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jueves, 8 de mayo de 2014

Los ocultos motivos del silencio - Jesús Ademir Morales Rojas




Esa tarde, Citlali y Nadia ingresaron al ascensor del antiguo edificio, tal y como todos los días. No era algo cómodo para Citlali, porque Nadia con su charla interminab ...le alteraba su temperamento introspectivo. De pronto, casi a la mitad del descendente recorrido, se presentó una alteración en la energía eléctrica. Las lámparas del ascensor comenzaron a cintilar y luego de un gran sobresalto, la cabina se detuvo.
Ambas pasajeras, estremecidas de alarma, se quedaron mirando bajo la incierta y tenue luminosidad de los focos de emergencia.
Su rostro parecía distinto a causa de los juegos de luz y el espanto.

DisTiNto.

***

Pasó mucho tiempo: al principio se mostraron ajenas al percance, como si al restarle importancia este pudiera desaparecer. La demora del percance comenzaba ya a importunarles, pero ninguna de las dos parecía querer aceptarlo. Sin embargo, Nadia comenzaba a mostrar grietas en su entereza: su facilidad de charla vana se acentuó. Citlali estuvo a punto de cubrirse los oídos, ante el torrente de comentarios sosos que más parecían un medio de evasión de aquel cautiverio. Pronto, este discurso atropellado derivó en clamores de auxilio y golpes en contra de las paredes metálicas del ascensor. Al poco rato, Citlali se contagió de esta actitud de angustia. La cabina del ascensor, se trasformó en un pequeño manicomio. Pero todos los gritos fueron infructuosos. No mucho después yacían ambas tumbadas en la alfombra del ascensor, sollozando amargamente, como niñas pequeñas y extraviadas.
………pasó el tiempo……………………………………………………………………..

***

¿Sabes? me parece que algo grave se ha suscitado allá afuera.
¿…?
Yo creo que ha habido un atentado en contra del edificio, alguna tragedia horrible ha sucedido y nosotras hemos quedado atrapadas aquí. Quizá pasen días antes de que alguien pueda ayudarnos, ¿Te imaginas? ¿Qué vamos a hacer? Qué…
Y de nuevo más ataques de llanto y agitación.
Esta escena se repetía varias veces, pero pronto hasta eso dejo de servir como medida para calcular el paso del encierro.
Luego sólo quedaron los latidos: ********************************************
************************** pero a la larga el tedio y la sofocación fue adueñándose hasta de esto, hasta de eso, hasta de, hasta

***

Cuando despertó por un instante, Citlali notó como el dial de señalamiento de los pisos del ascensor subía y bajaba…Nadia yacía tumbada frente a ella y la miraba con fijeza enfermiza. Lo incomodo de esa contemplación, la luz vacilante y el vertiginoso movimiento de un ascensor que se suponía estropeado, le hizo voltear cansinamente la mirada y retornar al negro marasmo de su conciencia.

***

Oye…
Oye pequeña…
La despertaron las caricias suaves pero ansiosas de Nadia. El ascensor volvía a estar inmóvil y escasamente iluminado. Su compañera de cautiverio le frotaba las piernas con delectación.
Citlali sintió una honda pena por ambas, una inmensa tristeza, que la impulsó hacia el abrazo de Nadia con desesperación. Pronto se abandono a aquellos besos mustios, y fueron una solamente, en aquel espacio silencioso.

***

(¿Y si nunca hubiéramos salido verdaderamente de aquí? ¿Y si todo lo que hemos vivido afuera no hubiera sido sino un sueño? ¿Te imaginas? ¿Te imaginas? ¿Puedes hacer eso?)

***

Cuando despertó por un instante, Nadia notó como el dial de señalamiento de los pisos del ascensor subía y bajaba frenéticamente…Citlali yacía tumbada frente a ella, dormida; lo incomodo de su encierro, la luz vacilante y el movimiento vertiginoso de un ascensor que se suponía estropeado, le hizo voltear cansinamente la mirada para retornar al negro marasmo de su conciencia… pero no se lo permitió un acontecimiento extraordinario: al llegar al tope de los pisos superiores el ascensor se detuvo y la puerta se abrió lentamente: Nadia contempló una lejana extensión de nubes azules y vetas de luz diamantina que se extendía hasta lontananza. Un castillo de cristal puro esmeralda, se dejaba ver sobre un grupo de cúmulos. Y un grupo de hombres enormes con batas verde pastel, y con máscaras de cráneos de animales, se asomaban dentro del ascensor para verle. Todos cantaban- con voces extrañamente blancas, infantiles- un motete de melodía inconcebible, pronunciando al revés cada palabra de él. A la señal de uno de los hombres- que llevaba una grotesca máscara de cráneo de cerdo- todos callaron, sólo el rumor de un viento lejano y áspero se dejaba sentir.
El enmascarado le dijo entonces con su voz de flauta:

Tú nunca saldrás de aquí. Porque para que salgas tienes que quedarte dentro. Nunca olvides que el fuego camina contigo, siempre, hasta el final.

Y entonces se llevó la mano, de canto, hacía el centro de su rostro oculto. Y lo fue bajando lentamente. Mientras, todos los demás seres emitían un chillido tan agudo, que Nadia se tapó los oídos y gritó para acallarlo en su propia mente, hasta que se derrumbó desvanecida.
Los extraños seres seguían chillando, cuando la puerta del ascensor cerró.
Luego, no más.

***

La despertó un extraño sonido: la luz deliraba en efectos estroboscópicos, mientras su compañera que se revolvía frenéticamente contra un cuerpo desconocido y musitaba frases de alarma en una lengua ignota o como si las pronunciara séver al. Ella quiso ayudarla, pero la furia con la que eso la estrellaba-contra-las-paredes //////*///////*////////*////////*//////*///////// le impidió que pudiera era era algo pavOrOOOOOOsOOOOO pensó que un horrihombre se había intrrrroducido al ( )mientras dormían y ahora quería des---tro---zar-----las a ambasamabas y ella abrió la bOca para bramar por el dooloor de verse rasssssssssssgada y ella gritoauauAUAUAUAU se tapó el rostro IIIoIII con las manos terrotrémulas y el díal 103102101100999897969594…ylasangreyeldolorylafuria y*y*y*y*******OOOOOOOOOOOOOOOOOOO…………...............

***

El ascensor llegó a la planta baja.
Las puertas se abrieron lentamente.
Ella salió con calma de allí, y abandonó el edificio rumbo a la calle, para seguir con su vida normal.
Las puertas del ascensor se cerraron de nuevo.

Silencio

Acerca del autor:  Jesús Ademir Morales Rojas


miércoles, 30 de abril de 2014

El día y la noche - Jesús Ademir Morales Rojas



Cual si se tratara de una cósmica dialéctica, el día y la noche se implican en una dinámica perenne. Cada día, en su festín de lucidez, precisa de una noche estimulante, que seduzca sus ínferos hasta el delirio. Cada razonamiento se alimenta de un enigma y cada argumento de un capcioso dilema.
Feliz de aquel que puede iluminar sus secretos con la diurna voluntad de lo material, puesto que así devela inasibles regiones de sombras por explorar. Dichoso quien se adentra en la negrura de la noche, para redescubrirse diferente en cada nueva alba.
Ciertos seres parecen orientados a explayar sus potencialidades en la rotundidad del día, otros, en cambio, en la ambigüedad de la noche. Optar por uno de estos horizontes, es decidirse por la ruta que nos llevará más remotamente en nuestras particulares lejanías.
El amoroso combate del día y la noche es crisol de destinos, en donde el mundo halla un extravío liberador. De esta ambivalente regularidad, parten todas las incertidumbres vivenciales, espacios para construirse un ser-libertad y más.
No tiene otra fuente que el día y la noche, la diferencia, esa vía de alteridad en donde las cosas se vierten en existir.
El día y la noche sostienen un secreto coloquio, en el cual el azar queda disimulado en un lúdico intercambio de luz y de tinieblas. Interpretar el sentido de esta comunicación fundamental, es como el culminar glorioso de cada ocaso, como la entrega que hace de sí el primer brillo de la aurora.
Cual si se tratara de un primordial silogismo, el día y la noche se justifican en infinita operación. Cada noche, en su aquelarre de misterios, añora un día liberador que le haga descubrir su verdad del todo, más allá de todo.

Acerca del autor: Jesús Ademir Morales Rojas

viernes, 4 de abril de 2014

El puente - Jesús Ademir Morales Rojas



El Che Guevara guardó su pipa, y fue con Pedro Infante hacia el puente. En el rojocielo las esferas sollozaban. Y las fauces del firmamento sonreían.
—No te pierdas— solicita Frida. Y a continuación se encoge en su silla de ruedas y se cubre el rostro con las manos. Hitler la consoló, besándole las negras trenzas.
Neruda había aguardado a sus compañeros, tras indicarles el momento para intentar cruzar el puente, hacia la otra orilla del precipicio, en donde sólo eran verdinieblas.
Cuando habían avanzado la mitad, las esferas en el cielo principiaron a rozarse, humedecerse, y asperjar la arenazul infinita del lugar, con humeácido.
Las fauces del firmamento se abrían. Pedro Infante agitó el charrombrero a sus compañeros advirtiéndoles.
El puente se contraía cual lengua de mariposa inmensa.
Presto regresan, pero en un instante Neruda y Pedro Infante cayeron a las tinieblas. Casi al llegar, el Che Guevara tendió la mano a Hitler, pero el peso del revolucionario hizo resbalar a Adolf y juntos se precipitaron al vacío.
En el cielo, las trémulas fauces vomitaron varias bolsas de líquido ambarino.
Al caer reventaron y de la viscosidad se incorporó un nuevo Che, otro Neruda y un Pedro Infante.
Se acercan entonces a Frida (al precipicio). Las esferas levitan calmas, sollozando. El puente se extiende con delectación. La boca en lo alto, se cierra. Dientes.
(…Frida retira las manos del rostro y musita entre lágrimas-sonriendo-despiadada…)
—No te pierdas…

Sobre el autor:  Jesús Ademir Morales Rojas

martes, 4 de marzo de 2014

La palabra de Citlali - Jesús Ademir Morales Rojas


Citlali era una cyborg que viajaba de planeta en planeta nombrando las cosas de los mundos que aún no poseían lenguaje. Esta mujer artificial era un ser esbelto y hermoso, alado y lleno de luz, y también estaba equipada con sofisticados aditamentos y recursos defensivos. Era capaz de entablar formidables combates con su equipamiento, y gran agilidad.
Los planetas a los que llegaba la palabra de Citlali, de ser ambientes indiferenciados, devenían en caleidoscópicos entornos, en donde las cosas poco a poco quedaban definidas y comprensibles gracias a su gran capacidad denominadora.
En cierta ocasión, Citlali llegó a un mundo enorme y con gran potencial, en donde, sin embargo, todo era gris y anodino. La cyborg pronto descubrió el origen del problema: un moho inteligente había cubierto toda la superficie del planeta, en un afán parasitario y ciego.
De inmediato Citlali comenzó su tarea iluminadora: mientras exploraba aquel mundo vasto, fue estableciendo bellas palabras para definir y liberar aquella sofocante uniformidad.
El moho inteligente, furioso al ver alterado su predominio, deseó hacerse de Citlali. Pronto la había contaminado y cubierto con su grumosa viscosidad. Teniendo el control sobre ella, la obligada a cambiar los nombres de las cosas, de acuerdo a las circunstancias del momento. De esta manera, aquel parásito lograba que los habitantes de ese mundo, engañados por el colorido de las realidades falaces que pronunciaba Citlali, permanecieran sometidos a su entero arbitrio.
Un día Citlali, mientras deambulaba por uno de los vastos parajes de aquel mundo vacío, se asomó a una laguna, para contemplar su rostro. Súbitamente, consternada, descubrió había olvidado su nombre: no se reconoció en esa distorsionada imagen.
Decidida, se sumergió en las frías aguas y se arrancó la inmundicia que la cubría. Pronto emergía de nuevo, luminosa, y encaminada a liberar a ese planeta. Dio inicio a su singular tarea, pero ahora dándole su verdadero nombre a las cosas.
El moho inteligente, se dio cuenta que no podría controlarla más y se congregó todo él, en una masa filamentosa, para acabar con la cyborg. Citlali le hizo frente a aquel engendro, y se enfrascó con él en un áspero combate. Mientras el moho le arrojaba largos filamentos a manera de látigos, Citlali, esquivando ágilmente esos violentos ataques, lo cortaba con sus alas diamantinas y filosas.
Al comprobar el ciego afán de la bestia, Citlali, decidió sacrificarse para salvar aquel mundo: condujo inteligentemente la batalla hasta la cima de un volcán, y en cierto instante, sujetó a su enemigo y se lanzó con él al cráter ardiente.
Mientras ambos se consumían en la lava, Citlali miró al moho feneciente y supo que, en su agonía, aquel ser ambicioso y burdo por fin comprendió cual era el verdadero crisol de toda expresión: el dolor de ser. El moho tras un sordo bramido, desapareció en la nada.
Citlali pudo aún arrastrarse fuera del cráter- una triste masa de circuitos y partes biomecánicas al borde del colapso- y tenderse de cara al firmamento para dejar de funcionar. Sin embargo, antes de hacerlo, miró al cielo y recordó su nombre: lo pronunció y dejo de existir.
Con un último resplandor su cuerpo se apagó. Los habitantes de aquel mundo, quienes habían presenciado la épica contienda, observaron el fulgor de ese ser moribundo, escucharon la palabra que había dicho en sus postreros momentos, y descubrieron en el cielo, por fin, a lo que se refería esa misma palabra: estrella. El universo estaba poblado de ellas, y los seres de aquel mundo, libres por fin, orientados por esa luz, aprendieron a nombrar las constelaciones y las cosas y los seres de toda la realidad.
De esta manera, Citlali, “la estrella”, su palabra, se difuminó como la luminosidad de los astros en el infinito, dándole sentido a todo el ser, en una prodigiosa ofrenda.

Sobre el autor: Jesús Ademir Morales Rojas

martes, 31 de diciembre de 2013

Los 5 extraños de Tanguy – Jesús Ademir Morales Rojas


Tras la hecatombe final, la realidad entera se había transmutado. Las descargas ingentes de energía de las bombas devastadoras, habían transformado el mundo en un caos en revulsión permanente: lo material fijo había dado paso a un devenir enfermizo. Por entre el desierto murmurador, bajo un cielo colmado de estructuras geométricas colosales, que producían susurrantes sonidos cristalinos al rozarse, un grupo de seres se arrastraba penosamente a través de la atmósfera gelatinosa y del terreno dúctil forrado de piel humana. Eran cinco seres de anatomías demenciales. Y con ellos venía Dante.

Pronto arribaron a la ciudad de Tanguy: grupo de ruinas en estructura laberíntica, que se enroscaba hasta el cielo como si fuese un gusano ciego acéfalo, intentando capturar a Dios. Los peregrinos se internaron en la ciudadela abandonada, paulatinamente fueron ascendiendo por una monumental escalera de caracol, en donde pequeñas babosas de rostro humano que se comunicaban con sonrisas, habían construido pequeñas aldeas con desechos orgánicos. Los cinco extraños contemplaron en su lento andar ascendente los muros colmados de extraordinarios graffiti púrpura, elaborados por hongos inteligentes que se hablaban a sí mismos, en caligrafías luminosas. Luego de mucho andar, arribaron por fin a la cima, y pudieron contemplar en la lejanía los grotescos rostros de los ángeles derrumbados que conformaban torcidos horizontes. Allí, en la cima de la Torre ciudadela de Tanguy, los cinco extraños se sentaron en círculo y comenzaron a relatar la historia del Ser, en un coloquio de susurros sibilantes y gesticulaciones, bajo el cielo colmado de geometrías flotantes y melódicas. Dante escuchó la perspectiva del mundo de cada uno de esos seres, que en sí, contenían Todo lo que había ya en la Tierra destruida.

Exóticos relatos de países increíbles, sumergidos en ácido, que volvían a la vida cada cierto número de eones, al emerger durante algunas horas solamente, para permitir a sus habitantes desollados contemplar y disfrutar, de la voz de cristal de los vigilantes geométricos del cielo, rozándose en su concierto eterno. También Dante supo acerca de misteriosas abadías de monjas mutiladas que se cubrían con pieles de tapir y se desplazaban en carritos de supermercado arrastrados por hombres sin cabeza que eran controlados a través de las estimulaciones provocadas por insectos fosforescentes. Finalmente supo Dante de la existencia de la ciudad de Mictlán, en donde sus únicos habitantes con vida eran una pareja de gemelos indígenas desnudos, que se leían la fortuna a través de la ingestión de parásitos expurgados de sus propios cuerpos, mientras le rezaban sordamente a un agujero del techo de su choza. Cuando todos relataron sus experiencias, se quedaron mirando a Dante, como esperando algo. Dante sonrió.

Entonces los cuatro asombrosos seres se incorporaron y comenzaron a danzar alrededor de él, sujetándose de sus extremidades deformes, como en una loca danza ritual. Excitado por el frenesí de los giros de los grotescos seres, Dante sacó de sus harapos la varilla que utilizaba como arma y comenzó a atacar sin tregua a los danzantes. Uno a uno fueron cayendo abatidos bajo la violencia salvaje de los impactos, hasta que sólo quedó en pie Dante, sobre un charco de inmundicias y de gemas. En ese momento, Dante comenzó a recitar su poema, a la vez que acumulaba los restos de aquellos seres en la forma de un capullo largo y grumoso. Poco a poco y en voz muy queda, como si recitara arcanas fórmulas creadoras de infinitos, Dante rememoró en sus versos como había partido hacía las regiones del Cielo para combatir a Dios mismo, auxiliado por el Demonio Virgilius y como había logrado derrotar a los ángeles del Señor perforando sus cabezas de cíclope con su varilla mortal. A continuación rememoró como asesinó a Dios asfixiándolo con la cabeza decapitada de Virgilius, que había acompañado a Dante en su lucha para sacrificarse, ex profeso, para ello. Luego La Caída, la última guerra, el limbo fundido con el averno y el cielo, y la aparición de las cantarinas estructuras geométricas en el firmamento gelatinoso. Dante, terminó su narración al expresar de qué modo había ido encontrando a sus cuatro compañeros a lo largo de su peregrinación, hacía la torre ciudadela de Tanguy, de acuerdo a los vaticinios de los gemelos primordiales de la Ciudad de los Muertos. Cuando Dante terminó su poema, los despojos de los cuatro extraños formaban un huevo membranoso e iridiscente, bajo la luz de los tres soles (que eran solamente el recuerdo olvidado e indeciso de uno sólo, que hacía mucho tiempo se había colapsado). Dante se sentó y espero durante años, meditando y repitiendo el tiempo, hasta que un día el huevo se estremeció, las cubiertas dérmicas verdosas se rasgaron, y una silueta delgada comenzó a incorporarse de entre los residuos nauseabundos. Una mujer azul y calva con un solo ojo, con una enorme boca llena hileras de colmillos de cristal, lo miró fijamente, entre las burbujas adormecidas del ambiente denso.
Dante le tendió la mano:
—Beatriz— Musitó estremecido.
Ella se acercó a Dante ansiosa. La mujer boca comenzó a devorarle el rostro. Cuando no quedó nada del poeta, Beatriz miró hacia el cielo y comenzó a chillar tan fuerte que todo el Universo comenzó a contraerse, las figuras del ser crearon espirales de vida y devenir, cada vez más increíbles, hasta que la ciudadela de Tanguy se hundió por completo bajo tierra.

Hoy cuelga desde el firmamento oscuro, como una espina torturante olvidada, y puedo ver allí, el azul rostro feroz de Beatriz que me llama rugiendo, sonriente.

Yo danzo con mis cuatro compañeros en círculo, presto a ofrendarme por el próximo peregrino enamorado que espera en el centro. No me aflijo. Sé que llegará pronto mi turno de nuevo. El Infierno son los otros que nunca fui, y el Cielo el triste recuerdo de lo que nunca debió ser. No me aflijo. Ella sabe esperar.

Sobre el autor: Jesús Ademir Morales Rojas

domingo, 1 de diciembre de 2013

La última conquista de la Xiuhcóatl - Jesús Ademir Morales Rojas


Antes de organizar su expedición en busca de Aztlán, Moctezuma tuvo un sueño en el que enviaba a Tlacaélel a apoyar con hordas de guerreros al gran dios Huitzilopochtli, en su lucha por conquistar la morada de Coyolxauhqui .
Y así, los Caballeros Águila y los Caballeros Tigre entraron en la colosal estatua del dios a través de sus fauces monstruosas. Poco después, Tlacaélel ordenó a los chamanes que despertaran a las tonas de los guerreros haciéndoles aspirar el copal sagrado.
Ellos comenzaron a estremecerse febriles, pero sin soltar sus rodelas y espadas de obsidiana. Pronto la Xiuhcóatl cruzaba el firmamento y arribaba a la morada de Coyolxauhqui, la dueña de las noches.
Tlacaélel y sus mexicas llegaron a ese mundo frío y lleno de polvo, justo en el momento en el que el gran dios Huiztilopochtli iba a ser sacrificado por los Cuatrocientos Surianos y su hermana, Coyolhauxqui, la señora de la Luna.
Cuando el dios colibrí estaba a punto de ser devorado por el pavoroso Tochtli, Tlacaélel dio la orden y los mexicas comenzaron la batalla. Pronto los hombres luminosos fueron abatidos por la ferocidad de esos guerreros llegados del Anáhuac, el cual brillaba azul en el firmamento.
Cuando Coyolhauxqui quiso escapar en el gigantesco Tochtli, Huitzilopochtli arrojó su serpiente de fuego sobre la bestia. Tanto la diosa como el inmenso conejo estallaron en llamas y se hundieron en aquel terreno gris metálico.
Tlacaélel y los mexicas vencedores se postraron ante el dios colibrí, el cual les auguró dicha y gloria, aunque solo de manera efímera. Los aztecas retornaron al Anáhuac en las fauces de la Xiuhcóatl y Huitzilopochtli a los divinos ámbitos del Sol, más allá de los jardines eternos del Tlalocan.
En la luna, tras esta batalla, se formó un cráter con la forma de un conejo inmenso (al descomponerse los cuerpos de los vencidos), mismo que Moctezuma contemplaba- entre escalofríos y presentimientos- sobre la Pirámide del Sol, en cada peregrinaje que hacía a la vacía Ciudad de los Dioses, Teotihuacan.

miércoles, 2 de octubre de 2013

Los monstruos de Lovecraft - Jesús Ademir Morales Rojas


Escapando de cierta depresión, fue como H.P. Lovecraft se refugió en la elaboración de su nuevo relato. Pero pasó mucho tiempo y no escribía nada. Tan sólo contemplaba el ocaso y los golpes del viento, a través del ventanal.

(chasquidosdebajodelescritorio)
Mira el reloj: más de medianoche. Pero además algo raro. Se talla los ojos. El segundero. contrario en sentido marcha

(chasquidos)
Lovecraft los percibe.

Se
inclina
a
ver
…algo largo, venoso y lleno de colmillos le serpentea en la entrepierna…

Él, busca huir del engendro. Pero este crece tanto desde sus ingles______________que se le llega hasta el rostro, ( ) hasta engullírselo por completo.

dolornegrurayviento

***
…deambula por un páramo infinito, sembrado de enormes redondeces humanas a modo de colinas, colmadas de orificios penumbrosos; es en uno de estos, húmedo y ardiente, en donde se interna extraviado, sus alaridos se pierden en las sombras junto con él…

***
Se mira en el espejo sin reconocerse. Algo rompe el cristal de la ventana. Piedras. Una antorcha. Se asoma. Una turba furiosa le señala desde abajo. Hay temor y fanatismo en esos ojos. Los escucha ingresar a la mansión desolada. Pasos. Escalones. Gritan. Rezan. Abren. Lovecraft, incapaz de huir, les da la espalda. Se vuelve hacia el espejo. Se mira.
…y entonces la criatura acorralada comienza a devorarse su propio brazo hasta el codo, como un Saturno grotesco
,,,,aquellas mandíbulas trémulas crujen,,,,
El fuego y las maldiciones lo cubren todo.
El f!u!e!g!o

***
Despierta sobresaltado, por un extraño sonido. Cae del lecho aturdido por el estruendo. Se arrastra hacia la ventana. Observa. La muchedumbre llena de pavor señala al cielo y emite un sonido zumbante al unísono. Lovecraft mira también hacia el cielo, intrigado. rOstrOs. Como en un espejo descomunal, una muchedumbre idéntica señala desde el cielo



hacia abajo, a sus pares en la tierra. Con un simétrico alarido demencial. El choque de los ecos parece desbaratarlo todo. Desquiciado por el sonido, se lleva las manos al rostro.
Descubre allí, su propia gesticulación aullante.

dolornegrurayviento

***
…yace en su lecho sollozando. Lo interrumpe alguien, que entra sin llamar. Una mujer. No es aquella esposa fugaz que tuvo. Aquella arpía demandante. Es una joven rubia de ojos turquesa, Lo llama. Querido. Cariño. Lo consuela. Lo viste. Se mira luego al espejo. Ya no es ese espantajo flacucho, de rostro estirado. Torcido. Su voz ya no es ese silbido aflautado. De niño. Ahora es un hombre robusto. Su rostro es cuadrado. Su cabellera mucha y de sol. Es un poderoso teutón. Un Hombre Nuevo. Un Hijo de Odín. Sale con Su mujer a la calle. Ya no está ahora en ese pueblucho, Providence. Ahora pasea con su dama en New York. Todos los miran. Los envidian. OjOs. Se divierten. Comen. Se besan. Deciden volver al hogar. Al lecho marital. Ya allí, regresan las caricias. Suavidad. Van a la alcoba. Sombras plácidas. Luz suave. Se desvisten. Ríen. Hacen el amor. Son tan bellos. Tan perfectos. Ella lo monta, cual si fuese una sílfide a su brioso unicornio. Se aman más. Intensidad. Tibieza. De pronto, juguetona, ella se cubre por completo con una sábana blanca. Esto excita a Lovecraft. Está llegando. El cuerpo bajo las sabanas, sobre él, se estremece a la vez.

ygimeconaflautadotono
Esto lo hace titubear// inmóvil// Lentamente retira la sabana de la figura //inmóvil//
…y entonces contempla el rostro enrojecido de Lovecraft, ese rostro flacucho y estirado, mirándolo con agradecimiento y delectación…
Lovecraft/ aterrado/ ahorca/Lovecraft

***
Lo despierta ? un impacto contundente(*) llueven fragmentos de vidrio.:.¨::.:¨. ¨¨es Lovecraft que ha roto el espejo a cabezazos. Rie.
Rie . a . carcajajadas.j.j.j.j
Los fragmentos-vidrios desde el suelo le observan.
Hay uno especialmente largo y afilado. Le llama.
Lovecraft estira la mano para asirlo.

(T*o*c*a*n)
a la puerta
es el cartero, trae un mensaje, su amigo el bárbaro Conan, Robert Howard, ha muerto por amor a su madre.
(y por propia mano)
Lovecraft reacciona, se recompone, se arregla.
Sale presuroso:::::::::::……….

***
…y en el fragmento de espejo tirado, que dejo listo, algo se agita, mucho después de su partida.
Y espera--------------

Sobre el autor:  Jesús Ademir Morales Rojas

domingo, 4 de agosto de 2013

La dispersa mariposa de Neruda - Jesús Ademir Morales Rojas


Vuela la mariposa de Muzo en la tormenta:
todos los hilos equinocciales,
la pasta helada de las esmeraldas,
...todo vuela en el rayo…

Pablo Neruda

Muzo viajó en pos de Lecia hasta los Cús de Sapatria. Tormentas de esmeraldas aletargaban su marcha, pero el Yandos Vidara las evadía polenfragando su aliento en su refugio de estambre.
En cierta etapa de su peregrinación se encontró con Leva, quien volaba duros bajo la pasta de nube, agitada por bancos de bacterias. Leda hizo vibrar su larga vaina y los duros escaparon a las alturas. Pronto fosforecían en la densa nata, transmutados en el arrullo radiante de los microbios.
El Yandos Vidara acompañó a Leva entre las espirales de mariribeporosas, estremecidas por la llovizna ácida. Se separaron ante las murallas de Sapatria, tapizadas de gusanos y enredaderas de tobaldo.
Muzo se adentró en los Cús, recorriendo túneles de granos cristalinos. Poco después arribó al recinto del Gran Equino. Lecia yacía en sus fauces trémulas, mientras la tos azul de los clones asperjaba el ambiente penumbroso.
El momento había llegado: Muzo ofrendó esmerambres humeantes, al tiempo que entonaba las sacras stanzas: tercios de polos con voz grave que retumbaron en las húmedas membranas. Los clones temblaron tosiendo azul, en su danza inverosímil. De pronto, el Gran Equino agitó su mole grotesca y mueregreró a Lecia.
Con humilde reverencia, el Yandos Vidara tomó la preciosa vaina y abandonó el recinto, dejando tras de sí los gruñidos de los clones venerantes. Muzo desando la ruta de su peregrinación hasta que llegó de nuevo al sitio sagrado de Leva. Allí, el Yandos Vidara agitó la vaina. Cristalinos duros ascendieron con ligereza hasta el cielo infecto.
En breve, las notas que brotaron de las alturas viajaron hasta Sapatria y derrumbaron hasta el último Cú. El Gran Equino expiró con alivio y los clones tornaron a su eterna espera entre azules expectoraciones.
En su refugio de estambre, Muzo sintió la llegada de Leva, cuando polenfragraba su aliento. Al alba, Leva se hizo Lecia y siguió la ruta del Yandos Vidara por el camino del misterio. Juntos desaparecieron en la insomne sonrisa de las últimas terrestres.

Sobre el autor: Jesús Ademir Morales Rojas

miércoles, 31 de julio de 2013

Indiferencia - Jesús Ademir Morales Rojas


Tras una noche agitada, K despertó convencido de haberse transformado en un grotesco insecto. Todo era diferente para él, todo distinto. Esta nueva relación con su entorno, le ofrecía nuevas posibilidades de ser. Hasta algunas, que jamás había soñado. Salió de su habitación para ver cómo reaccionaba su familia, ante su singular metamorfosis. Ellos le aguardaban en la mesa, durante el desayuno. Pero al verlo llegar, no manifestaron ninguna reacción en lo absoluto. Lo saludaron con el tono de siempre. Sus alimentos habituales lo aguardaban. El, trató de hacerles saber lo mucho que había cambiado. Lo prodigioso de ese acontecimiento. Ellos lo escucharon con una sonrisa y le hablaron conciliatoriamente. Le explicaron que había tenido pesadillas, y que seguro aún no se recuperaba de ellas. Que se calmara y que comiera. K se alejó de ellos, airado. Se encerró en su habitación. No, no era posible. Le mentían, podían ver su nuevo yo, pero no querían aceptarlo. Era un insecto ahora, sentía sus antenas, su miríada de patitas a los costados, su caparazón rígido a la espalda. Le estaban engañando al no atestiguar su transformación evidente. Corrió a mirarse al espejo. También era falaz. Por algún mecanismo atroz, le impedía reconocer en ese reflejo alterado, sus nuevas facciones. K miró detrás del espejo, buscando algún truco. Angustiado de dudas arrojó el cristal al suelo, en donde se hizo trizas. K se inclinó y vio allí, en cada fragmento, su alterado rostro. Imposible contemplarse allí. Se arrojó al lecho a llorar su pena. Escuchaba a sus zumbidos tristes, logrando estremecer la casa entera. Súbitamente tuvo una esperanza. Su más querido ser, su hermana menor. Ella no podría mentirle. Estaban tan cercanos. Se agazapó en un rincón y esperó hasta la vuelta de su hermanita, ausente en ese momento. Pero pasó el día y la noche y ella no regresó. A la mañana siguiente, K desesperado, salió de la casa lleno de premura, ante la indiferencia de todos. Se aproximó al puente que cruzaba el río caudaloso. Y lleno de aflicción, se arrojó a las aguas. 
Cuando caía, en su último instante, K pudo ver el rostro angustiado de su hermana menor, llamándole asomada, en el barandal del puente. Y hasta en ese postrero instante guardó la esperanza, de que sus alas plegadas despertarían ya, y lo salvarían para llevarlo hasta ella… y más allá, detrás, hasta el mudo cielo azul.

Sobre el autor: Jesús Ademir Morales Rojas

jueves, 30 de mayo de 2013

Ardilla - Jesús Ademir Morales Rojas


YO te observé atrayendo de nuevo a la ardilla, con una cáscara de naranja, para luego arrojarla con un brutal puntapié entre risas insidiosas. TÚ luego, durante la ronda nocturna por el parque, no te reías igual cuando me viste descender hacia ti, desde aquel álamo frondoso. EL agujero de mi nido seguramente te pareció aterrador: los llamados agudos de mis crías al verme llegar arrastrándote quizás no te fueron muy agradables, aunque tus propios alaridos tal vez te impidieron oír alguna otra cosa. NOSOTROS roímos dulcemente tu carne: la de tu rostro despacio, yo; mis crías tus entrañas con ansioso deleite. (Tus estertores no molestaban nada, más bien eran como un aliciente). USTEDES de seguro ya estaban en busca de su compañero desaparecido, inspeccionando el parque completo. ELLOS, al descender por la alcantarilla, dieron por fin con él y con nosotros. Cuando me arrastré hasta los boquiabiertos uniformados, tan dócilmente, entre jeringas inservibles y envases vacíos de solvente; cuando fui hacia ellos dando chillidos quedos, ya no me dieron puntapiés. (A mis espaldas encorvadas, las crías gemían frenéticas por más alimento).

Sobre el autor: Jesús Ademir Morales Rojas

domingo, 12 de mayo de 2013

La rosa azul - Jesús Ademir Morales Rojas


K está enamorado y celoso. Desde hace algún tiempo su novia se muestra distraída, bastante nerviosa. K sabe que algo sospechoso está ocurriendo. Cada vez que llega a verla, siente que alguien ha partido al momento. Si le telefonea desde el trabajo, casi no le responde. Cuando camina por la calle, percibe que la gente lo mira y le dedica mofas disimuladas. Ella, aparentemente con inocencia, le está dando largas a la fecha de su unión matrimonial. K se consterna y reclama a la joven. Ella se siente agredida. Llora. Discuten. 
Al día siguiente K, arrepentido, al salir del trabajo, piensa en sorprenderla en su domicilio con una visita conciliatoria. Ha pensado obsequiarle una preciosa flor azul: una rosa. Pero cuando va a la tienda por ella, le dicen que han comprado ya la última. 
K se resigna.
Frente al domicilio de su novia, pasa un auto a toda velocidad: casi arrolla a K. El, furioso, hace un gesto obsceno al cafre, y le dirige una trompetilla burlona con la boca y con las manos. Arriba por fin al lugar. Se dispone a abrir la puerta, con una llave que ella misma le ha dado. Mientras lo hace, escucha rumores y pasos agitados dentro. El rostro de K se vela de ira. Se apresura a ingresar. Cuando lo hace, encuentra a su novia, sola, rubicunda y sonriente. Ella lo abraza como si quisiera ganar tiempo. Se escucha una puerta hacia la parte posterior de la casa. La salida trasera. K se dirige allí. No hace caso de los urgentes llamados de la chica, presto a sorprender al intruso. Muy cerca ya de la puerta de salida, algo dejado en el piso lo distrae: una rosa azul.
K se detiene de golpe, picaporte en mano.
Siente un frío inusual en la espalda.
Afuera se escucha una feroz trompetilla.´

Sobre el autor: Jesús Ademir Morales Rojas

jueves, 2 de mayo de 2013

Epopeya - Jesús Ademir Morales Rojas


Habiendo escuchado a Dante alabar a Beatriz, Neso, el centauro, sintió celos y deseo, y quiso apropiarse de ella. De tal modo que se concilió con los demás centauros del Infierno y cuando dormían los poetas, en una escala de su larga marcha, sometieron a Virgilio y lo arrojaron a las fauces del monstruo Cerbero. Cuando despertó Dante, al verse desamparado en el corazón de las tinieblas, sintió rabia y odio y se enturbió su alma.
Los demonios, al descubrir su oscuro potencial, lo adiestraron, y Dante pasó siglos sometiendo al calvario a cientos de almas. Solo de esa manera encontraba consuelo al creerse traicionado por su maestro y separado de Bice, para toda la eternidad. Un día, los demonios le dieron la encomienda de arrojar al feroz Cerbero, a un grupo de condenados. Cuando se disponía a empujar con su tridente a la última de estas almas, descubrió que se trataba de una pequeña. Al titubear en su cometido, la bestia lo arrojó a un lado. Al caer, Dante descubrió entre las piedras y los huesos, la corona de laurel de Virgilio, pisoteada por los cascos de los centauros.
Tras deducir la amarga verdad, Dante se quitó su propia corona de laurel, y, de entre sus harapos, extrajo la espada de su antepasado, el cruzado Cacciaguida. Con decisión suicida Dante abatió a Cerbero y sin pausa, se enfila al círculo de los Centauros. Ellos, desde hace tiempo, habían erigido un altar de huesos humanos y rocas, y allí, mantenían cautiva Beatriz luminosa. Habiendo asaltado el Paraíso, el tropel de Centauros comandados por Neso, robaron a Bice para transformarla, a través de conjuros y sangrientos rituales, en una hembra de su especie, y así, perpetuar su raza maldita.
Dante al descubrirlos, enfurecido, se arroja sobre ellos. La contienda es dura, pero, impulsado por la sed de venganza, habiéndose habituado al encono del Infierno, Dante los derrota con la espada de su antepasado guerrero. Neso, al final, al verse perdido, corre sobre Beatriz y brutalmente le arranca las alas. Dante deshace aquella odiosa sonrisa, de un brioso mandoble.
La herida Bice, tarda, pero al final reconoce a su salvador en ese ser monstruoso y lleno de cicatrices. Al ver al poeta feneciente por tantos combates, triste pero agradecida, le ofrece quedarse con él, en Dite, incapaz de remontar el vuelo de nuevo hacia el Paraíso, por la ultima villanía de Neso.
Dante sin decir palabra, extrae su propia corona de laurel, y se la coloca en las sienes a su dama de pensamientos. Unas alas radiantes crecen de nuevo en la joven celestial. Ella, conmovida, toma en sus brazos al poeta, y se lleva en sus labios su postrer aliento. Desde entonces Bice, en el cielo, recuerda continuamente tal epopeya, mientras le da vida al cosmos en cada nuevo giro de su vuelo infinito.

Sobre el autor: Jesús Ademir Morales Rojas

sábado, 2 de febrero de 2013

Secuencial - Jesús Ademir Morales Rojas


María... Cerró los ojos. Negrura sangre. Un estruendo. Insertó el cañón del arma en su boca. Chinga tu madre. Le deformó a patadas el rostro. No tengo más. Con la culata le golpeó la cabeza. Aquí está. Órale puto, tú. ¡Esto es un asalto, saquen todo el dinero hijos de la chingada! Un sujeto lleno de tatuajes abordó el autobús. Le pareció ver en ese paisaje un símbolo de la ilusión que lo embargaba, de su amor. Un campo de flores hermoso, colorido, como gemas esparcidas en la hierba. Subió al autobús. Añorando sus carnosos labios rojos, se aproximó al paradero de autobuses. El cielo era un mar turquesa. Salió silbando de su casa. Se arregló meticulosamente. Hay momentos tan preciosos, de una intensidad sublime, que justifican el resto de la vida. Un jilguero trinaba justo en su ventana, bajo la lluvia de alegre luz matinal. Sonrió. Éste sería un día inolvidable. Abrió los ojos. María...

Sobre el autor: Jesús Ademir Morales Rojas

viernes, 7 de diciembre de 2012

Improvisación - Jesús Ademir Morales Rojas


K baja por la escalera. No sabe a ciencia cierta a que planta del edificio tiene que acudir. La hora de su cita se aproxima. Junto a él hay varias personas que luchan por descender por el estrecho pasillo. Pugnan por adelantarse unos a otros y ganar un peldaño más. Como no tiene una referencia clara del número de planta, en donde tiene que presentarse, se guía por el número de personas que salen de la escalera para ingresar a cada uno de los pisos del viejo edificio. K conjetura, que el que le corresponde, es en donde más personas descenderán. Pero hasta el momento esto no ha sucedido. La bajada se va volviendo ya muy larga. K ni siquiera recuerda ya como ha podido ascender tanto. Algunas parejas se han formado, por el trato continuo que han desarrollado al proseguir en su dilatado contacto. Estos enamorados buscan abrazarse sin dejar de avanzar, y se atraviesan al camino de los otros. Resuenan maldiciones e improperios mezclados con palabras de ternura y arrumacos. La marcha continua. K percibe a sus espaldas ronquidos y murmuraciones. Algunos de las personas participantes del descenso de la enorme escalera se han dormido ya. Pero impulsados por los demás, siguen avanzando, dejándose llevar por la voluntad abstracta del bloque humano. K se sorprende, personas que creía ya habían dejado la fila en movimiento, vuelven a aparecer, inesperadamente, para estorbar su marcha con un pie necio o un codo insolente. Aburridos, varios comienzan a entonar melodías de taberna. En el pasillo en penumbras de la escalera, rebotan los ecos de risas y chistes de color subido de tono. K se indigna. Algunos se han comenzado a desnudar y agitan su ropa al son de las canciones. K se debate desesperado: siente que se ahoga en ese mar de abrazos y apretujones. Finalmente, parece notar que la masa se calma, es posible, de acuerdo a su actitud, que por fin hayan podido alcanzar el piso que deseaban: comienzan a darse los buenos días y a desearse la mejor de las suertes. K vuelve a respirar. Abren una puerta. Comienzan a salir todos. Cuando K finalmente lo logra, se llena de estupefacción. El umbral que han atravesado no conduce, sino a una escalera en ascenso. Pronto es arrastrado por la multitud que se apresura a llevar a cabo la marcha obligada. Su rostro lleno de confusión queda oculto por ese río de cuerpos y pasos, que se pierden y lo pierden, en una vuelta de la escalera en espiral. Suben.

Sobre el autor: Jesús Ademir Morales Rojas

viernes, 14 de octubre de 2011

El túnel - Jesús Ademir Morales Rojas


Sofía y Salvador habían estado discutiendo. La travesía en automóvil había sido larga y extenuante. Este viaje lo habían planeado desde hace mucho tiempo: el destino turístico elegido era el del momento, el más popular. Sin embargo, el trayecto a través de desiertos y parajes desolados al final los alteró y los hizo reñir. Desde hace un par de horas no se habían dirigido la palabra y resentidos, solo se miraban de soslayo, en momentos.
De pronto, en el camino apareció, debajo de un gran cerro, un oscuro túnel. Ingresaron en él. Muy a lo lejos, en medio de las tinieblas, se percibía una pequeña luz: era la salida.
Fue en ese instante en que a su lado escuchó aquella voz susurrante. Era un soplo asexuado y apresurado que le estremeció al sentirla en el oído:
“Cuando dormías me levante y me quede frente a ti, de pie, durante horas, en el silencio. Luego, en cuanto escuche el llamado de la noche, baje las escaleras a cuatro patas, lamiendo el piso y aullando la letanía secreta. Salí de la casa y dancé entre la lluvia mientras me arañaba el rostro y el pecho… sangre, lodo, lágrimas… era delicioso”
Con asombro, asco y temor, miró hacia esa sombra que le hablaba. Al frente, en el camino, la luz crecía, pero a un ritmo lento y desesperante.
El susurro, atropellado, jubiloso, irónico, prosiguió:
“El llanto del dios blanco me sacó de aquel éxtasis. Corrí frenéticamente y subí las escaleras, dejando un rastro de la espuma y la mucosidad que me corrían por la boca y la barbilla. Seguías en el lecho, tu sueño era profundo: el dios lloró desde allí, me llamó. Abrí tu boca y me asome con ansiedad: entre la húmeda negrura percibí al dios blanco, se retorcía, estaba hambriento. Sus ciegas antenas golpeaban en tu traquea y su largo cuerpo, se anudaba en tu garganta con ansiedad. Me llamaba.”
La luz, el automóvil, su marcha parecía falaz. La angustia y la repugnancia colmaban su ser.
Aquella voz neutra, casi infantil, ahora estremecida, continuó: “Al percibir mi demora, el dios blanco, dolido, se hundió en tus entrañas. El temor de perderlo me hizo decidirme: con una mano me sujete la lengua y entre alaridos tire de ella hasta arrancármela. El chorro de sangre que broto de esa herida me bañó el rostro, el dolor casi me hizo perder la conciencia… pero era delicioso. Sin pensarlo más quise darle la ofrenda al dios blanco: metí mi mano con su preciosa carga en tu boca y empuje con todas mis fuerzas.”
“Cuando sentí que el dios blanco, agradecido, aceptaba el sacrificio y comenzaba a alimentarse de él, tú despertaste…percibí tu sorpresa, tu temor, tu furia…mordiste mi brazo una y otra vez y enceguecido de dolor, supe por fin que el dios, agradecido, había correspondido a mi ofrenda. Entre sangre, bramidos, carcajadas y llanto canté la letanía secreta hasta que el alba nos sorprendió con su luz….”
Lo deslumbró un gran resplandor: habían salido del túnel. Estaba a punto de gritar de espanto. El camino seguía serpenteando hasta el horizonte y el automóvil avanzaba libre en esa despejada ruta. Uno de ellos encendió el radio apresuradamente. La melodía de moda sonó entre el rumor del motor y el aire del desierto. Por fin se miraron, con miedo, como si temieran no reconocerse, luego Sofía y Salvador intercambiaron sonrisas nerviosas.
Sin mirar atrás, ambos supieron que el túnel ominoso y oscuro, como un ojo ciego, les miraba partir, abierto rotundamente, como el bramido de un oráculo extático.

martes, 26 de julio de 2011

La oscura senda del extravío - Jesús Ademir Morales Rojas


Mientras se amaban entre la extraña luz tenue del sol, transformada por el eclipse casi culminante, Salvador, lleno de amor y de celos, le dijo a Estrella:
-Sueño estar tan dentro, tanto, que quisiera perderme en ti para no perderte nunca.
Las cortinas se agitaron entre los resplandores del fenómeno celeste, que envolvían por entero, la unión de los jóvenes amantes.
Ella sonrió en las tinieblas.

***

Fue girando hacia la derecha, que Salvador se extravió por completo. Luego de mucho desconcierto, logro hallar, mientras conducía entre cerros, aquel pequeño pueblo. Necesitaba comunicarse por teléfono con Estrella, saber qué hacía ella, comunicarle que estaba ya camino hacia el hogar. Necesitaba escucharla.
Justo a la entrada de aquel cúmulo de casuchas, encontró a un viejo con sombrero indígena, sentado al pie de un árbol colosal.
-¿Sabe donde hay un teléfono público?
Luego de un momento, el viejo señaló- con el brazo derecho-, hacia una construcción disimulada entre matorrales.
-Gracias
Salvador condujo hacia el sitio indicado, mientras se extrañaba cada vez más de aquella soledad inquietante.
El viejo sólo le miró alejarse….

***

Aquella oculta tienda de víveres, estaba sin alguien que la atendiera.
Salvador llamó por información, nadie le respondió.
Afuera, el eclipse estaba a pocas horas de comenzar y, de todos modos, el cielo se notaba extraño ya, como irreal e incierto en su luz difusa.
Inspirado por aquel firmamento perturbador, Salvador se decidió: puso una moneda en el mostrador y se aproximó al anticuado teléfono.
Al pasar, tiró al suelo terroso una revista maltratada: algo en ella le hizo sentir un vuelco en el corazón. Era una publicación pornográfica. En la portada aparecía Estrella teniendo un sexo patético con varios hombres maquillados de payaso. Salvador pasmado, arrugó la revista entre manos temblorosas. La arrojó a un lado. Se apresuró a marcar el número telefónico de su casa, en busca de Estrella. Afuera el viento rugía. Su cabeza era un remolino de alucinadas incertidumbres.
El tono de llamada era como un aullido. De pronto alguien descolgó la bocina al otro lado de la línea.
Una risa burlona e insidiosa le llegó por el auricular.
Él reconoció de quién provenía.

***

Se alejó de aquel sitio a trompicones, abordó su auto torpemente. Salió de allí acelerando a toda velocidad. Sin saber cómo, encontró la autopista principal. Condujo desesperado hacia la ciudad, hacia su casa. Llegó por fin a ella. Ingresó dando un portazo. Buscó a Estrella, llamándola entre el silencio de las habitaciones. Finalmente miró en la alcoba. Allí no había nadie. Abrumado por el dolor se tendió en el lecho, hecho un ovillo. Se abandonó a un sordo sueño.
El eclipse comenzó entonces.

***

Luego, sintió el sinuoso cuerpo de Estrella, adhiriéndose al suyo propio, bajo las mantas. Aquellas formas femeninas, ahogaron en él cualquier cuestionamiento, cualquier reclamo interrogante. Afuera la luz fenecía. Le pareció escuchar que una puerta se abría, en algún lugar impreciso. Ella, con un movimiento, le hizo dejar de pensar.

***

Mientras se amaban entre la extraña luz tenue del sol, transformada por el eclipse casi culminante, Salvador, lleno de amor y de celos, le dijo a Estrella:
-Sueño estar tan dentro, tanto, que quisiera perderme en ti para no perderte nunca.
Las cortinas se agitaron por brisas susurrantes, entre los resplandores del fenómeno celeste, que envolvían por entero la unión de los jóvenes amantes.
Ella sonrió en las tinieblas.

***

-¿Usted sabe… donde hay un teléfono público?
Luego de un momento, el viejo señaló- con el brazo izquierdo-, hacia una construcción disimulada entre matorrales.
-Gracias
Salvador condujo hacia el sitio indicado, mientras se extrañaba cada vez más de la soledad inquietante.
El viejo sólo le miró alejarse….

***

Al pasar, tiró al suelo terroso una revista maltratada: algo en ella le hizo sentir un vuelco en el corazón. Era una publicación policíaca. En la portada aparecía la figura de una mujer asesinada. Era el cadáver de Estrella. Salvador, pasmado, arrugó la revista entre sus manos temblorosas. La arrojó a un lado. Se apresuró a marcar el número telefónico de su casa, incrédulo de lo que había visto. Afuera, el viento rugía. Su cabeza era un remolino de alucinadas incertidumbres.
El tono de llamada era como un aullido. De pronto, alguien descolgó la bocina al otro lado de la línea.
Era como un susurro:
-Despierta.
Él reconoció de quién provenía.

***

Condujo desesperado hacia la ciudad, hacia su casa. Llegó por fin a ella. Ingresó dando un portazo. Buscó a Estrella llamándola entre el silencio de las habitaciones. Finalmente miró en la alcoba. Allí no había nadie. Abrumado por el dolor se tendió en el lecho, hecho un ovillo. Se abandonó a un sordo sueño.
El eclipse comenzó entonces.

***
Luego sintió el sinuoso cuerpo de Estrella, adhiriéndose al suyo propio bajo las mantas. Aquellas formas femeninas, ahogaron en él cualquier cuestionamiento, cualquier reclamo interrogante. Afuera la luz fenecía. Le pareció escuchar que una puerta se cerraba, en algún lugar impreciso. Ella, con un movimiento, le hizo dejar de pensar.

***

-Sueño estar tan dentro, tanto, que quisiera perderme en ti para no perderte nunca.
Las cortinas se agitaron por brisas susurrantes, entre los resplandores extraños del fenómeno celeste, que envolvían por entero la unión de los dos jóvenes amantes.
Ella sonrió en las tinieblas.

***

-¿Sabe donde hay un teléfono público?
Luego de un momento, el viejo señaló hacia una construcción disimulada entre matorrales.
-Gracias
Salvador condujo hacia el sitio indicado, mientras se extrañaba cada vez más de aquella soledad inquietante.
El viejo sólo le miró alejarse….

***
…y entonces el anciano Salvador, con su sombrero indígena, se acurrucó más al pie de aquel inmenso árbol y suspiró, esperando ya, la llegada del próximo extraviado.

***

Risas burlonas.

-Despierta…

jueves, 30 de junio de 2011

El Ardid (Infierno 8) - Jesús Ademir Morales Rojas


K y Virgilio transitan dificultosamente a través del Infierno. De pronto aparece a su paso Dite, la laberíntica y temible ciudad de los demonios. Para seguir su marcha, es preciso atravesarla. No hay rodeos posibles. Toca Virgilio al portón. Abren. Habla entonces, Virgilio con los demonios. Estos, de pronto niegan con la cabeza. Cierran insolentes, en la cara del poeta. Virgilio vuelve al lado de K, pálido de rabia. Se consterna K, pero Virgilio lo tranquiliza: pronto arribará un enviado de lo alto para atender su percance, y permitirles seguir. Se sientan en una roca a esperar. Pero pasa el tiempo y no llega nadie. K no deja de mirar afligido al cielo, suspirando, y Virgilio se agobia de tedio, mientras hace garabatos con una rama en la arena calcinada. Pronto K, no puede más: se decide. Propone una estrategia a Virgilio, un ardid para ingresar a Dite. Llamará uno de los poetas en la puerta delantera y poco después otro en la posterior. Mientras los demonios atiendan confundidos, y dejen desguarnecida una de las entradas, para acudir a la otra, será el momento preciso de adentrarse subrepticiamente allí. Virgilio está de acuerdo y se frota las manos lleno de contento. Proceden como lo habían planeado. Virgilio llama en la puerta principal y se oculta. Abren los demonios y se asoman. K en ese instante llama a la otra puerta. Los demonios se apresuran allá, dejando libre el paso. K regresa corriendo al lado de Virgilio y ambos entran apresuradamente a Dite. Cierran ambas puertas sin demora. Golpean entonces los demonios indignados. K y Virgilio ríen y se felicitan como un par de cómplices. Pero justo en ese momento, escuchan grandes pesos siendo arrastrados. Sorprendidos por completo, nos pueden hacer ya nada. Los demonios han clausurado con rocas enormes, por fuera, ambas entradas.
De esta manera K y Virgilio quedaron atrapados en el laberinto del Infierno, para toda la eternidad.

Sobre el autor:  Jesús Ademir Morales Rojas

jueves, 9 de junio de 2011

Hipnerotomaquia - Jesús Ademir Morales Rojas



1

...Creí haber visto a Polia en los torcidos corredores: un poco de su velo rojo desplazándose al doblar un cruce en la penumbra; algo de su cabellera sangre, atraída a las alturas por extrañas fuerzas. Otros Polifilos gesticulan acerca de raudos avistamientos de una figura sinuosa, de clara piel tersa; de unos ojos-abismo en donde precipitarse, acaso un atajo a la Salida. Polia es el corazón de nuestros extravíos en el Laberinto. Pero cuando descanso de mi marcha-existir, cuando me hago un ovillo en algún rincón de los pasillos grumosos, mi cuerpo desnudo no sueña nada.

El Ángel me ha acariciado. Primero se escucha su reptar por las alturas de los muros del laberinto; luego asoma su cabeza-cíclope, la piel estirada en su cráneo con pinzas metálicas, como un dragón humano. Cuando te advierte escapando en los corredores del Laberinto, te pregunta enigmas en una lengua ignota. Sí no gesticulas lo esperado, desenrolla una lengua con espinas metálicas y te acaricia con ella la piel. Es una agonía deliciosa la producida por su contacto místico: he tenido suerte, he perdido solamente un brazo, un ojo y la nariz…pero he ganado en sabiduría, al escuchar su voz de anciano/a augurándome las rutas de mi próximo extravío.

Ahora que he cruzado el umbral veo todo desde mi nuevo sitial más elevado en el Laberinto: ahora soy el Ángel, y persigo a los pobres Polifilos en su eterna búsqueda de Polia etérea. Insensatos. Desde aquí arriba, el Laberinto se aprecia mejor: la verdadera Salida es siempre una Entrada. En el firmamento pútrido, las fauces enormes han llegado a pronunciar mi nombre: repto y extiendo mi lengua bulbosa hacia las alturas en agradecimiento; las fauces del firmamento vomitan fetos de luz verde, divina, y me sonríen. Sí, ¡Qué bello es vivir!

2

Buscando a Katia se internó en el laberinto Alexis. Transitó durante mucho tiempo, alimentándose de gusanos metálicos y savia de los muros infectos. Reposaba sus extravíos mirando el pútrido cielo: el vuelo de las mantarrayas emplumadas; la parsimoniosa levitación de las morsas acéfalas. Hecho un ovillo abrazado a sus harapos, soñaba: Katia recuperada, difuminándose con él en penumbras turquesa.

Pronto fue hallado por el Ángel. Al inicio, susurros en los sombríos pasillos rojos. Poco después la hórrida cabeza deformada con alambres, asomada desde los muros del Laberinto. Alexis sintió la lengua extensible del engendro- sembrada de puntas de diamante- enroscándose en sus miembros. El Ángel, entonces, le propone su enigma: - ¿Cuál es la verdad del mundo-.
Alexis musita su desesperanza: escupe –Mentira y Nada
El ángel vencido cae. Se estremece en rítmicas convulsiones. Grotesca figura danzando otredades. Agoniza. Un último lengüetazo. Arrastra a Alexis a sus fauces. Lo devora. Negrura. Mentira y Nada.

Cuando Alexis recupera la noción de las cosas, contempla a Themia, sembrada entre hielo y vapores, extendiendo los brazos hacia el cielo y con la boca abierta, esperando. He aquí el Umbral, he aquí la ruta a Katia, abismo de ojos negros, cabellera de pureza nocturna. El laberinto se estremece. Las fauces aguardan: ¿te atreverás? Alexis se acerca a Themia en el centro del Laberinto. Se asoma a su boca, aquel nido de vientos ominosos, resplandores y fosforescencias. Cortinas rojas agitándose en una dimensión extraña. Ausencia. Una lagrima de ácido que nadie ve caer. Almas tomadas de la mano difuminándose en penumbras turquesa. El llanto eterno del Niño. La mirada de Themia- ojos en blanco- boca umbral- aguardando. Mentira y Nada. Nunca.

3

Un páramo de cenizas y huesos, sembrado de rostros humanos. Sus lenguas erectas y largas crecen como tallos húmedos bulboso carmesí, ansiando la lluvisalicorrosiva de las sonrientes fauces del firmamento. En la lejanía brumosa, ballenas con rostro de anciano agonizando en llamas, maldiciendo en dialectos arcanos; dilatados camellos con cabeza de pez avanzando ciegamente y rasgando con sus apéndices la nata contaminada de la atmósfera. En las entrañas del mundo, el Niño lerdo y furioso balbucea. Su voz se torna lentagrotesca y cavernosa, cual si fuese la voz de un demonio, delirando el tiempo. Alexis avanza. En la distancia, una mujer desnuda señalando algo: le sonríe. En sus ojos, mandíbulas, en su boca, una cíclope mirada parpadeante. Alexis observa lo señalado: se mira a sí mismo, con el deforme rostro estirado hacia atrás con grapas metálicas. Chorreando lágrimas y sangre, le señala. ¿Aceptas?

En las alturas, Xipe-Totec se ve sorprendido por una levitante morsa acéfala. La bestia arroja varios huevos de luz tibia fragmentada. Al caer eclosionan. Siluetas luminosas se incorporan de allí. Se abalanzan sobre Xipe-Totec, quien, incapaz de escapar padece. Su lengua extensa de puntas de diamante arrancada sin piedad. Pronto la morsa acéfala deja caer su ano tubular y absorbe a Xipe-Totec junto con los humanoides de luz, y dirige su vuelo hacia las Fauces hambrientas del firmamento. Se ofrenda a ellas. Las Fauces muerden y desgarran la dulciamarga blandura. Al saciarse, sonríen.

Fija al muro, como un relieve antiguo y sangriento, la criatura sufriente tiene en sus labios el beso frío de la Dama roja. En algún lugar, una flor canela se agita ante el brillo de una estrella azul. En un manicomio, una joven autista responde a la caricia de un epiléptico torturado, y le sonríe. Alexis entonces, muerde los labios falaces, rasga y escupe. Polia boca mutilada sangrante se arranca los delicados velos enloquecida. Desaparece. Alexis mira como una mano pálida emerge de la tierra quemada y sujeta los labios sin boca. Como un grotesco títere la mano le habla con ellos. ¿Quién habla?, Alexis rompe el muro. Escapa.

En el Laberinto, la cola arrancada del Ángel se estremece y repta durante mucho tiempo hasta encontrar a Themia, sembrada con los brazos al cielo y la muda boca abierta. La cola sinuosa sube hasta allí y se interna en ese hueco profundo de vientos. Themia se agita. Chilla. En las entrañas del mundo el Niño loco ríe. Del cuello de Themia ha emergido otra cabeza. Gesticulan. Se hablan. Te dicen. Mentira y Nada. Ahora estás en Dite.

sábado, 7 de mayo de 2011

Purgatorio - Jesús Ademir Morales Rojas


Un nuevo mundo había germinado tras la tercera guerra mundial. La tierra había sido devastada por una global batalla, liberada con armas bacteriológicas y bombas alucinógenas. Las ciudades en ruinas se habían transformado en aislados refugios de seres enfermos, atormentados y enloquecidos que vagaban sin rumbo por entre las montañas de escombros y basura. Los escasos sobrevivientes se agrupaban en hordas, tribus y manadas de varias razas nuevas de subhombres que se devoraban entre sí, bajo un cielo ácido eternamente sucio y verdoso. Alexis Antón buscaba en aquel caos a Katia. Se habían conocido estando recluidos en aquel antiguo asilo psiquiátrico: él siempre con sus ataques epilépticos furiosos, ella con su autismo permanente, siempre mirando ojos negros silenciosos. Los custodios del lugar, aprovechando el caos antes del fin, vejaban y torturaban a los inermes internos. Cuando las luminosas explosiones de luz pura fosforescente llegaron, Katia estaba a punto de ser jugada a las cartas por un grupo de estos bestiales enfermeros. Alexis Antón quiso impedirlo luchando con su flaco cuerpo de epiléptico. Pronto fue sometido a golpes. Nunca olvidaría la mirada piedad de Katia, enmarcada en negra cabellera ojos sombra. Impotente, yaciendo derrotado entre convulsiones Antón miró como el ganador de la partida, un albino inmenso con el rostro desfigurado de viruelas, cargaba con Katia y salía con ella del pabellón.
La mirada lo miró piedad. Su mirada. Nuevas explosiones. Fosforescencias. Temblores. Gases. Humo. Justo entonces Alexis Antón enfermó y despertó.
Su cuerpo comenzó a arder con una comezón insoportable, le quemaba cada poro, sentía abrasarse de escozor. Desesperado se araño el rostro, pústulas pestilentes comenzaron a brotarle en cada parte del cuerpo. Las piernas y las manos se le hincharon hasta límites monstruosos, alaridos. Los enfermeros asustados confundidos por la alarma externa y el horrido espectáculo de aquel agónico miserable, quisieron ahuyentar su miedo, agrediendo más al caído. Antón entonces sintió como tumores espumosos le brotaban en los brazos y el rostro. Se levantó trémulo grotesco por una energía extraña motivada dolor. Se abalanzó como un demonio de pesadilla sobre los verdugos que le habían arrebatado lo que más añoraba, a uno de ellos le reventó uno de sus brotes purulentos en la cara, un líquido abrasivo le calcinó la cara al enfermero que se derrumbó de inmediato enconchó entre aullidos. A otro que lo sujetó por detrás, le arrojó vómito verduzco sujetando su rostro en un acercamiento letal: no paró de verter hasta que el enfermero muerte ahogado. Finalmente al último que buscaba atinarle con un tolete, lo arrinconó fuerza inédita oprimió contra el muro con todo el peso cuerpo hinchado paquidermo. Cuando estalló sangre despojo caer inerte. Alexis Antón salió corriendo de aquel lugar en busca de Katia.
Ha pasado el tiempo. Aún no ha logrado hallarla. Su cuerpo pronto retornó dolorosamente a su estado inicial y todas las orgánicas alteraciones desaparecieron. No ha sufrido ataque alguno desde entonces ha vagado entre las ruinas con los hombres-roedores masticando yeso y concreto incansablemente. Las hordas de caníbales han descubierto a la manada donde se olvidó Alexis Antón. La acechan. Pronto atacarán. Sin embargo Alexis no sabe aún que ese evento le hará acercarse al ser que tanto ha buscado.
Mucho pasará antes de que Alexis se encuentre con Katia más allá de las estrellas.


viernes, 29 de abril de 2011

Los Otros - Jesús Ademir Morales Rojas


De nuevo aquellos seres nos acosaban, nos sumían en un estado de consternación y terror. Al principio, apenas y habíamos percibido algunas señales de su intrusiva presencia. Eran breves manifestaciones que habían perturbado la paz rotunda de nuestro espacio. Sin embargo, poco a poco fueron aumentando en intensidad, como si ellos supieran de nosotros y trataran de ahuyentarnos una y otra vez.
A veces nuestra comunicación se veía interrumpida por ciertos sonidos en la pieza contigua y al querer descubrir cuál era la causa, los otros escapaban raudos y cerraban la puerta de la cocina, o de la alcoba. Era espantoso saber de los otros y no poder hacer nada por evadir su oprobioso estar. Poco a poco intentamos ganarles terreno atreviéndonos a deambular libremente por más espacios de la casa, para evitar así que la tomaran por completo.
Ellos huían hacía la parte más alejada de la casa, escuchábamos sus susurros trémulos, sus pasos sigilosos, su hurgar continuo en todo los objetos de nuestro espacio. Finalmente nos decidimos y penetramos con resolución en el último cuarto de la casa. Los otros habían escapado, estaban afuera. Por un momento percibimos su odiosa respiración del otro lado de la puerta. En su precipitación, ellos habían dejado caer un ovillo de estambre, uno de cuyos extremos se pasaba por debajo de la puerta y temblaba. Llenos de júbilo comenzamos a tirar del estambre con frenesí y ellos, que al principio resistieron un tanto nuestra fuerza, terminaron por ceder dejando caer el otro extremo del hilo.
Nuestras risas se transformaron en rugidos (feroces) de ciega alegría y más cuando los vimos alejarse de la casa, llenos de miedo y derrotados, tras haber arrojado la llave para cualquier lado. Justo en ese momento, nuestras risas se hicieron llanto espantoso, aullidos que nunca cesarán, al descubrir con horror que nos habían dejado encerrados en el vacío de esta casa donde no ha habido nadie jamás.

Morales Rojas, Jesús Ademir
Jesús A Morales Rojas en Heliconia