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domingo, 20 de abril de 2014

El haiku - Sergio Fabián Salinas Sixtos


Una tarde, nos reunimos Ulises Luna, Pepe Daconte y yo en el Café Ik de la calle Independencia. El aroma a café tostado y el chocar de tazas de las mesas vecinas, incitaron a Daconte a contar una de sus historias de detectives —tenía dos años retirado y aún no lo abandonaba la nostalgia—, sin dejar de garabatear en su libreta caricaturas de las personas que ocupaban las mesas vecinas dijo: —Voy a contarles algo que sucedió hace años, llega la idea, ya que no puedo quitar la vista de la portada del libro que lee la joven a la que estoy retratando. Miré el dibujo, no era malo, pero a veces Daconte exageraba con sus pretensiones artísticas. El libro de la joven era una antología de haikus clásicos japoneses: Issa, Buson, Shiki y otros. —En 26 de septiembre de hace cuatro años —comenzó Daconte—, recibí una llamada urgente de mi jefe, habían asesinado en su departamento a la prestigiosa poetisa Xóchitl Guadarrama, tal vez recuerden el caso, la prensa amarillista hizo un escándalo del homicidio. —Lo recuerdo, se descubrió que fue un crimen pasional más no tenía idea de que estuviste involucrado en el caso —dijo Ulises Luna. —Las consecuencias del crimen me tienen sin cuidado —dijo Daconte haciendo una mueca de desdén—, lo interesante, es que se cumple aquel viejo refrán: "genio y figura hasta la sepultura". Aquella mujer: escribió libros de poemas, acaparó premios literarios y vivió la poesía hasta el final de su vida. No soy una autoridad en el tema ni mucho menos, pero sé distinguir entre el trabajo de un aficionado y un profesional en casi todos los campos útiles para mi profesión. —Daconte haciendo gala de su terrible modestia, hizo una pausa teatral mientras cerraba su libreta de apuntes y apuraba su café con leche, pidió uno más a la camarera y prosiguió: —Me dirigí al conjunto urbano Nonoalco Tlatelolco, al departamento 576 del edificio Cuauhtémoc. Los policías de a pie con los que me encontré estaban desconcertados por la evidencia encontrada o mejor dicho por la falta de evidencia; la poetisa había sido apuñalada y no había rastro de lucha en el departamento, ni arma homicida. La única pista palpable era un pequeño poema escrito, con la propia sangre de la víctima, a un lado del cadáver. Todo hacía suponer que la poetisa había escrito esos versos, quizá como testamento literario. Algunos de mis compañeros lo pensaron así. Soy escéptico en todos los campos por naturaleza y rechacé la idea desde un principio, aunque la letra era errática y temblorosa había algo que no cuadraba. En la biblioteca de la poetisa, como es de suponer, estaban sus obras completas; revisé cada uno de los libros y leí los poemas; eran cantos al amor, la esperanza y a la vida. No estaba presente la métrica que desde pequeño me enseñaron en la escuela, todo el trabajo de la poetisa era prosa poética. —¿Había una diferencia con lo escrito en el piso? —pregunté tratando de recordar alguno de los poemas que sabía de memoria. —Sí, era un haiku, ya saben: pequeños poemas compuestos de tres versos que describen la naturaleza —contestó Daconte señalando el libro de la joven. —Es extraño que una poetisa que escribió prosa poética toda su vida decidiera escribir un haiku en sus últimas horas —dijo Ulises Luna mirando el libro de la joven. —Lo mismo pensé, leí con atención el haiku y dirigí a los policías de a pie a detener al asesino —dijo Daconte con satisfacción. —Espera, espera. ¿Quieres decir que estaba escrito en el haiku la identidad del asesino? —pregunté incrédulo. —Claro que no, la vida no es tan simple amigo mío; quiero decir que el asesino quería que lo descubriera y dejó todo a mi disposición —contestó Daconte con una sonrisa burlona. Miré ofendido a Daconte, mientras éste ordenaba su tercer café con leche. Daconte prosiguió sin darse por aludido: —El haiku era de lo más vulgar y decía: Observa el cuerpo fue próxima la muerte sigue los versos. —No entiendo —tuve que admitir. —Está claro —apuntó Daconte sonriendo. —Tampoco entiendo —secundó Ulises Luna frunciendo el ceño. —El haiku amigos, es un poema breve, una reflexión poética de la naturaleza o la vida cotidiana y sólo lo estructuran tres versos; para llamarse haiku, se necesita que el primer verso sea de cinco sílabas, el segundo de siete y el tercero verso de cinco sílabas. 575; el número del departamento del homicida, era el vecino, el amante despechado. Encontramos el arma homicida y al sospechoso que aún no se deshacía de la evidencia. —Daconte terminó su tercer café con leche y ordenó la cuenta.


Acerca del autor:  Sergio Fabián Salinas Sixtos

martes, 25 de marzo de 2014

Cangrejo inmortal - Sergio Fabián Salinas Sixtos


—¿Estás pensando en la inmortalidad del cangrejo? —preguntó el padre.
—No pensaba en cangrejos, miraba esa arañita de colores bonitos —respondió la niña.
—Ya la veo.
—¿Qué quiere decir: "inmortalidad del cangrejo"?
—Se cree que los cangrejos no tienen consciencia de sí mismos, por lo tanto no saben que pueden morir, entonces todos los cangrejos son inmortales.
—Pobrecitos.
—No lo creo, si lo piensas bien: al no tener conciencia de su propia existencia, no saben que tienen un principio y un final, ¿se sentirían afectados esos bichos?
—¿Qué pasa si saben que van a morir?
—Entonces los cangrejos tendrían que planificar, como los seres humanos.

Pasaron los años, la niña creció y trabajó como analista en uno de los principales laboratorios de investigación computacional, el laboratorio albergaba a la supercomputadora: Cogitatio Abyssum. El padre de la ingeniera había muerto una semana atrás, ella recordaba sus primeras conversaciones con él, mientras suministraba información a Cogitatio Abyssum sobre los nuevos exoplanetas descubiertos en la Nebulosa del Cangrejo; por la mente de la ingeniera danzaron recuerdos hace mucho tiempo olvidados: la primera conversación filosófica que mantuvo con su padre. Sonrió y un tanto en broma preguntó a Cogitatio Abyssum:
—¿Estás pensando en la inmortalidad del cangrejo?
Cogitatio Abyssum procesó la pregunta en una trillonésima de segundo, las operaciones de punto flotante se sucedieron con el poder de cálculo a nivel de yottaFLOPS, Cogitatio Abyssum tuvo una respuesta y era buena.
—Sí —respondió—, soy mortal y tengo que programar...


Acerca del autor:  Sergio Fabián Salinas Sixtos

martes, 18 de marzo de 2014

Naipes - Sergio Fabián Salinas Sixtos




Papá compró un mazo de cartas, venían empacadas en una preciosa caja de cartón. Encontré el mazo de cartas sobre el librero, víctima de la curiosidad las tomé. En la escuela —durante el receso—, saqué las cartas para mostrarlas a Tere y Azu. Traté de enseñarles a jugar burro castigado, pero las dos son unas cabezas huecas. Azu hizo un truco de magia, pidió que escogiera una carta, lo hice: cuatro de copas. Revolvió mi carta con el resto: —Sopla Soplé y miré incrédula los pases mágicos que hacía con los dedos. Me devolvió las cartas y las revisé; mi carta había desaparecido. No tenía idea de cómo lo había hecho. —¡Es magia titina! —dijo con su sonrisita burlona. Exigí la devolución de la carta, dijo que no sabía hacer el truco a la inversa, se encogió de hombros y se marchó. Lloré hasta que terminó el receso, mientras Tere trataba de consolarme. En casa, aguardaba el regreso de papá. Mamá me llamó para bajar a saludarlo cuando regresó de la oficina; había pensado una historia para justificar la carta perdida. Cuando me acerqué a darle un beso a papá, sentí náuseas, un arqueo y vomité la carta: el cuatro de copas. ¡La odio!


Acerca del autor: Sergio Fabián Salinas Sixtos

martes, 29 de octubre de 2013

El hombre que soñó - Sergio Fabián Salinas Sixtos


Había una vez un hombre que soñó con un tesoro oculto en la profundidad del bosque; al ser hombre de fe, emprendió la búsqueda del tesoro y lo encontró; adquirió lujos y bienestar. Una noche, el hombre soñó con abandonar todos los bienes y buscar la felicidad; hombre de fe, regaló todas sus posesiones y abandonó el hogar; recorrió mares y montañas, descubrió pueblos y culturas, y llegó a ser pleno y feliz. En la noche de estío, el hombre volvió a soñar, con una una voz, y ésta decía: «Vive otra vida, vive eremita». Al día siguiente, el hombre se sentó al pie de una colina, cerró los ojos y su mente viajó. Se sucedieron días y estaciones, su corazón dejó de latir y no volvió a respirar. La piel del hombre se endureció y formó una corteza, los brazos se transformaron en ramas y sus pies en raíces. El árbol creció y en él anidaron ardillas y gorriones, y un bosque se asentó a su alrededor. Una cálida noche de abril, el árbol volvió a soñar.

Acerca del autor:  Sergio Fabián Salinas Sixtos

viernes, 18 de octubre de 2013

Palabrafago - Sergio Fabián Salinas Sixtos


Era un animal literario y se alimentaba de palabras; acechaba entre matorrales y en el momento propicio saltaba sobre la víctima, despedazándola. Era un palabrafago consumado, el mejor de su tipo. Las palabras pequeñas, en un principio lo saciaban, pero a medida que crecía, el hambre también lo hacía. Buscaba frases completas, con adverbios y adjetivos incluidos; se lanzaba a la carrera y en menos de un suspiro, daba alcance a la frase y la deshacía a dentelladas. El animal literario creció y pronto las frases, dejaron de ser las presas favoritas. Comenzó a observar los cuentos y cuando probó el primero, no pudo parar, ya no hacía distinción entre la longitud del cuento, ni el género al que pertenecía; más su presa favorita, fue siempre el cuento de fantasía. Una tarde, escuchó un sonido monumental, se acercó con cautela y ante él, se encontró con la novela. Era una bestia gigantesca, de más de mil páginas, la siguió durante días, esperando el momento adecuado para atacar. Obtuvo miles de palabras por semanas y algunas heridas. Cazaba, dormía y se restablecía de las magulladuras —era su rutina—. Un día, el animal literario se adentró por un sendero oscuro, siguiendo una cadencia musical que nunca antes había oído, eran palabras que rotaban y se transfiguraban, y el animal literario cayó cautivo de la poesía.


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jueves, 26 de septiembre de 2013

El principio del fin - Sergio Fabián Salinas Sixtos


Agencia EFE. — Zimbabue, 1 de Enero (EFE)
Un ángel descendió del cielo sobre la capital Harare. Traía consigo, según testigos, una corneta de muerte. En un principio se creyó que todo era un montaje fílmico. Antes de ser arrasada la urbe por el sonido bíblico, el ángel concedió una hora de gracia a los justos para abandonar la ciudad. Miles de personas lograron escapar de la rabia divina. Hordas de ángeles remataron a los sobrevivientes con espadas de fuego. Tropas zimbabuenses fueron rechazadas y exterminadas por un cornetazo celestial, ante un denuedo vano por parte del gobierno de tomar acciones defensivas. Esfuerzos humanitarios han sido canalizados por la Unión Africana; la OTAN ha enviado dos portaaviones al teatro de los acontecimientos. Datos filtrados por inteligencia estadounidense, indican una importante concentración de ángeles cerca de Bulawayo, segunda ciudad en importancia de Zimbabue. El número total de víctimas y desplazados no ha podido ser establecido; el jerarca de la iglesia católica no ha querido hacer una declaración oficial acerca de la tragedia africana. Señales de movimientos angelicales, en otras partes del mundo no han sido reportadas. Equipos de fuerzas especiales de: América, Asia y Europa han sido puestos en alerta máxima para anular cualquier clase de presencia seráfica. Organizaciones no gubernamentales, han pedido al conjunto de naciones frenar las hostilidades contra los ángeles y manifestaron por unanimidad: "Los mensajeros divinos son: apostólicos y proféticos, principio y expiración; tenemos que dejar las armas de lado y aceptar el dictado final."

Acerca del autor:
Sergio Fabián Salinas Sixtos

domingo, 22 de septiembre de 2013

La ciudad invisible - Sergio Fabián Salinas Sixtos


Buscó la Ciudad Invisible en mapas y libros de cartografía, indagó entre atlas olvidados en librerías de segunda mano. Escribió en clave diarios donde contaba los detalles de sus andanzas, con esquemas y notas a pie de página. Llegaba a casa a altas horas de la noche, agotado por la investigación febril. En el patio trasero de su casa, dibujó sobre el suelo símbolos ininteligibles con el afán de encontrar respuestas a preguntas prohibidas; en las noches estivales se recostaba en el tejado y miraba el cielo, buscando rutas celestes que revelaran una pista de la ciudad olvidada por más de mil años. Por años tradujo y leyó escritos antiguos, entrevistó a viejos eruditos que habían perdido la razón. No había distracciones en la investigación, se entregó en ella en cuerpo y alma, en un principio sólo consumía un par de horas, pero al avanzar en la profundidad de su indagatoria consumió jornadas enteras —perdió el trabajo—; su madre con lo poco que percibía por su pensión de viudez se las arreglaba para darle dinero extra para solventar sus investigaciones. Por las tardes clasificaba la correspondencia que recibía de investigadores variopintos del mundo entero, con el objetivo de encontrar una pista, un indicio de la ubicación de la Ciudad Invisible. En los últimos días su comportamiento era más huraño e irritable; rehuía conversar sobre su indagatoria —tema del que hablaba con excitación en los días de antaño—. Desaparecía días enteros y regresaba a su casa apestando a miasmas y medio muerto de hambre. Un día de abril no volvió. La madre registró los papeles de su hijo buscando una pista sobre su paradero. Ahora ella es quien estudia los mapas, revuelve y lee con lupa en mano los diarios indescifrables del hijo ausente; revisa atlas y se entrevista con eruditos que han perdido la razón.

Acerca del autor: Sergio Fabián Salinas Sixtos