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sábado, 15 de diciembre de 2012

En un pueblito de pescadores – Oscar Wilde


En un pueblito de pescadores había un hombre muy querido de sus vecinos porque les contaba historias maravillosas que les hacían olvidar las duras penalidades de sus trabajos cotidianos. Cuando regresaba por las noches, todos los pescadores se sentaban a su alrededor y le decían: «Cuéntanos: ¿qué has visto hoy?» Y el contaba: «Pues he visto en el bosque a un fauno tocando la flauta y haciendo danzar, a los sones de ella, a un grupo de pequeños silvanos» Y al día siguiente volvían a preguntarle qué había visto, y él contestaba: «Al llegar a orillas del mar he visto tres sirenas, flotando sobre las olas, que peinaban con un peine de oro, sus verdes cabellos» Y aquel hombre cada vez era más querido y admirado por sus convecinos. Una mañana salió, como todos los días, del pueblo, y cuando llegó a orillas del mar vio, efectivamente, tres sirenas, tres auténticas sirenas, entre las olas, peinando con unos peines de oro sus cabelleras glaucas. Siguió su paseo y al internarse en el gran bosque vio, en un claro, a un fauno tocando la flauta, que hacía danzar a un grupo de silvanos. Y aquella noche, cuando regresó al pueblo, y sus compañeros le preguntaron: «¿Qué has visto hoy?», el respondió: «Hoy no he visto nada»

Tomado de “Obras completas”, Tomo I, 1943.
Traducción de Julio Gómez de la Serna.

martes, 8 de mayo de 2012

El hombre que contaba historias - Oscar Wilde


Había una vez un hombre muy querido de su pueblo porque contaba historias. Todas las mañanas salía del pueblo y, cuando volvía por las noches, todos los trabajadores del pueblo, tras haber bregado todo el día, se reunían a su alrededor y le decían:
—Vamos, cuenta, ¿qué has visto hoy?
Él explicaba:
—He visto en el bosque a un fauno que tenía una flauta y que obligaba a danzar a un corro de silvanos.
—Sigue contando, ¿qué más has visto? —decían los hombres.
—Al llegar a la orilla del mar he visto, al filo de las olas, a tres sirenas que peinaban sus verdes cabellos con un peine de oro.
Y los hombres lo apreciaban porque les contaba historias.
Una mañana dejó su pueblo, como todas las mañanas... Mas al llegar a la orilla del mar, he aquí que vio a tres sirenas, tres sirenas que, al filo de las olas, peinaban sus cabellos verdes con un peine de oro. Y, como continuara su paseo, en llegando cerca del bosque, vio a un fauno que tañía su flauta y a un corro de silvanos... Aquella noche, cuando regresó a su pueblo y, como los otros días, le preguntaron:
—Vamos, cuenta: ¿qué has visto?
Él respondió:
—No he visto nada.

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sábado, 13 de septiembre de 2008

El imán - Oscar Wilde


Había una vez un imán y en el vecindario vivían unas limaduras de acero. Un día, a dos limaduras se les ocurrió bruscamente visitar al imán y empezaron a hablar de lo agradable que sería esta visita. Otras limaduras cercanas sorprendieron la conversación y las embargó el mismo deseo. Se agregaron otras y al fin todas las limaduras empezaron a discutir el asunto y gradualmente el vago deseo se transformó en impulso. “¿Por qué no ir hoy?”, dijeron algunas, pero otras opinaron que sería mejor esperar hasta el día siguiente. Mientras tanto, sin advertirlo, habían ido acercándose al imán, que estaba muy tranquilo, como si no se diera cuenta de nada. Así prosiguieron discutiendo, siempre acercándose al imán, y cuanto más hablaban, más fuerte era el impulso, hasta que las más impacientes declararon que irían ese mismo día, hicieran lo que hicieran las otras. Se oyó decir a algunas que su deber era visitar al imán y que hacía ya tiempo que le debían esa visita. Mientras hablaban, seguían inconscientemente acercándose.
Al fin prevalecieron las impacientes, y en un impulso irresistible la comunidad entera gritó:
—Inútil esperar. Iremos hoy. Iremos ahora. Iremos en el acto.
La masa unánime se precipitó y quedó pegada al imán por todos lados. El imán sonrió, porque las limaduras de acero estaban convencidas de que su visita era voluntaria.