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miércoles, 10 de febrero de 2010

La muerte y la naranja – Lord Dunsany


En la mesa de un restaurante de un país del sur, dos jóvenes morenos estaban sentados con una mujer. Y en el plato de la mujer había una pequeña naranja con una risa diabólica en el corazón. Y ambos hombres miraban todo el tiempo a la mujer, y comían poco y bebían mucho. Y la mujer les sonreía a los dos por igual. Entonces la pequeña naranja cuyo corazón reía rodó suavemente fuera del plato y cayó al suelo. Y los dos jóvenes morenos se agacharon al mismo tiempo para buscarla, y de pronto se encontraron bajo la mesa, y no tardaron en intercambiar palabras filosas, y el horror y la impotencia se apropiaron de la Razón de cada uno cuando se sentó indefensa en el fondo de la mente, y el corazón de la naranja rió y la mujer continuó sonriendo; y la Muerte, que estaba sentada en otra mesa con un hombre viejo, se levantó y se acercó a escuchar la querella.

Título original: Death and the Orange
Traducción del inglés: GvH

jueves, 2 de octubre de 2008

Charon - Lord Dunsany


Charon se inclinó hacia delante y remó. Todas las cosas eran una con su cansancio. Para él no era una cosa de años o de siglos, sino de ilimitados flujos de tiempo, y una antigua pesadez y un dolor en los brazos que se habían convertido en parte de un esquema creado por los dioses y en un pedazo de Eternidad. Si los dioses le hubieran mandado siquiera un viento contrario esto habria dividido todo el tiempo en su memoria en dos fragmentos iguales. Tan grises resultaban siempre las cosas donde él estaba que si alguna luminosidad se demoraba entre los muertos, en el rostro de alguna reina como Cleopatra, sus ojos no pordían percibirla. Era extraño que actualmente los muertos estuvieran llegando en tales cantidades. Llegaban de a miles cuando acostumbraban a llegar de a cincuenta. No era la obligación ni el deseo de Charon considerar el porqué de estas cosas en su alma gris. Chanon se inclinaba hacia adelante y remaba. Entonces nadie vino por un tiempo. No era usual que los dioses no mandaran a nadie desde la Tierra por aquel espacio de tiempo. Mas los Dioses saben. Entonces un hombre llegó solo. Y una pequeña sombra se sentó estremeciéndose en una playa solitaria y el gran bote zarpó. Sólo un pasajero; los dioses saben. Y un Charon grande y cansado remó y remó junto al pequeño, silencioso y tembloroso espíritu. Y el sonido del río era como un poderoso suspiro lanzado por Aflicción, en el comienzo, entre sus hermanas, y que no pudo morir como los ecos del dolor humano que se apagan en las colinas terrestres, sino que era tan antguo como el tiempo y el dolor en los brazos de Charon.
Entonces, desde el gris y tranquilo río, el bote se materializó en la costa de Dis y la pequeña sombra, aún estremeciéndose, puso pie en tierra, y Charon volteó el bote para dirigirse fatigosamente al mundo. Entonces la pequeña sombra habló, había sido un hombre.
—Soy el último —dijo.
Nunca nadie antes había hecho sonreír a Charon, nunca nadie antes lo había hecho llorar.