escribiendo, era su destino. La voz no paraba de dar apuntes mientras el bolígrafo se movía lentamente sobre la hoja cuadriculada del cuaderno infinito. La mano de su dueño lo estrujaba cada vez con mayor fuerza, como una soga de condenado. Crujió. Una línea blanca, fina llaga, apareció en su cuerpo de plástico transparente. Iba desde la punta a la cabeza, esa grieta espantosa y mortal, pero la mano no disminuyó su presión, seguía escribiendo, ahora ya no violentamente, sino con saña encarnizada, sin interrupción para el respiro, sin márgenes en los bordes, llenando de signos azules las malditas celdas de la hoja. Crujió. La caperuza saltó por los aires. Un trozo de la cola del bolígrafo la acompañó en su vuelo peregrino de un instante. Cayeron sobre la hoja, pero nadie los recogió, no había tiempo. El bolígrafo seguía a toda velocidad por el papel, alejándose de sus restos caídos sobre los cuadraditos negros. Ahora escribía salvajemente. Crujió. La mitad del bolígrafo quedó sobre la hoja, la otra mitad continuaba su camino, violentamente, encarnizadamente. La mano es el peor instrumento de tortura. Llegó a la última línea de cuadraditos negros. Crujió. La tinta resbaló por lo que quedaba de su alargado tallo. A dos cuadraditos del final se paró para siempre, ya sólo arañaba, estaba seco y sucio. ¡Maldito boli! La mano que lo sujetaba tiró sus despojos al suelo y fue pisado sin contemplaciones por una bota embarrada. La punta del bolígrafo exhaló una última gota de tinta azul, que resbaló sobre las baldosas como una lágrima. El niño cogió con impaciencia otro bolígrafo de su cartera y siguió escribiendo, el dictado continúa, el profesor es un estúpido. El nuevo bolígrafo sintió que lo estrujaban.

viernes, 15 de agosto de 2008

Pulir flecos - Alejandro Carneiro


Mire, Jehová. Su trabajo de fin de carrera es realmente original. Crear universos lo han hecho muchos, pero introducir la idea de un pueblo elegido añade un factor interesante que no había visto hasta ahora. Desgraciadamente, no le puedo aprobar. Se extralimita en ambición, si me permite decirlo. El libre albedrío es un asunto de profesionales expertos y usted es incapaz de dominar todavía este concepto. Deja a sus principales criaturas demasiado autónomas y sin objetivos claros, excepto preceptos morales generales. Incluso su pueblo elegido acaba decepcionando cada dos por tres, incapaz de seguir las leyes que le otorga por mucho que le recrimine. Aunque al final se manifieste mediante una proyección física y se sacrifique personalmente por todas las faltas de sus criaturas (con un dramatismo un poco exagerado), no logra con su mensaje más que un éxito efímero que acaba en mayores complicaciones: divagan por otros caminos. Tampoco culmina su trabajo, parece inconcluso, anunciando siempre un Apocalipsis que no llega. Eso sí, se nota que se ha esforzado y es meritorio su deseo de originalidad. Así que pula los flecos que le digo y en septiembre le reviso de nuevo el trabajo.