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sábado, 14 de julio de 2012

El escondite - Flor Marina Yánez


Teresa mira de reojo, una vez más, la taza tirada en el piso. Está rota. La taza de cerámica china, o ¿tailandesa? la rompió ella. No miró, nunca mira, pasa corriendo siempre, como una tromba, eso dice la tía y tiene razón. No es como Julita o como Armandito, que son menores pero más compuestos. Por qué los llevaron a vivir con la abuela. Por qué sólo ella se quedó allí. Espanta los pensamientos con un estornudo y trata de concentrarse en una salida. Empuja los ojos lejos de los destrozos y observa alrededor buscando algún resquicio para esconder la falta, mientras piensa en una excusa válida que haga más ligero el previsible castigo. Tal vez si sale al patio y la entierra en los platanales. O la mete en el horno viejo, el que no se abre hace años, porque huele a ratón muerto. Tiene que apurarse, los niños vienen de visita y les encanta armar cuentos a conveniencia; cuentos incompletos como los pedazos que se esmera en contar uno, dos, tres, cuatro, falta ese trozo de asa, dónde está.
De todos modos se darían cuenta. ¿Quién se atrevería a pegar una taza de cerámica china esperando que los demás no lo noten?
Agarra un pedacito y se entristece de pronto. Quizás un chino en algún lugar de China diseñó esa taza y luego otro chino la hizo y quizá no le pagaron bien a ese chino que tiene una familia como la de ella, pobre, pero más pobre; una familia que no puede permitirse tener tazas, ni siquiera chinas. Porque hay en el mundo gente más pobre que ellos, según la abuela, aunque la tía no crea que son pobres. A la tía le gustan sus tazas finas, sus pañuelos de seda y sus lámparas de cristal de bacarat.
Ahora la taza está rota, la favorita, ella la rompió y vuelve a mirar alrededor sin ubicar un túnel de escape. ¡Qué difícil puede resultar esconder una simple taza rota! Tal vez eso pasó con sus padres, rompieron algo tan grande y tan difícil de ocultar que tuvieron que esconderse ellos y la dejaron sola para encargarse de este desorden, para tratar de pegar los pedazos de una familia que es como esa taza para la que no encuentra escondite. Quizás ellos encontraron el túnel. Habrá que comenzar a excavar.

Acerca de la autora:
Flor Marina Yánez

jueves, 3 de mayo de 2012

Polvo sois - Flor Marina Yánez Lezama


Tan sólo ayer el polvo yacía, sumiso, bajo mis pies. De vez en cuando se atrevía a invadirme como una polvareda, pero volvía a rendirse, ante la firmeza de mi paso. Con el tiempo aprendimos a conocernos. Yo podía entonces adelantarme a sus desmanes, esquivar sus manotazos, usarlo como camuflaje o carnada. Me confié de su docilidad, de su apariencia servil, de su tácita declaración de derrota. Bajé la guardia y él comenzó a urdir su estrategia de guerrilla. En silencio, penetró por mis poros, escondiéndose en las grutas de mi cuerpo. Con paciencia buscó el momento preciso, cuando mi andar perdió fuerza y mis pasos firmeza. Ahora me someto a diario a la tortura de sentir su risa, desde adentro, estremeciendo mis huesos. Me resigno, árbol en ruinas, a esperar ese día, próximo, en el que yo ya no seré yo, sino polvo bajo los pies de algún incauto que pensará que me domina. Y sonrío.

Acerca de la autora

sábado, 7 de abril de 2012

Manos, las de ella, las de él - Flor Marina Yánez


Supo que era Él desde el primer día en que sus ojos se cruzaron. Ella jugaba a la rayuela en plena calle y él la atrapó antes de que el traspié que provocaron sus ojos negros se convirtiese en sangre y mugre. Lo amó con fidelidad y en silencio cuando la pubertad abrió los botones de sus senos. Sufrió su indiferencia, padeció la distancia que la separaba de su cuerpo y día tras día tejió la red con la que poco a poco lo aproximaría a su lecho. Lo conoció íntimamente en la soledad de sus ardores insomnes, impregnó de su olor cada el pensamiento, recorrió una y mil veces en la soledad de su cuarto, el túnel que separaba a sus manos, las de él, del fruto del placer anhelado. La noche de bodas no fue entonces sino la continuación de las fantasías que la habían convertido en mujer. Él, que poco entendía de asuntos metafísicos, se apartó con brusquedad del lecho maldiciendo aquellas manos invisibles, que le habían robado la inocencia a su pequeña y le dejaban a cambio esa mujer usada y mentirosa que estaba a punto de dejar

martes, 20 de septiembre de 2011

El escondite - Flor Marina Yánez


Teresa mira de reojo, una vez más, la taza tirada en el piso. Está rota. La taza de cerámica china, o ¿tailandesa? la rompió ella. No miró, nunca mira, pasa corriendo siempre, como una tromba, eso dice la tía y tiene razón. No es como Julita o como Armandito, que son menores pero más compuestos. Por qué los llevaron a vivir con la abuela. Por qué sólo ella se quedó allí. Espanta los pensamientos con un estornudo y trata de concentrarse en una salida. Empuja los ojos lejos de los destrozos y observa alrededor buscando algún resquicio para esconder la falta, mientras piensa en una excusa válida que haga más ligero el previsible castigo. Tal vez si sale al patio y la entierra en los platanales. O la mete en el horno viejo, el que no se abre hace años, porque huele a ratón muerto. Tiene que apurarse, los niños vienen de visita y les encanta armar cuentos a conveniencia; cuentos incompletos como los pedazos que se esmera en contar uno, dos, tres, cuatro, falta ese trozo de asa, dónde está.
De todos modos se darían cuenta. ¿Quién se atrevería a pegar una taza de cerámica china esperando que los demás no lo noten?
Agarra un pedacito y se entristece de pronto. Quizás un chino en algún lugar de China diseñó esa taza y luego otro chino la hizo y quizá no le pagaron bien a ese chino que tiene una familia como la de ella, pobre, pero más pobre; una familia que no puede permitirse tener tazas, ni siquiera chinas. Porque hay en el mundo gente más pobre que ellos, según la abuela, aunque la tía no crea que son pobres. A la tía le gustan sus tazas finas, sus pañuelos de seda y sus lámparas de cristal de bacarat.
Ahora la taza está rota, la favorita, ella la rompió y vuelve a mirar alrededor sin ubicar un túnel de escape. ¡Qué difícil puede resultar esconder una simple taza rota! Tal vez eso pasó con sus padres, rompieron algo tan grande y tan difícil de ocultar que tuvieron que esconderse ellos y la dejaron sola para encargarse de este desorden, para tratar de pegar los pedazos de una familia que es como esa taza para la que no encuentra escondite. Quizás ellos encontraron el túnel. Habrá que comenzar a excavar.

sábado, 10 de septiembre de 2011

Pax Lunae - Flor Marina Yánez Lezama


Desde que los desastres naturales, las guerras, los asesinatos y los suicidios masivos incrementaron el déficit en la capacidad de los cementerios terrestres y la especulación inmobiliaria terminó por limitar las posibilidades de ocupación de nuevos terrenos para el descanso en el más allá, la Luna ha empezado a cotizarse cada vez más como camposanto. Puede usted elegir entre pequeñas fosas en los cráteres menores, baratos nichos en los cráteres polares, o sofisticados panteones en las exclusivas regiones oscuras: a aquellos que quieran asegurar la Paz Eterna, se les sugiere reposar en el Mar de la Serenidad, para los que creen que la fiesta prosigue en la otra vida, nada mejor que el Mar de la Fecundidad. Los aventureros encontrarán acogedora la cordillera de los Alpes lunares. Las parcelas pueden adquirirse a plazos, con facilidades especiales para los poetas, quienes, ya se sabe, debieron ser desalojados de sus propiedades años antes, a fin de emprender tan ambicioso proyecto urbanístico.