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martes, 2 de abril de 2013

La presa - Ana Mulet


Un gorrión se interpuso, durante unos segundos, entre mis ojos y el esférico sol, su pequeña silueta, parecía una sombra chinesca, sobre el azul del cielo.
El bosque oscuro , denso me esperaba.
Ni un soplo de aire, ni el mas ligero movimiento de una hoja, mancillaban el silencio absoluto...
Mire hacia el camino que sinuosamente, giraba y se enroscaba en dirección a mi casa, justo donde mis pies rozaban el sendero, respire profundamente, adelante un pie y luego otro, hasta que mi mano, rozo el tronco del mas cercano de los abedules, su tacto suave, húmedo y frió me hizo recordar las algas marinas y el vientre de algún cetáceo gigante.
Seguía caminando, los troncos de los abedules, estaban cubiertos de hongos y líquenes oscuros, de aspecto pétreo, mire hacia sus copas y no pude ver ni un retal de cielo, de ellos pendían lianas del color parduzco.
Saque un pedazo de chocolate, de mi bolsillo y lo devore en segundos, no podía aspirar a algo mejor, la oscuridad empezó a crecer, ya no podía mas, sentía entumecidos los músculos de mis pantorrillas, el aire parecía estancado olía a podredumbre.
Contuve un sollozo, que sonó como el chirrido de una vara de metal arañando el asfalto.
Esa ausencia total de cualquier tipo de sonido externo, me estaba empezando a descomponer los intestinos y los nervios. Cuando pensaba en que ya no podía estar peor, sucedió...
Algo se estaba moviendo lentamente, algo indefinible lleno la oquedad de la nada, era un olor envolvente, dulce, vital.
Me resultó grotescamente familiar.
¡Era un odio enorme, casi tan alto como los árboles!
¡Estaba atrapada!
Ella ocupaba todo el maldito espacio a mi alrededor.
Supe que nada, ni nadie, podría salvarme... no tenia permiso...
¡Eran las enormes garras... de mi madre!

Acerca de la autora:  Ana Mulet

domingo, 31 de marzo de 2013

Zuary - Ana Mulet


Zuary se restriega los ojos, un rayo de sol que penetra inclinado entre las grietas de las paredes de paja de la cabaña, le da directamente en los ojos, así evita dormirse y escuchar a sus padres, cada día los oye gritar y luego su madre llora y llora, la pesca no está dando lo suficiente para comer y mucho menos para sacar algo extra por la venta de pescado en el pueblo, no hay nada que vender, las redes llegan vacías, en cuanto amanece hecha a correr entre las blancas dunas y se aleja todo lo que puede como un fugitivo, para no tener que volver a escuchar la retahíla de insultos y recriminaciones que salen de la boca de su padre, luego cuando él se calma y se va hacia el pueblo, su madre hipa, y se sorbe los mocos que son la bandera de la transitoria tregua de paz. Zuary regresa a la choza, su madre la agarra del brazo y se alejan con pesar en los ojos hacia las escarpadas rocas que rodean la zona norte de la isla, para recoger cualquier tipo de cangrejos o lapas con las que llenar la cada vez más escuálida olla. Un atún gigante asoma entre las olas del añil océano, en un esmerado intento parece querer atraer la atención de Zuary, aletea y salpica con miles de ráfagas de espuma, las rocas que aun conservan el lúgubre color de la noche en sus oquedades. Zuariy sobresaltada, cruza las dunas corriendo y agarra con impaciencia el viejo arpón abandonado entre los cocoteros, lo lanza con furia esperanzada, unos instantes para sospesar el tiro... un reflejo del sol sobre las olas, le devuelve su grito de victoria, vestido de espuma roja, burbujeando sobre las rocas.

Acerca de la autora:  Ana Mulet