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viernes, 14 de septiembre de 2012

El origen de las quimeras - Serafín Gimeno


Y Dios creó al hombre a su imagen y semejanza, al hombre solo, con atributos y solo. ¿Qué hacía Adán en el Paraíso para matar el tiempo?, un lugar en el que todo era un revoltijo de animales, de pieles y carnes palpitantes. Pues dar uso a sus atributos, eso es lo que hacía. Una noche estrellada se ayuntó con una yegua; de ahí el centauro. Una tarde decorada con el romanticismo de una luz crepuscular se enrolló con un águila; de ahí la arpía. Un día caluroso, en el estanque, se lo hizo con una carpa; de ahí la sirena, obviamente.
Vio Dios que aquello no era bueno, que la Creación se le desmandaba. Para remediarlo, estableció fronteras interespecies con fuertes costos arancelarios; aunque de vez en cuando algunas bestias, nunca mejor dicho, se saltaban la aduana y surgían los híbridos. Solucionado lo más urgente, Dios decidió proporcionar una compañera a Adán por aquello de que “no es bueno que el hombre este solo”. Una vez hombres y mujeres empezaron a pulular por los restos del Paraíso, pues éste ya había sido demolido para dar paso a la especulación inmobiliaria, aconteció lo inesperado. Cambio de roles, disforia de género, mujeres que pasaban a ser hombres, hombres que pasaban a ser mujeres, híbridos de variada y estimulante naturaleza. Y ahí fue cuando Dios, vencido por la libertad de sus propias creaciones, optó por abandonar el terreno de juego.

miércoles, 29 de agosto de 2012

¿Cómo llegó el ADN neandertal al linaje humano? - Serafín Gimeno


Hoy me han preparado para la presa, el clan quiere que esté apetitosa, atractiva. A primera hora de la mañana las ancianas me desnudaron, bañaron mis nalgas y mejillas con sangre de reno, untaron mis senos con miel y frotaron mi vagina con esencias de plantas que desconocía. La presa gruñe en su jaula, farfulla sonidos incomprensibles, creo que ya me ha olido. Es un ogro de los bosques, el grupo lo atrapó ayer, al caer la tarde. Es una criatura torpe, desgarbada, pero muy musculosa. Tendrá buenos brazos para coger mis caderas. Me gusta la idea de que me embista por detrás como un bisonte en celo.
Cuesco de marmota, el cazador que dirigía al grupo que capturó al ogro quería sacrificarlo para la cena; pero uno de los ancianos se lo impidió. Dijo que era un espécimen raro, que quedaban muy pocos ogros de los bosques y que no estaba bien matarlo. La disparidad de ambos pareceres derivó en una disputa a voces. Otro anciano intervino, propuso que fertilizara a una de nuestras hembras, que su sangre pasase al clan antes que su carne. Observo al ogro en su jaula. Es gracioso, tiene la frente baja y la cabeza abultada por detrás. Pobrecillo, no sabe que después de disfrutarme se convertirá en nuestra pitanza.


Acerca del autor:
Serafín Gimeno

sábado, 18 de agosto de 2012

El sembrador de cizaña - Serafín Gimeno


Como quintacolumnista a sueldo de una potencia enemiga, mi cometido era arruinar el país como paso previo a su ocupación. Concretamente, me fue asignado el sabotaje de la producción agrícola. Fingiéndome comerciante, llegaba a un pueblo en época de siembra sentado sobre mi carreta cargada de grano. Aprovechaba el ajetreo y la confusión de la siembra, donde cientos de manos se perdían en labores campesinas de todo tipo, para confundir mis sacos de grano entre los sacos de la siembra. Los lugareños seguían con la tarea establecida, mezclaban el contenido de los sacos ignorantes de que entre las semillas de trigo que arrojarían a los surcos, abundaría el grano de cizaña confundido entre cascarilla y polvo. Tal era la simiente de la planta que transportaba.
Hermanada con el trigo, la cizaña crecía indistinguible de la real planta. Tan sólo era detectada su presencia cuando brotaban sus pequeñas semillas de unos tallos que sobresalían por encima de los trigales, para competir con ellos por el agua, el sol y el suelo sin producir beneficio alguno. Confiábamos en que la estrategia serviría para derrotar por hambre a nuestros enemigos.
Finalizado el tiempo de la cosecha, regresé a uno de aquellos pueblos para contemplar mi obra; lo encontré igual de próspero. Contrariado, pregunté a un aldeano:
—¿Sacaron buen pan de sus trigales?
—¡Excelente!, ¿quiere probarlo? —me ofreció un pedazo de pan de aspecto sabroso sacado de la bolsa que cargaba contra su espalda—. Pan de cizaña, ¡el mejor!


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miércoles, 15 de agosto de 2012

Saberes museísticos - Serafín Gimeno


En Texas existe un museo llamado "de la “Creación". Allí se representan dinosaurios a escala, junto a seres humanos, para demostrar de una vez por todas que ambos fueron contemporáneos. Hay muchos documentales sobre ello, cuantiosas remesas de material gráfico que corroboran este hecho histórico e indiscutible. Por ejemplo, la película Hace un millón de años, donde una Raquel Welch provocaba a los alosaurios mediante el uso de un ajustado bikini; la primera prenda de este tipo en la historia de la humanidad. O quizá prefieran la irrefutable prueba de Cuando los dinosaurios dominaban la Tierra, donde se sacrificaba a mujeres rubias para apaciguar a los dioses; de ahí la actual escasez (pues la mayoría son de “pote”), el motivo por el cual, según estudios genéticos dignos de confianza, las rubias están en trance de desaparición. Pero esa es otra historia, sigamos con el tema que nos ocupa. Otro documento gráfico que mantiene la solvencia científica del museo texano estaría representado en la película Cavernícola, con Ringo Starr en el reparto. Pero esta última es demasiado irreverente para ser tenida en cuenta, los cavernícolas son una panda de sarnosos y los dinosaurios se mueven de forma amanerada, diríase que excesivamente afeminada. Y eso no, en la Edad de Piedra (perdón, antediluviana) todos eran muy machos, hombres, dinos e incluso mujeres; dado que, en aquel entonces, era harto difícil encontrar a una sola hembra que conociese o practicase las artes depilatorias.

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martes, 24 de julio de 2012

El disoluto - Serafín Gimeno


—Vuelve pasadas las oraciones de los matines, sin respetar el rezo ni la meditación que le sigue —aseveró escandalizada sor Andrea.
—Y su aliento huele a vino —aseguró sor Beatriz.
—Y sus ropas a perfume de mujer —remachó sor Gertrudis.
—A mujer de vida licenciosa —puntualizó sor Teresa.
—No se preocupen, esto lo arreglo yo —tranquilizó a las congregadas sor María, la madre superiora.
En el convento se oyeron las risas y los pasos de un hombre.
—Ahí viene —advirtió sor Ángela —. Hoy regresa temprano.
Con un siseo de atuendos negros y blancos, el corro se fragmentó. Las monjas se encerraron en sus celdas o fingieron dirigirse hacia sus ocupaciones. Sor María se arremangó las mangas de la orden, la de las Carmelitas Descalzas, y se encomendó a la tarea. Se escucharon sonidos metálicos, una serie de golpes bien atinados.
—Ya está, de ahí no vuelve a bajar —anunció la madre superiora—. Con el tiempo, los orificios de las manos han ganado en holgura y los clavos ya no sujetan. Le he clavado unos cuantos en los antebrazos.
—Pero esos clavos de más contradicen el Nuevo Testamento. La crucifixión que tuvo lugar en el Gólgota contempló la perforación de pies y manos, en el libro no se menciona el hecho de que fuera ensartada ninguna otra parte corporal.
—Hermana, poco a poco la Iglesia debe incorporar algunos cambios en la nterpretación del dogma. Aunque sólo sea en el número y situación de los clavos de Cristo.

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martes, 19 de octubre de 2010

Servicios sociales - Serafín Gimeno


Subí al autobús como cada mañana, pagué el billete y me senté pegado a una cristalera lateral. Cuando el vehículo se puso en marcha, observé el desfile de degradación urbana que sufría esa parte de la ciudad, el lugar donde vivía. Parcelas invadidas por la mala hierba, edificios ruinosos cuyos cascotes se detenían en el borde de las aceras; como si se tratara del oleaje de un océano de descomposición urbana. Escombros, ruinas, basura amontonada por todas partes, algún coche carbonizado, transformado en metal informe, en arrecife de aristas afiladas en el que encontraban refugio criaturas furtivas pertenecientes al fondo abisal en el que habitábamos.
El autobús se detuvo en una parada. Subieron dos jóvenes, un chico y una chica. El transporte arrancó. Los recién llegados se acercaron a mí. El chico me tendió una jeringuilla envasada en una bolsa plástica.
—Somos de los servicios sociales del ayuntamiento, ofrecemos este donativo entre los usuarios para evitar el contagio de enfermedades —dijo.
Me impactó el eufemismo utilizado: “usuarios” en lugar de “yonkis”. Cogía aquel autobús cada mañana para acudir al trabajo. Era una persona normal; al menos, así me consideraba. Tenía una mujer, un par de hijos, un televisor y una hipoteca. Pero vivir en la parte más degradada de la ciudad, te impregnaba de su misma decrepitud. No supe si reír o llorar.


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Serafín Gimeno

martes, 5 de octubre de 2010

Zángano, oso y republicano - Serafín Gimeno



En nuestro país teníamos un rey que en sus viajes por tierras lejanas era agasajado con la cacería de un oso emborrachado con miel y vodka. Como buen partidario de los osos, decidí un buen día abandonar el reino como medida de protesta. Vagué durante algún tiempo hasta encontrar una república. A la entrada no había nadie que me atendiera, el mostrador estaba vacío, así que le pregunté al conserje. El gerente no está, me informó. Ha salido a emborrachar a un oso con miel y vodka, pues en breve recibimos la visita de un monarca. Fue tal mi indignación que, como medida para terminar con las cacerías reales, me afilié al sindicato de abejas. Una vez en la colmena, mis dotes de agitador funcionaron y conseguí montar una huelga. Pero cuál no sería mi sorpresa cuando me enteré que el convenio colectivo de los polinizadores garantizaba unos servicios mínimos, dedicados en exclusiva a preparar miel con vodka para emborrachar a los osos. Cuando protesté me expulsaron de la colmena y del sindicato por zángano. Entonces fue cuando decidí hacerme oso con la intención de despanzurrar al primer monarca con el que me topara, pero los demás plantígrados me echaron de la osera por republicano. El conservadurismo ha impregnado todas las capas sociales. Perra vida.


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Serafín Gimeno

jueves, 9 de septiembre de 2010

Pompas de jabón - Serafín Gimeno


Un día introduje un cuento corto en una pompa de jabón, el relato echó a volar envuelto en paredes de gelatina. Observé como se alzaba en el cielo hasta desaparecer. Al cabo de quince años, una chica llamó a mi puerta.
—Me ha costado mucho encontrarte, tu relato se enredó en mi pelo y tenía necesidad de hablar contigo. ¿Por qué la chica se despide de él en la estación, desde la ventana de un compartimento? ¿Por qué no suben los dos en el tren y parten juntos?
—Porque las pompas de jabón viajan solas.
Se dio por satisfecha con mi contestación y me ofreció la espalda para alejarse.
—¡Espera! —le grité—. No hace falta que te vayas, puedes quedarte.
Se detuvo para proyectar sus ojos en los míos. Tenía una mirada hermosa, serena, contemplativa. Su cabello lacio y mojado permanecía pegado en partes de su frente, como si acabara de salir de la ducha.
—No puedo, tu cuento no lo permite.
Necesité quince años más para convencerme de que, en realidad, la chica que acudió a mi puerta era la pompa de jabón que había liberado tiempo atrás.


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Serafín Gimeno