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martes, 7 de septiembre de 2010

Números en Rojo – José Luis Zárate


Pide los videos de seguridad, localiza en las pantallas al joven repartidor. Con el forward de mil días observa los tatuajes crecer en su cuerpo, abarcar brazos, cubrir el rostro. Es como una marea que lo convierte en otro.
El dibujo en la frente preocupa al jefe de seguridad. Un cuadrado negro, números en rojo. Las pantallas no mienten. Los números se mueven. Cada vez son diferentes.
70, decían la primera vez que los notó. 69, 68, 67...
El joven lo mira todos los días con ojos fríos, la mirada de los que no temen nada. Ha ordenado que no lo dejen entrar. Pero las cámaras lo muestran: a veces entregando comida, sobres, a veces simplemente entrando al vestíbulo del enorme edificio.
Y los números 32, 31, 30...
¿Qué significan? ¿Qué busca? ¿Cómo puede ser posible?
El dibujo de los brazos es de cables, conectados a algo oculto bajo la ropa
Mira los videos de la última semana. 5, 4, 3, 2, 1...
El hombre se pone de pie, el miedo ahogándolo.
Hoy termina la espera. Hoy, en el vestíbulo, en cualquier instante.
Algo toma el edificio en sus manos, lo sacude levemente, atrás viene el estruendo, el fuego...

sábado, 26 de junio de 2010

Las olas grises - Jose Luis Zárate


Donde menos esperábamos encontrar hadas era a la orilla de ese frío mar, mirando las interminables olas grises.
No trataron de huir de nosotros pero era igual, nosotros no buscábamos atraparlas.
Fuimos montando nuestras cosas, levantando las tiendas de campaña, tratando de encender una hoguera con los maderos llenos de olvido.
La charla fue apagándose y nos quedamos, ellas y nosotros, escuchando el lento, agónico, respirar del agua.
Alguien gritó a lo lejos, vimos una figura oscura encallada en la playa. Delfín o ballena. Si uno espera lo suficiente acabarán llegando, decididas a morir fuera del agua.
¿Por qué, para qué?
Nadie lo sabe. Mil peces encallaron, un millón en todo el mundo, mil millones, orcas y calamares, lentos monstruos de las profundidades decididos a agonizar mar afuera.
El mar se muere y todos lo sabemos.
Ellas que pliegan sus alas para protegerse del frío, nosotros que aguardamos.
Tarde o temprano llegarán, alguna orilla las espera.
No sabemos qué hacer cuando encallen.
Ellas, luminosas y pálidas, tampoco.
Quiero tomar su mano, compartir el miedo, el frío, las horas lentas.
Mientras, esperamos, las hadas y nosotros, a que lleguen las sirenas.

Tomado de http://zarate.blogspot.com/

domingo, 6 de diciembre de 2009

Dip – José Luis Zárate


Dip dop. Nada saben. Dip dop. Me miran mirar el reloj que no tengo y creen que eso lo dice todo de mí. Son las 17 Verde en punto. Sí, señor. Las 21 en cuartos, con 8 tardes. Son las noches nuevas, señor, y no sólo los que son como yo ven hadas todos los días. Dip. Son los tiempos de encuentro. Dop. Y las fantasías cumplidas.
Doy cuerda a mi reloj, hundiendo un filo en mi carne hasta el hueso donde está la ruedecilla esa. Dip hace el filo al entrar. Dop cuando sale. Tsss cuando giro el filo raspando el hueso.
Tardé mucho en comprender que ellas realmente están aquí, que las reciben en todos lados. Hay frasquitos de miel en las ventanas, delicados lechos de rocío entre las plantas, y nos alejan a mí y los míos, dip dop, de que las toquemos (como si pudiéramos).
Ven sus halas diminutas, sus rostros etéreos, arrobados las observan volar entre las horas que no tocaban antes.
No nos ven a nosotros y eso está bien. No nos golpean por vivir en las sombras. Se han olvidado que existimos.
Ellas también.
Bien bien.
Las vemos flotar y olvidar, a veces, las máscaras, las vemos derribar con un gesto los frasquitos y escupir en el rocío.
Las vemos volar en todas partes y permitirse ser en las sombras.
Las vemos y ¿quién va a creernos?
Me dejan solo con mi reloj y yo las dejo a ellas con sus vuelos lentos, con su suave posarse en los bebés dormidos, con sus ojos luminosos.
Ellas y yo, entonces: dip. Dop.
Tssssss.

jueves, 15 de octubre de 2009

HOTEL Casino - José Luis Zárate


Todos sabían que era una trampa. Empleados, huéspedes, vecinos. El hotel con sus puertas abiertas, sus habitaciones de lujo, sus precios increíblemente bajos. Se hablaba de gente que entró a sus habitaciones y no salió más. Podía pensarse en asesinos, o ladrones pero nadie lo hacía. Pensaban en el hambre de las habitaciones, en que las camas siempre aparecían manchadas de rojo. Cuando un huésped desaparecía era posible escuchaban ruidos detrás de las paredes, densos y húmedos, como si una savia oscura circulara lentamente, el lugar vibraba en forma casi imperceptible (casi), y las cosas se veían más nuevas, brillantes y felices. Los osados disfrutaban el hotel y escapaban apenas, los empleados reunían un par de salarios y luego buscaban otro sitio, algunos desesperados, desencantados, cansados, tristes llegaban con sus maletas a ofrecerse a lo que fuera que sucedía.
Una noche los empleados encontraron un pasillo que no había estado ahí, otras habitaciones… el lugar crecía. Algunos se imaginaron una cuadra llena de hotel, otros un centro turístico, más de uno imaginó una ciudad hotel lista a recibir a esos huéspedes que no paraban de llegar, a esa gente de mirada gris que respiraban, aliviados, cuando les entregaban su llave.

sábado, 27 de junio de 2009

Tarot - José Luis Zárate


Parecería una partida normal, pero había un pequeño detalle. Usaban cartas de Tarot. Las más poderosas que el dinero, o la violencia, podían conseguir.
Los Arcanos Menores podían usarse para mil partidas de juegos intrascendentes. Juntar sotas, oros, bastos, copas. Números y combinaciones. Pero ese no era un juego de azar. Por ello sólo usaban los Arcanos Mayores, esas pocas cartas que resumían el destino completo. Las ponían en el centro de la mesa en una configuración nueva, ni Clementine, ni la cruz celtica, ni el hexagrama. No buscaban la cartomancia. Cada uno llevaba una herida en la palma, creando un dibujo preciso, un signo del cual brotaba su sangre, marcando cada figura. Nadie sabía qué arcano iba a ponerse a continuación, cada uno cambiaba el significado completo de la partida. Los enamorados, el loco, el hombre ahorcado puesto al revés flotando hacia la libertad en vez de colgar de la muerte. Había un número limitado de movimientos y cada uno era vital, en más de un sentido. Todos y cada uno de los participantes estaban jugándose su destino. Años, generaciones, los hijos de sus hijos. Por ello, porque creían en el poder de mañana, llevaban cartas escondidas, marcaban signos propios, tocaban viejos amuletos ocultos entre sus ropas. Había que mover los hilos que controlaban cada vida. Tal su poder. Pero ¿cómo podían saber que eran las cartas las que jugaban con ellos? ¿Las sonrisas impresas en cada figura prefiguradas por el sino? El destino temblaba a su alrededor: una vela podía caer o no en la paja en la casa de junto, un puñal podría saltar a una mano sorprendida y atacar a uno de ellos, una vena estaba a punto de romperse en un cuerpo tenso por el juego. Ignoraban que alguien más maneja a las cartas. Más poderoso, más lejano y omnipotente.
El hombre que escribe, el lector bajo la luna. Tal su poder… Pero del mismo modo que los hombres que ponen las cartas del tarot sobre la mesa no pueden ver las líneas que los controlan, nosotros no vemos que somos Arcanos de un tarot del que ignoramos todo, y que alguien reparte en este instante.

domingo, 21 de junio de 2009

Febril - José Luis Zárate


Parecía una erupción insignificante. El tatuaje había cicatrizado y, fuera de la tinta, no era más que piel normal. Pero la carne alrededor había enrojecido súbitamente, luego empezó a supurar, después aparecieron anormales excrecencias.
Viniste con miedo, yo era el quinto especialista que consultabas. Estabas dispuesta a probar cualquier cosa: el dolor no admitía réplica alguna.
No fue un proceso ortodoxo, lo sé. No fue una deducción lógica.
La carne deseaba librarse del tatuaje. Había desencadenado una ofensiva inmunológica. El cuerpo lo rechazaba.
Para que la piel regresara a la normalidad, bastó con retirarlo.
Estuviste tan agradecida que me visitaste una y otra vez, salimos juntos, nos enamoramos.
Hoy duermes junto a mí, puedo ver tu hombro desnudo, pongo mi palma en él, disfruto de la cálida sensación de tu carne. Demasiado cálida, febril.
Aparto la mano y veo en tu carne la erupción roja, el primer síntoma del rechazo. Marca, en tu hombro, la silueta de mis dedos.

Tomado de: http://zarate.blogspot.com/

lunes, 6 de abril de 2009

Envueltos en fuego - José Luis Zárate


Revisaba la máquina todos los viernes, la pulía los jueves, en vacaciones reparaba la pintura; cuando no lo veíamos se sentaba frente a los controles y daba el mínimo de energía para que los diales se movieran y una voz metálica le dijera “Buenos días, Capitán”. Un buen día nos dimos cuenta de los primeros signos de herrumbre, del trabajo que le costaba reconocer las piezas, que dejaba a un lado la brocha para recuperar el aliento cada vez más seguido. Ayudamos como podíamos, pero el oxido era más persistente que todos nosotros. Los demás veían sólo un cohete; nosotros, el tiempo roto de nuestro padre. Cooperamos para mantener los diales funcionando, que el sillón de capitán fuera lo más cómodo posible. Sabíamos que cuando el último led se apagara también lo haría él. Mientras, lo escuchábamos hablar de cohetes y astronautas, de motores destellando envueltos en fuego, y prometíamos teletransportarnos el siguiente sábado para traerle a los nietos.

Tomado de http://zarate.blogspot.com/

martes, 9 de diciembre de 2008

Andén - José Luis Zárate


Ser el último en salir, escuchando los ecos de tus pasos en el vacío anden, las luces apagándose ya, y de pronto tener la certeza de estar rodeado de personas pasando con prisa a tu lado, del fantasmal eco de los altavoces anunciando la próxima salida. De un tren que llega resoplando los frenos, pero nada hay más que las sombras, tu respiración asustada.
Averiguar durante meses, entrevistar a empleados, a testigos, la certeza de que hay una hora exacta en que un tren insustancial llega entre sombras para ser abordado por susurros y ecos: las 12.03.
El gradual convencerse de lo invisible, el irse desgastando de las certezas de la realidad. La obsesión de saber, a dónde va, quién aborda, qué sucede cuando esas puertas se cierran.
El no saber si estar alegre o aterrado porque esta mañana llega un boleto con tu nombre para el tren de las 12.03.

viernes, 5 de diciembre de 2008

Auxilio - José Luis Zárate


Pude sentir cómo los huesos dentro de mi cuerpo se partían. Pude ver al conductor un instante, a través del parabrisas roto por mi cabeza. Luego miré el cielo desorbitado, el asfalto negro, las luces que se alejaban.
No, no, espera. No me dejes aquí. No sangrando, no roto, no solo.
Pero no hay respuesta que el silencio. Cada parte de mi cuerpo arde, duele, sangra. Pero hay silencio. El mundo no se ha llenado con mi dolor. Es extraño. Si muero aquí nada cambiará alrededor.
Mi mano está frente a mis ojos. No tengo ni una uña. Raro. ¿En que momento las perdí todas?
Me estremezco. No quiero morir solo. No quiero quedarme aquí, desangrándome.
Es mundo es cruel, al universo no le importa la cantidad de horror que debas beber. Si existe alguien, algo, no le molesta en lo más mínimo que deba hundirme en la agonía.
Miedo. No quiero estar solo. No quiero. Una luz azul, brillante. Un destello rojo. Hombres de blanco. Alivio. El universo no es tan malo. Tocan mi cuerpo, lo examinan, lo cubren, se lo llevan.
No, no.
No me dejen aquí. No me dejen solo.
Los fantasmas también necesitamos primeros auxilios.

domingo, 23 de noviembre de 2008

Mario - José Luis Zárate


Hay un silencio justo del tamaño de su hermano, en todas las cosas. Quitaron la silla para que no se notara el hueco, pero fue como quitarle un pedazo a la rutina diaria de comer. Mama, Papá y el niño que sabía que Mario nunca regresaría a casa. La habitación vacía se lleno de cosas intrascendentes, buscando que nadie entrara. Pero el niño oía a veces a Mamá abrir la puerta, a Papá detenerse un segundo frente a ella. En las noches era posible escuchar la nada rezumando continuamente.
Las miradas ausentes continuaron, las palabras cortándose a la mitad como si la mente de sus padres estuvieran demasiado ocupadas tratando de soportar los recuerdos. Mario esto, Mario lo otro. Él jugaba, ese era su tono de voz, aquel su plato favorito.
El niño trataba de hablar con ellos, pero ellos se alejaban, tal vez curándose en sano de otro dolor. Tal vez por que dolía demasiado aún para querer de nuevo a nadie, de nuevo.
El niño dormía en su cama, solo, abandonado.
Y no se preguntaba que era la muerte.
La muerte era lo que vivía cada día.

viernes, 7 de noviembre de 2008

La vida pasa - José Luis Zárate


Nunca vi a los desolados padres que construyeron en el Panteón Municipal un cuartito blanco sobre la tumba de su hijo, cosa muy normal, y que adornaron con juguetes que observaba siempre, cuando íbamos a visitar a nuestros muertos, y yo (niño aún) me parecía lo mejor de la visita el disfrutar de los carritos y aviones de lata, pero un día cambiaron esos juguetes por balones, y luego por libros juveniles, y después por artículos de estudiantes, y más tarde por libros de leyes y juegos de oficina y entonces comprendí que a esas personas el hijo muerto les crecía más y más y estaba a punto de recibirse de abogado, y un día —el último en que me atreví a asomarse por las ventanitas del cuarto blanco— había un traje negro y un ramo blanco, de novia, y no quise imaginar qué se suponía que significaba eso, que compañera podía haber encontrado ese niño muerto que era ya un hombre.

lunes, 3 de noviembre de 2008

Utópolis - José Luis Zárate


Las luces de la ciudad no puedan distinguirse. Aún nos hallamos muy lejos. Algunos llevan velas, otros luces químicas, unos pocos preferimos la oscuridad. El camino es lo suficientemente grande para todos. A mi alrededor charlas, voces dispersas. Unos enumeran lo que encontrarán al final de la ruta. Las listas son de lo más variadas. Gente, cosas, tiempos. Yo prefiero acariciar mi lista en silencio. No todos siguen la ruta, pues todo mundo sabe que hay más de un camino al lugar. Somos un mar, el océano humano rompiendo en la lejana, dorada, costa de Utópolis.
Sabemos lo que encontraremos ahí. Lo sabemos al ponernos en ruta, lo vamos afinando en el camino. Las listas enormes se desgastan en los días. Uno se sorprende de lo que acaba siendo. Es por ello que no hay prisa alguna. 
Algunos dicen que una multitud gira alrededor de la ciudad. No desean entrar hasta saber lo que desean, lo que buscan, lo que encontrarán. Tal vez yo me una a ellos. Quiero tenerlo perfectamente claro, pues ¿cómo reconocer el paraíso si no hay una imagen previa? 
Blanco desea el hombre junto a mí, negro pienso yo y sabemos los dos que será justo así lo que encontremos ahí. Ambos, por contradictorios que sean. Por eso es que la humanidad entera está en camino.
—Cuídate que no sea un camino amarillo —me ha dicho más de uno.
No lo es. Lo sé. Juntos caminamos acariciando nuestros sueños. Eso es también una forma de felicidad. 
A veces me digo que el camino es el destino, que esta larga ruta es Utópolis.

sábado, 4 de octubre de 2008

Qué es peor - José Luis Zárate


A veces, a la salida del colegio, un saludo lleno de sonrisas de su papá, siempre momentáneo. En ocasiones llega a una fiesta escolar de improviso, le da abrazos, habla con él unos minutos. Algún fin de semana puede verlo quedarse atrás, en la calle, con cara de querer jugar con él y no poder. Eso es lo que le da más tristeza.
Cuando quiere hablar de ello con mamá es el llanto de ella, las miradas enojadas, el hecho de que es mejor el silencio.
Pero a los niños no pueden ocultárseles las cosas. Por eso mamá se acerca a su cama, mira nerviosa sus manos mientras busca las palabras, empieza a hablar.
El niño tiene miedo. No sabe qué va a decir su mamá, se lo imagina, pero imaginar es diferente de saber. Saber es definitivo, no hay vuelta atrás, Escucha, temblando. Ignora qué será peor: que su mamá le hable de un divorcio, o de que su papá es un fantasma.

martes, 19 de agosto de 2008

Vino - José Luis Zárate


Él le sostuvo el pelo mientras vomitaba. Ella se limpió la boca con el dorso de la mano, embarrando lápiz labial y restos de comida en la barbilla.
—Estoy bien, estoy bien —decía con voz pastosa, mientras intentaba ponerse de pie. Empresa imposible con esas zapatillas de aguja. Se las quitó, irritada, y logró hacer una larga carrera en su media. El sonido del baile se escuchaba aún, y ella intentó dar un par de pasos. Él la sostuvo y el hedor estuvo a punto de obligarlo a soltarla. Tan hermosa que se había visto al entrar… Pero era claro que no tenía ninguna resistencia para el vino.
—Sostenme esto —le dijo al darle los zapatos, mientras, coquetamente, trataba de arreglarse el pelo enmarañado. Miró su reloj, y se puso tensa, se soltó de él, trató de meter todas sus cosas en la pequeña bolsa y dijo que era hora de marcharse.
—Debo irme antes de las 12 —dijo, eructando—. No quiero que me veas cuando se acabe la magia.

viernes, 15 de agosto de 2008

A deux - José Luis Zárate


A deux

A veces un puro sólo es un puro. Y hay ocasiones en que es un refugio. No apetecía el tabaco, pero era un pequeño placer que se daba para compensar lo que vendría. Miró sus apuntes.
Por primera vez tenía que vérselas con lo que, a falta de nombre mejor, llamaba “folie a famille”. Un individuo había contagiado sus delirios a la familia entera, que orbitaba la obsesión del enfermo como si fuera la realidad. La realidad se había roto en mil pedazos para esas personas y todo era posible. Todo.
Se estremeció.
Había citado aparte a la persona dominante, “folie imposée”, para tratar de entender el mecanismo de la infección mental. Y se arrepentía.
El Dr. Freud deseó la droga que tan duramente había dejado porque tenía miedo. Miedo porque creía escuchar un caminar quitinoso acercándose a su despacho, un arrastrar líquido e inmundo, porque algo inconcebible entraba en ese instante, y se movía plural e inhumano hasta el sofá.
Soy un doctor, el doctor. Razono, soy la razón.
Pensando eso encontró la calma y pudo dirigirse a la monstruosidad con una voz normal:
—Dígame qué le pasa hoy, señor Samsa.