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domingo, 6 de enero de 2013

Quince segundos - Peio Soria Jimeno


Mientras recojo mis gafas del frío suelo de la sala, los gritos del educador del turno de noche consiguen espabilarme antes de que Javier vuelva a abalanzarse sobre mí. A trompicones logro entrar en mi despacho y cierro la puerta atrancándola con mi espalda, mientras Javier la golpea con violencia desde el otro lado. Joseph, el educador, intenta tranquilizar a mi joven paciente que con cada golpe en la puerta consigue desplazarme unos centímetros.
Son los quince segundos más largos de mi vida. Cada puñetazo en la puerta resuena como una campana en mis oídos y rompo a sudar por el pavor que me domina.
—Tranquilo Javier, ya pasó escucho la voz de Joseph al otro lado de la puerta. Por fin ha conseguido calmar al gigantón, que respira tan entrecortada como escandalosamente fuerte. Ya no hay golpes, pero no puedo moverme. Me encuentro inmovilizado… y no por el miedo precisamente. Es la vergüenza provocada por mi orgullo, la que me clava al suelo de mi cálido y acogedor despacho.
—La crisis ya terminó, doctor me dice Joseph desde el otro lado. “Sí” pienso. La de Javier ya terminó, pero la mía comenzó con el último de sus puñetazos…

Acerca del autor:
Peio Soria

sábado, 6 de octubre de 2012

Una ventana abierta - Peio Soria Jimeno


Una ventana abierta era lo único que había en aquella oscura habitación de paredes tan negras como el carbón. Al despertar, se encontró tirado en el húmedo suelo, como si hubiera sido arrojado cual cigarro consumido. Se levantó e intentó llegar a la ventana, pero no pudo alcanzarla. Estaba demasiado alta.
Quiso calmarse palpando cada centímetro de la pared a diferentes alturas, pero la desesperación le poseyó al comprobar que ninguna tenía puerta. Estaba encerrado, atrapado entre cuatro paredes tan lisas como una lápida, y sólo aquella inalcanzable ventana abierta le brindaba la posibilidad de escapar. Por eso gritó desesperado pidiendo ayuda, con la esperanza de que el viento transportase su voz hasta los oídos de una persona dispuesta a ayudarle. Pero nadie contestó.
Pasaron los días y sólo la luz del sol le visitaba entre noches, pero sus rayos no eran lo suficientemente sólidos para trepar por ellos. «No me quedaré aquí» Gemía. «Saldré y seré libre», se repetía como un mantra mientras se abrazaba a sus propias piernas. Tras la desesperación vino el miedo y después la sed, el hambre y el agotamiento, haciéndole imposible discernir con claridad entre realidad y ficción. Así llegó su salvación, pues en uno de sus extraños sueños alzó el vuelo y pudo alcanzar la ventana. Escapó a través de los vientos, se elevó más allá de las nubes y llegó a la quietud del espacio.
Aún hoy puede escucharse su mantra entre los ecos siderales «Soy libre, soy libre.»

Sobre el autor: Peio Soria