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lunes, 26 de marzo de 2012

Dimensión Extraterrestre - Adriana Alarco de Zadra


Desde Marte tratan de comunicarse con los pasajeros de una nave con rutas pre-establecidas. Pero es inútil, nadie contesta. No se atreven a suponer que haya caído en un agujero negro de antimateria espacial o que se haya detenido en algún lugar no previsto en la ruta. Ningún piloto en su sano juicio desobedece las instrucciones de vuelo interplanetario pues sería un plan inconcebible, suicida y sin precedentes.
Mientras buscan a la nave desaparecida con radares, ondas magnéticas y telescopios, a la imperceptible luz de las múltiples lunas, se acerca imperceptible, una nave al planeta. La descubren por el cambio de atmósfera al detenerse sobre la superficie árida y volcánica. Está cubierta por una capa de materia volátil que la ha envuelto en el espacio durante su trayectoria. Viaja imperceptible y rebosante de inusitado movimiento: en su interior se enroscan, fecundan y se multiplican voraces larvas, orugas y gusanos.
Como una amenaza volante en un artefacto que se ha detenido sin guía y sin mando, organismos desconocidos se alimentan de material orgánico e inorgánico para luego transformarse en monstruosos escarabajos devoradores de todo lo que encuentran, aún si es materia proveniente del vacío de una dimensión extraterrestre. Bajo el ojo aterrorizado detrás del telescopio, la nave pronto desaparecerá engullida por las feroces mandíbulas. Luego, cuando no quede más de qué alimentarse, se devorarán entre ellos si antes no descubren desde lejos la base aérea con sus ocupantes que siguen su proceso a través de lentes increíblemente potentes.

jueves, 23 de febrero de 2012

El iceberg - Adriana Alarco de Zadra


En medio de una neblina tupida y rodeada de agua por todas partes, trato de enfrentarme a la cruda realidad: me estoy muriendo. El frío me hiela hasta los huesos, no siento la cara y el último pez que hubiera llenado el vacío que siento en el estómago, se me escapó de las manos entumecidas y volvió a caer al agua.
Una niebla húmeda, persistente, gris y muda que atenúa los sonidos y los sentidos, las visiones y los sabores, una soledad infinita, una tristeza sin fin, es todo lo que me rodea.
Al rato me refriego los ojos para quitar la escarcha que se acumula en las pestañas. Una pared alta y blanca, casi transparente se va acercando al bote o quizás yo me voy aproximando; aún no he decidido lo que está sucediendo realmente.
El olor a sal se hace más fuerte, el sabor del último erizo me rebrota a los labios, el sonido del viento vuelve a estallar en mis oídos. ¿Regreso al mundo o me estoy embriagando de delirios?
Por la pared resbala el agua a chorros, lo que es inconcebible. ¿Se está derritiendo una isla ante mis ojos? Sí sé que cierta parte del planeta está en época de deshielo, pero ¿tan rápidamente? Olas impetuosas me empujan hacia el borde de la isla transparente que es de hielo lleno de carámbanos, sombras y fantasmas.
Anclo mi bote entre rocas blancas y bajo con precaución para no resbalar por los cauces que abren grietas en el suelo helado del lugar. Increíble es la cascada que vertiginosa cae al mar desde lo alto. Como un volcán de agua, como un crujir de témpanos, como un disolverse de la materia sólida en otra líquida, como un deslizamiento de tempestades que abre un barranco en un páramo de hielo.
¿Quién soy? ¿Alguien me pregunta que quién soy?
Una mujer extraviada, una exploradora, una náufraga de un barco ballenero sin hogar ni rumbo fijo. Quise ser descubridora, conquistadora, navegante, comandante; llenaba mi vida de sueños y mis ojos de mar. Mi vida se acaba y soy una gota de agua más en esta inmensidad. Yo no soy nadie. Puedo existir o no existir, soy algo más en medio de la vida que prosigue. ¿Y, cuál vida?
Camino como sobre escamas de hielo que se comienzan a fundir y a deslizar bajo mis sandalias que no me protegen del frío. Estoy entumecida cuando veo filtrarse entre la muralla de nubes grises un rayo de luz. Me detengo y alzo la cara hacia esa luz. Esa luz que es vida, que da vida, que ilumina la vida. Pero nada se mueve a mi alrededor.
El frágil suelo que piso, en cualquier momento se hunde y puedo terminar mis días atrapada en un hielo transparente.
El fulgor se hace más fuerte. ¿Es movimiento lo que veo?
Una sombra detrás de la muralla que se está derritiendo me hace pensar que hay algo más que yo en medio de los témpanos helados. Me aproximo mientras un destello refleja sobre los cristales y me ciega. Distingo una sombra que, al diluirse el entorno, descubre una nave distinta a todo lo que he visto antes. Es muy grande y redonda; rodeada de puntas que empiezan a girar lentamente, y esos extremos como cuchillos van rajando las paredes como tratando de librarse de un cascarón que lo oprime. ¿Se está liberando o está naciendo? Es enorme. Se desliza hacia la cascada y el agua termina de descubrir su inmensa mole. Es de metal brillante que gira y lanza rayos brillantes desde algunos orificios. No puedo moverme aunque el glaciar parece que se estuviera hundiendo. El frío o el rayo me han paralizado. Sólo observo, girando los ojos, lo que tengo alrededor. Mi cuerpo ya no me obedece. Me voy a congelar y me va a cubrir la escarcha de esta isla.
Saliendo de la cascada un ser extraño se aproxima. Un ser con sólo un ojo en medio de la frente. Un cíclope infernal, un monstruo que estuvo prisionero de la roca helada. Siento que me levanta con dos brazos escamosos, metálicos, potentes, y yo sigo inmóvil como una estatua de hielo. Sus pies enormes se dirigen hacia la nave que ha abierto un tabique en un costado. ¿El cíclope quiere raptarme, subyugarme, comerme, matarme? ¿Es un ser extraterrestre? ¿Es un sueño, un delirio o me estoy muriendo y es el camino al más allá?
Me desmayo del terror mientras la niebla alrededor va encerrando en su muralla helada el misterio de esa nave incógnita.

acerca del autor

martes, 21 de febrero de 2012

Hotel Zepelio - Adriana Alarco de Zadra


He decidido aventurarme en una de las Vacaciones de Ensueño que ofrecen los Hoteles Voladores Zepelio. Unos dan la vuelta alrededor del planeta, acercándonos a estrellas, satélites y asteroides como nunca antes habíamos pensado ver tan de cerca. Los que flotan bajo los océanos reflejan el mundo de abismos oceánicos y de animales que pueblan tales territorios acuáticos.
Existen otros Hoteles Voladores que se desplazan sobre las montañas y cumbres nevadas de las cordilleras, dando la sensación de vivir en medio del hielo eterno.
He escogido visitar la amazonía. El capitán del Zepelio nos ilustra la maravilla tecnológica que es este nuevo invento y sus características de extrema seguridad mientras lo escuchamos cómodamente sentados. Copio en mi diario sus palabras:
“Aquí, como en otros lugares, el Zepelio está sujetado por un dirigible que utiliza un nuevo tipo de combustible gaseoso, el Blaugas 15M, no inflamable, ligero como el aire y que permite una navegación a cuota constante en condiciones de clima sereno. Viajamos a una altura suficientemente segura de los peligros que nos rodean, como animales salvajes y lugares invadidos por la vegetación desbordante. Por lo tanto espero que no nos topemos con jaguares, pumas, tapires, otorongos, boas y otros bichos feroces. Este dirigible tiene sustentación estática y recorre parajes aún deshabitados, donde se puede encontrar belleza y tranquilidad, admirando paisajes inusitados y totalmente fuera del alcance de la mano destructora del hombre.”
Estamos felices. La estructura casi rígida de la carena del dirigible Z.R.S. 4/5, según el capitán, es indeformable. La potencia motriz y su máxima estabilidad lo hace lo más moderno en hoteles voladores. Sus puertas y ventanas se maniobran dinámicamente abriéndose y cerrándose con pulsantes comandados por energía solar.
A través de las paredes transparentes descubrimos las copas de altísimos árboles como la caoba de madera roja que se alza más de cincuenta metros sobre el suelo, cedros, castaños y cataguas de tronco blanco. Vemos orquídeas maravillosas que viven en las ramas más altas buscando la luz
Los papagayos, loros, periquitos, guacamayos de colores impactantes, los mot mot, verdes alciones, hoazines, jilgueros, tanagras y trompeteros surcan los cielos  en tropel, como manchas variopintas de nubes enardecidas. Más alto, vuelan con lentitud y elegancia los cóndores reales.
En las horas nocturnas, las luciérnagas y otros insectos luminosos aparecen en el cielo como miles de estrellitas y faroles que encienden la oscuridad de la floresta. Por el intercomunicador, el capitán nos permite escuchar el sonido que produce la selva, el viento, los gritos, cantos y lamentos de miles de animales que nos rodean. Es un lugar maravilloso con ese río inmenso de aguas frenéticas que se introduce en medio de la vegetación como una serpiente gigantesca. Me he atrevido a abrir la puerta de seguridad para sentir el olor de este mundo y observar las gigantescas mariposas. Cierro rápidamente cuando el piloto nos indica que está prohibido abrir las puertas y que debemos relajarnos.
Sin embargo, una garúa leve se está convirtiendo en implacable lluvia y después de pocas horas se escuchan los vientos huracanados rugir fuera del hotel. A pesar de que son frecuentes los ciclones que azotan esta zona, no están previstas perturbaciones atmosféricas de extrema violencia. El Zepelio ha bajado casi a ras del agua en medio de la laguna y vemos unos caimanes negros en las orillas abriendo sus fauces hambrientas, serpientes que se entrelazan entre los matorrales, enormes peces que asoman la cabeza entre las aguas
Afuera, el viento mueve la vegetación y con inquietud vemos pasar cerca a las ventanas, ramas y troncos partidos llevados por la corriente de aire.
Por la imperceptible ranura de la puerta entra una fila que se vuelve luego mancha oscura. Nos indica el piloto que las hormigas del lugar son especialmente carnívoras, agresivas y predadoras. Cumplen expediciones de caza bajo la lluvia superando todos los obstáculos, aún acuáticos, formando con sus cuerpos una cadena que funciona como puente. Eso no es tranquilizante pero no vamos a asustarnos por unas cuantas hormigas.
Sin embargo, repite que las hormigas atacan mordiendo, desangrando y despedazando a cualquier ser vivo que atraviesa su camino. Creo que delira. ¿Tendrá algún problema psicológico contra los insectos? Trato de llegar hasta la cabina del piloto para rogarle que levante el Hotel volador porque estamos muy cerca al suelo y nos golpean las ramas de los árboles, o que pida ayuda al Centro de Hoteles Zepelio y camino pisando las hormigas que han entrando al recinto.
Escuchamos un grito aterrorizante. No podemos entender lo que sucede, pero, al abrir la puerta de comunicación, sale el capitán moviendo los brazos con desesperación, cubierto totalmente por hormigas que lo están devorando. Ahora sí, corremos hacia la puerta de seguridad del Z.R.S. 4/5 pero no podemos abrirla. Estamos prisioneros del lugar y la salida está trabada. No puedo escribir más porque me trepan las hormigas por las piernas.

Nota periodística:
Un ciclón barrió la zona de la Laguna Sagrada el último fin de semana. Hasta el momento no han encontrado huellas ni rastros de los sobrevivientes. El Hotel Zepelio estaba cubierto y habitado por enormes hormigas arrieras, aladas, cazadoras, guerreras, ísulas, pucacuro y curcunchas. El Centro de Hoteles Voladores ha procedido a la desinfección y a la fumigación del local. Se presume que los turistas y el piloto abandonaron el lugar. Los siguen buscando en los alrededores.
Interrogado un habitante indígena, indicó que la Madre Naturaleza castiga a los turistas que se atreven a violar el Sacrosanto Espacio Aéreo de la Catedral Medioambiental y que si no hay sobrevivientes, probablemente habrán sido presa de las hormigas gigantes. Estas fantasías no nos impiden esperar el pronto rescate de los valientes turistas que se aventuraron hace pocos días en las selvas para sus Vacaciones de Ensueño en el Hotel Zepelio. Entre los objetos de los pasajeros, se ha encontrado el texto de un diario muy deteriorado que las autoridades están tratando de descifrar para levantar el velo de misterio que rodea esta circunstancia.

La autora:

viernes, 2 de septiembre de 2011

Prendedor de oro blanco - Adriana Alarco de Zadra


Llegué al Club donde me encontraba con mi padre a almorzar. Para estar a tono con el lugar me había colocado en la solapa de la chaqueta el prendedor de oro blanco con granate, regalo de mi abuela. Los techos abovedados, las molduras doradas y las pesadas cortinas hacían juego con los sillones tapizados en cuero verde, pero no con mi viejo pantalón y mi cabello revuelto.
La escasez de socias femeninas me daba una sensación de rechazo hacia los hombres, empingorotados, puliéndose los bigotes, hablando en susurros y observándome con desaprobación desde el balcón de sus ojos. Me sentí en el sótano, debajo de las cortinas de terciopelo y los sillones de cuero.
Rechacé el suave cóctel de fresas y bebí un agua mineral, pedí ensalada en vez del plato principal e infusión de anís en vez del pudín. Allí no había jóvenes. ¿Qué diablos pasaba con la diversión?
Mi padre no dijo una palabra mientras le hacía un inventario de mi existencia. El prendedor de la abuela era el único objeto de clase que me unía a ese salón espectacular donde la gente murmuraba y movía la cabeza asintiendo. Nadie se rebelaba contra nada.
Acabé la infusión, me levanté, arrojé la servilleta y salí, dando la espalda, con ese gesto de rebeldía que me caracterizaba, a esa sociedad insulsa, hipócrita y susurrante.
—Si no lo has notado —dije a mi padre—, no existes. Eres difunto desde hace cinco años y no necesito tu aprobación.
Aún así, hasta hoy me acompaña el prendedor de oro blanco y lo contemplo con nostalgia al pensar en mi vida azarosa en miles de ciudades extrañas donde fui dando vueltas por la vida.

Adriana Alarco de Zadra

miércoles, 31 de agosto de 2011

Sombra - Adriana Alarco de Zadra


Me desperté tarde ese domingo porque en invierno de noche, a menos que sea de luna llena, no existo para el mundo. Observé por la ventana el sol que entraba a raudales mientras preparaba el café cuando me di cuenta de que una sombra me seguía al otro lado de la mesa. Era una sombra sólida y brillaba contra la pared, por los anaqueles de colores. Extrañada y enojada por tal persecución cogí la tijera de trozar el pollo y separé la sombra que me seguía. La corté al borde y dio un salto hacia atrás. De pronto caí en cuenta de que todo era tan irreal que podía pertenecer a un sueño. Me despertaría luego, como una sonámbula, en la cocina. Continuaría mi vida deslizándome por las paredes, arrastrándome por los suelos teñida de negro, como cualquier sombra digna que se respete y todo resultaría otra vez normal en este mundo de sombras en el que vivo…


Adriana Alarco de Zadra

sábado, 13 de agosto de 2011

El galán - Adriana Alarco de Zadra


Saverio llegó a la Tierra a pasar sus vacaciones al calor del sol mientras que allá en el satélite temblaban de frío. En esa época en que la colonización de otros mundos y los viajes estelares eran frecuentes, los mundos paralelos se intercambiaban habitantes, mutantes o no. Esto sucedía para promover el turismo y el estudio interestelar paralelo. El joven ocupó el sitio especial en la mesa dominical mientras la abuela pretendía que tratáramos a los llegados de otros mundos con cortesía y respeto aunque a veces nos horrorizara su aspecto o el color de su piel. Además, muchas veces su trayectoria era completamente disímil a la nuestra en educación y conocimientos. El selenita me observaba desde el otro lado de la mesa con disimulo. No pensé, entonces, que el forastero tenía tanta predisposición para enamorarse y para los accidentes. No puedo decir que tenía un estilo arcaico, pero me sobresaltaba con sus ocurrencias.
Poco tiempo después de su llegada, se desplomó de la estatua del caballo donde trepó para declararme su amor, más cerca de las estrellas, y pasó la primera semana con la cabeza vendada. Se enganchó con las riendas metálicas del corcel, aún antes de comenzar el discurso que había preparado para mí. Al caerse de cabeza desde lo alto de la estatua se dio de narices en el suelo y tuvieron que recogerlo en camilla. Pensé que había cometido una tontería pero no se lo dije porque era un tipo muy sensible. Él estaba convencido de que estos accidentes no se repetirían. Finalmente, después del paréntesis, empezó nuevamente su declaración de amor trepado en un peñasco sobre el mar. Felizmente, esta vez se derrumbó donde las aguas son profundas. Desde el bote en donde lo pescaron, me gritaba que las letras se habían mojado y sus ideas yacían en el fondo del mar. Yo lo contemplaba desde la orilla, y si esa vez tampoco logré escuchar sus palabras de amor. Restablecido, Saverio quiso declararme su afecto desde un balcón lleno de historia. Yo, admirada por la intrepidez con que caminaba por aquellos maderos carcomidos, me retiré para observarlo de lejos, al momento en que se desbarrancaba a mis pies con gran estruendo, entre tablas y polillas. Él se torció la mandíbula con el golpe y aquella lesión fue la causa de la tartamudez que le cogió de allí en adelante.
Además de ser distraído, Saverio era un desastre. No era feo pero sí desgarbado. Muy alto y delgado como un oxidado florete de esgrima, caminaba encorvado y se enredaba con sus propios pies dando traspiés, no acostumbrado a la gravedad del planeta. Tenía una boca grande de oreja a oreja que sonreía en forma perpetua, una nariz muy larga, un poco ladeada hacia la izquierda, unas orejas en punta, antenitas caídas sobre la frente, y ojos saltones bajo unos párpados adormilados. Eso sí, siempre mostró gran amabilidad, poco frecuente entre los selenitas, o “lunarios”. Cuando me traía flores tratando de ser un galán, solía entregármelas con los tallos quebrados por usarlas como prolongación del brazo para espantar moscas y mosquitos.
Volví a ver a Saverio en la nueva Colonia de Marte, dos años después, cuando gané una Beca de Estudios Planetarios y me alojé en el cubículo estudiantil. Él tenía la misma sonrisa imborrable, antenitas decaídas, ojos saltones y su nariz larga se había vuelto más torcida por los golpes continuos de sus repetidos accidentes. Era un buen guía y me dio explicaciones exhaustivas sobre la historia de la conquista del planeta, sus héroes, sus dioses bárbaros, sublimes o imaginarios. Hablaba de Armagena, Lunicarpo y Kalígula como si fueran sus más íntimos amigos. A veces se le escapaban frases en el dialecto marciano o lunar que yo no entendía pero que escuchaba con respetuoso silencio. Recuerdo la noche en que fuimos a un Centro de Entretenimiento en horas de Descanso y Recreo Obligatorio. Allí conocí al novio de Simona, la hermana de Saverio. Los hermanos hablaron poco aquella vez, por lo que recuerdo, y yo me entretuve con el amigo de Simona. A mí me gustaba el novio de la hermana de Saverio, a él le gustaba la hermana de Saverio y yo le gustaba a Saverio aunque nunca me lo dijo porque se accidentaba en medio del discurso. Admirando la noche estrellada desde tan extraño y alejado planeta, así como las románticas lunas, el novio de Simona y yo trepamos a la robocicleta. Estábamos enfrascados en una conversación tan agradable sobre la curiosa sensibilidad de sus antenas, que sólo al llegar a la puerta del cubículo donde estaba alojada, nos dimos cuenta de que los hermanos no habían subido al aparato. Él regresó inmediatamente a recogerlos, pero no entiendo aún cómo pudo Simona pelearse ferozmente con su novio, un joven tan guapo, con antenitas tan avispadas y prolongadas, sólo por un pequeño descuido.
Nunca creí que Saverio trataría de suicidarse por su fracaso. Un día me dijo: “¡Escu-cú-peme, ódiame, pate-té-ame, pero no me mires con ojos de indife-ferencia!” Aún así, no me atreví a obedecerle. A pesar de todo lo sucedido, nunca me juzgué absolutamente culpable de nada. Tampoco me sentí agobiada por los fantasmas del remordimiento cuando supe que una noche, por la desesperación, Saverio había intentado torpemente de cometer un suicidio que ineludiblemente le falló, con el veneno para dragones y bichos inútiles que guardaba en una alacena de la oficina. Desde entonces, se terminaron de desmoronar sus antenitas, se volvió de un permanente color lila, y los otros habitantes de su Colonia natal en la Luna, donde regresó vapuleado moralmente, hasta el día de hoy lo miran con recelo y suspicacia. Regresé a la Tierra al terminar mis estudios y no volví a verlo a él ni a Simona ni al novio de Simona. Espero que se haya olvidado de mí y viva feliz en la Luna, porque ese galán amable y desgarbado, fue siempre irremediablemente distraído. En el fondo, era una buena persona, cordial, gentil y correcto.
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jueves, 14 de julio de 2011

Ejemplar de laboratorio - Adriana Alarco de Zadra


Santiago vive en un laboratorio. Ha nacido allí. Lo han tratado bien, no se puede quejar, pero no sabe lo que hay al otro lado de las paredes ni de las ventanas que dan a los pabellones diferentes del lugar en donde vive. Tiene muchos deseos de ver lo que sucede afuera. Desde pequeño ha tenido esa curiosidad pero ahora ya cumplió siete años, según le han hecho saber. Es tiempo de salir. Está pensando en un plan para poder escaparse y observar cómo es el otro lado del edificio donde vive. Hay muchos corredores con miles de puertas y rejas con candados. Las ha visto cuando lo llevan rodando en camilla de una habitación a la otra, de una sala de operaciones a un dormitorio de rehabilitación.
En las noches oye murmullos y alaridos pero no sabe de dónde provienen. Una vez vio a un animalito que se fugó y llegó cerca de donde él estaba en ese momento. Lo observó solamente a través del vidrio de una puerta porque lo cazaron y se lo llevaron, medio muerto de susto como estaba. Parecía una rata pero era más grande. Él ha visto algunos animales en la pantalla, cuando lo dejan mirar, porque generalmente, no le está permitido. Los instrumentos y aparatos que tienen allí son solamente para los médicos investigadores y no para los ejemplares de laboratorio, como le han dicho.
Conoce a casi todos los doctores, a las mujeres que barren en las mañanas y a los limpiadores de lámparas y vidrios. Cuando son nuevos, algunos van una sola vez y no quieren seguir trabajando allí. Probablemente se asustan de la responsabilidad pero el caso es que no los ve más. A veces, algunas personas le traen juguetes de regalo. Sobretodo las mujeres que barren. Felizmente, tiene un cuarto todo para él, donde puede hacer correr su camión de madera, jugar a la pelota o armar una guerra con sus soldados de plástico. No es muy grande y no tiene ventanas pero, al menos, es un lugar sólo para él. No conoce otras personas que se le parezcan, pero tampoco ha visitado los otros dormitorios. Habla con dificultad, cuando le preguntan algo, y sólo con los médicos que lo atienden.
No lo dejan salir del establecimiento porque no puede recibir los rayos de sol en su cuerpo. Además, ha estado muy delicado de salud últimamente.
Cada cierto tiempo debe quedarse en cama y lo alimentan a través de tubos y agujas que hincan por todo su cuerpo. Entonces, vienen otros médicos a examinarlo, a estudiarlo, a analizar su sangre y sus vísceras. Lo colocan sobre una camilla bajo muchas luces y lo revisan. Están horas contemplando cómo pasa la sangre por sus venas y cómo se mueve el corazón. Sí, porque su piel es transparente y pueden ver dentro de él como si, verdaderamente, no existiera para nada.
Felizmente tiene un nombre. Él es Santiago. Si no lo tuviera, pensaría que ni siquiera es alguien, porque ser transparente le da la sensación de disolverse en cualquier momento en el agua en que se baña, o bajo la luz artificial donde lo colocan para examinarlo.
Quiere salir del laboratorio y ver lo que hay afuera porque después va a pasar largo tiempo en cama. Dentro de poco le van a cambiar la médula espinal para ver cómo se comporta su cuerpo, según ha escuchado decir a los médicos cuando conversan entre ellos. No necesitan ni anteojos, ni radiografías, ni microscopios. Basta observarlo y, cuando se desnuda, él mismo ve cómo se mueven sus huesos, cómo corre la sangre, cómo llega el alimento hasta su estómago y luego baja por los intestinos. Ha aprendido todo eso, mirándose a sí mismo, a ratos, porque tampoco le permiten quedarse mucho rato sin la ropa.
Esperará a que sea la hora en que se retira la mayor parte de los médicos para procurar llegar a la puerta del establecimiento y ver lo que hay afuera. Ha pensado, con astucia, cómo hacer para que la puerta no se cierre del todo, y poder abrirla desde adentro.
Cuando escucha que se despiden los ayudantes, asistentes, auxiliares, médicos, investigadores, químicos, farmacéuticos y demás personas que lo rodean de día, se escabulle. Quita el cartón de la puerta donde lo ha puesto para impedir que se cierre herméticamente y sale de puntillas.
Al fondo de un corredor largo, ve escaleras en espiral y baja, un pie delante del otro, cogiéndose de la baranda porque teme caerse. Nunca ha bajado o subido una escalera. ¡Ya era hora que lo hiciera! ¿Cómo no se le ocurrió antes? ¿Es que estaba siempre medio dormido, o es que ahora está más despierto?
Paso a paso llega al fondo de la escalera que parece un caracol. Hay un reflejo en la pared. Se asusta porque parece una calavera andante. Acerca la mano y el reflejo acerca su mano. Se tocan y el otro es frío. Alza los brazos y el reflejo también alza los brazos. ¡Horror! ¿Esa calavera andante es él? ¿Un ser lleno de latidos por dentro, con una piel tan cristalina y delicada que lo cubre? Escucha latir su corazón y parece que fuera a salirse de su pecho.
Aterrado, corre hacia la puerta. No está cerrada con llave. Escucha que alguien lo llama desde lejos. No se detiene. La abre y sale finalmente al aire libre, al espacio exterior, fuera del laboratorio donde pasó su vida desde que nació. Los últimos rayos del sol, detrás del pabellón de enfrente, lo bañan de luz. Siente que la piel le quema, se incendia, le sale humo y poco a poco, se va desintegrando, disolviendo, desapareciendo hasta que queda sólo un montoncito de ropa, lavada, desinfectada y planchada, en el suelo.
Eso es todo lo que encontraron de Santiago, en la puerta del establecimiento médico, el día que tuvo el valor de asomarse fuera del laboratorio.

miércoles, 11 de mayo de 2011

Ignacia y el alma voladora - Adriana Alarco de Zadra


Cuando el marido de Ignacia falleció en el campo, trabajando de sol a sol, ella jura que vio su alma salir volando y zumbando por el aire hacia las tierras de arriba, en las alturas de los Andes.
Esperaba el regreso del difunto a su hogar, después de cinco días, y que le dijera, como todas las almas que se respetan:
-Ya he vuelto. No voy a morir todavía para siempre.
La familia era muy pobre y debía trabajar mucho en los andenes para sustentar a la numerosa prole. Así es que esperaba el regreso del alma de Santiago, su marido, con gran alegría, la misma que vio salir volando hacia lo alto, zumbando y silbando como suelen hacer las almas.
Ignacia, sus hermanos y sus hijos siguieron trabajando las chacras y lo esperaban el día que debía llegar, cinco días después de su fallecimiento, para ayudar en los quehaceres del campo.
Sin embargo, Santiago no se hizo ver ese día y sólo apareció al sexto día. Ignacia estaba muy enojada y lo reprendió:
-¿Por qué eres tan perezoso? ¿Por qué no has regresado como todos los demás que llegan sin falta al quinto día? ¿Por qué nos has hecho esperar ayer en vano?
Así diciendo le arrojaba las corontas del maíz a la cabeza y perseguía el alma de su difunto esposo por los andenes, mientras ésta corría para escapar de la furia de su mujer.
-No he podido llegar antes porque no me has dejado alimento para mi viaje, ni bebida para la sed, respondió el alma, tapándose la cara, asustado y avergonzado.
Sin embargo, Ignacia seguía molesta y gritando. Después de muchas horas, como no se calmaba la mujer, el alma decidió morirse de veras: produjo un ruido sibilante, se disolvió en el aire y desapareció en lo alto, en camino a las tierras de arriba.
Es por esta razón que, hasta hoy día, Ignacia lleva comida y bebida a la sepultura durante cinco días, todos años, en el aniversario de la muerte de su ser querido, con la esperanza de que no se haya ido todavía a las tierras de arriba y pueda regresar otra vez entre los vivos.

domingo, 20 de marzo de 2011

Sótanos, áticos y depósitos - Adriana Alarco de Zadra


Es muy triste que ya no existan los sótanos, áticos y depósitos en las antiguas casas familiares. Recuerdo que cuando era niña vagaba por esos lugares buscando tesoros, como podían ser anti ...guas monedas, tapas doradas de lapiceros de tinta, discos de la vitrola con manizuela, baúles llenos de ropa de terciopelo y encaje, cartas desteñidas por el tiempo y el aire salado de los barcos. Así también, cintas separadas en cajas, como largas o cortas y esas últimas servían para adornar a mis muñecas.
Una vez encontré un espejo de marco dorado con un fantasma al fondo que me conversaba. Traía un pañuelo bordado con manchas de rouge y de vino tinto, como triste recuerdo de la última fiesta a la que asistió. Lo reconocí luego entre los retratos oscurecidos de personajes atemorizantes que se guardaban en el ático. El fondo mostraba un cielo tempestuoso y un paisaje demasiado alucinante para ser real. Los relatos de viajes y aventuras de mi amigo del espejo, llenó mi imaginación de fantasía desde muy tierna edad. Entonces no existía el televisor y yo pasaba horas delante del antiguo espejo escuchando sus historias.
Hoy, cuando veo que se botan a diario los lapiceros, los pañuelos, o se cambian los celulares, las casas y hasta las parejas cada año, me pregunto ¿adónde va todo eso? ¿Y las personas olvidadas, se esconderán en los espejos? Por las dudas, nunca dejo de atisbar los reflejos en cada uno de ellos que veo, porque quizás pueda encontrar otra vez al fantasma de mi niñez para agradecerle por las horas encantadas que pasó conmigo y decirle que yo sí lo recuerdo con cariño.

jueves, 24 de febrero de 2011

América – Adriana Alarco de Zadra


Por falta de sumisión hacia un marido impuesto por la familia, María Cano fue tachada de mujer inferior, impura e infiel por la Inquisición en el S.XV. Escapó de las mazmorras vestida de varón a caballo de un rocín más flaco que Rocinante y llegó a un puerto sobre el Mediterráneo. Con coraje y gritando “al abordaje”, se trepó a un bergantín pirata y se aparejó con cimitarra, daga y puñal. Sin que la vieran se tiñó con carbón sobre el labio superior tratando de parecer mancebo. Barco va, barco viene o puerto va, puerto viene, terminó en una carabela con Vespucio al mando, el cual descubrió su verdadera identidad cuando le robaron la ropa que lavaba a escondidas. La cobijó bajo su cobija y al llegar al Golfo de México, entre islas caribeñas y ocasos en el Atlántico y el Pacífico, le concedió su amparo y decidió ponerle nombre al nuevo continente, pero no Américo sino América en honor a su amante María Cano, pirata sin ropa y desvergonzada por naturaleza.

domingo, 3 de octubre de 2010

Unión Andina - Adriana Alarco de Zadra


Gracias a las nuevas disposiciones, los países andinos se han unido para llevar adelante los nuevos proyectos tecnológicos. Por eso están a la vanguardia en el mundo ya que tienen materia prima, mentes brillantes, laboratorios monumentales y acceso a maquinaria experimental que está prohibida en otros países por leyes infaustas.
En la Unión Andina tenemos la facultad de reglamentar los hechos según nuestra propia experiencia y necesidad de recopilar fondos. Quien da más puede contar con nuestra participación para aprovechar su idea, para desarrollarla, para dar a luz nuevos experimentos en clonación, en genética, en mejoramiento de razas y de inteligencia. Nuestras investigaciones no tienen nada que envidiar a los países desarrollados ya que somos nosotros, en este momento, los más desarrollados en este tipo de experimentos.
Los invitamos a conocer nuestros Laboratorios, situados en las zonas andinas más recónditas de nuestro continente. Allí pueden disfrutar de los placeres reservados para los invitados, en el Laboratorio Clonandino. Está ubicado en zona de Reserva Nacional por lo que tenemos a nuestra disposición, especimenes únicos para la reconstrucción de razas y de genes.
La clonación en estos últimos años ha avanzado a pasos agigantados. El Laboratorio Clonandino se especializa, no solamente en clonar animales para mejorar las razas y producir sanos y fuertes ejemplares de caballos, carneros, cerdos, conejos y gallinas para uso y consumo de la población, sino también otras avanzadas, modernas e inusitadas investigaciones.
Estamos orgullosos de contar con ameritados científicos que prosiguen con dedicación y esfuerzo los estudios para clonar especies en vías de extinción, como son la chinchilla, el ronsoco y la vizcacha entre los mamíferos de la zona, el caimán, la iguana y la tortuga entre los reptiles y la gallareta, el ñandú, el paujil y el zambullidor entre las aves.
Clonandino también ha tenido el acierto empresarial y humanitario de clonar miembros para los discapacitados. Se ha podido insertar un ojo en la órbita visual de un paciente, desgraciadamente tuerto de nacimiento, quien ha quedado perfectamente sano, con una vista excelente en ambos ojos, uno de ellos clonado. Estimulados por el éxito de dicha operación se han empezado las investigaciones para hacer crecer piernas a quienes las han perdido, y también brazos. No se ha discutido aún, en el afamado Laboratorio, la posibilidad de clonar cabezas porque todavía no está al alcance de los progresos que se han hecho hasta hoy, como ha explicado uno de los eximios científicos de dicha Institución. Sin embargo, creemos que no está lejano el día en que se pueda perfeccionar la ciencia de la clonación de miembros individuales en los seres humanos y que se puedan clonar así todas las partes del cuerpo humano.
Últimamente, según ha explicado a la prensa el enviado especial del Laboratorio Clonandino, los científicos se están dedicando con empeño al desarrollo e investigación de la clonación del miembro masculino para quienes lo han perdido accidentalmente o, a causa de su avanzada edad u otros incidentes, no le funcione debidamente. Se ha ejecutado, con gran éxito también, el implante del órgano, pero se está estudiando la forma de hacer posible el crecimiento individual del miembro en el cuerpo humano. Todo ello está descrito minuciosamente el libro que acaba de terminar el Dr. Néfast, gran cirujano de la Institución.
A esta investigación no se le ha dado aún la debida publicidad pues existen algunos puntos y pautas en los cuales los científicos no se han puesto de acuerdo. Sobretodo por la incesante indiscreción de los miembros de la entidad llamada Dediconin, que salvaguarda los Derechos de los Discapacitados que sirven como Conejillos de Indias en los experimentos del Laboratorio Clonandino.
Por esa razón, se ha dado prioridad al análisis de los hechos. Aún se está tratando de develar el misterio que rodea la desaparición de algunos pacientes, de los cuales no se halla el paradero desde hace ya un par de meses, y no se han podido encontrar huellas de lo sucedido.
El familiar de uno de los desaparecidos ha informado a Dediconin, que Clonandino ha practicado experimentos prohibidos con varios pacientes, entre ellos su anciano padre, pero aún no existen las pruebas de sus acusaciones. Los científicos han descartado como ridículas las elucubraciones de la persona en cuestión.
Según el señor Perico de los Palotes, persona que ha iniciado la gestión en contra del Laboratorio, las personas desaparecidas han muerto. Su explicación es que, siendo alérgicas a las sustancias inyectadas en los pacientes para producir la clonación individual de partes del cuerpo humano, el Laboratorio Clonandino se ha visto en la necesidad de deshacerse de dichos pacientes por lo que probablemente están muertos y enterrados. Está armando un gran alboroto porque asegura que a causa de la expectativa que se levantó al enterarse la prensa de tan extrañas manipulaciones para volver más varoniles a las personas, la fatalidad se había ensañado contra esas pobres criaturas usadas para los experimentos fatídicos.
Como en una película de horror, está azuzando a la gente para que asalten el prestigiado Laboratorio Clonandino y tumben las paredes del sótano detrás de las cuales se habrían enterrado los cuerpos monstruosos y distorsionados de los pacientes usados en dichos experimentos y manipulaciones. Asegura que durante una visita vio un cuerpo que poseía dos cabezas sobre un mismo tronco, y otro a quien le creció un ojo en la frente en vez de crecerle en la orbita visual. También tiene la pretensión de haber visto con sus propios ojos a su anciano padre a quien le habría crecido un tercer brazo en la zona inguinal en vez del miembro varonil.
Imaginarse esos seres deformes debe ser producto solamente de una fantasía enfermiza y corrupta. Por lo cual, en vista de tan alocadas e inverosímiles historias, se ha decidido poner fin a la cruenta especulación malvada y feroz, y encerrar a don Perico de los Palotes en el manicomio de la ciudad más cercana. El Laboratorio Clonandino seguirá estudiando, experimentando y llenándonos de orgullo patriótico, a todos los miembros de la Unión Andina, según lo que ha dictaminado el Juez de Primera Instancia. La entidad Dediconin ha declarado que no cejará en su empeño y seguirá sus investigaciones para defender los Derechos de los Discapacitados usados como Conejillos de Indias.

martes, 29 de junio de 2010

Teratos - Adriana Alarco de Zadra


Soy Hilario. Desde pequeño podía caminar, correr y saltar mucho más alto y más ligero que mis compañeros. Mientras ellos tenían sólo dos piernas, yo tenía cuatro que me ayudaban a ser rápido y veloz. El entorno, luego de las catástrofes del medio ambiente, causó cambios orgánicos en los seres humanos.
Aquí en Teratos se usan las piernas múltiples para producir energía. Nadie trabaja sentado. Todos lo hacen caminando sobre cintas rodantes que mueven la maquinaria.
Existen muchos seres extraordinarios y potentes. Los cíclopes mueven rocas en las montañas; los enanos hidrocéfalos son genios pensantes que han ideado esta ciudad del futuro. Las sirenas trabajan como jardineros acuáticos después del desastre ecológico producido en los océanos. Se dedican a cuidar corales, algas y plantas acuáticas y a revivir peces y mamíferos. La grandeza de esta ciudad está en su multiplicidad, en su duplicidad y su embriología experimental.
Cuando estudiaba en la Universidad Científica lo hacía caminando y produciendo energía, sin moverme del laboratorio. Experimentaba con membranas para usar como parches en los miembros dañados por los rayos que están destruyendo a los humanos. Los seres más fuertes resultaron ser aquellos que en la antigüedad se consideraban deformes y se culpaba de ello a una imaginaria posesión demoníaca. En cambio, son variaciones, mutaciones, modificaciones o desviaciones de un fenómeno anormal. Podría decirse que son anomalías del desarrollo que conducen a la formación de personajes dobles o duplicidad embrionaria, antiguamente llamados “monstruos”. Anomalías primitivas de la evolución producida por la sistemática destrucción del medio ambiente.
Entendí que a veces se producen dos núcleos en la masa celular formando embriones distintos y distantes con igual potencia evolutiva y el desarrollo de la duplicidad. Por eso estudié ciencias y me fascina clonar personajes dobles como los siameses. Esa fue la decisión más importante que tomé en mi vida. Clonar “monstruos”.
Empecé con seres de dos cabezas que piensan mejor que una. El ser con dos cabezas siente doble felicidad, tiene doble éxito y doble progreso en Teratos. Los ciudadanos de esta ciudad son generalmente asimétricos, a veces nacen con más de cinco dedos en las extremidades, o con una sola pierna que serían los sirenios, o con las extremidades reducidas. Y los seres dobles, cuando son siameses y tienen dos cabezas, son siempre del mismo sexo.
Actualmente estoy estudiando la posibilidad de clonar en una sola persona, los dos sexos, que no es el hermafroditismo conocido desde la antigüedad. Más bien sería un ser con doble personalidad, con dos cabezas y dos sexos y, quizás también, cuatro piernas para poder caminar más rápido, como yo. En ese caso, no habría la necesidad de unir dos personas para tener relaciones, sino que los seres con dos sexos podrían tener relaciones con sí mismos.
Ese sería mi experimento mayor. Y yo, Hilario, doctor en Teratología, podría recibir la condecoración más importante de la ciudad de Teratos si llego a lograrlo: El premio mayor por el “Futuro Ser Perfecto”.

viernes, 28 de mayo de 2010

El campo de batalla - Adriana Alarco de Zadra


Los soldados avanzan dos pasos al principio y luego un paso a la vez. Se van deteniendo al divisar las fuerzas enemigas en el campo de batalla. El suelo se tiñe de sangre negra y sangre blanca mientras saltan los caballos entre los cuadrados y sobre los heridos.
El rey y la reina vestidos de negro contemplan la batalla sangrienta mientras el rey huye y se esconde detrás de la torre. La reina se acerca con decisión al campo enemigo y hace trizas a los guardaespaldas del adversario que se deslizan diagonalmente para evitar la masacre.
El rey vestido de blanco está escondido en su torre y las dos reinas se enfrentan como el día y la noche. Son fuertes y veloces. Después de unos pasos de danza entre los senderos, las reinas se enfrentan con saña y rivalidad. ¿Quién es la más bella del condado?
Finalmente, la reina negra devora a la blanca y derrumba la torre del rey blanco que ha quedado sin resguardo. La noble pareja de negro queda reinante y la reina ha dado fin a la batalla con decisión y valentía.
Así termina el juego de ajedrez en una tarde de otoño frente a la ventana.

martes, 9 de marzo de 2010

La niebla - Adriana Alarco de Zadra


El viento frío del otoño me golpea y yo corro. Piso la hojarasca seca sobre el suelo empedrado que emite un sonido lamentoso. Los árboles del parque se alzan mudos mientras corro entre la niebla.

Al llegar a la banca conocida me dejo caer desalentada. ¿Acaso no es esto lo que busco? Él me esperará para huir lejos de casa, lejos del mundo, los dos solos y el amor entre nosotros.

La niebla espesa baja lentamente cubriendo árboles, arbustos, ramas y senderos del parque. ¿Tendré miedo? Él me aseguraba ayer que será una nueva vida. No importa adónde. Basta estar unidos.

Se oye el ruido de las hojas secas al caer entre la niebla. ¿Y si pasa y me deja sola en medio de esta pared que me rodea? ¿Y si se pierde y no nos encontramos? Él conoce bien el parque y ha dormido en esta misma banca varias noches, no sé cuándo ni por qué.

No tiene cuatro reales en la bolsa y he traído mis ahorros. Los toco. Allí están en el bolsillo, debajo del abrigo. No es mucho pero alcanzará para comer algunos días. ¿Y... después? Estoy temblando. Será de frío con esta humedad que entra lentamente y me envuelve toda. Me levanto y camino hacia arriba y hacia abajo. No debo sentir frío. Es comprensivo, es tierno, amable. Soy yo la que no sabe comprender.

La niebla ha llegado hasta el suelo. Me he alejado y no veo ni la banca del parque. Llegará, no me verá y se irá, seguramente. ¿Adónde si no tiene casa? ¿Y, si me toca dormir a mí también sobre bancas en los parques? Miedo y niebla. Qué triste debe ser una vida toda gris. Pero no. Hace frío. Es la humedad...

Desde que me besó en el parque, en esta misma banca, no han pasado muchos días. Su negro cabello revuelto, sus ojos que se ríen del mundo, que se ríen irónicos... Ríen también de mí.

No se ve nada y no me muevo de la banca porque estoy temblando y no puedo controlarme. Oigo un crujido y no sé si es la hojarasca o si es la banca donde estoy sentada. El miedo y la niebla me confunden. ¡Ahora lo oigo! ¡Son sus pasos que se acercan! ¡La niebla no me deja verlo! ¿Por qué no me llama? ¿Por qué no quiere pronunciar mi nombre? Los pasos se detienen. Se detiene también mi corazón de miedo, de dolor, de frío...

De un salto me levanto de la banca y corro entre la niebla. Corro y tropiezo y me araño con espinos y otros matorrales. Me cubro la cara con los brazos y sollozo desconsolada, alejándome de nuestro encuentro mientras las lágrimas bajan en tropel por mis mejillas. Oigo que me llama: “¡Antonia!”

Me escabullo llena de inseguridad, de angustia, llena de niebla que me envuelve y me alejo de mi amor, perdiendo mi última oportunidad de ser felíz... llenándome de gris, de miedo y de tristeza sin fin.

miércoles, 10 de febrero de 2010

El iceberg - Adriana Alarco de Zadra


En medio de una neblina tupida y rodeada de agua por todas partes, trato de enfrentarme a la cruda realidad: me estoy muriendo. El frío me hiela hasta los huesos, no siento la cara y el último pez que hubiera llenado el vacío que siento en el estómago, se me escapó de las manos entumecidas y volvió a caer al agua.
Una niebla húmeda, persistente, gris y muda que atenúa los sonidos y los sentidos, las visiones y los sabores, una soledad infinita, una tristeza sin fin, es todo lo que me rodea.
Al rato me refriego los ojos para quitar la escarcha que se acumula en las pestañas. Una pared alta y blanca, casi transparente se va acercando al bote o quizás yo me voy aproximando; aún no he decidido lo que está sucediendo realmente.
El olor a sal se hace más fuerte, el sabor del último erizo me rebrota a los labios, el sonido del viento vuelve a estallar en mis oídos. ¿Regreso al mundo o me estoy embriagando de delirios?
Por la pared resbala el agua a chorros, lo que es inconcebible. ¿Se está derritiendo una isla ante mis ojos? Sí sé que cierta parte del planeta está en época de deshielo, pero ¿tan rápidamente? Olas impetuosas me empujan hacia el borde de la isla transparente que es de hielo lleno de carámbanos, sombras y fantasmas.
Anclo mi bote entre rocas blancas y bajo con precaución para no resbalar por los cauces que abren grietas en el suelo helado del lugar. Increíble es la cascada que vertiginosa cae al mar desde lo alto. Como un volcán de agua, como un crujir de témpanos, como un disolverse de la materia sólida en otra líquida, como un deslizamiento de tempestades que abre un barranco en un páramo de hielo.
¿Quién soy? ¿Alguien me pregunta que quién soy?
Una mujer extraviada, una exploradora, una náufraga de un barco ballenero sin hogar ni rumbo fijo. Quise ser descubridora, conquistadora, navegante, comandante; llenaba mi vida de sueños y mis ojos de mar. Mi vida se acaba y soy una gota de agua más en esta inmensidad. Yo no soy nadie. Puedo existir o no existir, soy algo más en medio de la vida que prosigue. ¿Y, cuál vida?
Camino como sobre escamas de hielo que se comienzan a fundir y a deslizar bajo mis sandalias que no me protegen del frío. Estoy entumecida cuando veo filtrarse entre la muralla de nubes grises un rayo de luz. Me detengo y alzo la cara hacia esa luz. Esa luz que es vida, que da vida, que ilumina la vida. Pero nada se mueve a mi alrededor.
El frágil suelo que piso, en cualquier momento se hunde y puedo terminar mis días atrapada en un hielo transparente.
El fulgor se hace más fuerte. ¿Es movimiento lo que veo?
Una sombra detrás de la muralla que se está derritiendo me hace pensar que hay algo más que yo en medio de los témpanos helados. Me aproximo mientras un destello refleja sobre los cristales y me ciega. Distingo una sombra que, al diluirse el entorno, descubre una nave distinta a todo lo que he visto antes. Es muy grande y redonda; rodeada de puntas que empiezan a girar lentamente, y esos extremos como cuchillos van rajando las paredes como tratando de librarse de un cascarón que lo oprime. ¿Se está liberando o está naciendo? Es enorme. Se desliza hacia la cascada y el agua termina de descubrir su inmensa mole. Es de metal brillante que gira y lanza rayos brillantes desde algunos orificios. No puedo moverme aunque el glaciar parece que se estuviera hundiendo. El frío o el rayo me han paralizado. Sólo observo, girando los ojos, lo que tengo alrededor. Mi cuerpo ya no me obedece. Me voy a congelar y me va a cubrir la escarcha de esta isla.
Saliendo de la cascada un ser extraño se aproxima. Un ser con sólo un ojo en medio de la frente. Un cíclope infernal, un monstruo que estuvo prisionero de la roca helada. Siento que me levanta con dos brazos escamosos, metálicos, potentes, y yo sigo inmóvil como una estatua de hielo. Sus pies enormes se dirigen hacia la nave que ha abierto un tabique en un costado. ¿El cíclope quiere raptarme, subyugarme, comerme, matarme? ¿Es un ser extraterrestre? ¿Es un sueño, un delirio o me estoy muriendo y es el camino al más allá?
Me desmayo del terror mientras la niebla alrededor va encerrando en su muralla helada el misterio de esa nave incógnita.

jueves, 30 de abril de 2009

El astro nocturno - Adriana Alarco de Zadra


Cuentan los shipibos que el astro nocturno se enamoró de una nativa de la selva y en las noches penetraba con sus rayos hasta la casa de la mujer y la contemplaba. La india se dio cuenta de que alguien se escabullía en su morada y decidida a poner fin al hostigamiento, una noche cogió huito, que es una planta con que las indias se tiñen el cabello, y cuando sintió a su lado la presencia del intruso, que no era otro que Use-luna, volteó rápidamente y le pintó la cara de negro. El astro salió corriendo de la casa y se reflejó en el río. Al verse la cara sucia trató de lavarla, pero el tinte no le salía por más que refregaba. Muy avergonzado al no poder limpiarse la mancha, subió al cielo y no quiso bajar más a la selva amazónica a enamorar muchachas.

sábado, 4 de abril de 2009

El trueno y el relámpago - Adriana Alarco de Zadra


Un día la mujer del Sol cocinó tantos frijoles que rebosaron de la olla y empezaron a derramarse hasta que salieron de la casa, haciendo olas.
Cuando regresó el Sol a la casa, dejó colgando su rayo y su trueno.
—Dales de comer a estos niños —dijo el Sol a su mujer—, y prepara un plato de tripas.
Ella preparó las entrañas del ciervo y las dejó enfriar. Los niños hambrientos, creyendo que eran las tripas del animal, se comieron el rayo y el trueno.
—¿Qué tienen los niños que les salen luces de la boca y relampaguean? —se preguntó la mujer.
Al darse cuenta que se habían comido los relámpagos, empezó a gritar. El Sol llegó corriendo, cogió a los niños y los lanzó hacia arriba para que fueran inmortales.
Y los hijos del Sol se convirtieron en el Trueno y el Relámpago.

martes, 17 de febrero de 2009

La oscuridad - Adriana Alarco de Zadra


No veo.
Es como si me hubiera quedado sin ojos. La oscuridad me rodea y esta negrura me aplasta inexorablemente. Muevo los brazos como aspas y no toco nada. Todo es más sombrío que una noche sin estrellas. Existe una infinidad brumosa de penumbra por todos lados. Tampoco hay nadie... ni nada. No toco cosa alguna. Muevo unos pasos hacia delante pero no sé adónde voy. ¿Quién soy? ¿Seré una sombra desdibujada, brumosa, esfumada? ¿Adónde estoy? ¿Dentro de un enigmático laberinto lóbrego? ¿Por cuál razón me esconden? ¿Soy un monstruo, acaso? ¿Voy a desaparecer dentro de este agujero negro? ¿Voy a extinguirme, evaporarme, desvanecerme en un espantoso olvido? Desde hace un tiempo vivo encerrada aquí como un animal. Si me escuchan, ¡ayúdenme! Trato de percibir algún sonido. No oigo nada. Existe un silencio de tumba. ¿Estoy en una cueva? ¿En un sótano? ¿En un cementerio? A ratos escucho llantos, sollozos y lamentaciones. Me he enredado con mis pies, dando traspiés y se ha volcado algo… al parecer un recipiente. Me agacho. Pongo las manos en el suelo y parece que está húmedo. Saco la lengua para recoger alguna gota pero se me llena la boca de arena y piedras. ¿Por qué me castigan tan cruelmente? No es mi culpa si he nacido así. La tristeza me abruma y me persigue. ¡Qué desgraciada soy si nadie quiere verme… si causo horror en las personas…! Ni los reptiles me acompañan en este recinto oscuro. Adivino un leve movimiento. ¿Es lagartija, ratón o cucaracha? Lo que fuere, seguramente prefiere la luz y se escapa por algún agujero. Si ese ser se queda inmóvil, lo agarro antes de que escape y lo muerdo con esta boca partida y desgraciada. Paso la lengua por mi boca deforme. Me estoy volviendo loca. Todos me odian. Esta oscuridad es como la muerte. Yo no he hecho nada. ¿Por qué no quieren verme? ¿Por qué soy horrorosa? ¿Por qué subsisto en medio de penumbras sin poder vislumbrar ni una sombra? No es justo. No es mi culpa si he nacido con el labio partido o leporino. Seré fea pero no soy mala. ¡Ayúdenme! ¿Por qué nadie me ayuda? ¡Quiero salir de aquí! ¡Salir de aquí! ¡De aquí! ¡De aquí! ¡De aquí!
O me voy a morir muy pronto…

sábado, 7 de febrero de 2009

La campana de cristal - Adriana Alarco de Zadra


A miles de años luz desde la Tierra existe un planeta pequeño que se observa como un punto lejano y luminoso en la mutable inmensidad del cielo. Su ciudad, Planetaria, está iluminada con luces de colores y los edificios, siempre en movimiento, se desplazan en círculo. Astra recibió su primer helivolante para aprender a volar, por medio de palancas y botones, y a elevarse del suelo. 
—¡Nuestro mundo mineral es tan fascinante que pienso que este planeta es el mejor de la galaxia! —le comenta Astra a su amiga Lunisol, al regresar del paseo, mientras beben jugos color lila. 
El conjunto de edificios está construido de tal manera que se eleva por los aires, dentro de una campana de cristal, movida por turbinas. Hay terremotos frecuentes y a veces al planeta es amenazado por algún peligro, como meteoritos o asteroides. Fuera de los centros poblados, el panorama es macizo, con volcanes en constante erupción, minas y abismos profundos. De pronto, un remezón las asusta y observan la gigantesca campana de cristal que baja desde lo alto cubriendo por completo la ciudad, que empieza a elevarse por los aires con sus círculos, su plaza, sus edificios y sus habitantes. Están adentro de un espacio vacío que las absorbe y transporta íntegramente a otro lugar. Vuelan edificios, campos de cristal y vegetación. Rocas enormes ruedan cayendo a los abismos. Aberturas se cierran escondiendo los tesoros de sus piedras preciosas. Los mineros vuelan en helivolantes y algunos alcanzan el refugio que está cubriéndose bajo otra campana transparente. Varios trabajadores han quedado encerrados dentro de las entrañas del planeta. Viajan hacia un horizonte desconocido, levantadas en vuelo, prisioneras de su propio esplendor, buscando la planicie inmensa donde se colocará nuevamente Planetaria, la ciudad de cristal. Sismos y movimientos telúricos han azotado el planeta otras veces pero las jóvenes no se desaniman ni se abaten. Aman su hogar y su modo de vivir. No conocen otra historia. Al ver volar la ciudad Planetaria, unos mineros en otra campana las saludan, enviando mensajes telepáticos. Un día se encontrarán nuevamente y continuará la vida en este planeta lejano y fascinante. 

domingo, 1 de febrero de 2009

El Hijo del Demonio - Adriana Alarco de Zadra


¿Qué me pasó? ¿Por qué robar esas monedas de la tienda y escaparme? Es mi culpa y estoy tan triste y tan avergonzada que no sé qué hacer. Todo sucedió tan rápido que a veces creo que ha sido una pesadilla.
Un día cualquiera le dije a mi madrina que estaba mal pero contestó que no me quejara, que ella debía preparar los cirios de la iglesia y que no necesitaba lamentos ni majaderías. A escondidas, devuelvo todo lo que como en el callejón y cada día tengo más náuseas. Estoy segura que algún alimento me ha caído mal y estoy enferma. Tengo miedo que se enoje mi madrina y diga que soy una carga. Sigo trabajando en la tienda y en el traspatio me siento detrás del corral a descansar a ratos. No me pasa el malestar y al cabo de un tiempo alguien se tendrá que dar cuenta. 
Finalmente, una tarde mi madrina me atrapó vomitando. Cree que estoy envenenada y ha llamado a las comadres del pueblo. Inmediatamente me han amarrado cuerdas de lana roja en las orejas para quitar el mal de ojo. La beata Mercedes ha traído agua bendita que me ha dado de beber; Angustias, la mujer del tendero, llora y reza el rosario; Lucrecia, la costurera, me ha hecho abrir las piernas y me ha hincado muy adentro con uno de los palos de tejer que trae en su bolso. 
Después de arrodillarnos todas para rezar en la cocina, vomité otra vez y entonces decidieron llamar a la comadrona que sabe más de estas cosas. Llegó corriendo, me desvistió, me palpó, me miró y dijo: 
—No está envenenada sino embarazada. —Mi madrina puso el grito en el cielo. No sé por qué razón me pasan estas cosas. Creo que algo sucedió el día que el tendero, don Ramón, me dijo que me abrazaba porque me quería, luego se puso a jadear y a gruñir y sentí un ardor en el bajo vientre cuando me golpeó con un palo duro y me dolió mucho. Debe haberme hecho daño porque mi ropa estaba manchada de sangre. Si así es como me quiere, prefiero que me odie pero me dijo que no contara nada porque me iba a moler a golpes. 
A veces creo que me voy a desmayar. Ya no quiero ir a trabajar a la tienda pero mi madrina me manda siempre para ganar algunas monedas y no tener que mantenerme gratis. Pasan los días y no puedo matar los pollos y desplumarlos como antes. El tendero ya no me abraza y me mira de reojo. 
¿Qué voy a hacer? 
El cura me ha preguntado si he hecho cosas malas y con quién, ya que los únicos hombres que se quedan en el pueblo de día son el señor cura mismo y don Ramón que es tendero, sacristán, hombre decente y esposo ejemplar. Los otros llegan de noche de la mina y nunca los veo. Le he contestado que no sé. No me ha dado su bendición porque no me puedo arrepentir de lo que no sé.
Lo mismo le he repetido a mi madrina que me acompaña a la iglesia y a las comadres que cuchichean. Ellas han llegado a la casa una tarde con velas, cánticos y letanías y me han asegurado que al agacharme a orinar en el callejón, se ha metido un sapo a mi vientre y que tengo adentro al hijo del demonio.
Por la decocción de hierbas que me ha dado la comadrona de tomar, he sangrado mucho y me han venido unos retortijones que pensé que me moría. Desde entonces, mi madrina no me habla. Solo me dice que tengo que rezar mucho. Pero cada vez que paso por la iglesia me señalan con el dedo como la del pecado mortal y la que abortó al hijo del demonio. 
Creo que me voy a ir del pueblo. Todo es mi culpa por orinar en el callejón. Estoy avergonzada, adolorida y espantada. Voy a tomar el primer camión que pase por la carretera y no voy a regresar jamás. Llegaré a esa ciudad lejana donde dicen que hay escuelas, teléfonos y tranvías. ¿Y, luego, qué será de mí? ¿Habrá pollos para desplumar? ¿Podré dormir bajo un árbol y ver las estrellas? Yo me puedo cuidar sola porque pronto voy a cumplir los trece años. Y, al menos, allí nadie sabrá que he llevado en el vientre al hijo del demonio.